Hallado en Pontevedra un manuscrito inédito de Valle-Inclán.
Escrito en 1922, es un prólogo a un libro gallego de Colón de Prudencio Otero, sobre el origen.
Rafael LANDÍN CARRASCO
Rebuscando pacientemente viejos papeles de familia Otero, entre tantos y tantos documentos privados, surge una haz de cuartillas amarillentas, escritas a lápiz con una letra que produce un trémolo de emoción: es la caligrafía inconfundible de Don Ramón María del Valle-Inclán.
Son diez cuartillas autógrafas y firmadas por Valle, que yacen olvidadas e inéditas en una casa de Pontevedra desde 1922. Fueron enviadas entonces a Don Prudencio Otero Sánchez, para prologar su libro “España, patria de Colón”, editado ese año por Biblioteca Nueva e impreso por Rivadeneyra en Madrid. Pero transcribamos sin dilaciones el texto:
Prólogo
Estamos ante uno de los libros que sugieren mayores dudas respecto a la patria de aquel prodigioso visionario que aseguró llamarse Cristóforo Colombo. La sagaz confrontación de fechas que se hace en el transcurso de estas páginas nos advierte toda la indudable falsedad de la genealogía que le hace hijo de Doménico Colombo.
Parece comprobado que el Almirante sabía mal la lengua toscana, y hoy mismo podemos constatar que en su correspondencia con sujetos italianos, empleó preferentemente la parla de Castilla. Si alguna vez se valió del toscano, lo hizo con notable torpeza. Esta ignorancia, y acaso otras mayores razones, que podemos presumir pero no aquilatar, pusieron desde los orígenes una atilde de duda sobre las palabras del Almirante cuando se declara nativo de Génova. A este propósito basta recordar lo que escribe Don Fernando Colón; (Ojo) Nota para Don Prudencio: Aquí deben venir las palabras donde Fernando Colón cita las diferentes ciudades de las cuales se supuso natural a su padre Don Cristóbal. Yo no tengo aquí el libro. Calzada hace esta cita. Ahí puedes verla y transcribirla.
“Que Cristóbal Colón haya ocultado
su patria verdadera, atribuyéndose la
genovesa, no es de maravillar”
Que Cristóbal Colón haya ocultado su patria verdadera atribuyéndose la genovesa, no es cosa para maravillar. ¡Acaso sus horas no habían sido las de un santo, antes aparecer en la Corte de los Reyes Católicos! Hartos hechos hay en su vida por donde colegir que era hombre engañoso, suspicaz y cruel. Pero esto, siendo mucho, no es bastante para hacerle nacer en Galicia. En tal respecto, alguna de las razones de este libro se me antojan más ingeniosas que veraces. Lo indudable es el alma gallega que lleva en su almario el Almirante. Era solapado y tenaz; amigo del dinero y cruel en el mando. Receloso y envidioso. ¡Y tan desconfiado, que dondequiera sospecha traiciones! Su iluminismo práctico parece de entre Miño y Sil. El Almirante Don Cristóbal Colón es el alcaloide del espíritu gallego. Al ser preguntado de dónde era, pudo responder como esos mozuelos emigrantes que con el hato a la espalda corren los caminos buscando fortuna: “Yo soy de Santa María de Todo el Mundo” Y en los tiempos de aquel nauta iluminado, la sede de esta gran feligresía era la República de Génova.
En este libro, por tantos motivos sugerido, se esbozan los motivos de un pleito con la Real Academia de la Historia. La docta Corporación aparece como un monstruo en sopor; monstruo sagrado que asoma el hocico por entre los velos del Templo.
Este libro, alegato en pro de la patria galega del Almirante, es un fervoroso ejemplo: Su autor Don Prudencio Otero Sánchez, se aplica a escribirlo tras una vida de labor fecunda en América y en España. Varón esforzado, siempre con la mano pronta para la dádiva y el corazón pleno de afectos. Cuando tiene bien ganado su derecho al reposo, una nueva y generosa actividad lo enciende.
Este libro es último tributo a su pueblo y a sus gentes, de un hombre que, florida la barba como un viejo patriarca, no sabe nada de los egoísmos de la vejez.
Valle-Inclán
Don Ramón, en su hermosa “parla castellana”, va desgranando ideas y sentires a lo largo del exordio; pone en tela de juicio la identificación de Cristóbal Colón con Cristóforo Colombo y su genealogía genovesa, encuentra más ingeniosa que veraz la tesis del libro; traza una semblanza del Almirante llena de sombras que se correspondería con el aguafuerte que esboza de las gentes de “entre Miño y Sil”; alude a la Real Academia de la Historia como un monstruo sagrado en sopor y termina con un florilegio de cordiales alabanzas al anciano autor del libro.
Sin entrar en el viejo pleito de la cuna de Colón, tan lejos de mis quehaceres y aficiones, al dar a la imprenta por primera vez este manuscrito de Valle-Inclán, quiero aportar algunas anotaciones para su mejor compresión por el lector profano.
“El Almirante Don Cristóbal Colón
es el alcaloide del espíritu gallego”
En primer lugar, ¿por qué “España, patria de Colón” fue publicado sin el ilustre prólogo? Pensé en un principio que Prudencio Otero, ya en una esforzada ancianidad, sentía naturales impaciencias por ver su obra en los anaqueles de las librerías. Las prometidas cuartillas de Valle-Inclán no acabarían de llegar y el autor del libro lo daría a la imprenta sin más demoras.
Un posterior hallazgo me hizo rectificar la inicial conjetura. He encontrado una nota de Otero Sánchez en la que se transcribe el prólogo de Valle y de puño y pulso de Don Prudencio aparecen tachados los renglones en que se ponía en solfa, conjuntamente, al Descubridor y a los gallegos. Imagino que el autor, inflamado de devoción y patriotismo local, renunció a la honrosísima presentación de de Don Ramón para no enturbiar la imagen del Almirante de la Mar Océana y de los paisanos de “entre Miño y Sil”.
Las bellas y polémicas palabras prologales permanecerían en la oscuridad de una casa pontevedresa más de sesenta años hasta el día de hoy. Otero Sánchez recogería en su libro solamente una carta del autor de “Las Sonatas” que dice:
“Querido Prudencio: he leído la trova “Memorare novíssima tua” y otras canciones atribuidas al Almirante e insertas en el “Libro de las Profecías”. Yo soy lego en estos achaques de erudición y no sé si está en duda la paternidad de estas canciones. Pero a lo que yo alcanzo, ni por léxico ni por la construcción parecen de extranjero. No deja de ser extraño que el Almirante haya olvidado de modo tan cabal el italiano y que, sin embargo, aparezcan en algunos de sus escritos modismos luso-galaicos.
Te estrecha la mano tu pariente Valle-Inclán”.
La tesis de Otero era continuación de la de Don Celso García de la Riega, quien en “Colón Español”, y “La Gallega, nave capitana de Colón”, había expuesto sus investigaciones sobre los Colón y Fonterosa de la Ría de Pontevedra. Alguno de los documentos en que se apoyaba Gª de la Riega …….. de manipulado. En 1917(?) por iniciativa de Otero Sánchez se forma una Comisión Pro-Patria de Colón y se solicita de la Diputación de Pontevedra que invite a la Real Academia de la Historia para que desplace a la ciudad gallega un grupo de estudiosos que, sobre el terreno, valoren las pruebas documentales y su autenticidad.
“Este hallazgo supone un punto de partida para los
estudiosos que defienden que Cristóbal Colón era gallego.
Preocupación en la época de Valle-Inclán”.
La idea suscita fervores locales y un eco ilusionado en Hispanoamérica.
“ABC” abre sus páginas generosamente y Don Torcuato Luca de Tena, Galinsoga y Mariné mantienen una estimulante correspondencia con Otero. El Marqués de Riestra transfiere mil pesetas a la Academia para gastos del viaje de la comisión a Galicia (incluido el coche-cama para seis personas), y la Docta Corporación acepta la encomienda. Pero la huelga ferroviaria de 1917 deja en tierra a los conspicuos académicos y el desplazamiento a Pontevedra se va retrasando. La Academia propone que se le remitan a Madrid los documentos para su examen, pero de Galicia le objetan que no se pueden trasladar archivos sin disposición legal que lo autorice, ni parece fácil enviar a la capital la Iglesia de Santa María la Mayor, en cuya piedra está labrado el nombre de los Colón pontevedreses.
En estas vueltas y revueltas, la Real Academia de la Historia acuerda en sesión de 28 de junio de 1918 devolver las famosas mil pesetas del frustrado viaje y dar por terminada su intervención en el asunto. Otero Sánchez mostraría su asombro porque el Boletín de la Academia correspondiente al mes de marzo, publicaba un artículo de Don Ángel Altolaguirre, presidente de la comisión que había de desplazarse a Pontevedra, en el que se pronunciaba por la patria genovesa de Colón.
Ríos de tinta se han escrito desde entonces sobre la materia que no es el objeto primordial de estas líneas. Citemos solamente para poner al día la curiosidad del lector, que en la actualidad con la aplicación de modernas técnicas fotográficas, análisis de tinta y empleo de luz negra, la profesora Rodríguez Solano parece haber demostrado que los documentos más importantes de García de la Riega están libres de manipulación alguna, si bien es cierto que “algunos aparecen recalcados” sin falsear su sentido. Es decir, que con las técnicas de hoy, pueden disiparse las aprensiones de los científicos serios a ocuparse de la tesis gallega, que antaño fue defendida con más ardor profético que rigor historiográfico.
“El Almirante sabía mal la lengua toscana.
y hoy mismo podemos constatar que en su
correspondencia empleó preferentemente
la parla de Castilla”.
Un editorial de “ABC” de 3 de julio de 1926 en el que adivinó la pluma de Luis Galinsoga, exalta la figura de Prudencio Otero, cuya foto preside la página con su imponente barba de rabino. El articulista anuncia que el animoso y venerable anciano va a emprender viaje a América “en el primer dirigible que haga la travesía entre España y el Nuevo Continente” para propagar la tesis de Colón Español. (Sería la duodécima vez que cruzaba el atlántico y, en alguna ocasión, en barco de vela).
El “New York Times” informó ampliamente de los estudios de estos graves varones que, con más pasión que sosiego, dedicaron en una recoleta ciudad de Galicia a los borrosos orígenes de Colón.
Hace medio siglo, a los noventa años, fallecía en Pontevedra Don Prudencio Otero. Al alborear 1936 era enterrado en la Boisaca compostelana Don Ramón María del Valle-Inclán.
Exhumamos hoy esta primicia literaria cuya belleza perdura viva y luminosa cuando han pasado ya cincuenta años desde que autor y prologuista cruzaron esa ribera de la muerte en la que los enigmas históricos quedan atrás como si fueran polvo, cenizas, nada.
Rafael Landín Carrasco.
(Del archivo de Josefina López de Serantes)