COLÓN QUISO QUE EL MISTERIO DE SU PATRIA FUESE DESCUBIERTO
Transcurrieron los siglos sin que se opusiesen grandes objeciones a la confusa nacionalidad genovesa de Cristóbal Colón. Sin embargo, el mundo se conmocionó cuando el célebre historiador Celso García de la Riega demostró documentalmente que, en los años anteriores y posteriores al descubrimiento de América, existieron en la provincia de Pontevedra familias que
llevaban el apellido «de Colón».
Pero la obra del ilustre investigador provocó un estampido de controversia, entre las cuales se confundían la admiración con la calumnia y la envidia.
Yo, que siempre he defendido la tesis del origen gallego del Almirante, el diario vespertino «La Noche», publicaba una felicitación dirigida al Ayuntamiento de Líjar (Almería), por proclamar el origen gallego de Colón, basándose en los profundos estudios del excelso historiador murciano Julio Tortosa Franco. Pero sucedió, que mi intención inmediata de comunicarme con el citado Ayuntamiento, la fui relegando durante muchos años. Y, cuando, al fin, me dirigí a la citada Alcaldía, pese a su buena voluntad, la localización del señor Tortosa resultó imposible. Sin embargo, en estos últimos meses, el joven arqueólogo Pablo Novoa Álvarez, con un tesón y un empeño digno del mayor encomio, recorrió las tierras del sur con el propósito de llegar hasta el ilustre murciano.Y, en efecto, logró localizarlo, aunque ya en muy avanzada edad y gravemente enfermo. Novoa Álvarez tuvo la gentileza de entregarme tres ejemplares con los valiosos trabajos que el señor Tortosa publicó en 1955 en la revista «Cumbre», en los cuales demuestra el origen galaico de Colón, incluyendo también un importantísimo croquis de una Carta Marina, trazada por Bartolomé Colón, de la cual bien puede afirmarse que es casi desconocida. En el citado gráfico existe un testimonio tan importante como excepcional, que consiste que al señalar a España, se sitúa en la provincia de Pontevedra al cabo de San Vicentio; y teniendo en cuenta que este pequeño accidente geográfico de la península de El Grove, apenas figura en los atlas actuales, resulta difícil imaginar cómo Bartolomé Colón, si fuera genovés, podría tener un interés personal por ese cabo gallego. Sin embargo, hay que tener en cuenta ese misterio de los primeros nombres impuestos por Colón a las tierras que descubría. Y así surgen el de San Salvador y Santa María de la Concepción, ambos patronos de la localidad pontevedresa de San Salvador de Poio. Aconteciendo luego ese conflictivo homenaje a Nuestra Señora de la O, en su festividad, ordenando incluso que se empavesen con banderas y gallardetes los palos de las carabelas, sin explicar a nadie que bajo esa invocación se había honrado a la patrona de Pontevedra desde tiempo inmemorial. Y surgen también como un recuerdo amoroso de tiempos pasados, esos significativos nombre como La Punta de la Lanzada, la de la Serpe, la de Lapa, San Miguel, San Blás, Ferro, Gorda, Aguda, Seca, La Lagoa, Pierna, Can, Pinos, Muros, etc. Bautizando también a numerosas islas con nombres como los de Santo Tomé, San Jorge, San Juan Bautista, San Martín, San Vicente, Santa Marta, Santa Margarita, La Peregrina, y los islotes de Redondo y Trinidad. Aunque también utiliza las significativas denominaciones de Punta y Pueblo de la Galea, de tan profundo arraigo pontevedrés.
Sobre algunos de estos nombres existen confusiones que se han profundizado a través de los siglos. No existen dudas, por ejemplo, de que al encontrarse el Almirante ante una pequeña y hermosa isla, plena de exuberante verdor, tenga el atrevimiento de denominarla «La Gallega», nombre que incluso utiliza al dirigirse a los Reyes, y lo cual sería un hecho insólito en un marino genovés. Pero también al arribar a una isla de Jamaica donde los ríos surgen entre flores en un derroche de colores paradisíaco, el Almirante de da el nombre de Pórtico de la Gloria, aunque posteriormente numerosos historiadores acabaron por citarla como «Puerto de la Gloria». Y quizás este nombre dedicado tan espontáneamente por Cristóbal Colón, ha sido el aliciente para que el padre jesuita José Rubinos Ramos, nacido en La Coruña en 1898, y fallecido en Miami en 1963, escribiese una hermosa leyenda versificada bajo el título de
«A xesta de como a América nasceu da melodía«, y en ella relata la historia de cómo un muchachito gallego llega al Puerto de la Rábida y se enrola como grumete en la nave capitana de Cristóbal Colón. Y aquel chiquillo lleva como único equipaje una típica gaita gallega traída de su lejana tierra. Pero en los largos días de navegación, cuando surge impetuosa la tempestad atemorizando a los marineros más avezados, el niño gallego comienza a hacer sonar los acordes melodiosos de su gaita. Y, entonces, como al influjo de un extraño conjuro, el viento cede y amaina el temporal. Pero luego se suceden los días de calma exasperada en los que las naves permanecen sin avanzar. Y nuevamente, el niño coge su gaita, se sienta en la proa y hace sonar su cadenciosa melodía. Al instante, sin nadie saber cómo ni por dónde, el viento surge y las naves vuelven a navegar. Así llega un amanecer en el que el niño gaiteiro vuelve a tocar. Y esta vez lo hace con más sentimiento, con más fascinante belleza, perdiéndose sus últimos acordes en el grito estentóreo y gozoso de un marinero que anuncia
¡¡Tierra!! Al fin, las chalupas cargadas de hombres se echan al agua y llegan por primera vez a aquel Nuevo Mundo desconocido. Entonces, Colón busca ansiosamente al pequeño músico, pero no lo encuentra por parte alguna, ni nadie puede darle la menor noticia sobre él. Su desaparición obsesiona al Almirante, hasta que, de un modo repentino, surge en su mente la rememoración de los ángeles del Pórtico de la Gloria de Santiago de Compostela, y comprueba que uno de ellos que semeja hacer sonar una trompa, tiene la misma mirada e idéntico semblante al pequeño músico marinero que le acompañó en la larga travesía. Y, a propósito de esta hermosa leyenda, resulta oportuno mencionar que, recientemente, durante la proclamación del «Segundo Cuaderno de Música en Compostela», Sverre Jensen, que tanto colaboró en él, afirmó con convicción profunda que
«las esculturas del Pórtico de la Gloria son tan realistas y detalladas, que bien podría creerse que el Maestro Mateo pensó en explicarles a las generaciones venideras los instrumentos de su tiempo a través de las esculturas». Y, por lo mismo, también tendría una lógica inmensa el pensar que Cristóbal Colón nos quiso dejar a las generaciones que habríamos de sucederle, un certificado imperecedero del misterioso lugar de su nacimiento, a través de los nombres netamente gallegos que iba imponiendo a muchas de las tierras que descubría.
[1]
Josefina López de Serantes
La Noche, 9 de Octubre de 1988
[1]Publicado en “A Nosa Voz” el 12 de Abril de 1989