La tumba de Teodosio Vesteiro Torres permanece intacta, pero dolorosamente olvidada en el cementerio de la Sacramental de San Justo, de Madrid. Es una sepultura de 1ª clase que aún ostenta el nº 622.
En este pasado mes de noviembre *(1986), su sepultura, desgastada y casi ilegible por las múltiples personas que la pisaron durante más de un siglo, destacaba por su desamparo y soledad entre las flores que cubrían las sepulturas del citado cementerio. No obstante, todavía se lee sobre el mármol blanco la identificación del desdichado poeta.
Aunque aquel hombre que, pese a su infortunio creyó en Dios, no tiene en su tumba el consuelo de una cruz, y eso hace pensar que evidentemente se le negó al desgraciado suicida. Tan solo encabeza la losa el cuño circular que utilizaba la Sociedad Literaria, prueba irrefutable de que sus compañeros le fueron fieles hasta última hora, seguido de su identificación, que dice así:
“Aquí yace don Teodosio Vesteiro Torres. Individuo de número de la Sociedad de Escritores y Artes Especiales. Falleció el día 12 de Junio de 1876, a la edad de 29 años. R.I.P.”
Tragedia y enigma del poeta
Tanto en el Registro Civil, como en la Sacramental de San Justo, consta el apellido Vesteiro con B, y lo más curioso es que se afirma que era natural de Vigo (Orense). Lo cual demuestra la poca geografía que conocían los funcionarios de entonces.
También ahora, se tiene la seguridad de que el poeta no fue enterrado en el cementerio general del Sur, como se afirmó en otras ocasiones, sino que allí solamente estuvo depositado el cadáver durante más de veinticuatro horas, habiéndosele efectuado la autopsia en el pabellón del citado cementerio.
Evidentemente, la familia del poeta hizo cuanto fue posible para que la causa de su muerte no se especificara en las respectivas actas, ya que sólo se hace mención de que falleció en el Salón del Prado, a las tres de la madrugada de la citada fecha.
Celso Emilio Ferreiro le describe como «un visionario, atormentado por el tedio vital, enfermo de incurable saudade…»
Pero quizás tan sólo Curros Enríquez intuyó la verdadera causa de su muerte. Era quizás su más íntimo amigo, y a él, lo mismo que a Carvajal, les dejó unas cartas desconsoladoras, despidiéndose de ambos como si estuviese afectado de una mortal enfermedad, y manifestando una fe ciega en Dios, confesión no concordante con la actitud de un hombre resuelto a acabar con su propia vida.
Su breve existencia
Había nacido en la bella y antigua Ciudad de la Oliva, un 12 de junio de 1847, y exactamente veintinueve años después, él mismo daba fin a su vida.
Siendo muy joven, a los quince años, ingresó en el Seminario de Tuy, donde destacó por su inteligencia y grandes dotes personales.
Músico y notable escritor, lo mismo que poeta, en el Seminario se le valoró justamente y, sin cumplir los veintidós años, llegó a graduarse como doctor en Teología, adjudicándose la cátedra de Humanidades. No obstante, al llegar el decisivo momento de la ordenación renunció rotundamente a la carrera eclesiástica, con gran disgusto por parte de su madre, que moriría dos años después.
Trasladado a Madrid, fijó allí su residencia y fundó la Sociedad intelectual de «Galicia Literaria», centro de reunión de todos los escritores gallegos de aquella época.
Esta sociedad estaba situada en la calle de la Estrella, nº 7, cuarto 3º, siendo la residencia de sus primos Emilia Calé y de su esposo Lorenzo Gómez Quintero. Durante más de un siglo se afirmó que ésta era también la residencia habitual de Teodosio Vesteiro, más por los documentos exhumados últimamente, se ha logrado confirmar que el joven poeta residía en la calle del Caballero de Gracia, nº 26, cuarto 2º.
La Sociedad Literaria tenía sus reuniones los días 10, 20 y 30 de cada mes, y el 10 de junio de 1876, que casualmente era sábado, Vesteiro se reunió en el piso de la calle de La Estrella con sus habituales compañeros.
Nadie advirtió nada desusado en su actitud, ni tan siquiera al despedirse. Pero transcurrió el domingo día 11, en el que el joven poeta se dedicó a destruir su importante obra literaria y musical, de la cual tan solo se salvaron los trabajos ya publicados o los que se encontraban en manos de amigos y familiares.
Finalmente a las primeras horas del día 12 se dirigió al Salón del Prado, y a las tres de la madrugada se disparó un tiro de revólver en la cabeza.
El entierro
Ciento nueve años después(*), yo he estado ante esta tumba. Sobre ella habían caído el sol y la nieve de tantos y tantos años, y, sin embargo, parecía aún gravitar la presencia de aquellos hombres también desaparecidos y que en aquella tarde de un 12 de junio se reunieran alrededor de los restos mortales del poeta desaparecido.
Parecía advertirse la presencia de Curros, que había perdido su habitual arrogancia, derrumbado por el dolor, los hermanos Muruais, Núñez Castro, Manuel de la Peña, Victorino Novo, Eduardo Verdes y… ¡Añón!, el Patriarca, como le llamaban todos, que se sentía desolado como ante la pérdida de un hijo.
Pero si los restos del poeta de Boel se perdieron irremisiblemente en la fosa común del cementerio general del Sur, de Madrid, siendo inútiles los laudables esfuerzos de la Real Academia Gallega para que reposasen definitivamente en Galicia, los de Vesteiro los tenemos todavía allí, tan lejos de la tierra en que nació, esperando como una postrera liberación que lo arranquen de la soledad del cementerio castellano.
Josefina López de Serantes
El Ideal Gallego, 3 de Enero de 1986(*)