GALLEGOS ILUSTRES
Este año se cumple el 135 aniversario de la muerte del poeta y escritor Francisco Añón Paz, escritor del cual Xosefina tiene publicada su biografía (foto adjunta) que tanto reclamaron escritores, políticos y otros personajes de nuestra tierra. Es motivo por el cual os envío este artículo inédito, desconocido y, cómo no!, todavía actual.
“Hace cincuenta años, la Real Academia Galega, al conmemorar su fallecimiento, trató de trasladar sus restos mortales a Galicia, pero desgraciadamente esta laudable empresa no pudo ser coronada por el éxito. ¡Francisco Añón estaba irremediablemente perdido en el osario común de un cementerio madrileño!. Pese a esta frustración, los más importantes escritores de aquella época tuvieron para el poeta de Boel un acendrado recuerdo. Vilar Ponte lo ensalzó con frases fogosas, plenas de encomio, lamentándose de que nadie hubiese escrito su completa biografía; pero lo que ni tan siquiera pudo presentir el famoso escritor y político, era que iban a transcurrir otros cincuenta años, y que esta vez no iba a tener nuestro poeta ni tan siquiera un recuerdo.
El 20 de abril de 1978, cuando se cumplieron los cien años de su fallecimiento en triste soledad en una de las salas del madrileño Hospital de la Princesa de Madrid, yo intenté despertar su memoria desde estas columnas de “La Voz de Galicia” pero el éxito no acompañó mis propósitos, y tan sólo Radio Popular de El Ferrol tuvo para Francisco Añón un emotivo recuerdo.
Actualmente, hay una calle en La Coruña que lleva su nombre, pero los pocos versos que de él se conservan apenas se conocen, y sin embargo sus poesías son sumamente hermosas y vibra en todas ellas un profundo amor a Galicia que es casi una adoración. Por algo se le llamó “El Patriarca” y “El Poeta de los Himnos”, habiéndosele dado este último nombre por esas composiciones poéticas que tienen una expresión lírica inconfundible. Se dice que no era amigo de escribir sus versos y que los guardaba simplemente en su portentosa memoria, por eso, a su muerte, quedaron desperdigados y muchos se perdieron definitivamente.
En 1888 Martínez Salazar trató de recopilarlos y los editó bajo el título de “Poesías Gallegas y Castellanas” en su Enciclopedia Gallega. Años después, en 1920, publicó Eugenio Carré una edición en “Follas Galegas”, con una selección de las poesías de Añón en nuestro idioma acompañadas de una breve biografía. Esta obra se reeditó en 1927 sin que hasta la fecha nadie haya vuelto a acordarse de dar a conocer a las actuales generaciones la obra magistral de Francisco Añón. Bien es cierto que, en el cuarto año de su celebración, se le adjudicó el Día das Letras Galegas; merecido homenaje para este gran hombre que había nacido en Boel, parroquia de Sierra de Outes, aquel ya tan lejano día del 9 de octubre de 1812.
Siendo todavía casi un niño, ingresó en el Seminario de Santiago de Compostela, el cual abandonó ya en la adolescencia, cambiando –según dice Eugenio Carré- los ideales de la fe por los de la libertad, añadiendo también, que “el poeta que comenzó cantando la santidad de las cosas, acabó siendo ya más que indiferente… un incrédulo”. Cuesta trabajo pensar que un hombre con la sensibilidad de Francisco Añón que rebosa amor por la naturaleza y todo lo creado, tuviese el alma vacía de fe. Yo que he leído una y otra vez sus versos, me resisto a creerlo. Pienso que Francisco Añón era de esos hombres justos y buenos que, quizás sin saberlo, llevan a Dios en su alma, muy dentro de sí mismos. Su vida de hombre sencillo, con una simpatía arrolladora, se desborda a través de sus versos. Las contrariedades de la vida no transformaron su carácter; ni la expatriación ni la miseria pudieron extinguir aquel inalterable amor y adoración al terruño… Acostumbrado a los reveses de fortuna, no demostró nunca gran aflicción por las contrariedades, y se dio el caso de que cuando en 1861 se presenta en La Coruña a los Primeros Juegos Florales con una hermosa poesía, no se sorprende que no le sea entregado el primer premio que, absurdamente, se declara desierto, mientras que se le concede un accésit a él y otro al escritor Benito Vicetto, y mientras este último no puede evitar su desengaño e incluso abandona momentáneamente a Galicia, Francisco Añón no se inmuta por ello y continúa su vida en la capital de España cada vez más difícilmente y con más penurias. Prueba de que solía tomarse la vida con cierto humorismo, lo deja plasmado en una amena composición poética, escrita cuando ya estaba gravemente enfermo de hepatitis, enfermedad que, tras una intervención quirúrgica, acabaría llevándole al sepulcro.
Se titula la poesía “A miña enfermedá”.
Posiblemente no es una de las mejores que ha escrito, pero hay en ella una muestra de ese carácter genuinamente galaico que el poeta conservó hasta última hora. Transcribo a continuación sólo cinco estrofas, ya que es bastante extensa:
“Fraco como un asubío, con tres enemigos loito,
enfermedá, fame e frío, e da miña vida o fío
vaise adelgazando moito.
Despois de fortes dolores, tiven derrame de bilis
con revolvición de humores; pero os demos dos doutores
non teñen dado có busilis.
Engullín homeopatía con pouca fe e esperanza,
máis atopei certo día a un médico de Braganza
que de antigo coñecía…
-Diaño! Cómo está de amarelo!
Pois… meu caro amigo eu hacho que d’esta s’escapará,
máis de mañá tomará raíz de carquexa macho
con seis chavanes do chá.
A o herbolario Garduña pedinlle: macho carquexa…
entre dentes refunfuña e por pouco m’esgaduña
se non entro nunha igrexa.
De duros unha poutada poderá curarme a hepatitis
enfermedá conxanada cando ven acompañada
dunha gran sindineritis…”
(Madrid, 1878)
Pocos días después Francisco Añón moría completamente solo, sin el postrer consuelo de una mano amiga que pudiese cerrar para siempre sus ojos. La numerosa colonia gallega de Madrid tardó días en enterarse de su muerte, y poco a poco la humana indiferencia fue cerniéndose sobre su tumba olvidada en un cementerio madrileño.
Yo he rememorado a Añón en los primeros días de noviembre, en el que el recuerdo de los muertos surge pujante. He releído sus versos y, ante la Cruz de los Olvidados del cementerio de mi ciudad, deposité un puñado de doradas flores de tojo y una rama de laurel a la memoria del poeta; y el perfume que entre sus hojas llevaban de los campos de Galicia, quizás pudo vagar por el infinito hasta el alma sensitiva de aquel hombre que no llegó a cumplir su último y anhelante deseo:
“Mesmo entrar no quixera na Groria
Sin primeiro pasar por ahí… “ (Galicia/Boel)
Josefina López de Serantes