http://correctoresdesabor.blogspot.com.es/2009/10/colon-gallego-breve-resumen-de-la-tesis.html
Hemos recibido algunos correos a lo largo de los últimos meses en las que se nos piden datos o se nos plantean ciertas dudas sobre el Colón Gallego. La última que ha llegado viene firmada por Agustín Lara, veracruzano, compositor e intérprete de canción melódica, difunto, de edad imposible de determinar (en la dimensión en la que vive, dice, no existe el concepto tiempo. Todo lo miden en galones), astuto y tremendamente persuasivo.
Dice Agustín que escribimos sobre el Colón Gallego, y particularmente sobre elColón-Madruga, como si el lector tuviese que estar previamente iniciado, y tiene razón. Exige explicaciones sobre los siguientes puntos:
– ¿Cómo sabemos que Colón no es genovés?
– ¿De dónde sacamos que Colón es gallego?
– ¿Por qué creemos tener más razón que quienes sostienen que Colón es catalán, francés, mallorquín, portugués o de cualquier otro lugar?
– ¿Quién fue Pedro Madruga y por qué afirmamos que Colón es Pedro Madruga?
También nos plantea Lara otra pregunta a la que no sabemos responder. Desconocemos, querido Agustín, si las cabras comen papel de aluminio, aunque creemos que no. En cuanto a las otras cuestiones, hemos decidido elaborar un resumen para que tú y aquellas personas que tengan interés en la teoría del Colón Gallego puedan en adelante saber de qué hablamos cuando escribimos sobre el asunto. Allá vamos.
Hace muchos años, a finales del S. XIX, un historiador pontevedrés llamadoCelso García de la Riega leyó un libro escrito por un pariente suyo en el que se daba cuenta de un documento que mencionaba a una persona apellidada Colón. El documento databa del S. XV. García de la Riega se preguntó si ese Colón podría tener alguna relación con el descubridor de América y con ayuda de varios investigadores, se puso a la búsqueda de más documentos que le permitieran conocer si existían más personas que en tiempos próximos a Colón llevaran ese apellido en Pontevedra. Para su sorpresa encontró unos cuantos.
El siguiente paso fue el de estudiar a fondo los textos y la documentación que existía sobre Colón. Necesitaba saber todo lo que se sabía entonces sobre Colón y se puso a trabajar. Entonces todo comenzó a chirriar. Los documentos que se referían a Cristóbal Colón como un humilde genovés apellidado Colombo eran confusos, inconclusos y contradictorios entre sí; hacían al descubridor residiendo en Génova en una época en la que hay constancia de que ya se encontraba en Portugal; existían varias ciudades italianas que se disputaban la cuna de Colón, cada una con su propio Colombo, formando un batiburrillo de Colombos italianos y descubridores de América todos y cada uno de ellos; ninguno de los candidatos italianos tenía relación alguna con actividades marítimas, siendo alguno cardador de lana, el otro vinatero, otro quesero, un hostelero, un tabernero…
Colón no hablaba ni escribía en italiano ni en ninguna de las lenguas o dialectos que se hablaban por aquellos tiempos en Italia. Cuando escribía una carta dirigida a un italiano lo hacía en un castellano plagado de giros gallegos. Incluso en sus cartas a sus hermanos, supuestamente italianos como él, utilizaba invariablemente ese castellano sospechosamente gallego. Se da el curioso caso de una carta enviada a Italia en la que sugiere al destinatario un intérprete para que le traduzca . Y aún por encima, Colón se apellidaba Colón y no Colombo. A pesar de que su apellido se escribía de infinitas formas (algo muy común en la época, por la costumbre de adaptar y traducir nombres y apellidos), lo importante era establecer cuál de aquellos era el correcto. Y García de la Riega descubrió que Colón era el nombre utilizado en las capitulaciones de Sante Fe, Colón el apellido con el que se dirigía a sus hijos y hermanos, Colón en su “Libro de las Profecías”, Colón en las cédulas reales y todos los documentos oficiales redactados por él o dirigidos a él. Colón le llamaban los Reyes Católicos, hasta el Papa, (y no es una frase hecha). Nunca, jamás, en una sola ocasión, Colombo, ni de ninguna otra manera. En los documentos oficiales en los que el apellido había de escribirse de la única manera correcta, esa era siempre la misma: Colón.
Hay a la regla una excepción, como siempre: en una carta dirigida al navegante por João I de Portugal, el Rey le llama de dos maneras diferentes: Colón en una y Collon en otra. Las dos formas que se utilizaban para nombrar a los Colón de Galicia.
No había entonces un único motivo que llevara a García de la Riega a creer que Cristóbal fuera realmente genovés. ¿De dónde salía entonces que Colón era italiano? Encontró el historiador la respuesta o más bien las diferentes respuestas, que en líneas generales pasamos a exponer:
Por un lado, el descubridor se cuidó mucho de no revelar su verdadero origen. Su propio hijo Hernando, en la biografía que escribió sobre su padre, deja muy claro que todo lo referente a su pasado debía permanecer en la oscuridad por expreso deseo del mismo Colón.
Por otro, el deseo y la conveniencia o necesidad de sus herederos de cumplir esa norma. Y en tercer lugar un fenómeno bautizado por La Riega como el “Dogma Petrificado”, que puede ser descrito de la siguiente manera: alguien hace una afirmación basada en una suposición errónea, otro la escucha y la repite y otro y otro más. El tiempo va pasando, los autores repiten el error consciente o inconscientemente hasta que la afirmación errónea se convierte en dogma. El dogma se va asentando hasta petrificarse y convertirse en una falsa verdad universalmente aceptada.
Contra un dogma petrificado solamente puede contraponerse una prueba incuestionable que demuestre una realidad alternativa, y eso es lo que hizo García de la Riega. Es necesario resaltar que todos los que en adelante han propuesto una teoría diferente a la del Colón italiano empiezan por repetir los argumentos de don Celso, aunque casi nadie se molesta en citarlo. Hay incluso quien se atreve, hoy, en pleno año 2009, a afirmar que acaba de descubrir que Cristóbal Colón no es italiano, y basa su jactanciosa pretensión en repetir como un loro aquello que señaló nuestro historiador hace más de cien años largos.
Seguimos. Una vez adquirida la certeza de que aquellos Colombos italianos no tenían absolutamente nada que ver con el descubridor de América, García de la Riega acometió una siguiente etapa. Ya que Colón no era italiano, ¿de dónde era? El apellido no existía (insistimos, en su forma correcta), en ningún otro lugar del mundo. Solamente en Galicia, y expresamente en un lugar de Poio (Pontevedra), llamado Porto Santo. Allí vivían en el S. XV varios miembros de una pequeña familia que mantenía una residencia estable a lo largo de varias generaciones. No era en absoluto descabellado entonces pensar que a esa familia perteneciera Cristóbal Colón. Era una familia de navegantes. Aquello explicaría esas palabras y expresiones gallegas con las que el descubridor trufaba su castellano. Y a todo ello se sumaba un anterior trabajo realizado por el propio García de la Riega en el que demostraba (y eso es hoy comúnmente aceptado) que la nao “Santa María” se llamaba originalmente “La Gallega” y había sido construida en los astilleros de Pontevedra. Siguiendo con sus investigaciones, don Celso encontró otro sorprendente hecho que reforzaría su convicción: algunos de los nombres utilizados por Colón para bautizar lugares descubiertos por él en América coincidían con lugares relacionados con los Colón de Galicia y con las costas de las Rías Baixas gallegas.
Con todo ello, Celso García de la Riega acudió a Madrid. Y allí pronunció, en sede de la Sociedad Geográfica, una conferencia en la que expuso sus conclusiones. Estamos en diciembre de 1898.
Años después, en 1914, publicó su libro titulado “Colón Español”.
Los trabajos de don Celso causaron gran impacto y controversia en todo el mundo. Y pronto surgieron los detractores, algunos de los cuales se embarcaron en un combate contra el Colón Gallego en el que emplearon una saña desmedida. Afirmaron que algunos de los documentos aportados desde Pontevedra habían sufrido retoques o adulteraciones e invalidaron toda la tesis. Nada importó que los supuestos retoques no afectaban en ningún caso al apellido Colón, ni que no todos los documentos los sufrían, pues hubo varios que fueron declarados totalmente válidos por los mismos que atacaban a La Riega (por cierto, recién fallecido). Nada importó la toponimia, ni el lenguaje gallego de Colón, ni la constatación de que la existencia del apellido en Pontevedra quedara sobradamente acreditada con los documentos que se salvaron de la criba. Colón no podía ser gallego porque ALGUNOS de los papeles de don Celso presentaban dudas. Y ya que no tenían elementos para desacreditar la investigación de La Riega, optaron por desacreditar al propio La Riega. Pero por suerte para nosotros, no sólo habían sido incapaces de anular todos los documentos, sino que la teoría tenía otros pilares, como el de la toponimia, que no había manera de tumbar.
La teoría del Colón Gallego de Celso García de la Riega provocó una consecuencia inesperada, que fue el surgimiento de decenas de tesis alternativas basadas en la premisa de que, no siendo Colón italiano y puesta en duda la tesis gallega, el descubridor podría ser de cualquier otro lugar. Y así fueron naciendo las más disparatadas teorías que hasta hoy siguen apareciendo por doquier y que, simplemente, están basadas en casi nada, cuando no en nada de nada. No obstante, creemos (entre otras cosas porque lo hemos sufrido), que el trabajo consiste en que cada uno trate de probar su tesis, no en desacreditar las ajenas, principalmente por un motivo: demostrando al Colón Gallego, las otras alternativas se caen por sí solas.
Y, contra lo que hoy se cree, tras la muerte de don Celso, el Colón Gallego vivió sus mayores años de esplendor. Decenas de autores recogieron el testigo y ampliaron las investigaciones. Poco a poco se iban acrecentando las listas de vocablos exclusivamente propios de la lengua gallega utilizados por Colón, así como las de la toponimia. La lista de nombres impuestos por Colón aumentaba en progresión geométrica, y aun hoy sigue dando sus frutos. Porto Santo (Poio), en honor a su lugar de nacimiento, San Juan (Poio), San Salvador (Poio), Lanzada…, hasta alcanzar una lista de cien nombres, todos ellos situados en un radio de 40 ó 50 kilómetros alrededor de Pontevedra. También estaban reflejados los nombres de todas las cofradías de navegantes de Pontevedra, de sus iglesias. Algunos de esos cien nombres pertenecen además a lugares de las costas gallegas que ni siquiera eran conocidos popularmente, pues son propios de accidentes solamente conocidos por los marineros y que fueron llegando gracias al estudio de antiguos derroteros marítimos. ¿Cómo alguien que no conocía las costas gallegas podía utilizar cien de sus nombres para bautizar otros tantos lugares en América?. Se da la circunstancia además de que esos nombres figuran en los diarios de a bordo del propio Colón, transcritos por Bartolomé de las Casas, en las relaciones de otros viajes redactadas por el propio descubridor que bautizaba esos lugares, en cartas también redactadas de puño y letra por Colón, y por tanto, constituyen prueba de valor absoluto.
Se supo también, por textos y documentos de la época que dos naves más, utilizadas por Colón en su segundo y en su cuarto viaje, se llamaban también “La Gallega”, nombre impuesto igualmente a una isla. Los argumentos eran cada vez mas sólidos y libros publicados en lugares tan dispares como La Habana, Manila, Buenos Aires, Madrid o México exponían con mayor o menor fortuna la teoría del Colón Gallego, contribuyendo a su difusión.
Pero era indispensable avanzar en dos frentes: por un lado, buscar más documentos y nuevas pruebas que despejaran cualquier atisbo de duda y que pudieran soportan los más estrictos análisis. No por que los documentos declarados válidos de entre los aportados por don Celso no sirvieran ya de demostración, sino para acallar de una vez las impertinentes voces que seguían armando ruido sobre los documentos parcialmente invalidados. De eso se encargó don Prudencio Otero, quien presentó en su día una nueva relación de papeles que no generaron ni la menor sombra de duda y fueron aceptados por los expertos más exigentes.
Por otro lado, se hacía necesario dar un nuevo paso. La teoría, tal como estaba formulada en origen, presentaba ciertas lagunas, carencias y errores, algo que sucede con todas las teorías. Todas necesitan evolucionar y la propia Teoría de la Evolución evoluciona cada día. Por otra parte, el propio García de la Riega reconocía en su libro que su precaria salud le impedía avanzar más.
De ese trabajo se encargaron varios autores, pero el más determinante de todos fue el insigne historiador don Enrique Zas, una eminencia en su época. Limpió, por decirlo de alguna manera, la tesis del Colón Gallego y la consolidó con rigor y eficacia, aportando nuevos elementos demostrativos y, sobre todo, mucho sentido común. Revisó la genealogía propuesta por La Riega, eliminando de la ecuación a los judíos Fonterrosa, nombró por primera vez a Cristóbal de Sotomayor relacionándolo directamente con Colón (aunque cometió el error de suponerlo hijo de García Sarmiento de Sotomayor, y no de Pedro Madruga), presentó los planos del sorprendente parecido entre las bahías de Cambados (Galicia) y Acul (actual Haití), ambos lugares llamados Santo Tomé. Y, sobre todo ello, dotó al Colón Gallego de una coherencia argumental aplastante. En mi opinión, Enrique Zas, Prudencio Otero y el propio García de la Riega conformaron los tres pilares básicos en los que se apoya el Colón Gallego. Ningún otro autor ha alcanzado, ni de lejos, a ninguno de éstos.
El asunto fue tomando forma y políticos, artistas, literatos, en todo el mundo, se sumaron con entusiasmo al Colón Gallego, que comenzó a tener tal fuerza que llegó a preocupar en Italia hasta el punto de que el propio Mussolini tomó cartas en el asunto contratando a un historiador, Ángel Altolaguirre, para intentar contrarrestar el impulso de la teoría.
Hacia los años 50 del S. XX, sin motivo conocido, el dogma petrificado del Colombo italiano fue recuperando posiciones en detrimento del Colón Gallego. Ello no se debió en absoluto a motivos académicos o históricos, ni a nuevos elementos que afianzaran al Colón genovés. Simplemente, la falta de apoyo institucional y la desidia intelectual hicieron que poco a poco aquella inercia se fuera perdiendo, hasta caer casi en el olvido.
Y durante el período subsiguiente, principalmente fuera de España, comenzó a surgir una corriente de investigación que, más que aclarar la nacionalidad de Colón, buscaba conocer al personaje, sobre el que seguía existiendo un profundo desconocimiento. Se trataba de responder a una serie de preguntas que hasta entonces nadie se había planteado: ¿quién era en realidad Colón?, ¿por qué su obsesión por ocultar su origen?, ¿cuál era su pasado y por qué esa necesidad enfermiza de esconderlo?, ¿quiénes eran sus amigos y sus enemigos? Para resolver estas y otras cuestiones se hacía necesario partir de cero e investigar al personaje desde ópticas diferentes. La idea era conocer al Colón oculto, al de antes del descubrimiento, a ese que había decidido esconder su pasado.
Así fue surgiendo un perfil de Cristóbal Colón hasta entonces desconocido. Y fueron saliendo a la luz sorprendentes obviedades en las que nadie había reparado. ¿Cómo era posible que antes de descubrir América, Colón tuviera acceso casi ilimitado a los palacios de los reyes más poderosos de la tierra?, ¿por qué se carteaba con el Rey de Portugal?, ¿por qué era amigo de cardenales, condes, duques y marqueses? Solamente cabía una respuesta: Colón era a su vez un noble, pues de otra manera ese acceso al poder le hubiera estado vetado. Nadie que no fuera noble en el siglo XV se sentaba a comer a la mesa de un conde. Los nobles solamente se codeaban con nobles. Y éste no era más que el primero de los datos obtenidos para el nuevo perfil deseado, pues pronto fueron llegando en cascada otros muchos. Su conocimiento del latín y de las Sagradas Escrituras y otros textos religiosos y teológicos sólo se podían haber conseguido con una sólida formación religiosa, que solamente se podía obtener en un monasterio; tenía que haber cambiado su identidad anterior, pues sabemos que nadie llamado Cristóbal Colón respondía a ese perfil, por lo que es obligado pensar que anteriormente había utilizado otro nombre. Además se supo, por declaraciones del propio Colón, que había tenido un pasado como hombre de armas (condición que poseían casi todos los miembros de la nobleza). Y a todo ello había que sumar su experiencia naval.
A esa persona era a la que había que buscar y ninguna persona que no reuniese todas y cada una de esas condiciones podía ser el descubridor de América.
Con esos datos se caía para siempre el Colón de extracción humilde, y con él la mayoría de los candidatos, y ello planteaba un serio problema a la tesis gallega, como a las demás, pues los Colón de Poio eran marinos, alguno de ellos con una posición económica acomodada, pero en ningún caso nobles.
La criba era obligada, y muchos, no encontrando a nadie que respondiera a ese perfil, comenzaron a tirar por el camino más corto, la invención de personajes. El rey Fernando de Aragón podría haber tenido un nieto secreto, y ese nieto sería Colón.
-Demuestre usted que ese nieto existió.
-No. Demuestre usted lo contrario.
Podría ser Colón un hijo secreto del Papa.
-Demuestre usted que el Papa tuvo ese hijo.
-No, demuestre usted que no lo tuvo.
Podría ser un hijo secreto de un infante portugués.
-Demuestre usted que el infante tuvo un hijo.
-No quiero. Demuestre usted que ese hijo no existió.
Así, decenas de personajes que (estamos hartos de decirlo) no reunían ni la elemental condición de haber existido, pasaron a engrosar la lista de candidatos. Personajes ficticios. El motivo de esa profusión de Colones imaginarios era claro: nadie encontraba a un personaje real que reuniera las condiciones exigidas.
Así llegamos al último tercio del S. XX. Dos investigadores, el Sr. Xosé Lois Vila Fariña, cronista oficial de Vilanova (Pontevedra) y Philippot llegan a una arriesgada e innovadora conclusión: Colón era en realidad Pedro Álvarez de Sotomayor, conde de Camiña (Portugal), conocido como Pedro Madruga. El trabajo de Vila Fariña pasa casi desapercibido, mientras el de Philippot alcanza cierta difusión. En su obra “La identidad de Cristóbal Colón”, afirma que Colón era Pedro Madruga basándose en una serie de datos que pasaremos a exponer tras detenernos unos minutos a contar quién era ese señor.
El conde de Camiña (Caminha en portugués) era hijo bastardo del Señor de Sotomayor, Fernán Yáñez de Sotomayor. Fue el más famoso y poderoso miembro de la nobleza gallega de su tiempo, mantuvo un enfrentamiento directo con los Reyes Católicos al apoyar a Juana la Beltraneja en sus aspiraciones a la corona de Castilla y se alió con Portugal en la Guerra de Sucesión. Está perfectamente demostrada su educación eclesiástica (fue canónigo en Tui y aspiró al arzobispado de Santiago), su experiencia militar, su experiencia naval. Era amigo personal de dos reyes portugueses, Afonso V, quien lo hizo conde y JoãoI y estaba emparentado con todos los nobles castellanos y portugueses que apoyaron a Colón.
En realidad, la familia Sotomayor estaba revoloteando alrededor del Colón Gallego desde el origen de la teoría, pues ya García de la Riega demostrara la vecindad de un miembro de los Sotomayor con los Colón de Pontevedra, yEnrique Zas había ya marcado el paso al sugerir una relación directa entre Cristóbal de Sotomayor (hijo de Pedro Madruga) y Colón. Pedro Madruga había sido criado por su madre, Constanza Colón, hasta que, en su testamento, Fernán Yáñez, el padre, dispone integrarlo como miembro de la familia, con lo que adopta el apellido Sotomayor y se desprende del Colón, que retomaría años después.
Resultó que Pedro Madruga encajaba perfectamente en el nuevo perfil del descubridor y, además, toda su vida coincidía cronológicamente con los pocos datos conocidos sobre la etapa oscura de Colón. Pedro Madruga se da por desaparecido en el mismo lugar y en la misma fecha en que Colón tiene su primera entrevista con los Reyes Católicos y la enigmática firma del Almirante de Indias, compuesta por una serie de siglas, coincide exactamente con las letras que conforman el árbol genealógico de Pedro Madruga. Y los motivos por los que, tanto Colón como los Reyes habían decidido ocultar su anterior identidad estaban claros. Los reyes no podían nombrar Almirante y virrey a su mayor enemigo, pero por otro lado, sólo él, Pedro Madruga, estaba en condiciones de ofrecerles el descubrimiento, pues contaba con planos e información procedentes de Portugal, el verdadero país de los descubrimientos (con intervención de destacados gallegos) en aquellas fechas.
Hasta ahí, en líneas generales, se había llegado cuando yo decidí, convencido de todos (o casi) los argumentos expuestos por las decenas de investigadores, en su mayoría olvidados, desde García de la Riega hasta nuestros días, emprender mi propia investigación. No encontrando nada nuevo en las bibliografías y la documentación que se vienen manejando sobre el asunto, decidí recurrir a fuentes alternativas. Encontré, por ejemplo, que Alessandro Geraldini, amigo personal de Colón, afirma que el decubridor había estado en Galicia. Encontré el texto de Francesillo de Zúñiga en el que se afirma que Diego de Sotomayor (otro hijo de Pedro Madruga) “parece hijo bastardo de Colón”. Encontré documentos en los que se demuestra la estrecha relación entre Diego Colón y el antes mencionado Cristóbal de Sotomayor. Encontré que aquellos monasterios tan frecuentados y queridos por Colón, como el de Las Cuevas o el de Guadalupe, estaban bajo la influencia directa de la familia Sotomayor. En realidad, por donde busqué, encontré siempre una relación directa entre Colón y Pedro Madruga. Publiqué mis conclusiones en la obra “Colón, Pontevedra, Caminha”.
Y la cosa no para ahí. En estos momentos, varias investigaciones se encuentran en curso, y otras pendientes. Destacaría el trabajo de Fernando Alonso Conchouso (quien nos facilita la imagen de arriba) sobre la relación entre pedro Madruga y el corsario Coullon, citado como pariente por Hernando Colón, o el descubrimiento de una serie de documentos en los archivos pontevedreses aún sin investigar conocidos como “Lista Arbolí” en honor a su descubridor, el Sr. Arbolí Cervera-Mercadillo.
Y pronto saldrán a la luz nuevas y sorprendentes conclusiones fruto de una minuciosa investigación que lleva a cabo en Portugal un descendiente del propio Pedro Madruga y cuyo avance estaríamos encantados de publicar si no fuera porque los datos pertenecen a quien los encuentra y debe ser el propio investigador (créanme, es un genio meticuloso al que pronto conocerán) quien administre la información obtenida.
Y con eso esperamos, amigo Agustín Lara, haber saciado tu curiosidad. Un abrazo.