Relación del viaje a Cuba y Jamaica

Puerto de Santa Cruz (Española);

Isabela, 26 de febrero de 1495

         Christianísimo y muy altos y muy poderosos prínçipes rey y reina, nuestros señores:

         Yo partí de Cádiz el año pasado de noventa y tres a veinte y seis de septiembre con la armada de naos y gente que V. Al. me mandaron. Y desde las islas de Canarias, donde yo llegué en seis días, llegué a las Yndias en veinte días a las islas de los caníbales, de los cuales tomé y reçiví mugeres en los navíos de otras personas, qu´ellos por fuerça avían allí traído de otras islas con sus maridos, padres y fijos, las cuales no avían comido estos caníbales como a ellos. De las cuales islas hallé gran número, y todas fertelísimas y hermosísimas, y en todas avía muy muchas “canoas”, que ansí llaman a sus fustas, las cuales todas quebré y destruí. Y después bine por derecho camino a la nobelísima isla Ysavela, así como plugo a Nuestro Señor, de las sobredicha de los caníbales a la villa de la Navidad, la cual hallé quemada y nuestros christianos muertos por discordia que entr´ellos ovo, como yo escreví a V. Al. con la sobredicha armada, la cual torné a enviar a Cádiz, después de descargar la gente y cavallos y maestros de hedifiçios y todos los otros pertrechos y ganado y mantenimiento, debajo de la capitanía de Antoño de Torres, hermano del alma del prínçipe mi señor, con mi instruçión como vi que cumplía al serviçio de V. Al.; con el cual tanbién escreví el hedifiçio d´ella, el cual fue por voluntad divina, porque yo lo avía imajinado de fazer en otro cavo y nunca ovo lugar ni tiempo salvo en este asiento, ni porfié poco con los vientos y tiempo para ello, de que después e sido muy alegre; y doy por ello cada día mil cuentos de graçias a la Santísima Trinidad, en cuyas manos siempre con intençión muy sana se debe de encomendar toda cossa. Del cual sitio y buena dispusiçión y fuerte escreví muy largo a V. Al., y como es sobre piedra y a la costa de la mar, al pie de una grandísima vega mayor que la de Granada, y que a çincuenta pasos ay una montaña de cantería mejor que aquella de que hedifican la iglesia de Santa María de Sevilla; junto con ella, no más lejos, una montaña de piedra de cal muy fina, y la una y la otra muy pobladas de árboles. Y por la mitad de la vega pasa un gran río, el cual entra en el mar aquí junto con la çiudad, a la orilla del cual se hizieron las huertas, en las cuales todas las simiente naçieron en tres días y se comió del fruto en quinze salvo los melones y calabazas, que tardaron treinta y seis; mas la bondad d´ellos descargó la tardada. Cañas de açucar se plantaron, y en quinze días tenían el hojo más largo de un pie, ansí como los sarmientos, de las cuales alguna al dicho tiempo pudreçió, raçimo de (***). Trigo no se sembró ni legumes, salvo por primavera, porqu´era ya en fin de henero cuando ovo lugar de entender en ello; y Sávado Sancto, que fue veinte y nueve de março, se truxo un manojo de espigas granadas y maduras y muy grandes, más que las de Castilla, en la iglesia a la santa oferta. (***) o de los garvanços y otros legumes, que todo tenía el grano muy mayor qu´en Castilla. Provado avemos qu´esta tierra da dos vezes al año fruto. Tanbién escreví a V. Al. cómo yo avía enviado a Çibao por dos partes treinta mensajeros, y renunçiaron que en esta probinçia avía oro como en Vizcaya el hierro, y parte d´estos mensajeros enbié a V. Al. porque oyesen todo por palabra, y de los otros que acá quedaron les enbié las cartas que a mí avían escripto del camino, y les enbié el oro que en cada río y en cada cavo avían fallado.

         Después de partida la sobredicha armada, que fue a tres de febrero, di toda la priesa que yo pude en fortalezer la çiudad e aparejar las cosas que para la bivienda d´ella convenía; y fecho, a doze días de março me partí con toda la gente que fue menester de a pie y de a cavallo para ir a Çibao, la cual provinçia es al austro diez y ocho leguas travesando esta mesma vega y río, y pasé un puerto, allende del cual travesé otra vega muy mejor qu´ésta quinze partes, en medio de la cual hallé un río muy mayor que otro que aya en España, no tirando Hebro ni Tejo. En aquel tiempo no avía llovido porque ubiese avenida, como fue después a la buelta, que era tan grande y tan alto y cresçido que por fuerça ni ingenio osava de pasar persona. Y trabesada esta vega fallé otro puerto no más agro y más alto un terçio que aquél de los Figdalgos que yo avía pasado, que era çient pasos y muy más áspero; el cual hize andable ansí como el primero, de los cuales el uno y el otro la desçendida es poca. Y d´este puerto en adelante se cuenta la noble provinçia, por la cual travesé bien çinco leguas, puesto que desd´el comienço en cada arroyo y fuente, de que ay inumerables, fallé oro; cuanto más andava fallava mayores granos, hasta que yo llegué a una ribera grande, adonde yo vi un lugar muy fuerte e idóneo para hazer una fortaleza; y luego lo puse en obra. La cual puesta en buen término, dexé allí alcaide y maestros y gente porque acabasen y que de allí descubriesen toda la tierra d´esta probinçia, la cual es tan grande o mayor qu´es toda la probinçia del Andaluzía, y en todo cavo d´ella ay oro. Después me partí y bine a la ciudad a dar horden a mi despacho para ir a descubrir la tierra firme y correr todas esta mares e islas e poner guarda en todo cavo.

         Çibao es nombre de Yndia; quiere dezir en nuestro bocablo “pedregal”. Es provinçia grandísima y tierra dobladísima, toda montañas y cabezos muy altos, todos o la mayor parte no ásperos y sin árboles, pero no sin yerva por la fertilidad estrema; la cual es como grama y más espesa y más alta que alcaçer en el mejor tiempo del año en una huerta, y en cuarenta días se para alta hasta la silla de los cavallos, y de contino está así verde y espesa, si no es quemada. Debajo de la cual todas estas montañas y cabezos son llenos de guijarros grandes y redondos como en una ribera o en una playa, y todos o la mayor parte son azules. Yo creo que los indios queman mucho a menudo la yerba d´esta tierra, y que a esta causa no aya árboles así como ay en los valles, de que ay infinitos y grandes y llenos de árboles de pinos y palmas y de otras mill maneras.

         Esta provinçia es toda tierra muy firme e defensible. Es temperantísima qu´es maravilla. En ella llueve bien a menudo, por lo cual al pie de cada cabezo ay un arroyo grande o mayor, según es la montaña. El agua es delgada, sabrosa, fría, no cruda como otras aguas que dañan y hazen mal a la persona; ésta es sabrosa y de muy buen gusto y quebranta la piedra, de que an sanado muchas personas. En cada uno déstos arroyos y riberas, pequeñas y grandes, se halla oro y todo en grano, dentro o junto con el agua en lugar donde el agua lo lave. Yo creo y tengo por çierto qu´este oro naçe en sus minas en los cabezos o montañas, y que al tiempo del agua la lluvia lo trae al arroyo; y ansí me lo an dicho muchos indios de allí vezinos.

La fortaleza que hize en Çibao llamé de Santo Tomás, y al tiempo que allí estube vinieron muchos indios con gana de caxcaveles y otras cosillas qu´ellos deseavan, de las cuales no se les dava hasta que traían algún oro; y luego qu´esto se les deçía, corrían a la ribera, y en menos de una ora cada uno benía con una foja o un caracol lleno de granos de oro. Y un biejo que paresçía hombre bien asentado me truxo dos granos de tres u cuatro castellanos, de los cuales tan grandes fasta entonzes no avía visto salvo uno, que me dio en presente Guacanagarí, que enbié a V. Al. con el sobredicho Antoño de Torres, allende de otros menudos que entre todos serían (***) marcos más. D´éstos, que ansí enbié, les escreví que eran fundidos, creyendo a un un hombre que acá está que se dize Formizedo, de Sevilla, el cual me dezía que savía más en minas y en oro que ninguna otra persona; el cual herró es estos granos que ansí enbié, porque eran de naçimiento y no fondidos, como yo supe después los çierto, y d´este Formizedo que, de todo lo qu´él dezía, e savido y provado que no save nada; tanbién me dixo que con unos granos que con ellos iban de oro más bajo que avían sido falsificados con latón, de qu´él tanbién andava herrado, porque e savido que aquello proçedía de la mina adonde naçía, ni es de creer que los indios, aunque supiesen fundir, mesclasen el latón con el oro, pues que lo tienen con çien dobles más en estima qu´el oro. Así que, reçibidos los dos granos d´este viejo, y holgué mucho y le dixe a él que aquéllos heran muy buenos, y le di un caxcavel, que cuando lo reçibió, dio un relaso de descanso con mayor contentamiento que otro creo tenía en reçibir alguna buena villa, y me respondió que eran muy pequeños estos dos granos al respecto de otros que se fallavan en su tierra, que era de allí çinco leguas; y diziendo esto miró al suelo y escojió piedras de çinco o seis maneras, diziendo que granos avía fallado mayores qu´ellas: la más pequeña sería como una nuez y la mayor como una gran naranja. Fuése este viejo, y vinieron otros que dixeron otro tanto, y algunos señalavan al grano por forma que bien pesaría media arroba, y no de contino se hallavan estos pedazos salvo a las vezes, aunque ellos poco se estavan a catallos salvo agora, por aver estos caxcaveles y otras cosillas. En fin, llegué a ver allí grano que pesava ocho castellanos, y Pero, sobrino de Juan de Luxán, que yo enbié con çiertas personas a hazer un viaje, allá le certificará que se avía fallado en aquella ribera granos de oro atán grandes como la cabeza de un hombre.

En Çibao en aquel tiempo, que era mediado de março, hallé uvas madura de muy buen savor. Del oro ni de las otras cosas de espeçería ninguna memoria fazen los indios, salvo de lo que ven que pueden aver alguna cosa de latón de nosotros, y esta condiçia les viene de muy mal ralo por no trabajar, porque son perezosos en grandísima manera, como su ávito lo faze magnifiesto, porque en el inbierno faze muy buen frío, y aunque por aquí no aya lana de ovejas, ay mucho algodón por los montes, que aun para sembrarlo no son buenos, de que se podrían vestir y se defender del frío, y andan así desnudos todos como sus madres los parió, como de todo ya escreví largo a V. Al., cuando yo partí para descubrir, y dexé el amboltorio en la Ysavela, porque, si viniesen caravelas o algún navío de los que se esperavan y se despachasen antes que yo bolviese, porque V. Al. fuese de todo bien informado.

         Después de buelto de Çibao a la çiudad, que fue Sávado Santo, travajé de conçertar el regimiento d´ella cuanto me paresçía que fuese bien y serviçio de Dios y de V. Al., y hordené consejo, y qu´el padre fray Buil y mi hermano fuesen presidentes; y allende del poder de V. Al. que me dieron, al cual traspasé a ellos para en cuanto yo estoviese en el dicho viaje, le limité muchas cosas particulares las cuales heran neçesarias, de las cuales todas y de la instruçión enbié el treslado a V. Al. en el mesmo enboltorio. A veinte e cuatro días de abril partí con tres caravelas de vela redonda con buen tiempo en nombre de Nuestro Señor Jhesuchristo al poniente, y en pocos días llegué al muy aseñalado puerto de San Nicolás, el cual está enfrente d´esta isla al cabo de Alfa e O, que es en la Juana, la cual no es isla salvo tierra firme, fin de las Yndias por oriente y comienço navegando por poniente, distinto d´este sobredicho puerto diez y ocho leguas. Y sin entrar en él travesé el golfo y llegué a buenas oras al sobredicho cavo de Alfa e O, y dexé de seguir la costa de la tierra de la parte de setrentrión, por donde el viaje primero yo avía andado, y navegué al poniente corriendo la otra costa de la parte del austro, las cuales costas van así al poniente, desviándose la una del polo ártico y la otra açecándose a él por la fechura de la tierra, que comiença por angosto y se alarga, navegando, en forma de vela de caravela latina. De la cual costa que ansí iba subiendo al setentrión dexé de seguir porque era inbierno, por el cual themor por ser el primero biaje, buscava yo de fuir del setentrión al austro a la tenperançia, y a esta causa navegué al oriente buscando el fin de la tierra para pasar al austro. Y bien que según mi navegaçión y distnaçia que después yo avía pasado de la espera yo tenía esta tierra por firme, y no isla, yo me dexé creer a la figura de los indios, que la ponían por isla; y según mi albedrío yo estava en la provinçia de Magón, que se comunica con la nobilísima provinçia del Catayo, así como escreví aquel tiempo a V. Al. y fuera yo entonçes d´ellos çierto o agora, cuando cometí el biaje, todavía llevara mi camino a esta probinçia  a la çuidad de Quinsay y ver d´ella y de otras tantas se es tan nobilísima y riquísima como se escribe y si tiene la amistad de christianos que se dize agora. Verdad es que yo partí de la Ysavela con propósito de ir  a esta probinçia, mas por el deseo que yo tenía de la isla de Jamaica, por las nuevas que d´ella avían dado los indios, no he inprendido el viaje; ni fuera yo si no creyera que la Juana hera isla, mas pensé que los indios me avían afigurado verdad y que era isla; mas después conoçí que ellos son gente allí que jamás salen de su lugar y creen que todo el mundo sean islas y no saven qué sea tierra firme ni curan salvo de comer y de mugeres; mas pensé ir por esta parte para ir a Jamaica, y que la Juana sería isla y que yo pasaría por la parte del austro al fin d´ella al poniente y dende navegaría a setentrión y al poniente fasta hallar el Catayo. Y ansí seguí al mesmo viaje y descubrí y fui a la isla de Jamaica en breves días, a Nuestro Señor sena dadas infinitísimas graçias, con muy próspero viento, y dende bolví a la tierra firme y seguí la costa d´ella al poniente LXX días fasta que tomé la buelta por temor de los vientos, porque no mudasen, y por la gravísima navegaçión que yo fallava por el poco fondo con navíos grandes y muy peligroso navegar por tantas canales, adonde se acaeçió  muchas vezes me quedar los navíos todos tres en seco, qu´el uno no podía ayudar al otro, y otras bezes que no faltava más de un cobdo de agua, y por fuerça de cabestrante y anclas pasava adelante por fuerça, y no menos a la ida como a la buelta, porque yo avía determinado con la esperança de Nuestro Señor de andar tanto adelante, que yo estoviese muy cierto que  yo estava en la tierra firme y pasado todas las islas y çertificar que la Juana no es isla. Y a mi bien determiné la buelta, porque se me avía perdido gran parte de los mantenimientos, que se avían bañado del agua del mar cuando los navíos davan en seco, que a las vezes estavan para se abrir del todo; ma yo llevava maestros y todos otros aparejos para los adovar y tornar a fazer de nuevo, si menester fuese, y andava muy bien probeído de todo. De tal manera me bi en tiempo y voluntad que, si yo toviera mantenimiento, yo provara de bolver a España por oriente biniendo a Ganges, dende í al Signo Arábico y después por Etiopía. Abasta que, después de andado trezientas y veinte y dos leguas a cuatro millas cada una, ansí como acostumbramos en el mar, del cabo de Alfa e O, y pasado islas inumerables, de las cuales el fin del viaje avía yo anotado seteçientas de las mayores, me bolví e no por el camino por donde avía andado, como más largo diré abajo; en el cual cabo de Alfa e O puse colunas con cruz en nombre y señal de V. Al, por ser el estremo cabo de oriente de la tierra firme, ansí como tiene en poniente el cavo de Finisterre, qu´es otro cabo estremo de la tierra firme a poniente, en medio de los cuales amos cavos se contiene todo el poblado mundo, sacado la Ysavela con otras islas de los caníbales y otras pocas.

         Partí en nombre de Nuestro Redentor jueves, veinte e cuatro de abril, de la Ysavela, y el martes siguiente llegué al cavo de Alfa e O, que son (***) leguas de cuatro millas cada una, y con muy buen tiempo navegué al poniente corriendo la costa de la Juana la cual me queda aún a mano derecha de la parte del setentrión, fasta un singularísimo puerto que yo llamé Grande; la entrada d´él es la avertura de una peña no más que de çincuenta pasos en ancho, y tiene doze brazas de siete palmos cada una de fondo, y dentro d´esta boca ay no más de sesenta pasos; de longura y anchura para estar todas las naos del mundo. Desde el cabo de Alfa e O fasta este puerto es toda la tierra montañosa, no estéril ni despoblada de árboles y yervas, aunque no son tan altas y verdes como en otros cavos que fasta aquí en las Yndias e visto; por ventura aquella sazón del año causava que paresçen se como en noviembre las sierras de Castilla, bien que yo e esperimentado yo esto, que dos vezes en el año los árboles y yervas aquí dan fruto, y allí en este tiempo todos los árboles heran sin fojas, y grande cantidad vi déllos con flores y fruta, de los cuales suvía a la mar un olor suavísimo. En este sobredicho puerto ninguna poblaçión avía, así como en toda la costa, y lugo que yo entré en él vi a mano derecha muchos fuegos junto con el agua y un perro y dos cámaras sin persona alguna. Desçendí en tierra y vi más de cuatro quintales de pezes en asadores al fuego, y conejos y dos serpentes. Y allí muy açerca bi en muchos lugares presas al pie de los árboles muchas serpientes, la más asquerosa cosa que hombres vieron: todas tenían cosidas las bocas salvo algunas, que no tenían dientes; eran todas de color de madera seca y el cuero de todo el cuerpo muy arrugado, en espeçial aquél de la cabeza que le deçendía  sobre los ojos, los cuales tenían benenosos y espantables; todas estavan cubiertas de sus conchas muy fuertes, como un pece de escama, y desde la cabeza fasta la punta de la cola por medio del cuerpo tenían unas conchas altas y feas y agudas como puntas de diamantes. Mandé tomar todo el pescado para refresco de la gente, y después con las barcas de los navíos andube buscando el puerto, y de cavo bi en un cerro mucha gente, todos desnudos, como en estas partidas andan. Hízeles señalar que se allegasen, y a cavo, de buen rato se acercó uno d´ellos aí ençima de una peña; y fablado que ovo con este indio que yo traigo, qu´es Diego Colón, uno de los que fueron a Castilla, el que ya save fablar muy bien nuestra lengua, luego se allegó a las barcas y llamó a todos los otros, que serían setenta, y me dixo que su rey, o caçique a quien ellos llaman, los avía enviado allí a pescar y caçar estas serpientes, porque quería fazer una fiesta. Y fízele yo dar caxcaveles y fízele yo dezir cómo avía mandado tomar todo el pescado y no otra cosa, y por ello le dava aquellos caxcaveles y otras cosas. Holgaron mucho cuando supieron que las serpientes quedavan, y respondieron que todo fuese en buena ora y que en la noche pescarían más. Y el día siguiente antes del sol salido di la bela y seguí mi camino al poniente, siempre prosiguiendo la costa de la tierra, la cual siembre andava mejorando en hermosura y más poblada. El tiempo era, a Dios sean dadas infinitísimas gracias, muy bueno. No quise detener al llamado de nadie, que todos corrína tras nosotros por las playas, llamándome e amostrándome el pan y las calabazas de agua, llamándonos “gente del çielo que fuésemos a sis casas”; y toros en “canoas”, que ansí llaman a sus barcas y fustas, y otros nadando me seguían. Y el viento hera fresco, y yo lograva, porque las cosas de la mar no tienen haz, que muchas vezes por un día se pierde un viaje, y ansí navegué fasta un golfo adonde avía infinitísimas poblaçiones y las tierras heran que todas pareçían huertas, las más hermosas del mundo, y toda tierra alta y montalla de acá adentro. Sorgí allí, y la gente de toda la comarca luego vinieron, y traían pan y agua y pescado, qu´esto es lo que tienen en estima. Y luego en amaneçiendo partí el día siguiente, y andando fasta el cavo de la Espuela determiné de dexar este camino y esta tierra, y navegar en busca de la isla de Jamaica al austro y al sudueste. Y así plugo a Nuestro Señor que, a cavo de dos días y dos noches, con muy próspero tiempo llegué a la dicha isla a dar en medio d´ella, la cual es la más hermosa que ojos vieron. Ella no es montañosa, y llega la tierra que paresçe al çielo, y es muy grande y mayor que Seçilia, que tiene en el çerco ochoçientas millas. Es toda valle ultra modo, que ansí a la lengua de la mar como a la tierra adentro está llena de poblaçiones y muy grandes y no lexos una de otra un cuarto de legua. Tiene canoas más que todos los otros indios que yo aya visto, y las más grandes; y “canoas”, como dixe a V. Al., son sus fustas y sus barcas. D´ellas son muy grandes y d´ellas no tanto; son todas de un trozo de un árbol, y aquí y en todas las Yndias donde e estado cada caçique señaladamente tiene una, de que se preçia como un prínçipe faze de una nao grande, y ansí la trae labrada la popa y la proa y la portada a lazos e fermosura; y en estas grandes van sus personas y en las pequeñas exerçitan la pesquería; d´estas grandes e medido que llegan fasta noventa y seis pies de largo y ocho de ancho.

         Llegué aquí a Jamaica, y luego salieron bien sesenta canoas todas cargadas de gente y vergas una legua en la mar en son y forma de pelear. Y cuando vieron que yo no dava por ellos y seguía todavía el camino de la tierra, ovieron miedo y se bolvieron fuyendo; y yo tube forma de aver una d´ellas con la gente, y yo les di vestidos y otras cosas qu´ellos tienen en gran preçio, y después les di liçençia. Y después fui a çorgir a Santa Goloria, que así le puse nombre a este lugar por la estrema fermosura de la tierra, porque ninguna conparaçión tienen con ella las güertas de Valençia ni de otra parte que buenas sean; y esto no es en un solo valle ni en poca instançia, salvo en toda la isla. Ansí dormí allí, y en amaneçiendo levanté las anclas para ir a buscar puerto çerrado para desplanar y adovar los navíos, en que se avían descubierto grandes aguas. Y andando cuatro leguas al poniente vi uno singularísimo, al cual enbié la barca para ver la entrada, ansí como yo suelo en cada uno, otrosí para ver si avía fondo o si es limpia de baxas. Salieron a ellas dos canoas con mucha gente y le tiraron mucha baras y vergar, mas luego fuyeron después que ovieron resistençia, y no tan presto que no reçibiesen castigo. Y después que yo ove çurgido, vinieron a la playa tantos d´ellos que cubrían la tierra, todos teñidos de mill colores, y la mayor parte hera de prieto, todos desnudos ansí como andavan; traían plumas en las cavezas de diversas maneras, y traían el pecho y el vientre cubierto de fojas de palma, dando la mayor grita del mundo y tirando baras, aunque no nos alcançavan. Yo tenía neçesidad de agua y de leña aliende de adovar los navíos, y tanbién bi que no hera razón de dexarlos con esta osadía, por otras vezes que puede acahezer en otros viajes. Armé toda tres barcas, porque las caravelas no podían llegar adonde éstos estavan por el poc fondo, y primero porque se conoçiesen nuestras armas y (***) saltar con ellos en tierra, porque adonde ay muy pocos entre inumerables (***) . E yo temiendo sería peligro, porque muchas vezes e visto, amostrando una espada a esta gente, la toma por el filo sin pensar que ofende, ansí que tanta muchedumbre, aunque d´ellos se matasen infinitos, sería peligro grande, dispuse primero que cobrasen miedo, y a esta causa, después que yo bi qu´estava bien picados de vallestas, y ellos fuyeron que no espera hombre ni muger en toda la comarca, un perro que yo llevava les hizo gran daño: muy gran guerra haze acá un perro, tanto que se tiene a presçio su compañía como diez hombres, y tenemos d´ellos gran neçesidad. No quise quemar las casas d´esta gente, que allí avía muy muchas. Y el día siguiente, antes del sol salido, bolvieron seis d´ellos a la playa llamando que no me fuese, porque todos aquellos caçiques de la comarca me querían ver y traer pan y pescado y frutas; y ansí lo fizieron de manera que toda la gente refrescó muy bien e estuvieron muy abundosos todo el tiempo que yo allí estuve, y queadron ellos muy contentos con las cosas que yo les di. Navegué treinta y cuatro leguas al poniente fasta el golfo del Buen Tiempo, adonde me tomaron los vientos contrarios para seguir la costa adelante, e yo, por no perder tiempo y conoçiendo ya esta isla y su sustançia y visto que no avía oro ni metal, que toda la tierra por más que oro la tengo, como diré después, fize el viento contrario bueno y bolvía a la Juana tierra firme, con propósito de seguir la costa d´ella que yo avía dexado, hasta ver si era isla o tierra firme. Y fue a demandar una provinçia a que llaman Macaca, qu´es muy hermosa y poblada, y fue a çorgir  a una poblaçión muy grande, el caçique de la cual luego me embió buen refresco e a dezir que ya me conoçía por oídas del primero viaje que yo avía estado de la otra parte del setentrión d´esta tierra, y que conocía al padre de Ximón, aquel indio que tenía el prínçipe mi señor, de que yo me maravillé mcuho. E yo entré en la barca y fui a tierra, y después de le dado muchas cosas que tienen en preçio, le pregunté si esta tierra hera isla; y él con otros muchos viejos que con él allí estavan respondieron que sí, mas que era tierra infinita de que nadie no avía visto el cavo d´ella al poniente. Gente hera ésta muy mansa y desviados de malos pensamientos. Ay diferençia d´ellos a los de todas las islas, y eso mismo en las aves y alimañas, que todas son de mejor conversaçión y más mansas.

         Navegué el siguiente día, que fue quinze de mayo, al setentrión declinando al norueste siguiendo la costa d´esta tierra, y a ora de vísperas vide muy lejos qu´esta costa bolvía al poniente. Yo desde entonzes llevé aquel camino, aunque la tierra no me quedase a mano derecha; y esto fue porque me faltava el fondo. Y otro día al salir del sol miré de ençima del mástel del navío y vi la mar cuajada de islas a todo los cuatro bientos, todas verdes y llenas de árboles, la cosa más fermosa que ojos vieron. Temía de navegar entr´ellas por las baxas y porque an menester mill vezes cada día los vientos todos, porqu´el canal de la una no conforma con aquél de la otra. Quisiera pasar al austro y ver si pudiera navegar al poniente y dexar estas islas a mano derecha, mas yo me acordé y tengo notiçia que toda esta mar es ansí d´ellas hasta el trópico de Capricornio, y entonzes yo estava  açerca de aquél de Cancro; determiné de andar adelante y seguí mi intinçión de no dexar de la vista de la tierra firme. Cuanto más andava, desubría más islas, que día se hizo que anoté çiento y setenta y cuatro. El tiempo para navegar entr´ellas me lo dio Nuestro Señor siempre a pedir por la boca, que corrían los navíos que paresçian que bolavan.

         Llegué a posar día de Pentecoste a la costa de la tierra firme en un lugar despoblado y no por destenperançia del çielo ni esterilidad de la tierra, en un grande palmar de palmas que paresçían llegavan al çielo. Allí a la orilla de la mar en la tierra salían los ojos de agua en el alto con ínpetu más de un pie, cuando la marea era de creçiente, atán fría y sabrosa, la mejor que hombre vieron; y este frior no es salvaje, como otros que dañan el estómago. Descansamos allí en esta yerva con estas fuentes y al holor de las flores, que allí se sentía maravilloso, y a la dulçura del cantar de los paxaricos, tan suave y de tantos, y a la sombra d´estas grandes palmas y fermosísimas. Vi allí señal de gente y ramos de palmas cortados. Y después de aver descansdo un poco entré en las barcas y fui a ver un río que me quedava al levante media legua, y fallé el agua d´él estar tan caliente qu´escasamente se çofría la mano en ella. Andube por él arriba bien dos leguas sin hallar gente ni casas, y siempre en la tierra hera aquella fermosura y los palmares grandes y verdes y en ellos infinitas grúas atán coloradas como escarlata, y en toda parte el holor de los árboles y flores y el cantar de los paxaricos, que era cosa maravillosa; ni menos este holor ni cantar hallé en todas las islas falladas, las cuales no ove lugar de nombrar cada una por su nombre, porque eran infinitas; mas en general las llamé a todas el Jardín de la Reina. El día siguiente, estando yo muy ganoso de aver lengua y saber d´esta tierra, vi una canoa de gente que andava a caça de pezes; caça le llaman ellos y yo, porqu´es ansí la forma, porque tienen estos caçadores çiertos pezes amostrados, los cuales son ansí de fechura de congrio, y los traen atados por la cola con un cordel muy cumplido. Y estos pezes tienen la cabeza larguilla, toda llena de fosas ansí como de pulpo, y es muy osado, qu´él acomete a cualquier otro por grande que sea y se le apega con la cabeza en el lugar más ofensible, y no le despegará d´él antes que mueran. Y ansí los caçadores lo hechan al pez que quieren, y él es muy presto y se le apega adonde yo dixe, y después tiran por el cordel y sacan el uno y el otro hasta la lumbre del agua, adonde la matan y prenden con mayor cuerda. Así que estos caçadores estavan muy desviados de mí, e yo les enbié las barcas armadas y con arte porque no se les fuyesen a tierra; y llegados a ellos, les hablaron estos caçadores de lexos como corderos sin maliçia, diziendo que se detuviesen con las barcas, porque tenían uno d´estos pezes pescando en el fondo a una grande tortuga, hasta que lo oviesen recogido en la canoa; y ansí lo hizieron. Y después tomaron la canoa y ellos con cuatro tortugas, y cada una tenía cuatro cobdos en largo, y los truxeron a los navíos y me dieron nuevas de la tierra y de su caçique, quéstava allí muy çerca, que los avía anbiado a pescar, y me rogaron que fuese allá, porque me faría gran fiesta. Diéronme todas cuatro las tortugas, e yo les di muchas cosas, con que fueron muy contentos. Preguntéles si esta tierra hera muy grande, y me respondieron que no tenía cavo al poniente y era cuajada de islas. Diles liçençia, y ellos me preguntaron cómo yo me llamava, qu´ésta es la costumbre que tienen en cuantos cavos yo boy, y después bolvieron a su exerçiçio, mas primero me dieron el nombre de su caçique sin que yo se lo preguntase, honrándose d´ello, que así lo hazen en todo cavo.

         Partí de aí por de dentro d´estas islas en las canales más nabegables siguiendo el poniente, y siempre no me desviava de la tierra firme, y con buen tiempo, a Dios sena dadas infinitísimas graçias. Y andando muchas leguas hallé una isla más grande y al cavo d´ella una grande poblaçión. Y bien que yo llevase muy buen tiempo, determiné de surgir y fue a tierra, mas no fallé persona alguna, porque todos avían huido. Gente sería que se governava de pescado; infinitas conchas de tortugas tenían muy grandes por aquella playa. Haí fallé todos juntos bien cuarenta perros no grandes y muy feos, como criados a pescado, ni ladravan, y supe que los indios los comen, y aun de nuestros christianos los an porvado y dizen que saven mejor que un cabrito. Muchas garzotas mansas y otras avezillas tenían allí estos indios. Partí yo de a llí sin le tocar en nada, y luego hallé otra isla muy mayor, mas no curé salvo de llevar mi camino a unas montañas altísimas de la tierra firme, qu´estavan de mí catorze leguas; y allí fallé una gran poblaçión y bien tratábiles, y nos dieron mucho refresco de pan y fruta y agua. Preguntéles si esta tierra es mucho adelante al poniente; respondió el caçique, el cual hera hombre de bien, viejo, con otros de su tiempo, qu´esta tierra hera grandísima, que jamás avía oído dezir quién la supiese el fin; más adelante sabría nuevas de la gente de Magón, de la cual provinçia ellos estavan comarcanos.Navegué el siguiente día al poniente, siguiendo siempre la costa d´esta tierra. Y andando muchas leguas, simpre por las islas, más grandes y no tan áspera, llegué a una sierra muy alta y grande, que andava muy mucho por la tierra adentro, atanto que no pude ver el fin d´ella; y d´esta parte de la mar d´ella avía poblaçiones infenitas, de las cuales luego vinieron a los navíos gente infinita con fruta y pan y agua y algodón hilado y conejos y palomas y de otras mill maneras de aves cantando por fiesta, creyendo todavía que yo venía del çielo ansí como en todo otro cavo; y aunqu´este indio que yo traigo les dixese que “de Castilla”, creían y creen qu´es çielo y que V. Al. está en él. Llegué aquí una tarde y, de tanto como yo avía andado en poco agua, allí no pude fallar fondo, y el venteçillo de la tierra me hechava fuera, que yo deseava estar allí un día y ver bien toda esta tierra: Hornofay se llama la provinçia. Estuve a la cuerda allí tada una noche pairando, que no me paresçió un abrir de mano por el suavísimo olor que de la tierra venía y el cantar de los paxaricos y tanbién de aquél de los indios, qu´es muy contentable. Estos me dixeron cómo allí adelante hera Magón, en la cual provinçia toda la gente tenía cola, y que a esta causa yo los hallaría todos vestidos; y no es ansí, mas éstos desnudos hordenaron esto de aquellos que andan cubiertos, burlando de aquéllos que andan bestidos; tanbién me dixeron cómo adelante avía islas inumerables y pocos fondos, y qu´el fin d´esta tierra hera muy lexos, atanto, que en cuarenta lunas no podría llegar al cavo. Y dixeron verdad de la inumerables islas y poco agua; mas yo creo que llegaría a la tierrra en menos tiempo qu´ellos dezían, bien que se deve entender que sobre el andar de sus canoas hazían congetura, y no saber que una caravela andaría en un día con buen tiempo más qu´ellos en siete.

         El día siguiente el veinto hera bueno, y yo cargué las velas, andando muy gran camino siempre por esta mar hasta adonde poder saltar en tierra de los navíos. No fallava fondo: Todo de un golpe entré en una mar blanca como leche y espesa como el agua en que los çurradores adovan los cueros, y luego faltó el agua y quedé en dos brazas de fondo. El viento era muy mucho y yo estava en un canal muy peligroso para bolver atrás ni çorgir con los navíos, porque no podía virar sobr´el ancla la proa al viento ni avía fondo para ellos, porque siempre andava arrastrando la quilla por el suelo. Anduve ansí por esta canal de adentro d´estas islas diez leguas a mi albedrío hasta una isla, adonde yo hallé dos brazas e un cobdo de agua y largura para estar las caravelas. Allí sorgí y estuve con grande pena, pensando me sería de fuerça dexar mi empresa y que no era poco si yo bolviese adonde yo avía venido; mas Nuestro Señor, que siempre me a fecho mill merçedes muy aseñaladas, me dio esfuerço y puso en voluntad que yo seguiese adelante el camino. El día siguiente enbié una caravela pequeña a tentar el fondo de toda aquella mar allí çerca y a ver si hallava agua dulçe en la tierra firme, de que tenían todos los navíos grande neçesidad. Bolvió con la respuesta que, a la orilla de la tierra, avía un lodo muy alto e hasta dentro en la mar grandes piezas la arboleda, tan espesa, que no entraría por ella un gato; y que avía andado por esta costa mucho y que en toda la mar avía hallado canales y el mesmo fondo que yo avía traído e yo avía visto de ençima del mástel del navío: a todos los vientos lamar toda cuajada de islas y todas ansí blancas; y la tierra firme, que a la orilla de la mar hera la arboleda muy espesa en gran manera y durava de ancho como muro de çiudad un cuarto de legua, y que todos estos árboles heran en el agua, y junto con esta arboleda avía tierra alta y llena de palmas y otros árboles muy fermosos, y avía prados y campos: duraría el anchor d´esto cuatro leguas, y en lugar, çinco, siempre ansí al luengo de la costa de la mar; después avía tierra muy alta y muchas montañas en ella, todo muy fermoso y berde; y vio muchas ahumadas y grandes fuegos. Determiné de seguir adelante y navegué ansí entre estas canales entre estas islas, las cuales heran más ásperas que en el Jardín de la Reina, y ansí llenas de árboles verdes y hermosos, y de aves. Y navegué así al nurueste fasta que llegué a una punta muy baja con los navíos en seco; y dentro d´esta punta la tierra boja al oriente, y se descubría al setentrión montañas muy altas lexos d´esta punta veinte leguas, y entremedias limpio de islas, que todas quedavan al austro, e el poniente tenía por viento bueno e ya hallaba tres brazas de fondo. Determiné de tomar el camino d´estas montañas, alas cuales no pude llegar fasta el día siguiente, que fue a çorgir a un palmar muy fermosos y grande, adonde yo hallé fuentes de agua dulze muy buena y señal que allí avía estado gente.

         Acaesçió qu´estando aquí forneçiendo los navíos de leña y agua, y un ballestero que avía caçado se halló entre muchos indios que, según él dixo, sería bien treinta, y qu´el uno de ellos traía túnica blanca hasta los pies, y que se halló tan de súpito sobre él y sobre desacuerdo, que pensó que era un fraile de la Trinidad que yo traía; después binieron a él otros dos con túnicas blancas que llegavan debajo de la rodilla, los cuales heran tan blanco como nosotros en la color. Entonçes él ubo miedo y dio bozes huyendo a la mar. Vido que los otros se descubrieron y que aquél de la túnica cumplida venía tras él llamándole, y qu´él nunca escuchó, sino fuyendo se tornó a las barcas y me hizo relaçión d´esto. Y enbié luego gente allí adonde él avía visto esto, por ver si podía aver allí fabla con esta gente, porque, según la relaçión d´este vallestero, éstos no venían por fazer mal, salvo por aver fabla con nosotros. No hallaron a nadie aquellos que yo enbié, puesto que fueron muchos por la tierra adentro, de que me pesó harto, porque yo quisiera aver fabla con ellos, que yo ya avía pasado tantas tierras que no avía visto gente ni poblado. Comprehendí qu´éste d´esta túnica hera señor o “caçique” d´ellos, el cual vibiría mucho la tierrra adentro, porque todas estas tierras, como yo dixe, son anegadas y llenas de árboles junto con la mar, e allí adentro son muy fermosas tierras, aunque allí adonde yo estava hera playa y tierra enxuta y lindos palmares e aguas muy buenas, e nos abrían visto venir de la mar en fuera, y se abría açercado a la ribera de la mar por saber de nosotros. El día siguiente, con el deseo que yo tenía de saber nuevas qué tierra era ésta, enbié veinte y çinco hombres bien armados que aduviesen ocho o diez leguas la tierra adentro fasta fallar gente, que creo que a menos de çinco abría poblaçiones, según las ahumadas que yo vía. Y andando un cuarto de legua hallaron una vega que andava de poniente al levante al luengo de la costa, y por no saber el camino quisieron atravesar la vega, y la yerva era tanta y tan alta entretexida, que nunca pudieron andar adelante y se bolvieron acá cansados, como si anduvieran veinte leguas, y me renunçiaron que era inposible andar la tierra adentro por allí, porque no pudieron fallar camino ni bereda. El otro día torné a enbiar a otros al luengo de la playa para ver si topava con alguna bereda que anduviese la tierra adentro; fallaron rastros de vestias grandísimas de çinco uñas, cosa espantable, que juzgavan que fuesen de grifos o de otras vestias, e juzgavan que fuesen leones. Tanbién éstos se volvieron atrás. Aquí falle muchas parras muy grandes y muy fermosas, cargadas de agraz, que cubrían todos aquellos árboles, que era cosa de maravilla. Tomé d´ellas y de la tierra del fondo d´esta mar blanca para enviar a V. Al., y ansí le enbío en una espuerta de agraz e trozos de parras en un barril de la tierra del fondo de la mar blanca. También allí avía muchas frutas aromáticas, como en los otros lugares deonde yo fue, de las cuales no e procurado poco para secar  e enviar a V. Al., mas nunca se a podido fazer, porque no a avilidad en los navíos. También fallaron estos hombres que yo avía enviado grúas mayores dos vezes que aquéllas de Castilla.

         Visto que yo avía dexado la punta del Serafín, donde la tierra boxava al poniente, y avía atravesado a las montañas al setentrión, no quise que me quedase dubda en estas tierras de la punta del Serafín si andaría mucho al levante y faría isla toda la tierra que yo avía pasado. Navegué de aí donde yo estava al oriente por la mesma costa fasta que yo vi que la una costa y la otra se ajuntavan y hazían allí seno. Bolví la mesma costa atrás otra vez al poniente, u aunque yo traía los navíos y la gente muy cansada, propuse de navegar al poniente fasta unas montañas que yo avía visto lejos de mí, de adonde tomé agua, el treinta y çinco leguas. Y andando las nueves fallé en una playa dos casas, y tomé el caçique d´ellas, el cual, como ignorante e persona que no avía salido de allí, me dixo que, allende de aquellas montañas, que paresçía que era la mar muy fonda y boxía al setentrión muy gran número de jornadas. Levanté las áncoras y seguí mi camino muy alegre, pensando que sería ansí como me avía dicho, y andando otras (***) leguas me fallé anbaraçado entre mucha islas e muy poco fondo, de manera que yo no hallava canal que me consintiese andar adelante. Mas a Nuestro Señor le plugo a remediar mi deseo y, al cavo de un día y medio, por un canal muy angosto y bajo por fuerza de anclas y cabestrantes andube pasando los navíos por la tierra en seco casi media braza fasta aver andado dos leguas , adonde yo fallé dos brazas y media de agua, en que navegavan los navíos; y andando más adelante fallé tres brazas. Y allí vinieron muchas canoas, y la gente d´ellas me deçía que, allende de aquellas montañas, reinava un rey que me pareçía qu´ellos dezían por maravilla el modo y forma de su regimiento y de la gente; dezían de su estado y que tenía infinitas provinçias y que se llamava “Sancto”, y traía túnica blanca que le arrastrava por el suelo. Holgué mucho, pensando que yo podría llegar a él, mas según yo comprehendo, estava mucho la tierra adentro. Y ansí llevé el camino siguiendo la costa de la mar, siempre no más de tres brazas de fondo. Y después de navegado cuatro días y pasado las montañas, que me quedavan muy mucho al oriente, y siempre fallando la costa de la mar anegada y arboleda espesa, como dixe, y que hera inposible entrar por ellas, y que yo estava metido en un seno, porque otra bez la tierra, del austro, bojía al oriente, vi unas montañas muy altas allí adonde esta tierra hazía cavo, lejos de mí veinte leguas, pues que la mar no bogía al setentrión ni hera de muy grandísimo fondo, como el caçique avía dicho. Al cual torné a repreguntar por qué me mentía, y él dixo que los avía oído dezir que las costa de la tierra que yo seguía que no iría yo al cavo en çincuenta lunas. Navegué por dentro de muchas islas, y al cavo de dos días con sus noches llegué a las montañas que yo avía visto, y hallé que era un Cheroneço atán grande como aquél de la Aurea o como la isla de Córçega. Çerquéle todo y nunca pude halla entrada para ir en tierra adentro, porque era así la costa llena de lodo y de los árboles espesos como de las otras que arriba dixe, y las ahumadas heran en la tierra adentro muy grandes y muchas. Estube allí por esta costa siete días buscando agua dulze, de que yo tenía neçesidad, de la cual fallé en la tierra de la parte del oriente en unos palmares muy lindos. E allí fallé nácares grandísimos; perlas debe aver allí, si se continuase la pesquería. Después que yo ove tomado el agua y leña, navegué al austro siguiendo la costa de la tierra firme fasta que me llevava al sudueste y paresçía que avía de llevar este camino gran número de jornadas; y al austro vía toda la mar cuajada de islas.

         Ya aquí estavan los navíos muy desconçertados por las muchas bezes que avían dado sobre los bajos y quedado en seco, y tanbién tenía todas las cuerdas y los aparejos muy gastados y la mayor parte de los mantenimientos perdidos, en espeçial el vizcocho, por la mucho agua que fazían los navíos, porque eran muy desmanchados, y toda la gente estava muy cansada y temerosa, aunque d´esto mucha esperança tenía yo en Dios que nos traería a salvamiento. Y visto que yo avía pasado desd´el cavo de Alfa e O justo mill y duzientas y ochenta y ocho millas, que son treçientas y veinte y dos leguas, y avía anotado infinitas islas, acordé de tomar la buelta y no por el camino que yo avía traído, y tornar a Jamayca, a que nombre de Santiago le avía puesto, ya dispuesto de acavar de rodear toda la parte del austro, porque yo avía andado a rodear toda esta isla Ysavela toda la parte del austro, que yo no avía visto, y qu´estando al cavo de la isla del poniente, si pudiese, adovar allí los navíos y correr al oriente todas las islas de los caníbales y descubrir otras. Y allí di la buelta al austro, pensando poder pasar por de dentro de unas islas que allí estavan, en las cuales nunca hallé canal, y me fue por fuerça de bolver atrás por un brazo de mar, por donde yo navegué hasta la punta del Serafín a las islas donde primero avía çorgido en la mar blanca.

         Después que ove pasado las casas del caçique que arriba dixe en una jornada, una mañana antes qu´el sol saliese bi benir de la mar en fuera el camino  de la tierra más de un çiento de cuervos marinos todos juntos; y porque yo otro tanto nunca vi en cuanto aya andado por la mar, lo cuento por maravilla. Y el día siguiente vinieron a los navíos tantas mariposas, que escureçían el aire del çielo, y duraron ansí fasta la noche, que lo estruyó una gran agua y estorbonada que vino. Tanbién cuando yo dexé la tierra donde deçían qu´estava el rey “Santo”, para ir al Cheroneço, a que de Sant Juan Evangelista puse nombre, vien que yo en todas aquellas mares uviese visto infinitísimas turtugas, en estas veinte leguas la mar era muy cuajada d´ellas, grandísimas, atantas que paresçía que los navíos se encallarían en ellas. Tiénenlas los indios en gran preçio y por muy sanas y sabrosas, y nosotros no las tuvimos en menos.

         Después que yo partí del Evangelista, navegué por un brazo de mar Blanca, como es todo lo otro de allí, e muy profundo. En cavo de muchos días llegué a las islas adonde yo avía çorgido en la primera vez en la mar Blanca, que fue más milagro de Nuestro Señor que saber ni ingenio de hombre. Y dende vine fasta la porbinçia de Hornofay con no menos peligro que yo avía pasado, y allí sorgí en un río y forneçí los navíos de agua y leña para navegar al austro y no bolver por donde avía venido y dexar el Jardín de la Reina a mano izquierda, si otras islas no me lo inpidiesen. Y ansí fue, aunque no pude pasar sin comunicar a muchas islas, que hasta entonzes no avía visto. Aquí en esta probinçia es la tierra montañosa, como yo dixe arriba, fertilísima, de gante mansa en grande manera y muy abundosos de fruta e de sus viandas, de que de todo me dieron muy grande parte; e eran suavísimas y aromáticas. Allí nos truxeron tanbién infinitísimas aves y papagayos, y los más eran palomas muy grandes, tan asbrosas como las perdizes de Castilla; fazíalas yo abrir por ver qué tenían en el pao, así como a los pezes que llí en el navío se matavan, y fallava a estas palomas el papo lleno de flores que olína más que si fueran de naranjo. Allí mandé dezir missa y plantar una alta cruz de un gran madero, ansí como yo acostumbrava hazer en todo otro cavo idógeno adonde yo e estado y ando.

         Domingo cuando se dixo la missa y yo desçendí en tierra, adonde primero avía mandado hordenar una iglesia al caçique de aquí, que paresçía hombre muy honrado y señor de mucha gente, cuando yo desçendí de la barca, me vino a tomar por la mano, e un hombre muy biejo, de más de ochenta años, que benía con él al lado, me tomó por la otra mano; traía este viejo un ramal de cuentas de piedra mármol al pescueço, las cuales acá en todo cavo tienen en gran preçio, y un çestillo de mançanas en la mano, el cual luego me dio en presente como desçendí de la barca. El, con todos los otros, ansí desnudos andan como nasçieron, ansí como en todo otro cavo que yo aya hallado. Y después este caçique con este viejo y toda su gente tras nosotros me llevaron así por las manos hasta la iglesia, adonde me dieron lugar que acavase mi oraçión. Y después el viejo propuso su raçonamiento con muy buen paresçer y muy buena osadía. El intento fue cómo él avía savido cómo yo avía corrido todas las islas y tierra firme, la cual hera aquélla en que nosotros estávamos, y que yo no tomase banagloria, puesto que toda la gente oviese miedo, porque yo hera mortal como todos los otros; y de aquí començó con palabras y señas afigurando en su persona cómo nos naçimos y teníamos ánima y mostrando el amor que tenía con el cuerpo, y que del mal de cada miembro ella era la que se dolía, y al tiempo de la muerte al despedimiento d´él sentía gran pena, y qu´esta ánima iba al Rey del çielo o en el avismo de la tierra, según el bien o el mal que avía obrado en el mundo. Y porqu´él conosçió que yo gustava y avía plazer de oílle, (***). Respondíle yo con interçesión d´este indio que yo tengo conmigo, qu´es de aquellos que fueron a Castilla, como yo dixe arriba, el cual entiende muy bien nuestra lengua y la pronunçia y es muy buena persona, que yo no avía fecho mal a nadie salvo a los malos, mas antes fazía bien y honra a todos los buenos, y qu´esto hera lo que V. Al avían mandado. Y él respondió con maravilla a este indio: “¿Cómo? ¿Este almirante a otro señor obedeze?” Y él respondió: “A el rey y a la reina de Castilla, que son lo mayores señores del mundo”. Y por aquí les començó a contar todas las cosas de Castilla, de las çiudades, de las iglesias, de las casas grandes y de la nobleza de la gente, de las fiestas y justas qu´él  avía visto, del correr de los toros, de las cosas de las guerras qu´él avía savido. Todo lo recontó muy bien, en forma que holgó muy mucho el viejo y se determinó de venir a ver a V. Al., mas por la mujer e hijos que lloravan, por piedad dexó la empresa, y no le quise tomar por fuerça como a otro mançevo, el cual tomé mucho sin escándalo de la tierra; el cual con el caçique que tomé en Sava anbío a V. Al., que aunque esta gente sean desnudos y parezca al huir que devan ser salvajes y vestias, yo les çertifico que son agudísimos y huelgan de daver cosas nuevas como nosotros. Ellos, luego que yo llego a alguna poblaçión, vienen a los navíos con sus canoas para reconoçernos como avisados, y la primera fabla es fazernos saber cúyos son y el nombre de su caçique, teniéndolo en gran cuenta e recontando su  grandeza y su estado, y después preguntan por el nombre del caçique de los navíos; y savido, replícanlo el uno con el otro muy muchas vezes, porque no se les olvide, y después preguntan cómo llaman a los navíos y si venimos del çielo; y aunque se les diga que de Castilla, todavía queda asentado en sí qu´este reino es en el çielo, porque no tienen notiçias salvo de gante desnuda salvando a los de Magón, a los cuales ponen por tacha qu´el bestir es porque tienen cola, como dixe arriba. Ya yo dixe cómo estos caçiques no tienen bienes propios y que ansí me lo avían dicho, porque la tierra es tan grande y tan fértil, que sobrara aunque ubiese çien vezes otros tantos. Bien podrá ser que, fuera de la ribera de la mar, que la tierra adentro que abrá otro regimiento, como avemos leído y se deve creer la mayor parte, mas yo no me e querido detener en ningún cavo a enviar a otra tierra salvo correr la costa de la mar cuanto yo puedo, porque, después de savida la mar y la costa d´ella, buscaremos y entraremos en la tierra y partiremos de nuestra casa con tal propósito y adereço, porque abremos visto de la mar el lugar donde nos parezerá de gastar el tiempo. Verdad es que si yo fuera de la parte del setentrión, como yo fue del austro, fazia el Catayo, que trovara provinçias fermosas. Yo gastaré algún tiempo en enbiar gente la tierra adentro, e si en la costa no fallara lo que se escribe en las istorias d´esta probinçia de hedefiçios reales y de fertilidad de la tierra, que yo agora e comprehendido harto, y sobre todo por qué dizen que los anteçesores d´este enperador enbiaron a Roma que les enbiasen doctores que les enseñasen nuestra sancta fee, porque se quería tornar christianos con su gente, y darle la enbaxada de V. Al.

         Partí de la probinçia de Hornofay del río de las Misas y navegué al austro por dexar el Jardín de la Reina a mano izquierda, por el peligro de la navegaçión que yo en él avía pasado, y andando días (***)  no sin pasar islas, de las cuales con las otras que yo vi a la ida, que fueron inumerables (***), bine a tener a la porbinçia de Macaca por causa de los vientos que me resurtieron. Y allí en toda la probinçia  me reçibieron muy bien y me dieron refresco de las cosas que tenían. Después partí con próspero viento y bolví a la isla de Santiago, a que los indios Jamayca dizen, a çurgir en el mesmo lugar de donde yo avía partido cuando yo dexé la isla y vine a la tierra firme, y allí entré en un golfo muy grande, a que yo llamé Buen Tiempo, y de allí navegué al poniente hasta que yo llegué al cavo de la isla, y dende al austro fasta que la tierra boxía al oriente. Y ansí al cavo de (***) días bine al monte Christalino, y de allí a la punta del Farol y a la baía, qu´es más a levante honze leguas de adonde hizo fin la isla sobredicha.

         En este camino ovimos çiertos dias de viento contrario (***) e vemos qu´el común navegar de un día natural sean duzientas millas, que son çincuenta leguas, y un día grande setenta leguas. D´estas jornadas muchas (***) acavado el viaje. Y no parezca maravilla que navegando se pueda albitrar el camino muy çierto, mas ante se prueva por muy verdadero, porque muchas vezes se vuelbe a la isla o tierra de donde la persona partió y no con el mesmo viento ni tiempo, salvo muchas vezes muy contrario y adverso, y aquí consiste el saver del maestre y el remediarse al tiempo de la tormenta, ni tenemos por buen maestre ni piloto aquél que, aunque aya de pasar de una tierra a otra muy lexos sin ver señal de otra tierra alguna, que yerre diez leguas, aunqu´el tránsito sea de mill, salvo si la fuerça de la tormenta no le dexe usar el ingenio. No me alavo ni digo que se me tome por çierto el camino pasado el otro viaje primero que V. Al. Me embiaron a las Yndias, que en la mesma moche que prometí grande dádivas, (***), porque fue milago de Nuestro Señor porque quiso dar todo esto a V. Al., que yo corrí aquella noche con demasiado viento fasta tres leguas y media cada hora, y a las honze de la noche ya pasadas yo fui el primero que vi la lumbre en la tierra de la isla de Sant Salvador, que fue la primera que acá fallásemos, y gané la merçed que V. Al. avía prometido por esto al primero que viese la tierra; y fuera yo agora este viaje que vine con la armada grande la segunda vez la primera persona que vido la isla Dominica en el término de los caníbales, si el camarero no fuesra causa de engaño, el cual, rogado de mi piloto que yo tenía, le amostrava mi carta de marear y cuántas leguas cada día yo apuntava, y dixo que me avía oído dezir a fray Buill que avíamos (***). Ansí qu´el domingo al alva, yo durmiendo por el trabajo de la noche que avía pasado, porque yo continuamente suelo de velar la mayor parte d´ella, miró este piloto como quien andava sobr´el aviso, y la vido y cuando yo despertava para mirar en ello. Hízele piloto mayor en nombre de V. Al., porque sea exemplo a todos los que navegan, y tengan gana de servir bien y ver y mirar y velar, que aquí va el fecho de la marenería, y tanbién le di diez mill maravedíes que yo avía prometido al primero que viese tierra. Después agora, por discordia que ubieron, supe cómo ansí engañosamente me tomó el aviso.

         Torno a mi propósito de la isla de Santiago, a que los indios de Jamaica dizen, y digo que tienen el çerco de dentro grandes millas, que son çien leguas, y qu´es de muy linda fechura así de la mitad de una çidra que se abra del pie de la flor, y es más larga de oriente a oçidente que ancha de setentrión en austro, ansí como todas las islas que acá en la Yndias e hallado. Es mayor que Seçilia y mucho más tierra, porque es altísima y toda muy probechosa y muy mejor en fertilidad. De la temperançia del çielo e de la tierra todas las frutas que nazen en ella que son sin número, de manera que todas me paresçen aromáticas y más sabrosas que acá aya fallado; dexo la noble Ysavela, que a todas las islas del mundo en todo lleva ventaja y no poca. Populatísima es la isla de Santiago ultra modo, abundosos bien de sus viandas. Yo la andube toda a la redonda y no vi sola una legua de tierra estérile, salvo muy fermosa, ansí en agosto como en mayo, que fue la primera bez que fue a ella; en el un tiempo y en el otro siempre me paresçió de una manera en todo cavo poblada de poblaçiones grandísimas, que paresçía cada una como un real muy grande, y todas situadas en alto y no a la ribera de la mar, como en todo otro cavo. Es tierra altísima, que pareze que llega al çielo, como yo dixe ençima. No es montañosa, salvo de la más linda fechura del mundo. Comiença juncto con la mar por bajo; ba cresçiendo en espérico, y se sube al como que paresze que va por llano; verdad es que la parte del austro es la tierra más alta y doblada. Allí ay una montaña altísima, a que yo llamé Christalino, muy más alta que la isla de Tenerife en las Canarias con gran parte, mas ésta es verde fasta en çima; creo que llega afuera d´este aire turbulento: no paresze el colmo d´él salvo a tiempos çiertos, cuando los vientos nos vienen de aquella  parte, que destruye todas la nuves y niebla. Navegando yo a esta parte del austro fui a çurgir una parte en una baía, adonde allí y a la comarca avía muchas poblaçiones. El caçique de una muy grande poblaçion, que allí muy çerca en un alto estava, vino a los navíos y truxo muy buen refresco. Yo le di las cosas que me paresçio que le agradavan.

Quiso él saber de dónde yo benía y cómo me llamava; yo le respondó como hera enviado de V. Al. a honrar mucho a los buenos y destruir a los malos. Holgó mucho y se apartó con el indio que yo traigo, el cual le contó muy largo las grandezas y grande estado de V. Al. y muy mucho por menudo, que, como dixe, ellos son todos gente que muy bien lo interrogan y se huelgan muy mucho de oír cosas nuevas. Ansí qu´estuvo él allí fasta la noche, y el otro día, que yo ya andava a la vela con poco viento, me alcançó él con tres canoas, y benía tan conçertado que no es de dexar de contar la forma del estado que traía.

Una de las canoas hera muy grande, atanto como una gran fusta, y muy pintada; allí vanía su persona y la muger y dos hijas: la una hera de hedad de diez y ocho años, femosísisma; desnuda del todo como acostumbran, y onestísima; la otra hera más moça, y dos hijos muchachos, çinco hermanos y diez y ocho criados. Los otros todos devían de ser vasallos. Venía él con muy buena horden; traía en su canoa un hoombre como alférez; éste sólo benía en pie en la proa de la canoa con un sayo de plumas coloradas de la mesma fechura de cota de armas, y en la babeza un gran plumaje que paresçía muy bien, y traía en la mano vandera muy larga y angosta de algodón texida, y hera blanca sin señal alguna. Dos otres hermanos venían con la caras pintadas de colores de una misma guisa, y cada uno traía un gran plumaje de fechura de çelada, y en la frente una tableta tan grande como un plato, pintada así la una como la otra de una mesma obra y color, que no avía diferençia, ansí como en los plumajes y otra lebrea; traíen éstos en las manos dos juguetes con que tañían. Y avía otros dos ansí pintados en otra forma; éstos traían dos trompetas muy labradas a pájaros e otras sotilezas; no eran de metal, salvo de évano negro muy fino; cada uno traía un sombrero muy lindo de plumas verdes y muy espesas y sotil obra y no blancas, como otros seis que venían todos juntos en guarda de las cosas de su cámara. Y él traía al pescuezo una joya de alambre de una isla qu´es aquí en esta comarca, que se llama “guaní”, qu´es muy fino, atanto que pareçe oro de ocho quilates; hera de fechura de una flor de lis y grande como un plato; traíala al pescueço con un sartal de cuentas grandes de piedra mármol, que tanbién tienen en gran preçio, y en la cabeza traía una guirnalda de piedras menudas y coloradas puestas en horden, y entremetidas algunas blancas mayores no sin razón adonde bien paresçía; una joya grande colgava sobre la frente, y a las orejas le colgavan dos grandes tabletas de oro con unas sarticas de cuentas de mármol menudas; y otras sarticas allí traía de cuentas menudas, mas verdes; y traía un çinto que, aunqu´él anduviese desnudo (***) de la mesma obra de la guirnalda y todo el otro del cuerpo descubierto, e ansí la muger salvo un solo miembro, que de una cosilla no mayor que una flor de naranjo, que de algodón para ello fazen (***); traían a los brazos, junto con el sobaco, un bulto de algodón hilado enbuelto, que benía en semejanza de los palaçes de los jubones antiguos de los françeses; no hera este bulto atán grande como el otro que traía debajo de la rodilla en cada pierna. La hija más fermosa toda andava descubierta: un solo cordón de piedras muy negras y menudas solamente traía çeñido, del cual colgava una cosa de fechura de una oja de yedra, de piedras verdes y coloradas y pegadas sobre algodón tejido. La canoa grande venía en medio de las otras, mas como un poco de abentajada delante. Y luego que llegó este caçique al bordo del navío, començó de dar a los marineros y gente a cada uno cosas de su manera. Hera muy de mañana, e yo estava reçando apartado algunas deboçiones que yo hallo que me aprovechan, e no vi tan presto las dádivas ni la determinaçión de la benida d´este hombre; el cual luego entró en la caravela con toda su gente; y cuando yo salía, él ya tenía anbiados los vasallos de bolviesen las canoas a tierra, y ya estavan muy lejos. Y luego qu´él me vido, vino a mí con cara muy alegre, diziendo: “amigo, yo tengo determinado de dexar la patria y irme contigo a Castilla y ver el rey y la reina y al prínçipe su hijo, los mayores señores del mundo, los cuales tienen tanto poder que ayan sojuzgado acá tantas tierras, y que tú le ovedezes y vas por su mandado todo este mundo, como yo e savido d´estos indios que contigo traes; y que en todo cavo están las gentes de ti tan temerosos, y a los caníbales, qu´es gente inumerable y ferozísima, le as destruido las canoas y casas y tomado las mugeres y fijos y muerto d´ellos los que no fuyeron. Yo sé en cuánto en toda esta isla de Jamayca, qu´es mundo donde ay gente sin cuento, como la vista te amuestra, toda temblava cuando te vieron con estos navíos, que no quedó mugeres ni niños ni hazienda en las casas que todo no trasmudasen en las sierras y cuevas. Descansaron cuando te vieron partido, aunque no sanará el dolor tan presto a la gente de Caboni por la muerte de sus parientes y maridos, que torpemente te salieron al opósito sin considerar tu osadía, que viniste del otro mundo a estas partes, que no podía ser salvo con demasiado esfuerço. Refresco después a esta gente el cuidado después que otra vez a esta tierra bolviste, bien que ya toda la gente está contenta, porque tus obras les an criado amor y todos te an dado las voluntades, e yo más que ningún otro. Y por esto me muevo a venir a tu compañía y a la obediençia del rey e de la reina del mundo a Castilla”.

Todo esto dezía así con tan buen conçierto, que yo estava maravillado. Cuando acavó de hablar, el viento, que avía llevado lexos de tierra (***). Aposentélo con toda su casa, y se açertó qu´el viento en aquel tiempo se mudó en tiempo contrario para seguir mi viaje, con el cual porfié gran parte del día y siempre tomé la buelta de la mar, fasta que las hondas cresçieron muy grandes. Travajavan los navíos y la gente e tomé en la buelta de la tierra, porque la razón de la navegaçión ansí lo demandava. Y en este tiempo cobraron estas mugeres tando miedo, que llorando pidieron al marido y padre que se bolviese a su casa fasta que yo bolviese allí a la tierra, e que de aquella bez quedavan en conoçimiento de la mar  y de lo que para ello hera neçesario y lo ternían aparejado para cuando viniese, e que mirase qué gran pena les fazía dezir esto, pues qu´él bien savía que ellas heran las más ganosas de venir a Castilla. Sintió el marido de la muger e hija e más aún de un mochacho de seis o siete años, su postrero fijo, el cual nunca dexava los brazos, y por esto acordó de bolver a su casa, creyendo que de muy breve yo sería allí de buelta. Dióme muchas de aquellas sus cosas que allí traía en señal de cavallería, e yo no le dexé ir descontento: mandéle amostrar cuanto yo traía, y después d´él tomado todo lo que le bien pareçió y quiso, yo le di un presente de todas las cosas que me paresçería que le avían agradado; y a la muger y a las fijas hize otro tanto, e a sus hermanos e a todos los otros suyos di cosas nuevas. Quisiera yo que la fija mayor se bistiera, y la madre dixo que no, porque no lo acostunbravan; ésta, después que entró en el navío, se asentó a las espaldas de su padre y madre, qu´estavan juntos, en un rincón y se encojó toda ençengida con los brazos y cubierto el pecho, y la cara siempre metida sobre las piernas, que no la amostrava sino por maravilla; en todo el día dixo palabra, salvo que siempre estuvo ansí honesta y continente. Mandéles llevar a tierra, como ellos lo demandaron. Llevó el caçique y todos por el consiguiente gran pena por la ida, e yo no quedé sin ella, porque quisiera muchoqu´él biniera a V. Al., porqu´éste hera propio para les fazer saber todos los secretos y cosas de la isla porqu´él hera hombre de buena hedad y buen seso. Cuando él se iba, él llevaba la muger del brazo, y el otro más viejo, su hermano, del otro, y los otro cuatro hermanos, los dos más viejos de la misma guisa llevavan  a la fija, y los dos ant´ella, que çertifico a V. Al. que en forma parezía bien e estado.

Después que los vientos me dieron lugar, bine mi camino al oriente fasta una punta que yo llmé del Farol, qu´es el fin d´esta ista de Santiago de aquella parte del oriente; del cual yo partí en nombre de Nuestro Señor lunes, diez y ocho días de agosto, con razonable tiempo. Y navegando siempre al levante, miércoles a las tres oras después de mediodía, mirando al setentrión descubrí una tierra altísima y grandísima lexos de mí diez y seis leguas, al camino de la cual tomé la buelta. Llegado a ella hallé que hera la isla Ysavela del cavo oçidental d´ella, a que yo llamé de Sant Miguel, el cual avista de la isla de Jamaica al poniente treinta y una legua. Después determiné de navegar al oriente y descubrir toda la parte d´esta isla al austro, que hasta aquí no avía visto. Plugo a Nuestro Señor de me dar tan buen tiempo como yo avía menester, porque todos los navíos me andavan a fondo del agua por los travajos que avía pasado, y toda la gente estava muy cansada, que yo ya era açerca de çinco meses que jamás avía descansado una ora y  llevando muy mala vida por los mantenimientos que avíamos perdido. Y así al cavo de (***) días llegamos al fin de la isla con muy próspero tiempo a pedir por boca, allí en el puerto de Santa Cruz, el cual es muy bueno, remedié los navíos lo mejor que pude u esforzé la gente que fuésemos a correr todas las islas de los caníbales, pues ya estávamos tan çerca, y que en ellas hallaríamos de comer. Y llegados a la isa de San Juan Baptista todo de golpe me derribó una dolençia que me quitó todo el seso y entendimiento, como si fuera pestilençia o modorra. Los maestres y pilotos y toda la gente acordaron de venir luego a más andar para la çiudad para mi remedio, y ansí çesó la mi enpresa de descubrir las otras; de la cual enfermedad hecho culpa a los estremos travajos y peligros d´este viaje, que e sentido más de veinte y siete años pasados que e continuado a la mar. Una pena llevava yo de mí, que no ay tan esforzado que no reçiba la muerte, u después para traer los navíos y la gente toda a salvamento, de la cual pena no sentía menos que de la mía, porque me paresçe que traigo vitoria cuando torno en salvamento. Desveléme mucho de día y de noche, tanto que no podía conçevir un sueño, y en estos treinta días postreros no dormí salvo çinco oras, que en los últisimos ocho días no dormí salvo tres ampolletas de media ora cada una, en tal manera que yo quedé medio ciego, y en alguna oras del día del todo. Espero yo en Nuestro Señor qu´él me librará por su misericordia.

La temperançia del cielo aquí en todas estas islas y tierras es tal y tanta, que no la creerá nadie (***) sino la primavera y el inbierno tiene aquí, mas no grave; comiença cuando en Castilla, con aguas y mesmos tiempos; dura hasta el mes de henero, mas no ay nieves, y cuando después (***) el verano, sin demasiado calor, como cuando el inbierno de frío. Ni por el un tiempo ni po el otro los árvoles dexan la foja; continuamente las yervas y flores tienen fruto, y los paxaricos nidos y güevos y pollos. Todas las simientes de huertas están prósperas en el creçimiento, y aun otras legumes dos vegadas en el año se cogerán si se siembran, e esto yo aseguro a toda otra fruta, doméstica y brava: tanto es el buen espeto del çielo y savor de la tierra. El ganado y aves cosa es de maravilla cómo multiplican y se fazen grandes las gallinas: cada dos meses sacan pollos, y en diez o doce días son comederos. Los puercos, de treze hembras que truxe, ya ay atantos que andan bravos por las montañas. La yerva todo el año está como alcaçel en marco.

Engaño en verdad a V. Al. dixo una gente perdida que acá vinieron y al mundo con quien hablaron. Gastaron a dados y a otros malos vizios mortales aquello que les quedó desde la muerte de sus visabuelos, y agora que no hallavan tierra que les sostenga, cometiron este viaje con juramento y engaño y con pensamiento de cargar luego de oro aquí a bordo de la mar, sin travajo ni pena, y se volver a su exerçiçio. Y esto no fue menos religiosos que seglares: tanto los çegava la mala cobdiçia; ni quisieron creer a mí, que en Castilla les pronunçiava que para toda cosa avía trabajo. Fengido pensavan que yo les dezía: atán metidos estavan en la abariçia. Pudiera ser que se salieran a su intento si se çufrieran laborando, mas su peresça y malas costumbres no les dio lugar a que virtud amostrasen. Los más d´ellos querían dar cuenta de todas las Yndias y en espeçial d´esta isla, que boja más de dos mill y cuatroçientas millas, que son seiçientas leguas; y pruévase acá que los más d´ellos nunca fueron lexos de la çiudad tiro de una lombarda.

Torno a dezir de la temperançia estrema e d´esta isla en espeçial, que, a ser de mano, no podría tener todo más cumplido: espeçería de mill maneras, que nunca se llevó a nuestras partes; algodón y todas otras cosas de simiente naçería y daría fruto que  sería maravilla. Todo lo causa la fertilidad de la tierra, que su (***) lo comen. Guerras no ay entr´ellos salvo por mugeres. Cruelísimos son cuando an vitoria de los enemigos: que mugeres, fasta los niños despiernan. Las aguas son tantas y tan sabrosas que no se ha visto las parejas; ríos infinitos, que yo ya sé cuatro mayores que Hebro ni Texo; montañas altísimas muchas, oro e alambre.

Buelvo a la temperançia y digo qu´esta çiudad dista que su línea equinoçial veinte y çinco grados, y a la parte más austrual  de la isla diez y ocho grados se le faze hazia el polo ártico fuera. Del Ocçiedente de Tolomeo al cavo de Sant Rafael, qu´es fin d´ella y será el oriente, dista por aquel paralelo (***) grados. O  mejor puedo dezir y más aseñala famosa: estando yo en el puerto de Santa Cruz, qu´es allí viente y nueve leguas más al austro, a 14 de setiembre d´este presente año de 1494 años vi eclisar la luna çincuenta y dos minutos de ora después de media noche, ni andava yo por entonçes sobr´el aviso con todos los estrumentos que para la çertificaçión de la ora y punto cumplía. No digo del otro eclise que fue en el mes de março pasado, de qu´estava yo tan ganoso: no se nos amostró por la çerrazón del çielo, que toda aquella noche volvió y fizo gran escurana, y no como agora, que fe muy claro.

D´este cavo al oçidente 700 leguas açerca está el Evangelista Cheroneso, la postrera tierra de la firme qu´este presente año al poniente dexé descubierta, e al oriente es la isla de San Juan Baptista con todas aquellas de los caníbales, en que ay (***) leguas tiene en luengo. Más de diez oras de distançia tenía yo de Cáliz, cuando, en la mar blanca navegando, salía el sol en Sevilla después de dos oras cuando yo sentía noche y la vista del sol me dexava.

Esta carta escreví en el puerto de Santa Cruz, qu´es junto con el cavo de Sant Rafael de la Ysavela de la parte del Oriente, porque creía que podía fallar navíos que bolverían a Castilla; y por vida y por no los detener me aperçeví porque V. Al. fuesen avisados, cuya vida y muy alto estado guarde y prospere la Santa Trinidad a Su sancto serviçio por siempre jamás. Fecha a 26 de hebrero de 95 años.

(***) Indica una laguna o ausencia en el texto original.

Este documento fue encontrado por los Sres. Río, libreros de Tarragona, y posteriormente cedido al Centro del Tesoro Bibliográfico y Documental de España.

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