Publicado en La Vanguardia el 12 de octubre de 1956 por Augusto Martínez Olmedilla
AUNQUE siempre se ha llamado a Cristóbal Colón “el gran genovés”, parece indudable que no fue Génova su cuna. Ni siquiera Italia, pese a existir otras varias ciudades —Saona, Cuccaro, Nervi, Palestrella, entre ellas—, que se disputan la gloria de tal privilegio, habiendo levantado sendos monumentos en honor de hijo tan preclaro. Fernando Colón, primogénito del almirante, dijo en alguna ocasión que la patria de su padre «es un caso oculto». Antonio Gallo y el obispo Giustiniani, ambos genoveses, contemporáneos de Colón, a quien conocían y trataban personalmente, afirman que Bartolomé Colón, hermano del descubridor, era «nacido en Lusitania», bajo cuya denominación se comprendía entonces a Portugal y Galicia. La familia Colón sería, según eso, galaica o portuguesa. De cualquier modo, española.
El apellido Colón o Colom —este último de marcado sabor catalán— es de origen hispano. Cristóbal no escribió nunca en italiano, sino en castellano o en latín. El sabio Toscanelli, orientador y amigo del almirante, consideraba a éste portugués. En el memorial dirigido a los Reyes Católicos manifestando el objeto de su magna empresa, dice que en los territorios de Catay gobierna un príncipe a quien llaman El Gran Kan, que «en nuestro romance» significa Rey de Reyes. «En nuestro romance», esto es «en nuestro idioma»; con lo cual se atribuye el romance o castellano como propio.
¿Por qué, entonces, transigió con ser llamado genovés, no siéndolo? Sin duda, por el prestigio de que gozaban los marinos genoveses; y, al disponerse a realizar empresa de navegación, nada más lógico que apropiarse esta patria, sin ser suya. No se olvide que esto lo hizo pocas veces, y siempre de pasada, sin insistir en ello.
Se dirá que estas consideraciones son meras conjeturas. Pasando al terreno de las realidades, el culto cronista pontevedrés don Celso García de la Riega, hizo concienzudos estudios en los archivos de la bellísima región galaica, logrando resultados asombrosos en su búsqueda. Los apellidos del descubridor eran Colón y Fonterosa. El matrimonio Colón-Fonterosa, padres del almirante, j aparece existente en Pontevedra. De allí pasan a Italia, con los dos hijos mayores, Cristóbal y Bartolomé, estableciéndose en Génova o en Saona, donde permanecen varios años. De allí parte Cristóbal a Portugal para ofrecer su idea al monarca lusitano; y, al ser rechazado por éste, pasa a España, donde esconde su verdadera nacionalidad, por varias razones: «Nadie es profeta en ‘ su patria», dice un refrán, que le mueve, sin duda, a la ocultación. Por otra parte su madre era de origen judío, y esto, aunque fuese conversa, constituía | un peligro al ser divulgado, habida cuenta de la persecución contra la raza israelita. No podía negar el almirante la sangre judía existente en sus venas:
Su incorregible avaricia, el tenaz regateo con los Reyes Católicos ai redactar las Capitulaciones de Santa Fe, pruebas son evidentes de su abolengo sefardí.
Su naturaleza galaica, la acreditan sobradamente la viveza imaginativa, la facilidad para percibir, comprender y sintetizar que se advierte en sus escritos —siempre en castellano— así como la penetración y sagacidad de que dio tantas pruebas en su vida, características del temperamento galaico.
Su amor a «la terrina» fue reiteradamente demostrado. La expedición que parte de Palos de Moguer estaba formada por tres naos: una de carga, la «Gallega», y dos más cómodas para navegar: la «Pinta» y la «Niña». EL, prefiere la primera, por su nombre, que cambia por el de «Santa María», para ponerla, y a toda la empresa, bajo tan excelsa advocación. A una ¿e las islas descubiertas por él, también la llama «la Gallega», sin ocurrírsele otra denominación que denotara su extraño origen. La patria chica estaba en él presente a todas horas.
Fuera prolijo e inadecuado reseñar ahora los mil documentos y detalles acumulados por García de la Riega para confirmar su tesis de «Colón, gallego». Esta circunstancia hace más nuestra la epopeya americana, que tuvo origen tan español.
Ahora bien: ¿por qué se llama América al Nuevo Mundo, olvidando, con manifiesta ingratitud, al que fue su descubridor? Un mercador florentino, Amé- rico Vespucio, que hizo su primer viaje ultramarino como subordinado del español Alonso de Ojeda, en 1499 —siete años después que Colón— publicó al regresar a Europa, y por encargo de los Médicis, un relato de sus aventuras, adornado con exceso cíe imaginación, aunque no desprovisto de mérito. Esta obra, traducida y divulgada en varias ediciones, que aparecieron en Alemania, Italia y Francia, dio a Vespucio gran fama en toda Europa. ¿Contribuyó a esto el deseo de empequeñecer ia obra de Colón por ser patrocinada por España? Indudablemente. Ello es que todos hablaban, de Américo Vespucio y pocos se acordaban*de Cristóbal Colón Cierto escritor alemán propuso por vez primera dar al Nuevo Mundo el nombre de América en honor del mercader florentino, que de este modo usurpó la gloria ajena En vano los españoles Herrera, Las Casas y otros, protestaron de tamaña demasía, rompiendo lanzas a favor de Colón. El .mal estaba hecho, y la costumbre sancionó la absurda injusticia, reconocida por todos, pero no rectificada a tiempo, y ya, por desgracia, insubsanable.