La firma de Cristóbal Colón

La firma de Cristóbal Colón

Manuel Lago y González, Obispo de Túy

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Paréceme haber descubierto la verdadera lectura de las siglas que Colón usaba en su firma, y quiero ofrecer las primicias de mi descubrimiento a la Real Academia de la Historia, que hace ya no pocos años se dignó honrarme con el título de Académico Correspondiente.

Omito preámbulos y disquisiciones, que tal vez exponga en ocasión oportuna, y paso a tratar de la lectura de las siglas, la cual ha de ajustarse a estas normas:

  1. Las letras se han de leer en el orden en que Colón quería que se leyeran.
  2. Estas letras son abreviaturas, como se advierte al contemplarlas y se deduce de las mismas palabras del Almirante.
  3. La frase expresada en estas abreviaturas debe acomodarse a la significación del nombre de Colón o a alguna idea predominante en el inmortal descubridor.

Mi interpretación responde a las tres normas.

He aquí la firma, tal como aparece en muchos documentos:

Y he aquí también lo que dice Colón acerca de ella:

«Don Diego, mi hijo, o cualquier otro que heredare este mayorazgo, después de haber heredado y estado en posesión de ello, firme de mi firma, la cual agora acostumbro, que es una X con una S encima, y una M con una A romana encima y encima della una S, y después una Y griega con una S encima, con sus rayas y vírgulas, como yo agora fago, y se parecerá por mis firmas, de la cuales se hallarán muchas…»

 

(Institución del Mayorazgo, 22 de febrero de 1498.)               

 

Las siglas, por tanto, se han de leer de abajo arriba (X con S encima, M con A encima y S encima de la A, y finalmente Y griega con S encima también), es decir, como abreviaturas,   —298→   pues sólo en abreviaturas se usan en los manuscritos las letras superpuestas. Así resultará:

Y teniendo en cuenta que en griego, con ortografía antigua) es la abreviatura de la de y, por tanto, la de , y las dos letras del último grupo, por natural exigencia de la frase, la de la palabra , la lectura de todas las siglas resulta (Cristo, hijo de María).

Indicio suficientemente claro de que la inscripción se ha de leer en griego es el cuidado con que exige el Almirante que la Y del tercer grupo sea griega. Y esta letra es precisamente la que en el transcurso de cuatro siglos ha desconcertado a los intérpretes, que se han empeñado en ver en ella la inicial de «Iesus» o de «Ioseph», sin reparar en que ambas palabras se escribían entonces constantemente con I latina hasta en sus abreviaturas (Ihūs, Ios.) y debía ser rarísima la fórmula Christus, Maria, Ioseph, si acaso se usaba alguna vez.

Colón, que conocía la significación de su nombre de Cristóbal (Christophorus, , el que lleva a Cristo), hasta el punto de traducir al latín la segunda parte de él firmando XPOFERENS, que amaba con fervorosa devoción a la Santísima Virgen y veía en ella la primera , y que creía haber recibido de Dios la misión de llevar a Cristo a las Indias reunió estas ideas en las siglas que eligió para su firma y las enlazó con su nombre, que escribió debajo en forma que a todos les fuese asequible su significado.

Sólo una dificultad podría oponerse a la lectura de las siglas en griego: la de que Colón no conociese esta lengua. Pero ¿quién puede asegurar que el marino que había recorrido todos los mares y visitado los puertos de Grecia y otros del Oriente no conocía lo poco de griego que se necesita para entender y adoptar una frase de tres palabras, de las cuales sólo una es puramente griega, pues las otras dos son hebreas y han pasado al latín y al castellano? ¿No entendía también, como ha demostrado,   —299→   la palabra ? ¿Y no podía haber aprendido esa frase de alguno que supiese griego, si él no lo sabía?

Como esta interpretación satisface cumplidamente a todas las condiciones del problema, creo que debemos leer las siglas de la firma del descubridor del Nuevo Mundo:

«Cristo, hijo de María», dando por resuelta la cuestión que ha preocupado hasta ahora a los investigadores de asuntos históricos.

La ciencia y la técnica en el descubrimiento de América

La ciencia y la técnica en el descubrimiento de América

 

Julio Rey Pastor

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Nota previa

 

En el descubrimiento y colonización de América hay valores esenciales, apenas considerados por los historiadores, que atentos a los aspectos militar y religioso en primer término, y a la organización política después, descuidaron los factores científico y técnico que concurrieron a tan magnos acontecimientos; los cuales, a su vez, influyeron en la evolución general de las ciencias y de sus aplicaciones.

Ciencia y técnica muy rudimentarias sin duda, desde nuestro actual punto de vista, fueron las utilizadas por los descubridores de nuevas rutas y de mundos nuevos, como parecerán rudimentarias a las venideras generaciones las hipótesis físicas que usan nuestros ingenieros para el cálculo de sus estructuras y nuestras actuales ideas sobre el cáncer. Precisamente esta dramática desproporción entre la insignificancia de los medios y la grandiosidad de los resultados hace resaltar con más impresionante relieve el valor de quienes los lograron.

Emprendamos, pues, la nada fácil tarea de historiar brevemente la contribución de la Ciencia y de la Técnica; y muy especialmente en dos órdenes de conocimiento: en la Astronomía y la Náutica, que hicieron posibles en el siglo XV, y aun desde el XIV, las arriesgadas   -10-   exploraciones de África y América; y en la técnica metalúrgica, que permitió la explotación científica de las riquezas mineras del Nuevo Mundo. Una y otra tenían larga tradición ibérica; la Metalurgia databa de la época romana y fue muy perfeccionada por los árabes españoles, sobre todo en las minas de Almadén; la navegación de altura fue posible gracias a la seria tradición astronómica de origen griego, cultivada y perfeccionada por árabes, judíos y cristianos durante la Edad Media, que culminó en las inmortales Tablas alfonsinas.

Ruptura de prejuicios y supersticiones, tránsito de la Astrología a la Astronomía y de la Alquimia a la Química, son las características de este período áureo, que traduce en hechos materiales los gérmenes espirituales del Renacimiento, una de cuyas más poderosas fuerzas propulsoras fue la epopeya escrita por los ibéricos con sus descubrimientos geográficos, que influyó decisivamente en todos los estratos de la cultura.

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Nota a la tercera edición

 

Modificaciones numerosas, y algunas esenciales, han sido introducidas en esta nueva edición. Una de ellas enaltece sobremanera la jerarquía científica del Almirante, por haber atribuido algunos saltos de la aguja a la estrella polar. Los observados en las noches del 13 y del 17 de septiembre en el primer viaje quedan perfectamente explicados con la expresiva frase «la estrella hace movimiento y no las agujas» y nada hay en ella de «especioso». En efecto, Colón sabía de sobra que la polar no coincide con el polo; y el movimiento durante la noche alrededor del polo, explica perfectamente los hechos observados, como demostraremos en lugar adecuado, utilizando los cálculos efectuados a nuestro ruego en el Observatorio de San Fernando, por gentileza de su sabio Director.

Dolorosa ha sido en cambio la rectificación del elogio que en la primera edición dedicábamos al gran Nebrija, a quien suele atribuirse una medición geodésica; según un documentado estudio de Vigil y Ruiz Aizpiri, esta esperanza se desvanece como tantas otras, y el rigor histórico obliga a consignarlo, rectificando una confusión de los entusiastas historiadores de la ciencia española.

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Capítulo I

 

Influencia del descubrimiento de América en las ideas científicas

Influencia general en la ciencia

 

Hablar de la Ciencia como de algo orgánico y bien definido, a fines de la Edad Media, es sin duda prematuro. Los escasos conocimientos científicos del siglo XIII son patrimonio personal de un Leonardo de Pisa, de un Alberto Magno, de un Rogerio Bacon…, y con ellos desaparecen, sin ejercer gran influjo en la cultura de la centuria siguiente. Ciencia basada a veces en relatos dudosos y consejas fantásticas, más que en conocimiento directo y seguro de los hechos; y así, por ejemplo, no nos sorprende que el inmortal Bacon crea a pies juntillas en la existencia de un país afortunado, en el cual «los extranjeros se conservan indefinidamente en la edad que tenían al entrar en él».

Pero este monopolio de conocimientos por unos pocos selectos cesa súbitamente por la milagrosa concurrencia de los hechos históricos que produjeron el Renacimiento, y muy especialmente por los simplicísimos artilugios   -14-   de Coster y Gutenberg, y las audaces exploraciones de Oriente y Occidente.

Constante aspiración de la Ciencia es descubrir el hecho nuevo; y de pronto, gracias a los ibéricos, se nos regala el más rico caudal de hechos nuevos que pudiera soñarse. Ya no son los tiempos de Leif, el hijo de Erico el Rojo; ahora se trata de una empresa organizada muy en serio, en febril competencia, por tres naciones, y ya en el primer cuarto del siglo XVI, al arreglar cuentas España y Portugal, estaba trazado el contorno de todo un nuevo continente, desde la Tierra del Fuego hasta Labrador.

La obra entera de la creación se duplica en el siglo XV para los habitantes de Europa (como observa Humboldt) y suministra a las inteligencias nuevos y poderosos estímulos, que aceleran el progreso de las ciencias. Y llega ese magnífico presente en el momento mismo en que ya puede ser aprovechado por el despertar de las inteligencias y la eficacia de las prensas de Haarlem y Maguncia, que prestan alas al pensamiento, poniendo la cultura al alcance de todas las clases sociales, en las que pronto surgen preclaras inteligencias al servicio de una tarea común.

El beneficioso influjo que tuvo en la Ciencia la magna empresa de los Reyes Católicos comenzó el mismo día en que la diminuta escuadra zarpó del puerto de Palos. El improvisado almirante puede considerarse, en justicia, como hombre de ciencia, dentro del modesto alcance que entonces podía darse a ese término; pues era un curioso del saber, un observador   -15-   atento, a veces agudo, que desde el primer día anotó cuanto hecho físico pudo observar y buscó su explicación, no siempre atinada, como aquella su curiosa teoría sobre la diversidad de color de los indios y los negros africanos, basada en la estructura del globo, que suponía piriforme; pero frecuentemente acertada y siempre de carácter científico, en el sentido moderno, es decir, físico y no metafísico.

Hasta ese error, que tanto nos ha hecho sonreír, de asignar al globo terráqueo la forma de pera, fue un error netamente científico, basado en sus medidas forzosamente inexactas de la altura de la polar. Hoy nos parece tan natural la forma esférica, apenas atenuada, que no concebimos otra, lo que indica nuestra falta de flexibilidad mental; también un aristotélico habría conservado incólume su fe en la forma esférica, por ser ésta la figura geométrica más perfecta, sin dar crédito a los engañosos sentidos, ni a los experimentos sospechosos. Pero Colón es ya un renacentista, aunque todavía trabado por el criterio de autoridad; debe razonar sobre sus observaciones propias, debe explicar las variedades de color racial, con otros fenómenos físicos, y además de todo esto debe encontrar digna ubicación al paraíso terrenal; y entonces forja su ingeniosa cuanto absurda teoría contemporizadora.

Esa lucha patética entre el prejuicio adquirido y el juicio propio; ese afán de cohonestar los hechos observados con la autoridad de los antiguos, compromiso que se traduce en una ciencia trabada e imperfecta, es el símbolo del espíritu atormentado de los más selectos   -16-   hombres en aquel momento crucial de la historia.

El máximo acontecimiento científico en el primer viaje fue el descubrimiento de la declinación magnética, hecho que en verdad era ya conocido por algunos europeos, y además la variación de esa declinación magnética con el lugar. Aunque sólo hubiera hecho el Almirante este hallazgo científico, tendría bien ganado el puesto que ocupa en la historia de la Física, a pesar de que su explicación nada nos satisface hoy; pero lo cierto es que después del gigantesco progreso de esta disciplina seguimos sin saber por qué la aguja se orienta y por qué se desvía de su orientación. «El misterio de la aguja magnética» llama recientemente Gamow a este problema, y tal calificativo constituye un timbre de gloria para el tránsfuga inmortal, cuya agudeza no fue igualada por los otros navegantes, que, a pesar de haber llegado a latitudes extremas, no observaron en la aguja el otro fenómeno de la inclinación, que seguramente no habría escapado a la sagacidad del gran genovés1.

Su destreza en el trazado de cartas le permitió hacerlas de los mares y países descubiertos, ilustrándolas con observaciones astronómicas e hidrográficas, que lo caracterizan, no solamente como el marino más hábil y osado de aquellos tiempos -según dice Navarrete-, sino   -17-   también como un auténtico investigador científico. En capítulo ulterior procuraremos justificar esta afirmación.

La genial equivocación geográfica de Colón, que hizo posible la epopeya del 1492, y sin la cual se habría retrasado el descubrimiento quién sabe cuánto tiempo, y la terquedad con que persistió en su error hasta el fin de sus días, han dado pie a la creencia de que los descubridores y colonizadores obraron inconscientes de la trascendencia eterna de su empresa; creencia falsa en absoluto, pues los más cultos entre ellos se daban buena cuenta de que estaban actuando en un elevado plano histórico.

Pedro Mártir de Angleria, italiano radicado en España al servicio de la corte de Fernando, que siguió muy de cerca la conquista, describe en sus Cartas latinas2 «las maravillas de ese mundo nuevo, de esos antípodas del oeste, que ha descubierto un cierto genovés enviado a aquellos parajes por nuestros soberanos Fernando e Isabel».

Y agrega en una de sus cartas: «No abandonaré de buen grado a España hoy, porque estoy aquí en la fuente de las noticias que nos llegan de los países recién descubiertos, y puedo esperar, constituyéndome en historiador de tan grandes acontecimientos, que mi nombre pase a la posteridad».

Movidos aparentemente los conductores por   -18-   el interés comercial de llegar por vía breve al país de la especiería, e impulsados también los dirigidos por apetencias materiales, pero, en verdad, empujados unos y otros por esa fuerza inconsciente e irresistible que impele a los hombres egregios a desviarse de las manidas rutas de la grey, para descubrir novedades que después aprovecharán al rutinario rebaño, las tierras nuevas plantearon problemas nuevos, y a la larga engendraron nuevas disciplinas científicas.

Los movimientos de los astros ya no interesan para trazar el horóscopo de los mortales, sino para navegar con rumbo cierto hacia las tierras de la canela y la pimienta; pero pronto se despierta la curiosidad desinteresada, y al margen de la resolución de tales problemas técnicos, de aplicación útil y perentoria, las mentes especulativas se plantean cuestiones teóricas de ciencia pura. Tal, por ejemplo, la invención de la loxodromia por el genial Pedro Núñez, con la cual enriquece la geometría esférica.

Es cierto que desde el punto de vista náutico interesa sobremanera distinguir la navegación por loxodrómica, la más sencilla, aunque no la más breve, y la navegación ortodrómica, o sea por el arco de circunferencia máxima, que es el más corto; pero a Núñez le interesa el estudio de la curva en sí, con sus dos ramas espiriformes en torno de los polos, aunque ello carezca de interés práctico, y se preocupa asimismo de otros problemas desinteresados, como el del crepúsculo mínimo.

Por doquiera se despierta la sed de saber y   -19-   conocer, de descifrar el enigma cósmico, de explorar el universo físico en toda su integridad, que anima más tarde a Gilbert y Galileo, culminando en Keplero y Newton, codificadores de los astros.

El problema de la piedra filosofal evoluciona parejamente hacia la explotación de las efectivas riquezas mineras de México y Perú, problema interesado que estimula el nacimiento de la química como ciencia pura; y esta paulatina elevación de miras, desde el esfuerzo remunerador hasta la desinteresada contemplación de la verdad científica, se observa en todas las disciplinas humanas.

Un hálito de optimista entusiasmo inflama las almas antes dormidas; un poderoso aliento vital sublima las existencias más humildes, consagrándolas a ideales de muy diversa alcurnia, pero todos legítimos y aun nobles: el deseo de mejorar la propia vida material, fecundo estímulo del progreso de la humanidad; el ansia de gloria e inmortalidad que impele hacia las grandes acciones sin medir el sacrificio; el místico afán de convertir a todos los hombres a la verdad que se consideraba absoluta, y el esclarecimiento de las pequeñas verdades de la naturaleza accesibles a nuestra inteligencia.

«Es un error creer -dice el comprensivo Humboldt- que los conquistadores fueron guiados únicamente por el amor al oro o por el fanatismo religioso. Los peligros elevan siempre la poesía de la vida; y, además, la época vigorosa, cuya influencia en el desarrollo de la idea del mundo buscamos ahora, prestaba a todas las empresas y a las impresiones de la   -20-   Naturaleza a que dan lugar los viajes lejanos un encanto que empieza a debilitarse en nuestra época erudita, en medio de las facilidades sin número que dan acceso a todas las regiones; es decir: el encanto de la novedad y de la sorpresa.»3

En el escenario grandioso que se ofreció a la plebe hispánica para que mostrara sus cualidades ante la posteridad, «la ambición y la gloria, la cultura y la barbarie, la generosidad y la avaricia, la humanidad y la tiranía, y, en fin, todos los vicios y todas las virtudes, habían de luchar entre sí, para dejar a la posteridad insignes ejemplos de las contradicciones de nuestra condición flaca y miserable».

Así dice Fernández de Navarrete; pero la perspectiva histórica debe situarse a suficiente altura para que la visión de las pequeñeces y miserias humanas no impida la contemplación del panorama en su grandioso conjunto. Quede para los eruditos más miopes la minúscula y complaciente descripción de crueldades, rencillas y traiciones de todo lo pequeño y humano de aquellos semidioses, cuya individualidad desaparece al fundirse en el seno de una idea sublime.

No podemos juzgarlos en justicia, porque el progreso material de estos siglos ha anulado   -21-   nuestra capacidad para el asombro y castrado nuestra imaginación, que ya no es capaz de situarse en aquel momento de rosado optimismo, en que Europa entera nace a una sensibilidad nueva. Aquel vértigo de descubrimientos, aquella insaciable ansia de saber y de poder, aquel fuego de entusiasmo y esperanza, que ya comienza a extinguirse a fines del siglo XVI, revelan un […] la mágica virtud del contagio, en los hombres de más baja alcurnia, sublima sus almas haciéndolos aristócratas de la humanidad: es el sentido de la infinitud y de lo inmortal.
Descubrimiento de América por los normandos. Ruinas de la casa edificada en Groenlandia, por Erico el Rojo hacia el año 982.

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El espíritu de libre examen, germen de la ciencia moderna

 

El ciego respeto a los autores clásicos era la barrera que se oponía al progreso de la ciencia. La zona perusta de Aristóteles, el pulmón marino de Estrabón, al norte de Europa, y el mar tenebroso, al sur del cabo Bojador, cohibían con su terrorífica imagen el natural impulso a sobrepasar los confines del mundo; pero arrojados viajeros y valerosos misioneros habían logrado llegar hasta el Extremo Oriente, y los audaces mallorquines del siglo XIV y los nautas lusitanos de Enrique el Navegante, un siglo después, habían desacreditado con sus gestas la infalibilidad de los antiguos.

Puede disentirse, quizá, la trascendencia científica que asignamos a las exploraciones de los ibéricos, aduciendo que ellas, juntamente con el renacimiento científico, son frutos de una misma causa: el despertar de las conciencias, que se traduce de varias y múltiples maneras; pero ese espíritu de libre examen, esa rebeldía contra la autoridad de los antiguos, no habría pasado de ser una postura intelectual   -23-   de algunos pocos, como ya los hubo en siglos anteriores, sin mayor trascendencia en la marcha de la humanidad, a no ser por el arrojo temerario de los primeros hombres que arriesgaron sus vidas para comprobar el grado de verdad de aquellas terroríficas descripciones de las zonas terrestres y marítimas vedadas a la planta humana.

Después del éxito del primer ataque a la inconmovible fortaleza de la ciencia antigua, y deshecho así el dogma de su infalibilidad, que hoy apenas podemos comprender, fue ya tarea fácil a la docta multitud de estudiosos, que surgió en todos los países cultos, lanzarse por la brecha abierta, para destruir cuanto tenía de deleznable la imponente construcción; pero el coraje de los mallorquines del siglo XIV y el de los primeros lusitanos que acompañaron a Gil Eanes en 1434 por el «mar tenebroso» (heroísmo comparable al de quienes se alistasen hoy en una expedición aérea hacia Marte), el de Colón y Magallanes y el de todos los navegantes portugueses que atravesaron una y otra vez la zona tórrida, hasta descubrir la ruta a la India, demostrando a la par la inconsistencia de los dogmas aristotélicos y la inexistencia del continente austral de Tolomeo4, no solamente hicieron posible la epopeya hispánica, sino también el advenimiento de la ciencia moderna,   -24-   libre de prejuicios de autoridad, que ellos lograron derrocar.

La experiencia, la visión directa de los hechos, es desde entonces el criterio supremo de verdad, que destrona al criterio de autoridad. Contra la sabia opinión de los filósofos, que declaran impenetrable e inhabitable la zona tórrida, los portugueses la cruzan repetidamente; y seis veces la atraviesa la expedición de Magallanes «sin quemarse», como dice López de Gomara5. Este grandioso viaje contribuye como ninguno a arraigar definitivamente en las conciencias la idea de la esfericidad del globo y de su relativa uniformidad.

Suele afirmarse sin razón que las expediciones de Colón y Magallanes derrocaron la concepción del mundo como disco plano, demostrando la esfericidad del planeta. No; la idea de la tierra esférica era en aquel entonces patrimonio de todos los hombres cultos. Ya los griegos habían abandonado esa ingenua idea de los geógrafos jónicos, y la observación de la sombra arrojada sobre nuestro satélite en los eclipses lunares confirmaba visiblemente esta verdad. Ahora bien, una cosa es el globo y otra el ecumene o mundo habitable que en los primeros siglos medioevales de ínfima cultura se suponía disco flotante sobre las aguas; pero a   -25-   fines de la Edad Media se impuso definitivamente la tesis aristotélica, que consideraba la tierra como esfera sólida, cubierta de aguas, excepto en la porción que constituye los continentes.6
La Tierra y los muros que sostienen el firmamento. (Según Cosmas. S. VI.)

Mas todo ello, y las conjeturas de algunos atrevidos cartógrafos, no pasaba de ser hipótesis más o menos plausible y aceptable; y aun los más eruditos discutían sobre la posibilidad de existencia de otros mundos o siquiera islotes habitados. Aunque nos hayamos acostumbrado a la idea de la existencia de antípodas, por haber nacido bajo el signo de la teoría física de una gravitación central y en una época de dominio absoluto de los mares, se comprende bien que, con la idea de una gravitación paralela y con un reducido horizonte terrestre y   -26-   marítimo, fuera tan enorme como razonable la resistencia que encontró durante muchos siglos la concepción de esos desgraciados antípodas «suspendidos cabeza abajo», y se explican las burlas con que fueron escarnecidos los defensores de idea tan monstruosa7; y no podemos contener nuestra admiración hacia el poderoso esfuerzo imaginativo de los pitagóricos, de Aristóteles, y sobre todo de Aristarco, el Copérnico de la edad antigua, que concibió el sistema heliocéntrico. Y más admirables todavía que aquellos espíritus libres y razonadores son los hombres medioevales, que vencieron en lucha individual al doble enemigo: la ignorancia y el prejuicio supersticioso. Alberto el Magno, Rogerio Bacon, Vicente de Beauvais, el Dante, Pedro d’Ailly, aristócratas de la inteligencia y padres de nuestra civilización moderna, admitieron la esfericidad de la tierra, pero pocos de ellos llegaban a creer en los antípodas; y esta inercia de las mentes más excelsas de dos centurias magnifica la figura del obispo Virgilio de Salzburgo, que en pleno siglo VIII, quinientos años antes que ellos, admitió entrambas ideas, siendo perseguido por tal doctrina «perversa y peligrosa».

Si los gigantes intelectuales del siglo XIII, que no tuvieron dignos sucesores en el siguiente, se resistían a admitir plenamente esta doctrina, puede conjeturarse cuál sería la posición mental de los contemporáneos de Colón, pues   -27-   poco se había progresado en un siglo8; y se comprende la emoción de la plebe, y aun de los doctos, cuando Sebastián Elcano, arribó maltrecho con sus diecisiete compañeros, únicos supervivientes de la expedición de los doscientos treinta y nueve que emprendieron la vuelta al mundo.

Al encontrar antípodas aquellos irreverentes aventureros, en contra de todas las autoridades clásicas, ya no fueron condenados a la hoguera como en 1327 lo fuera Cecco d’Ascoli; por el contrario, la Iglesia se rindió ante la realidad, admitiendo un nuevo «don del Cielo, concedido a los cristianos para dar la vuelta a la Tierra».

Perdida ya la fe en la infalibilidad de los filósofos antiguos, el espíritu escudriñador vuela libre de trabas, y todos se disponen a leer por su propia cuenta en el gran libro del mundo.

El espíritu objetivo, irrespetuoso del criterio de autoridad, que ya permitió a los inmortales Pinzón, discutir de igual a igual con el Almirante, se propaga entre las inteligencias despiertas; y a pesar de todas las coacciones del para ellos semidiós, que llegó a la locura de amenazarles con cortar la lengua de quien negara   -28-   sus aseveraciones, Juan de la Cosa se inmortaliza con su réplica gráfica (1500) con la que deshace científicamente el error de Colón.

Como dice el bachiller Fernández de Enciso en su tratado de 1559, no se ha inspirado tanto en Tolomeo, Eratóstenes, Plinio y Estrabón, «como en la experiencia de nuestros tiempos, que es madre de todas las cosas». Y cuando el jesuita Acosta afirma que las tierras más altas son más frías, dando la explicación de este hecho, no lo hace ya basado en los autores, sino después de haber subido hasta el lago Titicaca, a 4.000 metros, y descender hasta el Pacífico. Y lo mismo procede al explicar las mareas, «no tanto por las razones que los filósofos dan en sus libros, como por la experiencia cierta que se ha podido hacer».

Bien justificado está, pues, aquel juicio de Humboldt: «El fundamento de lo que hoy se llama la Física del globo, prescindiendo de las consideraciones matemáticas, se halla contenido en la obra del jesuita José Acosta, titulada: Historia natural y moral de las Indias, así como en la de Gonzalo Hernández de Oviedo, que apareció veinte años después de la muerte de Colón.»

Abandonado ya el criterio de autoridad, no falta quien se permite criticar el complicado sistema de Tolomeo, y, entre otros, el médico Francisco de Villalobos, que en 1515 expone sus «dudas y perplejidades sobre esta invención de los epiciclos» y discute la tesis aristotélica sobre las aguas del mar, rechazando de plano toda explicación teológica de los fenómenos físicos.

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Esta disconformidad con la ciencia de los antiguos, estimulada por el trascendental éxito de las expediciones colombinas, encontraba, mientras tanto, su magnífica expresión en la inmortal obra de Copérnico, concebida y planeada en 1506, año de la muerte del Almirante.
«Demostración» medioeval de la imposibilidad de la forma esférica de la Tierra. Siglo VI.

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Concepción integral y unitaria del universo

 

Suele definirse el Renacimiento como el descubrimiento del hombre por sí mismo; y nada contribuyó a ello como la exploración de los países ignotos. Terminado el largo diálogo místico, el hombre se enfrenta con la naturaleza y con sus semejantes.
Razas humanas, según Münster, 1550.

El hombre medioeval, recluido en el ecumene   -31-   circunmediterráneo, con vagas noticias del norte de su propio continente y del Lejano Oriente, aportadas por intrépidos viajeros, había creado en su fantasía imágenes monstruosas de los seres que poblaban otros mundos. Las representaciones gráficas que nuestros dibujantes de más fértil imaginación suelen hacer de los presuntos marcianos, cada vez que se pone de actualidad ese viejo tema, no son más deformes ni monstruosas respecto del arquetipo humano que las láminas dedicadas en la Cosmografía de Sebastián Münster, nada menos que en 1550, a representar posibles razas humanas, interpretando los hiperbólicos relatos de los primeros exploradores, cargados de prejuicios medioevales e ingenuamente crédulos para las más fantásticas maravillas.

La idea preconcebida que llevaban los descubridores se basaba en la concepción medioeval del mundo, procedente de autores como Solinus, de la decadencia romana:

Animales fantásticos como el basilisco de la India y el bonacus de Frigia; grifos, hormigas como perros, y la famosa ave fénix, que renace de sus cenizas. Amazonas, dragones y sirenas. Hombres cíclopes, con un solo ojo, y otros con cuatro ojos, o descabezados; con los ojos y boca en medio del pecho; hombres cinocéfalos, con cabeza de perro; hombres hipópodos, con pezuñas de caballo; hombres con un solo pie gigantesco; otros con labios enormes, que, replegados, les servían de sombrilla…

Al lado de estas viejas concepciones arraigadas en las mentes del quinientos, resultan casi razonables las descripciones que la imaginación   -32-   sobreexcitada y la crédula fe de los conquistadores, predispuestos a encontrar seres fabulosos, han hecho de ciertos fenómenos que vieron u oyeron relatar a los indígenas: los habitantes del Labrador tenían cola; en las Orcadas las hojas de cierto árbol se convertían en pájaros al caer sobre las aguas de un río; ciertas hojas colocadas sobre un plano horizontal caminaban como orugas…9.

La frase «nuevo mundo» tuvo entonces el mismo significado trascendental que hoy tendría el acceso a otro planeta, poniendo tensos nuestra ciencia y nuestro esfuerzo. Bien se comprende aquel afán de explorar todas las latitudes, surcar todos los mares y remontar todos los ríos; de escalar las más altas cumbres y penetrar en las selvas más intrincadas en busca, no tanto de riquezas, como de emocionantes novedades.

El Ecumene de los griegos era un mundo íntimo, rodeado de una zona infranqueable, llena de terribles peligros y fuerzas naturales desencadenadas; más allá el misterio insondable e infinito donde habría quizá otros mundos, otros seres, otra vida; y ahora se ve, no sin desilusión, tras las primeras exploraciones, que no existen tales mundos nuevos, y que el nuevo continente, pese a sus novedades, no es esencialmente   -33-   diferente del viejo, ni por su estructura física ni por sus habitantes; no existen dragones ni sirenas, no hay razas monstruosas ni hombres sauriformes; y las esperanzas concebidas por los fantásticos relatos oídos de los indígenas y mal traducidos por los sugestionables viajeros de las primeras expediciones, quedan a la postre defraudadas10.
El mundo en la concepción homérica

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Cuando hombres cargados con el prejuicio de tales representaciones monstruosas en todos sus viajes encontraron siempre los semejantes de nuestra misma hechura y condición, se explica que este homeomorfismo los afirmara en su convicción de haber llegado al extremo oriental del viejo continente y no a un mundo nuevo. Al fin se dieron todos cuenta del error; todos menos el Almirante, que murió aferrado a su convicción; y lentamente se fue formando en las conciencias una nueva concepción integral y unitaria del mundo.

Los títulos de las nuevas geografías traducen ya esta idea11, y la evocación del gigante mitológico que sostenía el mundo, adoptada por Mercator para designar su colección de mapas, se hace usual para todas las colecciones sucesivas, que reciben el nombre genérico de Atlas o Atlantes.

Ya no cabe duda de que pueda haber otros continentes análogos; saciada la curiosidad y decepcionada la desmesurada esperanza, ya no hay prisa en completar el mapa del Pacífico, y pasan casi 300 años hasta que se descubre Australia; y muchos más sin explorar las regiones polares.

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Quede a cargo de los especialistas la descripción de las razas americanas; pero destaquemos esta idea señera, que nace y se arraiga al fin en las mentes del siglo XVI: la unidad de la especie humana; el hombre es ya el semejante; el hombre, ente bien definido, con insignificantes diferencias de color y de estatura, como señor del planeta entero, circunnavegado, explorado y explotado en beneficio de la especie humana.

El estudio físico del globo terrestre recibe impulso decisivo y «cuando se estudian seriamente las obras originales de los primeros historiadores de la conquista, sorpréndenos encontrar el germen de tantas verdades importantes en el orden físico, planteando la mayor parte de las graves cuestiones que aun en nuestros días nos preocupan». (Humboldt.)

Aunque la zona mediterránea de Europa ofrece rica variedad de fenómenos físicos, éstos aparecen de pronto en el Nuevo Mundo en proporciones gigantescas y con caracteres singulares: los aluviones del Amazonas, el cañón del Colorado, la costa sudoriental de América del Norte, las costas patagónicas…; finalmente, terminado ya en líneas generales el conocimiento de la superficie, se pone la Geografía a escudriñar la estructura interna del planeta, organizándose más tarde la Geología. También la Oceanografía y la Aerografía son fruto de aquellas grandes expediciones, y solamente tras una larga serie de observaciones de los vientos intercontinentales relacionados con otros   -36-   fenómenos físicos, pudieron nacer más tarde la Meteorología y la Climatología12.
Serpiente de mar, según Gesner, 1598.

Nuestro planeta queda así explorado en todos sus aspectos físicos. Todas las observaciones de los cronistas de Indias, tan elogiosamente comentadas por Humboldt, propendían a este fin, desarrollando el magno programa científico contenido en los escritos del Almirante; y al completar nuestro conocimiento en la medida del precario estado de la ciencia de entonces, descubrieron la armonía y unidad funcional   -37-   del mundo. Las relaciones entre los vientos y las corrientes marinas, la acción recíproca entre las cadenas de volcanes, su influencia en los terremotos, revelaban la armonía física, mientras que la gradación de las especies vegetales y animales, las analogías entre lenguas indígenas de regiones muy distantes13 ponían de manifiesto la unidad biológica del mundo.

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La ley cuantitativa y la scienza nuova

 
Tolomeo mide la altura de los astros con el cuadrante. (Cosmografía de Münster, 1550).

La ciencia aristotélica tenía carácter esencialmente cualitativo, asignando a las sustancias virtudes y cualidades de índole moral: afinidades   -39-   y antipatías que explicaban su comportamiento. Más modesta en sus pretensiones, la ciencia renacentista se limita a descubrir el cómo y no el porqué de los fenómenos, y ese comportamiento de la Naturaleza lo reduce a relaciones cuantitativas precisas, comprobables, numéricas. Nace así el moderno concepto de ley física, meramente fenomenológica, que había de inmortalizar a Galileo y Keplero, cuya esencia enunció más tarde Newton en su famoso apotegma: hypothesis non fingo.

A este tipo de ley, fenomenológica y cuantitativa, pertenece la variación de la declinación magnética descubierta por Colón. La desviación de la aguja es algo más que una misteriosa cualidad: es una magnitud bien determinada y medible en cada lugar del globo; es, en suma, una función de las coordenadas geográficas, función que en 1580 intenta expresa Burroughs por una fórmula matemática; empeño fracasado que todavía espera solución; y en el siglo XVII descubre Gellibrand, que no sólo varía con el lugar, sino también en función del tiempo, y asimismo intenta dar expresión matemática a esta variación secular, con el fin de poder predecir cuál será la dirección de la brújula en todo tiempo y lugar, predicción que es la aspiración máxima de toda ciencia, pero que en este problema sigue tan inaccesible como en aquella remota era14.

Todos los historiadores de la Física anotan en el haber de Colón el descubrimiento de la   -40-   declinación magnética o más bien de la variación de ésta con la longitud; observando además que en cierto lugar pasa esta declinación de uno a otro sentido y descubriendo así la existencia de líneas sin declinación; pero no vemos que le atribuyan con igual justicia la valiosísima observación de las variaciones irregulares, las cuales, desgraciadamente, siguen hoy tan inexplicables y misteriosas como entonces.

La explicación con que el Almirante logró tranquilizar a sus asustados marineros, que ya se veían perdidos por este acceso de locura de su gran instrumento conductor, consistió en inculpar de tales trastornos a la estrella polar -según dicen los historiadores-, siguiendo a Muñoz, Navarrete…, que califican de especiosa tal explicación, forjada «para disipar los temores de su gente». Dan a entender así que la actitud de los subordinados no era muy tranquilizadora como para dejar de darles rápidamente alguna explicación que los apaciguase; y el astuto ligur la encontró pronta y expeditiva.

Pese a esta interpretación admitida generalmente, la verdad es otra15, pues la frase textual de Colón dice «la estrella hace movimiento y no las agujas» y expresa un hecho rigurosamente exacto, pues él sabía distinguir polo y polar, entonces más separados que ahora. La misma plausible explicación repite el día 30 de setiembre: «la estrella hace movimiento como   -41-   las otras estrellas y las agujan piden siempre la verdad».

Justo es reconocer que no todas sus explicaciones teóricas fueron tan satisfactorias como éstas; pero tampoco son definitivas las posteriores a él; y todas las futuras y mejores tendrán vida igualmente precaria, mientras que tienen valor definitivo todas las observaciones y todas las medidas realizadas desde el primer viaje con serenidad admirable ante la inquietud de sus decepcionados y arrepentidos marineros; valiosísima aportación temprana al grandioso cuerpo de doctrina empírica que cien años después habría de llamarse la Scienza Nuova. Precisamente en el año 1592 tomaba posesión Galileo de su cátedra en la Universidad de Padua.

Del mismo tipo son asimismo multitud de observaciones con que Gomara, Oviedo, Acosta y Hernández enriquecieron las ciencias físicas y naturales: distribución del calor en la superficie terrestre y variación de los climas en las laderas de las montañas; límites de las nieves perpetuas en cada latitud, relación entre las áreas de mares y continentes; composición de la atmósfera y condiciones de vida…

Toda ampliación del horizonte intelectual lleva consigo una necesidad de perfeccionamiento de los métodos científicos por las nuevas conexiones que surgen y los nuevos problemas que se plantean. El descubrimiento de América, con la consiguiente necesidad de la navegación de altura, que ya entonces debe organizarse sistemáticamente, sin confiarse en el azar, plantea problemas nuevos que no habían   -42-   exigido las expediciones costeras, aun las más arriesgadas, de los lusitanos. La Náutica impone a la Astronomía un mejor conocimiento del cielo, una más exacta determinación de las coordenadas geográficas, y, por ende, un perfeccionamiento progresivo de los instrumentos de medida que en las hábiles manos de Tico-Brahe produjo el maravilloso material de observaciones que hizo posible el advenimiento de Keplero y de Newton.
Observación del cielo en el siglo XIII.

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En verdad, tales perfeccionamientos logrados antes de la invención del anteojo eran muy modestos en su esencia; pero los instrumentos astronómicos en tierra firme suplían al menos con sus grandes dimensiones la deficiencia de los modestísimos aparatos usados por Colón y Magallanes, que fueron el astrolabio o el cuadrante y la ballestilla. Para valorar la pericia de aquellos navegantes habría que poner en las manos de un marino moderno, abrumado de sabiduría, ese pequeño disco de latón y ese par de toscas varillas de madera, invitándole a dirigir un mísero navío alrededor del mundo y además a trazar su carta náutica. Con la diferencia de que entonces todo era desconocido y misterioso: la carta y el mundo.

Y prosiguiendo esta escala de relatividad, es preciso señalar que la invención de la modestísima ballestilla o bastón de Jacob fue considerada como progreso tan trascendental en la Náutica, por permitir la determinación de la latitud en la navegación de altura, que germanos y latinos se disputan la primacía. Mientras aquéllos atribuyen a Behaim su introducción en Portugal, éstos aseguran que era muy usada por los marinos del Mediterráneo, y que fue quizá inventada por el provenzal Levi ben Gerson16.

Uno de los problemas rebeldes a todos los esfuerzos y de máxima trascendencia, no sólo geográfica, sino políticointernacional, fue la determinación de longitudes, del que dependía   -44-   la línea de demarcación trazada por el Papa en torno del globo, para repartir equitativamente el planeta entre las dos monarquías ibéricas. Este problema candente y otras muchas cuestiones, pero sobre todo el ansia de verdades nuevas que inflama todos los espíritus del siglo de oro, imponen el perfeccionamiento de todos los instrumentos, para ampliar la potencia de nuestros sentidos: el nonius, el telescopio, las lentes combinadas de Fracastoro y de Porta, que preparan la doble invención del anteojo astronómico y del microscopio, en la frontera de los siglos XVI y XVII, dilatan el universo observable, en las dos direcciones de lo infinito y de lo infinitésimo, y juntamente con el cronómetro impulsan vertiginosamente la astronomía y las ciencias físicas y biológicas.

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Tico-Brahe trabaja con el cuadrante mural en su observatorio de Uranienburgo. (Grabado de 1602).

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Capítulo II

 

Las ciencias físico-matemáticas

La geografía

 

Discútese todavía el valor de las aportaciones originales de los pueblos ibéricos a las ciencias positivas; pero hay una disciplina a la cual hicieron progresar en la Edad Moderna mucho más que todos los otros países juntos, y es la Geografía.

Como máximo propulsor de ella debe ponerse el nombre del infante portugués Don Enrique quien durante medio siglo planeó, y en parte realizó, el más vasto plan de exploraciones que registra la Historia desde que existe el mundo; pues no solamente exploró gran parte del África y proyectó la ruta marítima a la India, sino que también parece haber ensayado expediciones a América, mucho antes de que Colón realizara su magna hazaña17.

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Son los descubrimientos lusitanos los que incorporaron el África entera a la Geografía, pero mucho antes los habían precedido otros exploradores valerosos. Es preciso retrotraerse a los comienzos del siglo XIV, conocer las supersticiones que atemorizaban a los navegantes y saber el rudimentario estado de la náutica de entonces, y aun de un siglo después18, para admirar debidamente el coraje de los mallorquines que en el primer tercio de aquella centuria se arriesgaron a llegar al mar tenebroso; expediciones de las que no queda noticia fidedigna, pero sí del fruto de sus descubrimientos, en los primeros portulanos mallorquines. Tal, por ejemplo, el de Dulceti o Dulcert, fechado en Mallorca en 1339, que traza la costa africana en mayor trecho -dicen algunos- que los portulanos italianos, los cuales llegan sólo hasta el cabo Bojador, considerado como límite meridional del mundo.

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Se daba por cierto, como hecho incontrovertible, que las comarcas ecuatoriales eran inhabitables por su sequedad y altísima temperatura, y se suponía la existencia de una zona perusta, de acuerdo con el dogma aristotélico.

Se tenía por verdad sólida que al sur del cabo Bojador (caput fines Africae), situado en la costa africana no lejos de las Canarias, se extendía el temible Mar tenebroso, en el cual la mezcla de las aguas hirvientes del trópico, con las frías procedentes del polo, producía espesa niebla de vapores que mezclada con las arenas del desierto acarreadas por los vientos formaba una masa impenetrable. El finis mundi se había desplazado algo desde la antigüedad, pero no pasó hacia S-O de esa barrera que se suponía infranqueable. Ya no era el precipicio que bordeaba el Ecumene de los griegos, pero significaba algo equivalente al terrorífico pulmón marino, que describe Estrabón en los confines boreales del mundo entonces accesible.

El pavor que inspiraba el cabo Bojador, tenía un fundamento real. Parece ser, en efecto, que más allá del Cabo se extiende una restinga de seis leguas de largo donde las aguas se quiebran, arremolinándose y formando «un hervidero de olas furiosas». Aquella extensión inmensa de espumas blancas -dice De Souza- hacía imaginar que el Océano, de allí adelante, se prolongaba siempre en un bullir continuo por el calor de la zona tórrida, tan ardiente y tan difícil que hacía imposible la vida en aquel lugar. Los mareantes contemplaban pensativos el páramo amenazador   -49-   de espumas blancas, que llenaba la inmensidad con su rumor; después viraban de bordo y retrocedían.

«Por eso mismo -sigue diciendo el historiador portugués- la preocupación constante de don Enrique era doblar el cabo Bojador. En 1433 mandó preparar una carabela cuyo mando dio a Gil Eanes, su escudero, para que traspusiese el Cabo. Gil Eanes siguió la ruta de costumbre, pero no tuvo la audacia suficiente para pasar adelante. Al año siguiente fue preparada otra expedición, y don Enrique hizo la misma recomendación; se realizó otro viaje para el gran paso; Gil Eanes, llegado allí, se decidió al fin a abandonar la costa, marchar al Oeste y seguir al margen de la sabana de espuma. Así llegó a su extremo; hacia el Mediodía tornaban a mostrarse las olas del mar glauco; por la popa, muy lejos, la tierra desaparecía en el horizonte de bruma; el piloto triunfante arrumbó al Sur (1434).»

 

Solamente el arrojo, que él consideraba suicida, del joven Gil Eanes, empeñado, aun a riesgo de perecer en la demanda, en reconquistar el favor del príncipe, con el cual había caído en desgracia, y la genial terquedad de éste, hicieron posible la hazaña que inició el período de los grandes descubrimientos. Pero si esto era grande y heroico en aquella fecha, la admiración sube de punto si se retrocede un siglo y se piensa en los intrépidos mallorquines que en los comienzos del siglo XIV realizaron quizá la misma hazaña (de la cual probablemente ya no había noticia en el siglo XV)   -50-   de internarse en el pavoroso y espumante mar, de aguas en ebullición.

De tales expediciones, muy anteriores al 1400, hay pruebas positivas en lo que se refiere a fechas posteriores al 1300; pues ciertos relatos sobre expediciones más remotas no ofrecen garantía de autenticidad. Tal sería, por ejemplo, cierto documento de fines del siglo XII en que se afirma que los genoveses Vivaldi y Usodimonte llegaron hasta Guinea; pero según el escrupuloso Günther «no parece que ofrezca completa autoridad»19. Son, por el contrario, de indudable valor probatorio los documentos siguientes:

1º El portulano de Dulceti, Dulcert o Dolcet, trazado en Mallorca en 1339, en el cual figura ya un gran trecho de la costa africana.
2º La carta de Viladestes (1413), en la que se atestigua haber partido el 10 de agosto de 1346 una expedición de Jaime Ferrer para ir al Río de Oro20 (¿en Senegambia?), declaración que revela el conocimiento de la costa situada al sur del cabo Bojador, y que está   -51-   confirmada por un manuscrito conservado en Génova.
3º Una carta del Atlas catalán de 1375, en que figura la misma inscripción.
4º Hubo además una expedición de los navegantes franceses de Dieppe, subvencionada por las comerciantes de Rouen, que se supone pasó del cabo Bojador en 1364, llegando hasta Guinea21.

Nada dice de esta expedición francesa el profesor Kretschmer, de la Universidad de Berlín, ni tampoco de las anteriores, en su conocida Historia de la Geografía, y probablemente por documentación incompleta llega a escribir que «en la Edad Media se reconocieron de nuevo las costas occidentales del continente; pero nadie había pasado del cabo Bojador, que por esta causa se designaba como caput fines Africae

En cambio Günther admite viajes anteriores de exploración de las costas africanas, aunque poniendo en duda los anteriores al 1300; y de la expedición francesa dice «que no se ha probado rigurosamente». Finalmente afirma que el famoso cabo Bojador «fue alcanzado hacia 1345 por un monje español, quien también   -52-   tenía conocimientos de las islas de las Cabras o Azores».

Muchos datos ciertos e indicios probables hay, como se ve, en favor del descubrimiento y exploración de la costa africana un siglo antes de las expediciones lusitanas, y materia abundante de discusión para los eruditos de las dos naciones ibéricas, hermanas pero no siempre fraternales; especialmente para los que subordinan el criterio objetivo y desinteresado de la verdad histórica al sentimiento patriótico, sin duda respetable, pero que nada contribuye a la exacta visión de los hechos, tales como han sido. La verdad, como toda luz, propende a refractarse; y nada más refringente que el amor y el odio.

Porque el punto discutido no es una bagatela histórica. Si la expedición de Jaime Ferrer en 1346, documentada en dos portulanos y un manuscrito es, como parece, real, y se dirigió hacia el Sur (¿más allá del mar tenebroso?), aunque no existen noticias del éxito que le cupo, prueba indudable es de exploraciones más antiguas, que parecen corroboradas por el portulano de Dulceti, fechado en 1339; y entonces resultaría que la serie entera de las muchas y penosas exploraciones costeras realizadas en vida de Enrique el Navegante no fue sino repetición de hechos ya realizados hacía un siglo, pero probablemente olvidados y desconocidos cuando este hombre extraordinario concibió, y en parte logró, realizar su grandioso proyecto, que había de elevar al pequeño Portugal a un grado de poderío, extensión y   -53-   riqueza que raya en los límites de lo fabuloso22.

Puesto que aquellas remotas cuanto admirables expediciones de mallorquines, franceses y quizá italianos carecieron de trascendencia histórica, como la obra de tantos precursores en otros órdenes de la cultura, que vivieron en el mismo siglo; y puesto que la superstición medioeval que impedía la expansión marítima perduraba en el siglo XV, a este gran organizador, que con inteligente tenacidad y por el más riguroso método experimental logró demostrar su inconsistencia, corresponde en justicia el título de Padre de la Geografía Moderna23.

Rota ya la superstición, los descubrimientos geográficos se suceden vertiginosamente, y las expediciones enviadas por Don Enrique y después por el Rey Alfonso V avanzan más y más por el contorno de África, penetrando tierra adentro en el Sahara, el Senegal y el Gambia.

Cabo Blanco en 1441, Bahía de Argüin en 1443, Senegambia y Cabo Verde en 1445, Sierra Leona en 1447, y, después de la muerte del príncipe, Golfo de Guinea en 1469-71, el Congo en 1481; culminando la epopeya con la hazaña   -54-   de Bartolomé Díaz, que en 1486 dobló el codo de las Tormentas, bautizado después por él como cabo de Buena Esperanza.

He aquí un nuevo descubrimiento geográfico de la más alta trascendencia. El África no se extendía, pues, hasta el Asia formando un todo conexo por el extremo Sur, sino que tenía un contorno meridional a modo de proa entre el Oriente y el Occidente. La Terra incognita secundum Ptolomeum, que figuraba en los mapas ocupando casi todo el hemisferio austral en forma de inmenso continente, quedó tachada de un plumazo por los nautas portugueses, o al menos empujada hacia el lejano sur del viejo continente, como las expediciones posteriores a Magallanes la alejaron del nuevo, quedando así relegada a la región polar, donde han seguido ocupando su hipotético lugar hasta nuestros días, en que los exploradores del polo han despejado definitivamente la incógnita obsesionante.

Descubierta la estructura del continente africano y explorado todo su lado occidental, nuevas expediciones se lanzan por su flanco oriental, llegando hasta entablar relaciones diplomáticas con el Negus de Abisinia, para establecer una especie de protectorado, como diríamos   -55-   hoy, que no llegó a formalizarse con este rey de reyes; el cual, en su calidad de príncipe cristiano, era considerado como la personificación del legendario Preste Juan.

Mientras tanto, Colón maduraba su proyecto de encontrar al fabuloso personaje oriental navegando hacia el Oeste.

No encuadra en este trabajo la reseña de los descubrimientos geográficos bien conocidos24, que a partir de 1492 cambian la faz del orbe; pero no dejaremos de establecer siquiera esta doble escala de valores.

El descubrimiento de América por las naves castellanas, fue hallazgo afortunado que recompensó un esfuerzo dirigido hacia otro fin bien planeado con los insuficientes conocimientos de la ciencia de entonces; pero hay tres descubrimientos en la larga serie de esta era mítica que tienen el más puro carácter de la resolución de un problema científico, tenazmente perseguido y felizmente logrado: la superación del cabo Bojador decidida por Enrique el Navegante, y lograda en 1434; el descubrimiento del mar del Sur, o sea el océano Pacífico, por Vasco Núñez de Balboa en 1513 y el descubrimiento del estrecho de Magallanes en 1520, coronado con la circunnavegación del globo.

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La fabulosa Atlántica en la obra de Kircher (1665).

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La cartografía

 

Materia sobrada daría este epígrafe para uno y aun varios volúmenes, pero debemos limitarnos a escasas y breves noticias.

Los primeros mapas medioevales son circulares, de acuerdo con la forma supuesta para el mundo habitado. Que algunos mapas, como el de Cosmas (S. VI), tengan forma rectangular, no quiere decir, a nuestro entender, sino que así limitaban convencionalmente lo representado, como hacemos hoy en nuestros mapas. Que en el mapa de Cosmas aparezca otro rectángulo a la derecha que representa el Paraíso, unido a aquél por ríos misteriosos, tiene un valor simbólico.

Redondos, ovalados o en forma de corazón, poco progresan en los primeros siglos los mapas medioevales; además de colocar el Paraíso en uno u otro lugar del Oriente, solían estar ilustrados con numerosas figuras de geografía física o política, especialmente con representaciones de hombres y animales monstruosos. Pero en el siglo XIV evolucionan rápidamente, al compás de las exploraciones de mallorquines, catalanes e italianos, y famosos son éstos: el de Visconti, o de Sanudo (1320), el Atlas de los Médici (1351), la carta catalana de 1375.

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Ya en el siglo XIII habíase iniciado, sin embargo, un nuevo tipo de mapa más científico, con menos fantasías y figuras abigarradas, para representar las costas; son los mal llamados portulanos, cartas de compás o loxodrómicas, caracterizados por la encrucijada de líneas que los cruzan, radios de dieciséis rosas náuticas con sus centros dispuestos en circunferencia, mediante los cuales orientaban su rumbo los navegantes; son, en suma, las primeras cartas náuticas no sujetas a método ninguno de proyección, antes de que se inventara el sistema de proyección que, gracias a Mercator, resolvió el problema de trazar el rumbo exactamente entre puntos cualesquiera.

La deformidad que salta a la vista, apareciendo contraídas las dimensiones N. S. (al revés de lo que acontece en las de Mercator) radica, al parecer, en haber utilizado datos españoles o portugueses para las costas del Atlántico, expresados en leguas, que al ser erróneamente reducidas a millas de portulano produjeron esa deformación25.

He aquí la nómina de los portulanos más antiguos conocidos: la carta pisana del Mediterráneo,   -59-   que se supone de fines del siglo XIII (alguien asegura que es de 1270); el atlas de Luxoro en Génova, de la misma época; la de Petrus Vesconte dibujada en Génova en 1311; la de Angelino Dalorto, en 1325; la de Giovanni Carignano, que se supone también de comienzos del siglo XIV; la de Angelino Dulceti, o Dulcert, o Dolcet, dibujada en Mallorca en 1339, cuyo autor parece ser italiano, a pesar de los esfuerzos de algunos eruditos españoles. Entre los italianos del mismo siglo XIV merece citarse Francesco Pizigano (1367-1373); finalmente, el mallorquín Guillermo Soleri (¿Soler?), que trabajó a fines del siglo, del que se conserva en Florencia una carta publicada en 1385 y otra en París.

En el siglo XV surge una pléyade de trazadores de portulanos: el mallorquín Viladestes, que tiene un portulano (algunos escritores españoles llegan a atribuirle la invención de la proyección de Mercator) fechado en 1413; los italianos Jacobo de Giroldis, Pietro delli Versi, Battista Becharius, Andrea Bianco, que trabajaron de 1422 a 1448; el mallorquín Gabriel de Valseca, de quien se conserva un portulano de 1439; Petrus Roselli (1447-65), Bartolomé Pareto (1455), Gratiosus Benicasa (1461-82), Andrea Benicasa (1476-90), Conte Freducci (1497), etcétera,

En el siglo XVI aumenta todavía el número, y entre ellos figuran los hermanos mallorquines Oliva, que trabajaron en Italia26, pero en   -60-   esa hora avanzada de la cultura geográfica y astronómica un nuevo tipo de cartas menos vistosas, pero más eficaces, venía a sustituir a los hermosos portulanos medioevales. De ellas nos ocuparemos después.

Positivo progreso significaron, sin embargo, estos beneméritos portulanos respecto de los mapas geográficos, maravillas de abigarramiento e inexactitud, mientras que en las cartas portulanas figuran solamente las costas conocidas y los mares surcados. La fantasía, que aderezaba las vagas noticias o las simples sospechas, se modera sensiblemente en estas primeras cartas náuticas, y pronto trasciende el ejemplo a los mapas terrestres. La honestidad científica se impone al fin sobre la ficción de conocimientos, y desde mediados del siglo XVI, a partir del gran Mercator, se borra todo lo fantástico y aun lo mal conocido, sin perder por ello aquella severa elegancia que hace de algunos mapas verdaderas joyas del arte gráfico.

Muchos problemas históricos plantea el interesantísimo tipo de carta portulana o de compás, precursora de la moderna carta náutica. Cuál sea el origen de ese nuevo modo de trazado es punto discutido por eruditos italianos y españoles, confundiendo frecuentemente, con el calor del entusiasmo puesto al servicio de una tesis patriótica, las cartas planas con los portulanos.

Otro punto en controversia es la existencia de un supuesto modelo, no se sabe si italiano o mallorquín, del que derivarían los portulanos conocidos, muy semejantes entre sí.

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Tampoco se sabe bien cuándo ni dónde nace ese otro tipo de mapa marino, intermedio entre el portulano y la moderna carta de Mercator, que suele llamarse carta plana, y cuya existencia efímera es consecuencia de su grave imperfección, que en otro capítulo explicaremos.
Carta del Nuevo Mundo en la Cosmografía de Münster, de 1550. Obsérvese cuán cercano de América aparece Zipango (Japón), por la errónea apreciación de longitudes.

Y finalmente se discute, con razones, con hipótesis y hasta con denuestos, la paternidad de las modernas cartas marinas, llamadas esféricas, cuya ingeniosa invención atribuyen algunos ingleses a Wright, y los españoles reivindican   -62-   para Alonso de Santa Cruz y Martín Cortés; pero que en plena justicia lleva bien puesto, como veremos, el nombre del flamenco Gerardo Kremer (Mercator), padre de la cartografía moderna.

No más justificadas que las pretensiones españolas están las portuguesas27. Algún historiador entusiasta, deseoso de acrecer la gloria de Pedro Núñez, que no necesita de tales recursos, deja entrever que, por mediación del inglés Dee, Mercator se inspiró en la idea de las cartas parciales (quarteladas) con que el gran cosmógrafo lusitano pretendió salvar la desigual dilatación sufrida por los paralelos en las cartas cilíndricas, adoptando escala distinta para cada trozo; pero entre esto y la genial idea de Mercator, media un abismo comparable al que señalaremos en el pertinente capítulo. Todos los empeños de españoles y portugueses en este problema no pasaron de ser meritorios esfuerzos malogrados; y son vanas todas las desfiguraciones de la realidad.

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La cosmografía y la náutica

 
Horóscopo hecho por Kepler en 1608 para el señor de Wallenstein.

Durante la Edad Media la Astronomía era cultivada casi exclusivamente como ciencia auxiliar de la Astrología. El trazado de horóscopos así lo exigía, mientras que la navegación costera podía realizarse con muy escasos conocimientos cosmográficos. Digamos breves palabras sobre los problemas que fue planteando la navegación de altura, los cuales produjeron   -64-   considerable avance en la técnica náutica28.

El instrumento astronómico fundamental de los navegantes era el astrolabio plano, disco circular graduado, con alidada giratoria, que permitía tomar alturas y medir azimutes en tierra firme, pero de difícil manejo en el mar. Tan inseguras eran sus determinaciones que el piloto Bartolomé Díaz, que dobló por primera vez el Cabo de Buena Esperanza, se vio obligado a desembarcar en la bahía de Santa Elena, principalmente para asegurarse de la latitud con observaciones más fidedignas29.

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Mientras el astrolabio puede considerarse como el teodolito primitivo, el precursor del sextante es el rudimentario bastón de Jacob, de más fácil manejo y de gran utilidad en manos expertas. Con uno u otro, el error cometido en la medición de alturas y azimutes era del orden del medio grado.
Manejo de la ballestilla hacia adelante y hacia atrás.

El astrolabio mide directamente el ángulo; en cambio la ballestilla o bastón de Jacob lo determina por la tangente de su mitad; en el eje o flecha del aparato va grabada una escala que da la graduación sexagesimal30. A juzgar   -66-   por los dibujos que representan su manejo hacia adelante y hacia atrás, es probable que llevara un pequeño espejo en el extremo de la flecha para ver al sol por reflexión, pues no parece que por la simple sombra lograran determinar la altura. Tendríamos, pues, el primer sextante rudimentario.

Los astrolabios planos terrestres usados por los árabes eran discos metálicos de unos 15 cm de diámetro, pero al aplicarlos a la navegación fue muy aumentado su tamaño y su peso, a fin de darles mayor exactitud y estabilidad31. Tan rudimentario aparato armado sobre un gran trípode es el astrolabio de palo a que se refieren las crónicas de la época.

El astrolabio terrestre llevaba en el reverso una proyección estereográfica de la esfera celeste correspondiente al lugar, de tal suerte que las estrellas principales visibles sobre el horizonte estaban representadas, y la simple lectura en el anverso de la altura de una estrella, enfilada con la alidada móvil, permitía determinar gráficamente la hora en este nomograma grabado en el reverso. Pero este método era inservible en la navegación, y en lugar de la proyección de la esfera celeste figuraba una tabla de declinaciones del sol correspondientes a varias épocas del año. El problema de la latitud quedaba así resuelto en tiempo despejado; de día por la altura del sol a mediodía,   -67-   y de noche por la altura del polo; pero la grave dificultad se presentaba en la determinación de la longitud, magno problema que preocupó a los cosmógrafos de todos los países y que ni siquiera Galileo llegó a resolver de modo práctico, como después veremos.

En 1480 el rey Juan II de Portugal organiza una Junta dos mathematicos para el estudio de los problemas de la navegación, y de Nüremberg viene contratado a Lisboa para incorporarse a ella el maestro Martín Behaim, que parece ser discípulo del Regiomontano y conocido constructor del primer globo terrestre (1492)32.

Algunos historiadores han atribuido al maestro alemán el progreso de la Náutica en Portugal, pero la afirmación es del todo inexacta, según está perfectamente demostrado. Mucho antes había logrado la Junta la colaboración del famoso judío salmantino Abraham Zacuto, profesor de Astronomía en la Universidad de Zaragoza, que influyó decisivamente con sus   -68-   investigaciones en el prodigioso progreso de la Náutica33. Su Almanaque Perpetuo de los tiempos sirvió de base para el cálculo de las efemérides que utilizaron con notorio éxito españoles y portugueses. Los «Regimentos» utilizados por los marinos portugueses, modelos de simplicidad práctica, fueron, según Gomes Teixeira, calculados por el judío José Visinho (Vecino), discípulo de Zacuto y miembro de la Junta de matemáticos antes citada. Las tablas de estos Regimientos de navegación están, en efecto, en desacuerdo con las Efemérides de Regiomontano y también con otras tablas del mismo autor, y en cambio armonizan perfectamente con las tablas del Almanaque de Zacuto. Además, el método para determinar las latitudes, que se dice haber enseñado Behaim a los portugueses, era ciertamente conocido ya en la Península por encontrarse en los Libros del saber del Rey Alfonso34. El mérito más sobresaliente del maestro alemán parece haber sido su destreza en el manejo de la ballestilla para tomar alturas de los astros y su habilidad para trazar mapas.

La conclusión a que llega el eminente matemático portugués es la siguiente: «La Astronomía náutica es ibérica y su origen está en los Regimientos de las navegaciones portuguesas. Resultó de la colaboración de Zacuto con los náuticos de la Junta de Matemáticos de   -69-   Lisboa y en especial con José Visinho, y es una aplicación de las doctrinas de origen grecoarábigo, contenidas en la gran obra de Alfonso X».

En efecto, la tradición científica tenía raíces muy antiguas en los dos países ibéricos, y el estudio de la Náutica no fue, como suele creerse, improvisado por el magno hallazgo del continente americano, aunque evidentemente estimulado en grado sumo.

Baste recordar el decisivo influjo que en el pujante desarrollo de la Náutica balear, de cuyas increíbles proezas ya nos hemos ocupado, ejerció el genial polígrafo Raimundo Lulio, «que mereció por sus tratados de aritmética y geometría, de astronomía y música, de navegación y de milicia, escritos y publicados algunos de ellos en París, un lugar muy señalado en la historia de nuestros conocimientos náuticos. El Arte de navegar, que escribió y mencionan Nicolás Antonio y otros bibliógrafos, no ha llegado a nuestros tiempos; pero es de presumir que a la doctrina que nos dejaron los antiguos reuniese los conocimientos que le sugirió su propia práctica y observación en las repetidas navegaciones y viajes que hizo al Asia, al África y a varios reinos de Europa, y el trato que tuvo con los cruzados, especialmente con las repúblicas de Italia, que tan célebres se hicieron en aquella edad por su poder y pericia en la navegación. Compréndese, en efecto, por la doctrina que vertió en otras de sus obras, cuán sólidos eran los principios en que fundaba la ciencia náutica, la cual derivaba de la geometría y aritmética,   -70-   demostrándolo con variedad de figuras y útiles aplicaciones, entre las que merece atención un astrolabio que trazó, utilísimo para que los navegantes conociesen por él las horas de la noche, y una figura que inventó, constituida en ángulos rectos, obtusos y agudos, en la que, conociendo el rumbo que sigue una nave y su andar según el viento que sopla, deduce, por una operación práctica y sencilla, el punto de llegada o el lugar en que se halla en medio de los mares en un momento o tiempo determinado: invento admirable que acaso fue el origen del cuartier de reducción»35.

Avanzando más en el tiempo, basta recordar que en 1412, es decir, 68 años antes de la llegada de Behaim, el infante Don Enrique había creado la famosa estación naval de Sagres, verdadera Escuela Náutica, que parece ser la primera en la Historia, y llamó a regentarla al famoso cosmógrafo mallorquín Jaime o Jácome de Mallorca, experto en construcción de brújulas y en el trazado de las cartas de mareas. La Junta de matemáticos vino a proseguir esta tradición, y de ella surgieron figuras como Duarte Pacheco Pereira, Juan de Lisboa, Francisco Faleiro36, autores todos de libros de Náutica, constelación que alcanza brillo sin igual al aparecer en el siglo XVI Pedro Núñez, astro   -71-   de primera magnitud y quizás el primer cosmógrafo de su época, de quien son dignos colegas los españoles Pedro Medina y Martín Cortés37.

El rechazar con estas citas de rancio iberismo el exagerado influjo que los historiadores alemanes atribuyen a su cosmógrafo, no implica desconocer el importante papel que Martín Behaim, geógrafo, viajero y navegante, desempeñó en el descubrimiento.

Bastaría citar el diario de Pigafetta38, donde se declara el conocimiento que ya tenía Magallanes del estrecho sudamericano, lo que explicaría su decisión a internarse en él, seguro de su salida al Mar del Sur, a pesar de que «toda la tripulación creía firmemente que el estrecho no tenía salida al oeste»; y este conocimiento lo tenía por una carta de Behaim (de Martín de Bohemia39, dice el relator), que   -72-   había consultado en la Tesorería del Rey de Portugal.

Como muestra curiosa del criterio con que suelen juzgarse estas cuestiones históricas, citaremos dos afirmaciones, tan rotundas como opuestas acerca del significado del discutido cosmógrafo.

El historiador Otto asegura y aún pretende probar en una monografía científica, que no fue Colón quien descubrió América, ni Magallanes quien encontró el estrecho, para llegar a las Indias por occidente; y que el mérito de tales descubrimientos se debe únicamente a Martín Behaim de Nüremberg. Y aduce como principal fundamento una crónica de Nüremberg, de fecha desconocida (y por tanto de dudoso valor), en la cual se lee este párrafo relativo al cosmógrafo alemán: «Descubrió las islas de América antes que Colón, y el estrecho que tomó en seguida el nombre de Magallanes antes que Magallanes mismo»40.

Situado en el polo opuesto de la crítica, Murr, en su Notice sur le chevalier Martín Behaim, célèbe navigateur portugais (sic), asegura que su biografiado no tuvo nunca la menor idea del estrecho de Magallanes, basándose en no haber encontrado rastro de tal documento en el archivo de sus herederos; y además porque en el globo terráqueo que donó a la villa de Nüremberg «puede verse claramente que Martín Behaim no sospechó siquiera la existencia de América».

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Es muy cierto que en 1492, fecha en que ejecutó por encargo de los tres burgomaestres de la ciudad su célebre «manzana terrestre», no sospechaba la existencia del nuevo mundo; pero no puede decirse lo mismo varios años después de los primeros descubrimientos, en que participó directamente; y parece ya bien averiguado que Behaim había indicado, en efecto, la existencia del estrecho a los 40º de latitud sur, con error tan enorme como explicable por las vagas noticias en que podía basarse41.

No solamente el bien documentado cosmógrafo, tanto por su ciencia como por su preeminente posición en la corte portuguesa, pudo sospechar la existencia del estrecho vanamente buscado por Solís en 1514, sino que también figuraba ya en 1515 -según Wieser- en un mapamundi de Leonardo de Vinci, así como en el globo terráqueo de Juan Schoener.

No demuestran tales datos que algún otro navegante hubiera llegado antes que Magallanes al estrecho; prueban simplemente que había ya una creencia, cada vez más arraigada entre los doctos, de la que participaban Magallanes y sus dos pilotos Jorge y Pedro Reinel, cuyo mapa, con el proyecto de viaje de circunnavegación, convenció plenamente a Carlos V. Repugnaba a todos la idea de un continente extendido de polo a polo, y la orientación de las costas del Mar del Sur, de O. a E.,   -74-   ya observada desde que las descubrió Balboa, más la analogía con el viejo continente doblado por Bartolomé Díaz en su punta austral, hacían sospechar que algún brazo del mar habría de separar el nuevo mundo del supuesto continente austral. Lo que no podía sospecharse en aquel entonces es que la Tierra al sur del estrecho descubierto por Magallanes fuera tan menguada e insignificante, como después se averiguó.
Blasón de Sebastián Elcano: Primus Circvmdedistime.

Fue el azar de un vendaval, que empujó el navío de Francisco de Hoces, en 1526, desde la embocadura del estrecho hacia el sur, el que descubrió en lontananza el cabo que un siglo después bautizaron los holandeses con el nombre de su ciudad Hoorn. Cuando Hoces vio que más al sur había mar libre, declaró que   -75-   allí estaba el término de la tierra. El viejo y el nuevo continente quedaban así equiparados, y el enorme cuanto hipotético continente austral fue empujado mucho más hacia el sur, en la concepción geográfica del mundo, aunque el descubrimiento de Francisco de Hoces permaneció largamente ignorado, y la insignificante Tierra del Fuego subsistió por todo el siglo en los mapas, ocupando todo un inmenso casquete antártico.

El descubrimiento del estrecho, no por un azar del destino, como lo fueran las Antillas, sino como fruto maduro de un plan metódico y científico basado en datos e hipótesis, agranda por tales circunstancias, que sólo un juicio superficial podría considerar peyorativas, la figura de quien concibió el «viaje marítimo más grandioso y temerario que nunca se haya emprendido».

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Geodesia y física del globo

 

Procuraremos trazar la línea divisoria más nítida posible entre las aportaciones originales a la Cosmografía, la Geodesia y la Técnica náutica en primer término, reseñando en segundo lugar los trabajos meramente expositivos, tarea nada fácil en verdad, pues los historiadores parecen haber puesto especial empeño en mezclar y confundir las diversas jerarquías de la actividad científica de los colonizadores y navegantes.

Prototipo de sabio humanista es Antonio de Nebrija, «que después de haber estudiado cinco años en Salamanca las ciencias matemáticas con un tal Apolonio, las físicas con Pascual de Aranda, y las éticas con Pedro de Osma, pasó a Roma a los 19 años, se apoderó de las nuevas luces que esparcían los orientales, y perfeccionado en los conocimientos que adquirió en España, acrecentados con el de las lenguas griegas y hebrea, recorrió todo el círculo de la erudición y volvió a ser el restaurador de la lengua latina, de las humanidades y de las ciencias»42.

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No citaríamos, sin embargo, al famoso gramático en este lugar si no fuera por atribuírsele mediciones de un arco de meridiano, para corregir la medición hecha en Francia por Oroncio Fineo43 determinando previamente con exactitud la unidad de medida.

En un documento artículo Luis Vigil y Pedro Ruiz Aizpiri (Rev. mat. hisp. amer., 1944) rechazan esas supuestas mediciones geodésicas, pues aceptan sin discusión la cifra de Posidonio (1º = 500 estadios) y su propósito era más bien la determinación de un patrón para la medida de longitudes44.

Gran incertidumbre existe para juzgar de las mediciones geodésicas realizadas por los griegos, que tanta influencia habían de ejercer en el pensamiento de Colón. He aquí los resultados   -78-   obtenidos como longitud de la circunferencia terrestre:

Eudoxio…………..400.000estadios
Dicearco…………..300.000estadios
Eratóstones…………..252.000estadios
Posidonio…………..180.000estadios

Según cálculos autorizados, la longitud dada por Eratóstenes vendría a equivaler a 39.690 kilómetros, es decir, su error sería muy inferior al 1%, magnífica coincidencia que más bien parece casual. En cambio, la cifra dada por Posidonio, y aceptada por Tolomeo, acusa un error de más de un tercio, y fue este grosero error el que hizo posible el descubrimiento del nuevo mundo, por ser las medidas adoptadas por Tolomeo las únicas que al parecer conocía el florentino Paolo del Pozzo Toscanelli, a quien llama Kretschmer el «descubridor intelectual de América».

En efecto, en su carta de 1474 dirigida al confesor de los reyes portugueses, expone su plan de llegar al «país de las especias», esto es, a la India oriental, navegando hacia el oeste. En el mapa enviado a Colón por Toscanelli hacia 1479, calculaba que la distancia entre las costas occidentales de Europa y las orientales del Asia era de 230º de longitud geográfica, o sea aproximadamente 2/3 de la circunferencia terrestre, y por tanto faltaban solamente 130º, navegando en el sentido opuesto45.

Tal fue la errónea sugestión, basada en erróneos   -79-   datos, que encontró en la formidable energía de Colón el brazo ejecutor. Dada la creciente divulgación de otros clásicos griegos que daban medidas diferentes, no son de extrañar las serias objeciones que tan grandioso cuanto absurdo plan encontró en algunos eruditos, sin contar la natural resistencia debida a prejuicios de toda índole.

Tal es el punto de vista de casi todos los historiadores, que pasa de texto a texto, sin análisis crítico; pero los estudios más recientes presentan las cosas de otro modo. Según Bigourdan, Kretschmer y otros, la cifra dada por Posidonio no fue 180.000, sino 240.000, la cual representaría una excelente aproximación con error inferior a 6%. La explicación residiría simplemente en la existencia y uso de dos estadios diferentes, cuya razón sería ¾ y quedaría así establecido que los griegos tenían una idea muy aproximada de las verdaderas dimensiones del globo. Lo cierto es que al pasar tal cifra de 180.000 estadios a la obra de Tolomeo y al ser mal interpretada por Toscanelli, se produjo la más fecunda confusión que registra la Historia. De haber sido algo más completa la cultura del gran visionario y la de su consejero no habría emprendido el descubrimiento de la más corta vía hacia el Asia46.

Porque el error de Toscanelli fue doble: suponía el viejo continente demasiado grande y el globo terráqueo demasiado pequeño, y al sumarse ambas reducciones del trayecto por recorrer,   -80-   se hacía factible y hasta fácil el imposible proyecto.

Veamos las cifras; según Tolomeo el Ecumene, medido sobre el paralelo de Rodas, medía 72.000 estadios, entre el cabo de San Vicente y Cattigara, extremo punto oriental conocido; pero admitida la longitud de 180.000 estadios para el ecuador, que se reduce a 144.000 en la latitud de dicho paralelo, sólo restaban otros 72.000 estadios para llegar de E a O por dicho paralelo (que pasa por el estrecho de Gibraltar), llegándose así al Extremo Oriente con solo navegar 180º.

Con ser ya considerable este error, fue aumentado todavía. Aun los hombres de ciencia más severos, cuando se apasionan por un problema, procuran inconscientemente modelar la realidad a la medida del deseo; y para acercar más el lejano oriente, el gran cosmógrafo italiano aceptó la medida más extrema entre todas las antiguas: la de Marino de Tiro, que extendía el ecumene hasta 225º, en vez de los ya exagerados 180º de Tolomeo; restarían, pues, 135º, o sea poco más de un tercio de la circunferencia. Y como en los catorce siglos trascurridos desde Marino de Tiro, los viajes de los Polo y de otros exploradores habían descubierto el Cipango (Japón) y otras islas, que acortaban la distancia en más de 40º, resultaba en definitiva un arco de 85º, menos de la cuarta parte de la circunferencia, para realizar el magno descubrimiento.

Reducida así enormemente a menos de la mitad la amplitud del trayecto (que en realidad es de más de 200º, sin contar la imprevista   -81-   muralla del nuevo mundo), resultó el mapa de Toscanelli verdaderamente tentador para quien ya se había propuesto realizar el antiguo proyecto de Orosio y de Séneca47. Acortados todavía esos pocos grados de trayecto marítimo por la errónea longitud asignada a la periferia terrestre, tanto por Toscanelli como por Colón y Behaim (longitud que era aproximadamente ¾ de la verdadera), resultaba en definitiva un trayecto de 1.200 leguas hasta la costa de Asia, aun recorrido sobre círculo máximo; y Colón calculó que en cinco semanas podría navegar fácilmente las 1.000 leguas escasas que según su cuenta distaba el Cipango de las Canarias.

Planeado así el viaje, quiso el azar que fuera justamente ese plazo de cinco semanas el que duró su viaje desde su partida de la isla Gomera (Canarias), el día 6 de septiembre, hasta el memorable 12 de octubre; coincidencia que lo afirmó en la ciega fe que siempre tuvo en sus cálculos.

Sólo quienes ignoraban las sólidas razones en que el genial navegante apoyaba su convicción, así como el merecido prestigio de su asesor y el riguroso método científico con que estudió su plan, podían tener dudas de no haberse alcanzado la meta propuesta. Bien se explica, pues, su terquedad, que no era sino fe en la ciencia de su tiempo, como hoy la tenemos   -82-   en la del nuestro; confianza en el saber de Toscanelli y de Behaim, como hoy la depositamos en los más sabios especialistas.

El rechazo del proyecto colombino por parte de los teólogos está justificado; y también lo está que igualmente procedieran quienes, más documentados en la antigüedad clásica, conocieran las cifras geodésicas y la extensión del ecumene dadas por otros geógrafos griegos. ¿Cuál de ambas posiciones ocupaban los sabios de Salamanca que desecharon su plan? Carecemos de documentos para fundar una contestación, pero algo diremos en el capítulo final sobre el apasionante tema.

Sin salir del campo geodésico es interesante la teoría de Colón sobre la forma de la tierra; pues «aunque Tolomeo y otros aseguraron que el mundo era esférico, comprobándolo con los eclipses de luna, con la elevación del polo del septentrión en austro y con otras demostraciones, él opinaba que no era redonda, como decían, sino en la forma de una pera, cuya parte más elevada estaba debajo de la equinoccial en el nuevo hemisferio, y que por esto, aun pasando la línea o meridiano occidental que demarcaba, iban los navíos alzándose hacia el cielo insensiblemente, gozando de un temperamento más suave, lo que producía la alteración de las agujas…»48.

Esta teoría del Almirante se apoyaba en   -83-   argumentos de varia índole; además de la variación magnética que descubrió en su primer viaje (13 de septiembre de 1492), le afirmó en su tesis el fabuloso caudal del río Orinoco, que le indujo a situar el paraíso terrenal cerca del golfo de Paria en que aquél desemboca, suponiendo que tal región coincidía precisamente con la prominencia que, según su teoría, formaba el globo en el hemisferio Sur, cerca del ecuador, desde la cual descendía tan inmenso caudal, seguramente uno de los cuatro grandes ríos que del paraíso salían para dividir la tierra, según describe el Antiguo Testamento49.

No entraremos a juzgar la valía teorética de esta hipótesis de Colón, pero es oportuno citar la alta opinión que sus conocimientos merecieron a sus contemporáneos50, los elogios que le tributan algunos historiadores por estas teorías, por sus cálculos de la relación entre la superficie de los mares y los continentes, por sus hipótesis sobre la formación de los archipiélagos   -84-   y por su constante preocupación de estudiar en todos sus aspectos las tierras aportadas a la corona española51.

Sin aceptarlos ni rechazarlos, nos parecen de mucho mejor sentido que su teoría geodésica ciertas observaciones que le condujeron a darse cuenta de la magnitud del mundo nuevo. Tal, por ejemplo, cuando, abandonando por el momento su hipótesis del paraíso y de la prominencia del globo de donde descendía el inmenso caudal, dice que río tan grande, el mayor de todos los conocidos, debía provenir de «tierra infinita».

Y digna de encomio es también, como observa Günther, su teoría de que el primitivo istmo que uniera la parte septentrional y meridional del nuevo continente, que él suponía era Asia, se fue deshaciendo parcialmente por la acción de los mares, quedando sobre las aguas una cadena de islas.

También debe destacarse entre sus observaciones el descubrimiento de la gran corriente ecuatorial, y no menos conocida es su teoría de la variación magnéticas de la aguja, que fue observada en su primer viaje, notando no solamente su desviación del meridiano, sino la   -85-   variabilidad en función del lugar. Las investigaciones de Wolkenhauer52 y otros permiten asegurar que la variación magnética era ya conocida; pero siempre debe reconocerse al Almirante el mérito de haber estudiado las alteraciones de esa variación. Es juicio corriente que en su explicación no anduvo muy afortunado, por atribuirlo al movimiento de la estrella polar haciendo intervenir el aire, la temperatura y otros factores; pero la verdad es muy distinta, como en otro lugar demostraremos.

Otra teoría formuló el cosmógrafo Martín Cortés en su «Breve compendio de la sphera y de la arte de navegar», publicado en 1551, y que durante mucho tiempo fue el texto preferido por los ingleses. Explica Cortés que la aguja magnética no se dirige hacia el polo de la tierra, sino a otro polo celeste; y lejos de comulgar en la opinión de otros cosmógrafos de la época que negaban la existencia de la desviación magnética, tales como el propio Núñez, Pedro Medina, Pedro Sarmiento53, y otros famosos cosmógrafos de diversos países, según reconoce Wolkenhauer, advierte a los pilotos que es indispensable tener en cuenta la variación de la aguja y que todas las maniobras   -86-   para corregirla son perjudiciales54, y finalmente enseña cómo se debe hacer girar la rosa náutica para que la aguja señale sobre ella el verdadero rumbo55.

También merece consignarse la honrosa citación que Alejandro Humboldt hizo del cosmógrafo Alonso de Santa Cruz, que en 1530, es decir, medio siglo antes que Halley, emprendió el trazado de una carta de las variaciones magnéticas, aunque, según sus propias explicaciones56, se trataría más bien de una tabla de valores anotada al margen de una carta.

Suponiendo que la declinación variara proporcionalmente con la longitud geográfica, anotó en diversos meridianos la cuantía de su respectiva declinación. Es la misma idea que Sebastián Caboto decía haberle sido inspirada por revelación del cielo, en la cual cifraba grandes esperanzas de poder determinar infaliblemente la longitud geográfica; y es la misma que aparece en el dispositivo mixto de brújula   -87-   y gnomon, presentado por Felipe Guillén en 1525 al rey de Portugal con el mismo objeto de poder determinar la longitud, mediante la declinación.

Como Caboto fue profesor en la Casa de Contratación desde 1518, hay materia abundante de discusión sobre la paternidad de la idea, que cada historiador reivindica para su compatriota; pero a decir verdad no se debe gastar mucha pólvora disparando salvas en honor de uno más que de otro, pues tal idea no pasó de ser un buen deseo de todos ellos y aun de otros muchos, comenzando por el propio Colón (2º viaje, 1496), y siguiendo con Vespucio (1499?).
Construcción de la rosa y su aguja, según Martín Cortés, 1551.

No falta quien atribuye la invención del método   -88-   a Pigafetta, mientras los portugueses la reivindican para Faleiro, el compañero de Magallanes; pero ciertamente fue el gran Juan de Castro quien estudió más a fondo el problema, haciendo larga serie de observaciones hacia 1538, hasta comprobar su ineficacia57.

Por desgracia, la declinación no es función de la longitud, sino de ésta y de la latitud, y las líneas isógonas son muy complicadas y ni remotamente se asemejan a los meridianos; pero es claro que esto se ha sabido después, y justo es, por tanto, asignar a todos ellos un puesto en la historia de los intentos fallidos para resolver el difícil problema. De él nos ocupamos a continuación.

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El problema de las longitudes geográficas

 

El problema de la determinación de longitudes geográficas fue uno de los que más preocuparon a los navegantes ibéricos. La cuestión alcanzó máximo interés cuando el tratado de Tordesillas en 1494 fijó como divisoria de las conquistas españolas y portuguesas el meridiano situado a 370 leguas al O. de las islas de Cabo Verde; y encargado el cosmógrafo catalán Jaime Ferrer de trazar esta línea ideal, hubo de ingeniarse para resolverlo, dando para ello dos métodos prácticos.

El primer método consistía en «que partiendo una nave desde las islas de Cabo Verde con rumbo al O ¼ NO caminase en esta dirección hasta que la elevación del polo boreal fuese de 18º 20′ donde estaría a 74 leguas o 3º 20′ al Norte del paralelo de aquellas islas; desde allí navegando al Sur hasta que el polo del Norte se elevase 15º se hallaría justamente en el paralelo que se buscaba y termino de las 370 leguas. Previene la insuficiencia de la carta de navegar para esta demostración, la necesidad de formar para ella un Mapamundi tal como el que presentaba; y la instrucción que se requería de la aritmética, cosmografía y matemáticas, para entenderla y apreciarla».

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El segundo método que propone como menos seguro consistía en «que partiendo de las islas Cabo Verde en dirección al Oeste una nave con veinte marineros escogidos, diez por cada parte, y llevando cada uno privada y reservadamente su derrota de estima, el primero que llegase al punto de las 370 leguas lo dijese a uno de los dos capitanes, que debían ser hombres de conocimientos y de confianza, para que oyendo a los demás y estando conformes tomasen desde allí la derrota al Sur, y cuanto hallasen a mano izquierda hacia la Guinea sería del Rey de Portugal»58.

El mismo problema preocupó al portugués Francisco Faleiro y al español Andrés de San Martín, que realizó numerosas observaciones astronómicas para rectificar el almanaque. Para dar idea de la imperfección de las tablas astronómicas que estos esforzados navegantes procuraban corregir, baste saber que la diferencia de longitud entre Río de Janeiro y Sevilla calculada por Andrés de San Martín mediante la distancia lunar de Júpiter era de 17 h. 15 m., cerca de 270º al O; de modo tal que la posición de la capital brasileña, calculada   -91-   por método rigurosamente científico mediante las Efemérides más fidedignas y acreditadas59, venía a quedar al sur de la India60.

No fue tan grave el error de los consejeros del Papa Alejandro VI cuando en su famosa bula (1493) fijó la «línea de demarcación» entre las exploraciones portuguesas y las españolas, trazando un meridiano a 100 leguas al O de las islas de Cabo Verde61. De haber sido respetada, el Brasil, que está situado al O de la línea, sería hoy un país de lengua española; pero el tratado de Tordesillas (1494), convenido entre ambos competidores, la desplazó 270   -92-   millas más hacia el Oeste; modo de demarcación difícil de mejorar, pero que superaba los conocimientos cosmográficos del tiempo. Como dice Günther, fue la primera vez que se hizo una partición de la Tierra tomando una línea precisa; la dificultad estaba en determinarla.

Varios son los métodos que enseñan los actuales tratados de Astronomía: 1º Por transporte de relojes, método que suele atribuirse a Alonso de Santa Cruz, pero en verdad pertenece a Fernando Colón (1524); imposible antes de la invención del cronómetro62; 2º Por las distancias lunares a diversos planetas; tal fue el que siguió Andrés de San Martín, con el desconcertante éxito antes señalado de situar Río de Janeiro en un meridiano de la China; tales eran las tablas de los movimientos de la luna y los planetas que conducían a tan   -93-   pintorescos resultados; 3º Por los eclipses de los satélites de Júpiter, los cuales no fueron descubiertos hasta el siglo XVII por Galileo.

Para poder valorar en justicia la obra de los nautas ibéricos, daremos algunos datos sugestivos de tiempos más modernos: el barco que conducía al embajador de Luis XIV se extravió cerca de las Azores por no poder determinar la longitud; y a fines del siglo XVII, en pleno 1680, los mapas de Francia ofrecían una curiosa variedad de meridianos de París, que unos hacían pasar por Valence, situada a 2º 23′ al O.; otros por Montpellier, que está a 1º 33′ al E., y otros por Mirepoix, que sólo difiere en 28′ al O. de París63. Finalmente recordemos que la Academia de Ciencias de París tuvo que rectificar el mapa de Francia, cuya costa Oeste hubo que retirar cerca de 2º de longitud hacia el E., mermando el dominio del Rey Sol en una zona cuya anchura excedía en muchos puntos de 150 km.

Ante estos datos, posteriores en casi dos siglos a la bula de 1494, nos parecen menos empíricos y más meritorios los dos métodos que Ferrer proponía para trazar la línea de demarcación.

Y también merece especial mención el que hubo de inventar Pedro Sarmiento de Gamboa, para determinar la longitud, cuando en marzo de 1580 se extravió en mar tempestuoso, teniendo que idear con la premura del peligro inminente un nuevo tipo de ballestilla y un método de cálculo de longitud, utilizando la luna   -94-   y el sol, únicos astros visibles, logrando con su improvisación salvarse de tan crítica circunstancia64.

Imperdonable sería no citar siquiera el gran concurso abierto en 1598 para premiar la resolución del magno problema náutico del siglo, que muchos consideraban como «límite puesto por Dios a la inteligencia humana». «Seis mil ducados de renta perpetua, dos mil más de vitalicia y mil de ayuda de costa, amén de la gloria, eran cebo suficiente para atraer sabios de todos los países y avivar el ingenio de una caterva de inventores y de arbitristas»65, pero fueron vanas todas las tentativas hasta la invención del péndulo compensado en 172466; que dio simplicísima realización al método propuesto por Don Fernando Colón en la Junta de Badajoz (1524).

Mientras tanto, el propio Galileo se ofreció insistentemente para ir a España con el doble fin de resolver el problema mediante la observación de los satélites de Júpiter y hacer propaganda de sus catalejos67; pero dificultades de   -95-   orden político con el duque Cosme de Médicis (que quiso aprovechar abusivamente el prestigio del gran florentino), y la ineficacia del método astronómico mientras no se dispusiera de tablas adecuadas, impidieron el deseado viaje.
Antiguo zodíaco árabe.

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La injusticia del reproche que Libri, Poggendorff…, hacen a Felipe III salta a la vista con sólo recordar tres hechos: la extorsión ya mencionada68 del gran Duque; el fracaso de la expedición de astrónomos enviada a Italia por la Compañía de Indias Orientales para aprender el método, y el reconocimiento de su ineficacia práctica por Vincenzo Renieri, que prosiguió los trabajos después de la muerte del maestro.

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Las cartas náuticas

 

Capítulo importante es el relativo a las cartas marinas o hidrográficas, que algunos historiadores confunden con las terrestres, haciéndolas datar, por ende, de tiempo excesivamente remoto. Distínguense de ellas en que los meridianos están representados por rectas paralelas; deformando, por tanto, muy considerablemente las distancias de los parajes lejanos del ecuador, deformación que no interesa para pequeñas travesías. La invención de tales cartas, llamadas planas, ha sido atribuida frecuentemente al infante Don Enrique de Portugal69.

Punto es éste que fue ampliamente tratado por Fernández de Navarrete, quien rechazó decididamente tal afirmación, pues es bien sabido que para el trazado de cartas llamó el Infante al maestro Jaime (o Jácome) de Mallorca, que dominaba ese arte, y las cartas que se atribuyen al Infante fueron trazadas   -98-   por el citado maestro mallorquín70. «Pero sobre todo -dice Navarrete- tenemos noticias de otras cartas planas anteriores y coetáneas de varios marinos mallorquines, catalanes o valencianos, que bastan a comprobar que esta invención es anterior al establecimiento de la academia del Infante de Portugal».

A continuación cita las cartas de él conocidas por referencias: la de Viladestes (1413); la del monasterio de San Miguel de los Reyes, de fecha desconocida; la de Valseca (1439), y la encontrada por Borghi en Italia, que parece anterior al año 1430. Desgraciadamente, la incompleta información del concienzudo historiador le impidió, como hubiera deseado, «inferir con seguridad si eran sólo geográficas o marítimas, con los meridianos paralelos, como los tienen las cartas planas; pues esta invención de que hacían uso los navegantes cuando apenas se apartaban de sus derrotas de la vista de la tierra, debió ser propia y aun antigua entre las naciones marítimas del Mediterráneo; y tales serían las cartas que llevaban los pilotos en el siglo XIII, según las prevenciones de Raimundo de Lulio».

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Hoy podemos descifrar el enigma que atormentaba a Navarrete. Las cartas por él citadas, y otras muchas de la misma época y aun anteriores, no eran ni lo uno ni lo otro: ni cartas geográficas, ni cartas planas; eran simples portulanos, con línea de costas minuciosamente trazada por medición de distancias, pero sin determinación de coordenadas geográficas y carentes, por ende, de la red de meridianos y paralelos que caracteriza a las cartas planas. De tales portulanos o cartas de compás nos hemos ocupado ya en capítulo anterior (págs. 57-62), y ahora sólo nos falta plantear el problema capital de la cartografía náutica, que en los comienzos del siglo XVI aparece todavía delineado con imprecisos contornos y en 1569 encuentra al fin satisfactoria solución.

El tránsito del portulano del siglo XIII a la carta plana del XV fue muy lento; la determinación de la latitud por la altura del polo, medida con el astrolabio en alta mar, se fue perfeccionando poco a poco; y aunque el cálculo de las longitudes adoleció por mucho tiempo de graves imperfecciones, fue ya posible ubicar en la carta ciertos puntos capitales, mediante sus coordenadas, refiriendo a ellos los demás y corrigiendo así las enormes deformaciones de los portulanos en que aparecían alineados puntos de latitudes muy distintas.

Surgieron así las primeras cartas planas después de la traducción latina de Tolomeo realizada en 1410; el mapa de Alemania por Nicolás de Cusa, en 1461; y el que hizo Toscanelli en 1474 para sus viajes a la India, pertenecen ya a este tipo. Ya entrado el siglo XVI, la Casa   -100-   de Contratación de Sevilla, verdadera Universidad náutica, impulsó considerablemente el arte de construir cartas71. Los tratados de Medina, Cortés…, merecieron multitud de ediciones en diversos países de Europa y fueron texto corriente durante mucho tiempo.

Pero este tipo de carta plana, con paralelos equidistantes, no resolvía el problema capital de la navegación, a saber: que la trayectoria de un barco navegante con rumbo fijo esté representada en la carta por una línea recta, y que esta recta forme con el meridiano el mismo ángulo que el rumbo. He aquí, pues, dos problemas distintos: ¿qué curva describe sobre el globo terrestre el navío que marcha con rumbo fijo? ¿Cómo trazar la carta de manera que esa curva esté representada por una recta que cumpla la condición arriba impuesta?

El primer problema fue brillantemente resuelto por el máximo cosmógrafo y matemático portugués, y también en el segundo tuvieron atisbos de solución varios prestigiosos cosmógrafos ibéricos.

Creíase que tal curva es una circunferencia máxima, hasta que Pedro Núñez (Nonius) hizo notar el absurdo de tal hipótesis, puesto que navegando siempre hacia NO., por ejemplo, mal se puede llegar al hemisferio meridional. La naturaleza espiriforme de la curva fue estudiada por Núñez, aunque no llegó a descubrir sus propiedades; y el muy adecuado nombre que le puso (rumbo) sigue adoptado por muchos tratadistas alemanes.

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Otras contribuciones de Núñez lo colocan en primera fila entre los cosmógrafos de su época; la resolución del problema del crepúsculo mínimo y la rectificación de errores de Apiano, Ziegler y Oroncio Fineo (a cambio de otros en que él mismo incurrió), sin contar su ingenioso dispositivo para aumentar la precisión de los aparatos de medida, sin dilatar sus dimensiones72, que después fue perfeccionado y simplificado por Vernier, a quien se debe el dispositivo actual.

Faltaba aún resolver el segundo problema cartográfico, mucho más importante que el primero: la modificación de las cartas planas, a fin de hacerlas aptas para la náutica, y en él trabajaron todos los cosmógrafos de la época.

El invento de las cartas llamadas esféricas, en las cuales, por el ingenioso espaciamiento de los paralelos se conservan los ángulos y por tanto aparece como rectilínea la loxodrómica, esto es, la trayectoria de un navío que marcha con rumbo constante, señala en la Historia de la Náutica un momento culminante. Algunos han atribuido a Martín Cortés la idea esencial, que consiste en la separación progresiva de los paralelos, idea que no alcanzó madurez hasta Mercator, quien logró encontrar las distancias convenientes para lograr el fin apetecido en   -102-   1569, ignorándose cómo llegó a determinarlas73.

Santa Cruz, Cortés y Núñez sintieron sin duda la necesidad de modificar la proyección cilíndrica que solía utilizarse para las cartas marinas, pero nos faltan documentos para poder juzgar las afirmaciones de sus panegiristas que les atribuyen el descubrimiento74.

Lo que deducimos de los trabajos de Santa Cruz, explicados por Alejo de Venegas en su obra «Diferencia de libros que hay en el universo»   -103-   (1540), que el gran cosmógrafo sevillano se daba perfecta cuenta de la desigualdad existente entro los arcos de ecuador y de paralelos, comprendidos entre los mismos meridianos; y parece deducirse también que construyó una carta de husos, como solían hacer los constructores de globos. He aquí la explicación de Venegas: «así como van disminuyendo las rebanadas de melón que van agostándose mientras más se allegan a los remates que son la frente y pezón. La disminución de este espacio enseña Tolomeo por números; mas como esto sea muy dificultoso de saber, ora nuevamente Alonso de Santa Cruz, de quien ya dijimos, a petición del Emperador nuestro Señor, ha hecho una carta abierta por los meridianos, desde la equinoccial a los polos, en la cual sacando por el compás la distancia de los blancos que hay de meridiano a meridiano, queda la distancia verdadera de cada grado, reduciendo la distancia que queda a leguas de línea mayor».

La finalidad de Santa Cruz es por tanto la reducción de los arcos de paralelos a arcos de ecuador, sirviéndose de un método gráfico, en sustitución de la tabla numérica dada por Tolomeo. Es evidente que desde este artificio hasta el espaciamiento gradual de los paralelos de modo tal que la loxodromia se transforme en recta, media un abismo.

Son, en verdad, dos problemas completamente diferentes, y no acertamos a comprender tamaña confusión; la carta fusiforme de Santa Cruz no es una carta plana, en el sentido técnico de esta palabra, pues sus meridianos no son rectas paralelas; el lector podrá reconstruirla   -104-   sin dificultad siguiendo las explicaciones de Venegas que hemos transcrito.

Aclarado así el alcance del método, veamos cómo se expresa Navarrete: «De este continuo estudio y prolijas investigaciones resultó también su conocimiento de las imperfecciones de las cartas planas, y de la necesidad de trazar las esféricas, como lo consiguió, con muchos años de antelación a Eduardo Wright o a Gerardo Mercator, a quienes generalmente se atribuye esta invención».

La primera parte de este doble juicio es exacta; no la segunda. Ni lo es siquiera con la salvedad que hace a continuación: «Así es que Santa Cruz no determinó la proporción en que debían aumentarse los grados de latitud en la carta según que eran mayores las alturas y menor la extensión de los paralelos; en suma, no conoció que dicha proporción era la del radio al coseno de la latitud, como se ha fijado después». (Página 192).

Mucho pedir habría sido la resolución completa del problema que poco después logró Mercator, por método desconocido, y que Wright completó más tarde. Habría bastado que apareciera la idea del espaciamiento progresivamente creciente de los paralelos de la carta plana, aunque sin expresarlo cuantitativamente, para que hubiera sido legítimo el título de precursor. También Pedro Medina tuvo algunos atisbos dignos de mención y algo más todavía se acercó Martín Cortés a la idea crucial llamada a resolver el problema. Hay en su Arte de navegar, muy afamado en toda Europa, una frase, quizá truncada en las reseñas de sus entusiastas   -105-   biógrafos, que leída íntegra, y bien interpretada podría quizá justificar la afirmación de Wright, rectificada por Wilson, de que fue suya la idea de los intervalos crecientes para representar los paralelos, aunque ciertamente sin fijar su cuantía75.

En todo caso, los nombres de los cosmógrafos españoles, Enciso, Santa Cruz, Poza y Cortés, juntamente con Núñez, pueden figurar dignamente con algunos otros extranjeros entre los precursores de Mercator y de Wright, por haber sentido la necesidad de modificar las cartas náuticas, aunque no llegaron a la solución del difícil problema.

Hoy es bien sabida la expresión de las distancias a que deben trazarse los paralelos para que la curva loxodrómica o el rumbo, como lo llamó Núñez, su descubridor, se represente por una recta, es decir, para que la representación sea conforme. Con nuestros conocimientos actuales razonaríamos brevemente así: La dilatación que experimentan los paralelos al dibujarlos iguales al ecuador es el recíproco del coseno de la latitud, o sea la secante de ésta; luego para que la representación conserve los ángulos y por tanto la forma de las figuras infinitesimales, la dilatación del meridiano en cada punto debe ser igual a la secante de la   -106-   latitud en ese punto, es decir, la función que expresa la ordenada y en el mapa del punto de latitud debe satisfacer la condición dy: dy = 1: cos

Luego la función buscada es la primitiva o integral de la función secante, y esta integral vale, como es sabido76.

En la práctica sustituyen los dibujantes la integral por una suma, y así resulta este método muy aproximado: se dispone de una tabla de secantes de arcos desde 0º hasta 90º, de minuto en minuto, y se forman las sumas sucesivas de estas secantes; los coeficientes así obtenidos multiplicados por la longitud de 1′ del ecuador de la carta dan las distancias a que deben trazarse los paralelos. Este método práctico fue el dado por Wright, 25 años después que Mercator publicó su carta; y lo plagió Jodocus Hondius; la fórmula logarítmica fue dada más tarde por Bond y Halley; otra demostración dio Lalande.

Tal es la sucinta historia de las modernas cartas náuticas, que gira en torno de una idea, tenazmente perseguida por los más hábiles cosmógrafos del siglo, pero fugitiva de todas sus pesquisas. La calidad de los rivales y la deslumbradora sencillez de la solución hallada,   -107-   no se sabe cómo, por Mercator, magnifican su figura, siendo inútiles los mezquinos esfuerzos para regatearle su legítima gloria.
Sección de una carta de Barentsz (1599).

  -108-  

Las matemáticas puras

 

De intento hemos dejado para el final la reseña de las ciencias exactas en su más puro sentido, por representar el foco más débil, eclipsado por la constelación de técnicas. No fue nunca la ciencia pura predilecta de los españoles, que prefirieron estudiar las ciencias como medio y no como fin; la técnica antes que la ciencia; y en este sentido sería el pueblo hispánico el más consecuente heredero de la tradición romana.

En otro lugar hemos analizado por extenso, con los textos a la vista, en comparación con las obras contemporáneas de otros países, las producciones de los matemáticos a quienes los entusiastas apologistas de la ciencia española como Navarrete, Menéndez Pelayo, Vallín, etc., adjudicaron más preciados laureles. Y resulta de tal investigación una conclusión singular: los más famosos matemáticos españoles que profesaron en la Sorbona no representan la nueva orientación de la Matemática, codificada en la Summa de Lucas de Burgo, sino que brillan en la ciencia medioeval, y encuadran por tanto perfectamente en el ambiente escolástico de la Universidad de París, que tarda muchos años en reaccionar, para incorporarse al nuevo movimiento.

  -109-  

Porque las Matemáticas, propiamente tales, la Aritmética y la Geometría de los griegos, petrificadas durante la Edad Media, reciben el tonificante refuerzo del Álgebra hindú en aquella hora juvenil; pero este renacimiento matemático florece solamente en Italia, de donde pasa a Alemania, mientras la Europa occidental permanece indiferente ante la nueva corriente de ideas, a pesar de haber sido España el foco de donde irradió a Italia, y de allí a toda Europa, el Álgebra importada por los árabes desde Oriente, y divulgada en el siglo XII por la escuela de traductores de Toledo.
Abacistas y algorítmicos en la Edad Media. (De la obra de Recorde, 1543).

Este alejamiento de España y Francia de   -110-   la corriente renacentista explica que los matemáticos españoles en los comienzos del siglo XVI profesasen con notable éxito en la Sorbona, donde las disciplinas matemáticas alcanzaban nivel tan bajo como en Salamanca77.

Ciruelo, Siliceo, Lax, Francés…, pertenecen a este grupo; espíritus selectos sin duda, abarcaron tan lejanas disciplinas, que no es de extrañar su falta de originalidad en la Matemática pura. La Astrología, y sobre todo la Teología, ocupan lugar predilecto en su vocación, y algunos tomaron su magisterio matemático como medio de vida para dedicarse de lleno a la Teología.

Hay en cambio otras figuras apenas citadas o desconocidas por los historiadores arriba aludidos, en cuyas obras hemos encontrado ideas al parecer originales que pudieran servir de hilo conductor hacia una nueva historia de las ciencias exactas, si se llegara a descubrir nuevos textos. Tales son Fray Juan Ortega y Álvaro Tomás, cuyas obras hemos estudiado a fondo, sin agotar el tema, que fuerzas jóvenes debieran investigar con cariño, sin plan preconcebido ni tesis previa, que inutilizan todo trabajo histórico. Pocas figuras más quedarían por estudiar; una de ellas es Gonzalo de Frías, autor de una obra inédita en 17 volúmenes, que parece perdida; pero pocas esperanzas hay de cambiar radicalmente las conclusiones, pues   -111-   los Torrella, matemáticos y médicos, así como Pardo, Li, Pérez de Oliva, Oliver…, según afirman sus biógrafos se dedicaron entre otras   -112-   actividades a la Astronomía Náutica, que absorbe con justa razón e irresistible fuerza energías que quizás habrían podido consagrarse a la ciencia pura.
Pitágoras y Boecio, como representantes de los métodos de cálculo que se disputan la supremacía en la Edad Media: el ábaco y las cifras.

Si alguna influencia puede señalarse de la gran epopeya sobre el desarrollo de la Matemática en el Occidente, ésta es marcadamente negativa; porque en aquel siglo de fiebre geográfica la Matemática sólo podía interesar a los pocos doctos en sus disciplinas como instrumento auxiliar de la Cosmografía, y ésta solamente para el servicio de la Náutica.

Por tal causa se da el nombre de matemáticos a los cosmógrafos, artilleros, constructores de cartas y a veces hasta los pilotos, mientras que la Matemática pura se desarrolla brillantemente en Italia y en Alemania, alejadas de la gran empresa, y Francia contempla inactiva entrambas tareas, sin colaborar en una ni en otra.

Signo de los tiempos es la creación en Sevilla de la Casa de Contratación, verdadera universidad marítima, o más bien escuela técnica de mareantes, a la manera de la vieja escuela de Sagres, desde la cual el príncipe Enrique organizó audaces exploraciones; pero la Casa de Contratación estaba concebida más integralmente, pues era a la vez oficina de administración y tribunal de justicia78.

  -113-  

Ocuparse los matemáticos ibéricos de la «Regla de la cosa» o del «Arte Mayor», como se llamaba la nueva Álgebra, ya sistematizada en la Summa de Lucas Pacioli en 1494, en aquel momento crítico, lleno de problemas prácticos urgentes, habría sido imperdonable dilapidación de energías, cuando todas las fuerzas intelectuales, físicas y morales, eran pocas para llevar a feliz término la épica empresa.

Se explica así este hecho, que de otro modo sería bochornoso: el Álgebra conservada por los árabes en la Edad Media, y que de Toledo pasa a Italia por las traducciones de Gerardo de Cremona, queda ignorada de los matemáticos españoles de más alto renombre, nada menos que hasta 1552, en que un maestro de escuela alemán la reimporta con un libro vulgar y atrasado, precedido de un cruel proemio79.

Las culturas son vegetaciones en que prima el factor biológico sobre el geográfico. Sobre un mismo suelo y aun bajo un mismo régimen pueden convivir y prosperar culturas heterogéneas, que hunden sus raíces en estratos diversos, sin estorbarse y aun sin sentirse ni conocerse; mientras que una sola y misma cultura puede prosperar a la vez en remotos países.

La organización política de Pericles se desbarata a mandobles y Atenas pierde la supremacía   -114-   peninsular; pero la semilla de la cultura ática se esparce por doquier y en plena decadencia griega prende y florece por varios siglos en lejanas costas, alcanzando la ciencia griega máximo esplendor en el siglo de Euclides, Arquímedes, Apolonio, Eratóstenes y Aristarco. Sicilianos, asiáticos o africanos, son auténticos sabios helenos, son productos áticos puros, hermanos de los sabios y artistas que en Atenas trabajan bajo la férula macedónica.

Griegos eran los espartanos y los beocios, como los atenienses; tan españoles eran los musulmanes y judíos nacidos durante 700 años en suelo ibérico, como los descendientes de Pelayo; pero confundir deliberadamente entrambas civilizaciones, tan dispares y aun opuestas, barajar los nombres para disimular los mediocres entre los selectos, con el solo fin interesado de apropiarnos de sus lauros intelectuales, como antaño de las riquezas de los expulsados judíos, eso no es caballeresco ni aun honrado.

La cultura oriental intentó domeñar a la europea, y la habría suplantado, sin el empecinamiento castellano, que aniquiló a la media luna con sus malas y sus buenas cualidades; mucho ganamos y no poco perdimos. Ninguna cultura histórica brilló de modo parejo por todas sus facetas, y bastantes para su orgullo tiene la cultura hispanocristiana; inspirada y original en la literatura y en las artes plásticas, hábil en la organización política, honda y espiritual en la mística, competente y a la altura de su tiempo en las técnicas necesarias para la epopeya americana; pero pobre en la ciencia   -115-   pura, e indigente en la Matemática, por ser la más pura de las ciencias.

Fruto granado de civilización, sólo cuaja la ciencia pura después de haber alcanzado frondosidad el follaje vital, que es su órgano respiratorio, y perdura más que él, hasta muy avanzado el otoño de la decadencia; pero el colapso español heló el organismo entero en plena primavera renacentista, antes de que pudieran cuajar las flores de la ciencia nueva; y tras las nuevas floraciones del siglo XVIII y del XX, recios vendavales postergan la esperanza.
Talismán para la curación de enfermedades por la virtud de su cuadrado mágico.

La carta de navegar atribuída a Cristóbal Colón por Mr. de La Roncier, historiador de la Marina francesa

Mapa utilizado por Colón

Ángel de Altolaguire y Duvale

  —439→  

A fines del pasado año circulaba por los centros científicos de Europa una hoja anunciando la próxima publicación de un documento de extraordinaria importancia histórica, una carta de navegar hecha por Cristóbal Colón para explicar a los Reyes Católicos la posibilidad de llevar a la realidad sus proyectos, la que también le sirvió para orientarse en su primer viaje de descubrimiento.

La carta, que es anónima, se halla en la Biblioteca Nacional de París, clasificada por Mr. Jomard como hecha en la segunda mitad del siglo XV; K. Kretsmer, en el Catálogo de la Exposición de 1912, la hace figurar como de la primera mitad del siglo XVI.

Mr. de la Roncière, ilustre historiador de la Marina francesa, tuvo la suerte de fijar en ella su atención y estudiándola detenidamente llegó al convencimiento de que fué hecha por Colón, que la mostró a los Reyes en la villa de Santa Fe, y que la llevó consigo en su primer viaje.

Las razones aducidas por Mr. de la Roncière en apoyo de su tesis no han satisfecho a los técnicos, y persona tan competente como Mr. Albert Isnard, conservador adjunto de la Biblioteca Nacional de París, en un estudio publicado en la   —440→   Revue des Questions Historiques de I de abril último, ha hecho a ellas serias objeciones, de que más adelante nos ocuparemos.

Mr. de la Roncière, para llegar a la conclusión de que la carta responde a los proyectos de Colón, parte del supuesto de que si bien éste creía en la existencia de una ruta más corta para el extremo oriente que el periplo africano y que la de Suez y Mar Rojo, su proyecto secreto, lo que en realidad pretendía descubrir era la isla Antilia o de las Siete ciudades. La carta de la Biblioteca Nacional de París dice: «»Es el reflejo fiel de las concepciones de Colón sobre la isla de las Siete ciudades que él buscara más al Sur por instigaciones de Pinzón», tenemos a nuestra vista, añade, el gráfico de los proyectos de Colón, tal y como él los expuso a los Reyes Católicos en la pequeña villa de Santa Fe «sobre esta carta sin duda se jugó la suerte del mundo»».

Si demostramos que Mr. de la Roncière está equivocado respecto al objetivo que Colón perseguía, que no fué el de ir expresamente a descubrir la Antilia, sino que su pensamiento fijo, expuesto al rey don Juan II de Portugal, al Duque de Medinaceli y a los Reyes Católicos, fué el de que era posible, navegando al Oeste de Africa, llegar a la isla de Cipango y al continente asiático, cuya empresa él se ofrecía a realizar, habremos también demostrado que el mapa de la Biblioteca Nacional no fué hecho por Colón para explicar a los Reyes la viabilidad de sus proyectos, una vez que ni siquiera comprende los mares que había de surcar ni el extremo oriental del continente asiático.

En 1474 el sabio florentino Pablo del Pozzo Toscanelli escribió al canónigo Fernando Martins de Lisboa una extensa epístola, a la que acompañaba una carta de navegar, exponiendo la posibilidad de, navegando directamente al Oeste del Norte de Africa, arribar a la gran isla de Cipango y al extremo oriente del continente asiático, en el que se hallaba la India y los estados del Gran Khan.

Pocos años después se estableció en Portugal Martín de Behaim, cosmógrafo, discípulo del famoso Monte Regio, y allí permaneció durante muchos años, formando con otros sabios lo que podemos llamar un centro de estudios superiores de Astronomía y navegación; Behaim fué con los portugueses a Guinea y conoció sus secretos científicos, entre ellos el proyecto de Toscanelli,   —441→   cuyos conceptos, según demostró Mr. Davezac, llevó a su famoso globo, que terminó en Nuremberg, el año de 1492, antes de que Cristóbal Colón regresase de su primer viaje de descubrimiento.

También conoció Colón el proyecto del sabio florentino; lo prueba que en las guardas de la obra del Papa Pío II, Historia rerum ubique gestarum, que se conserva en la Biblioteca Colombina de Sevilla, está copiada de su letra o de la de su hermano Bartolomé, pues no es fácil distinguir la letra de uno y de otro, la epístola del canónigo Martins, si bien, como ya en otra ocasión hicimos notar1, el copista suprimió de ella los puntos de partida y arribo de la expedición, y pruébalo también el testimonio del padre Las Casas afirmando que el mapa de que Colón se sirvió en su primer viaje fué el del sabio florentino.

No es este lugar para discutir si el proyecto de Toscanelli fué anterior o posterior al de Colón y hasta qué punto influyó en el ánimo de éste para determinarle a ofrecerse a don Juan II para llevarlo a ejecución; lo que es pertinente es hacer notar que el cronista portugués Juan de Barros, hablando de las gestiones de Colón en la corte de Lisboa, dice que el Rey, «porque veía ser Cristóbal Colón hombre hablador y glorioso en mostrar sus habilidades y más fantástico y de imaginaciones con su isla de Cipango que cierto en lo que decía, dábale poco crédito»; sin embargo, hizo que estudiasen su proyecto Diego de Ortiz, obispo de Ceuta, maestro Rodríguez y maestro Josef, a los que sometía estas cosas de cosmografía y descubrimientos, y todos tuvieron por faltas de fundamento sus palabras por estar basadas en imaginaciones y cosas de la isla de Cipango de Marco Polo. Tenemos, pues, la afirmación del cronista portugués de que lo que pretendía Colón era ir al Cipango descrito por Marco Polo, y señalado en la Carta de navegar de Toscanelli, próximo a la costa oriental del continente asiático, donde estaban las Indias y dominios del Gran Khan.

Fracasadas sus gestiones con Portugal, Colón vino a España y fué a negociar con el Duque de Medinaceli, Señor del Puerto de Santa María; el Duque nos da noticia de ello en la carta que el   —442→   19 de marzo de 1493 escribió al gran Cardenal de España. En ella le decía: «Yo tuve en mi casa mucho tiempo a Cristóbal Colon, que se venía de Portugal y se quería ir al Rey de Francia para que emprendiese el ir a las Indias con su favor y ayuda, y yo lo quisiera probar y enviar desde el puerto, que tenía buen aparejo, con tres o cuatro carabelas, que no me demandaba más; pero como vi que era esa empresa para la Reina nuestra Señora, escribilo a Su Alteza desde Rota y respondióme que se lo enviase. Yo se lo envié entonces y supliqué a Su Alteza que me mandase hacer merced y parte de ello y que el cargo y descargo de este negocio fuere en el puerto. Su Alteza lo recibió y le dió encargo a Alonso de Quintanilla, el cual me escribió de su parte que no tenía este negocio por muy cierto, pero si se aceptase me harían merced y daría parte de ello; y después de haberlo bien examinado acordó enviarle a buscar las Indias

Como se ve, el propósito de Colón, lo mismo en Portugal que en Castilla, antes de ver a los Reyes Católicos, fué el mismo que a éstos expuso: el ir a descubrir el Cipango y la costa del continente asiático, a la que la gran isla se encontraba próxima.

Las negociaciones con la Chancillería castellana fueron laboriosas. Colón pretendía cargos y emolumentos que ella no quería aceptar; por fin se impuso, y se firmaron el 17 de abril de 1402 las capitulaciones de Santa Fe. Por ellas obtuvo, entre otros honores y beneficios, el empleo de Almirante en todas aquellas islas y tierras firmes que por su medio e industria se descubriesen y ganaren en los mares océanos «y el de Visorrey y Gobernador en todas las dichas islas y tierras firmes que, como dicho es, él descubriere e ganare en los dichos mares.» El título que, como consecuencia de las capitulaciones, se le expidió el 30 de abril, contiene, como es natural, los mismos conceptos.

Los empleos pedidos y otorgados de Almirante y Visorrey de las islas y tierra firme responden a los propósitos de Colón, expuestos al Rey de Portugal y al Duque de Medinaceli, de ir a descubrir la gran isla de Cipango y la costa oriental del continente asiático; pero si alguna duda quedara de que fué esto lo que propuso, lo aclara de modo que no deja lugar a ella el prólogo con que encabezó el Diario de su primera navegación. Téngase en cuenta que este Diario lo llevó para que los Reyes tuvieran noticia   —443→   detallada de los sucesos del viaje y que se lo entregó a su regreso; no cabe, por tanto, que él les dijera cosa distinta de lo que les había propuesto y fué objeto de las negociaciones. Empieza el prólogo:

«Porque cristianísimos y muy altos y muy excelentes y muy poderosos Príncipes, Rey y Reyna de las Españas… por las informaciones que yo había dado a Vuestras Altezas de las tierras de Indias y de un príncipe que es llamado Gran Can… Vuestras Altezas… pensaron de enviarme a mí Cristóbal Colón a las dichas partidas de India para ver los dichos príncipes y los pueblos y tierras y la disposición de ellas y ordenaron que yo no fuere por tierra al Oriente por donde se acostumbra de andar salvo por el camino de Occidente por donde hasta hoy no sabemos por cierta fe que haya pasado nadie… y me hicieron Almirante mayor de la mar Oceana y Visorrey y Gobernador perpetuo de todas las islas e tierra firme que yo descubriere y ganare…»Yo llevé el camino de las islas Canarias para de allí tomar mi derrota y navegar tanto que yo llegase a las Indias y dar la embajada de Vuestras Altezas a aquellos príncipes y cumplir lo que así me habían mandado.»

 

Esto se lo dice Colón a los Reyes, con quien había debatido sus proyectos. ¿Es falso el documento que nos da a conocer el padre Las Casas? Pues venga la prueba clara, terminante, precisa; no hipótesis sin fundamento. ¿Se le acepta como auténtico? Pues no hay más remedio que rendirse a la evidencia y reconocer que lo que Colón propuso a los Reyes Catódicos, y éstos, aceptando la idea, le dieron medios para llevarlo a efecto, fué el ir al Cipango y a la India del Gran Khan.

Aquí podríamos dar por probada nuestra tesis; pero arroja el Diario de navegación y otros documentos tal número de datos confirmándola, que no resistimos a la tentación de exponerlos para llevar al ánimo de los más reacios el convencimiento de que carece de base sólida la hipótesis de que el objetivo secreto que Colón perseguía no era ir a la India, sino descubrir la isla Antilia o de las Siete Ciudades.

El padre fray Bartolomé de Las Casas tuvo en su poder y se sirvió de ellos para escribir su Historia de las Indias, los documentos del archivo de los Colones; entre estos documentos estaba   —443→   el Diario del primer viaje, del que hizo un extracto, que don Martín Fernández de Navarrete publicó en su famosa Colección de Viajes, pero el padre Las Casas no sólo tuvo presente el extracto que había hecho del Diario sino que, según vamos a ver, se sirvió también del original para ampliar en su historia muchos extremos que el extracto no contenía o que estaban muy compendiados.

Según refiere Las Casas2, la expedición zarpó de la isla de la Gomera el 6 de septiembre de 1492, llevando los capitanes de los buques instrucciones completas, entre las que se hallaba la de que, una vez recorridas 700 leguas, no navegasen pasada media noche, calculando que a esta hora no habrían rebasado el espacio que al oscurecer abarcase la vista.

Siguiendo el Diario, vemos que el 16 de septiembre la aparición de grandes manchas de hierba hizo pensar a las tripulaciones en la proximidad de tierra; el Almirante cree posible hubiese alguna isla, pero no la tierra firme, porque en el Diario escribió: «La tierra firme hago más lejos.» También el 18 nuevas señales de tierra dieron esperanzas a los navegantes; pero de ellas no se curó Colón, al decir de Las Casas, porque le parece que aún no era tiempo o no estaba en el paraje donde él esperaba verla. Como al día siguiente, 19 de septiembre, aparecieran más indicios, Colón, dice el extracto del Diario, no quiso detenerse barloventando para averiguar si habría tierra, porque su voluntad era de seguir adelante hasta las Indias. Hasta este día había navegado 400 leguas, según la cuenta que el Almirante llevaba.

El día 25 de septiembre refiere el Diario que Martín Alonso Pinzón manifestó a Colón su extrañeza de que no pareciesen las islas que se hallaban señaladas en una carta que hacía tres días que le había mandado el Almirante. A éste también le extrañaba no hallarlas, atribuyéndolo a las corrientes que los habían desviado de su ruta. «Esta carta -dice el padre Las Casas- es la que le envió Paulo, físico florentino, LA CUAL YO TENGO EN MI PODER con otras cosas del Almirante mismo que descubrió las Indias; en ella le pintó muchas islas y tierra firme que eran el principio de la India y por allí los reinos del Gran Khan, diciéndole las riquezas   —445→   y felicidad, el oro y perlas y piedras preciosas de aquellos reinos, y según el paraje que en la dicha figura e islas le pintó sin duda, parece que ya estaban en ellas y ansí están todas estas islas cuasi en aquella distancia y por el crédito que Cristóbal Colón dió al dicho Paulo, físico, ofreció a los Reyes descubrir los reinos del Gran Khan y las riquezas, oro y piedras preciosas

Este párrafo del padre Las Casas, merece que fijemos en él la atención. Dice Bernáldez, en su Historia de los Reyes Católicos, que Cristóbal Colón había hecho una carta de navegar que enseñó a los Reyes y que el vió. Esta carta tuvo que ser copia de la de Toscanelli dirigida al canónigo Martins, porque no es creíble que hiciera una carta para no seguirla y la que sigue y le sirve de norma es la del físico florentino, según afirma Las Casas y según se deduce de los hechos. Toscanelli, partiendo del supuesto de que el continente asiático se extendía más hacia Africa de lo que en realidad se extiende y que el grado máximo de la tierra tenía de extensión 62 1/2 millas, reduce considerablemente la distancia entre Europa y Asia; toma como punto de partida las islas de Cabo Verde, sitúa en su paralelo a la isla Antilia, como la sitúa Martín de Behaim, que conoció su proyecto, y da por término del viaje la isla de Cipango y las tierras del Gran Khan.

Cristóbal Colón, que también conoció el proyecto de Toscanelli, según lo muestran la copia de la carta a Martins, inserta en las guardas de la obra de Pío II, y la carta de navegar, según afirma Las Casas, procura comprobar con los juicios de los cosmógrafos y las opiniones de los navegantes las teorías del sabio florentino y una vez convencido de su certeza, las sigue al pie de la letra, como declara el padre Las Casas teniendo a la vista la carta de navegar de Toscanelli y lo escrito por Colón.

La única diferencia que se aprecia entre la teoría de Toscanelli y lo que escribió y llevó a efecto Colón, es que el primero, siguiendo a Ptolomeo, atribuye al grado máximo de la circunferencia terrestre 62 1/2 millas, en tanto que Colón, siguiendo a Alfagrano y sin tener en cuenta que éste se refería a millas árabes, de mayor extensión que las italianas, supuso que cada grado sólo tenía de extensión 56 2/3 millas, acortando así la distancia entre Africa y Asia.

  —446→  

El 1.º de octubre llevaban navegadas, según la cuenta del Almirante, 707 leguas; sospechaba que le quedaban atrás, por los lados, las islas que él tenía pintadas en la carta; pero dice en el Diario que no fuera buen seso barloventar y detenerse, volviendo a un lado o a otro en busca de ellas, pues llevaba próspero tiempo y su principal intento era ir en busca de las Indias por la vía de Occidente, y esto era lo que había ofrecido a los Reyes y los Reyes lo enviaban para este fin. De notar es que no es un comentario del padre Las Casas, porque éste comienza el párrafo «pero dice aquí»: es decir que es copia de lo escrito por el Almirante en el Diario.

Refiere el Diario que el 6 de octubre por la noche dijo Martín Alonso que sería bien navegar a la cuarta del Oueste a la parte del sudoeste, por la isla del Cipango; que llevaba la carta que le mostró Colón, al cual no pareció debían mudar la derrota, porque si la erraban reo pudieran tan pronto tomar tierra y que por esto era más seguro descubrir la tierra firme y después ir a buscar las islas.

Mr. de la Roncière, queriendo demostrar que fué Pinzón el que influyó sobre Colón haciéndole ir en busca del Cipango, dice que «después de un recorrido de 700 leguas al Oeste sin encontrar tierra, las tripulaciones se desmoralizaron, el capitán de la Pinta, consultado (parece que quiere decir por las tripulaciones), hizo gobernar al Sud Oeste tomando la derrota hacia el Cipango. Cinco días después -añade la Roncière- se divisó una de las islas Bahamas.» Tal y como esto está escrito, Pinzón por sí y ante sí cambió de rumbo y gracias a eso se descubrió la tierra cinco días después; como el descubrimiento se efectuó el 12 de octubre, fué el 7 cuando debieron ocurrir los sucesos que narra Mr. de la Ronciére, veamos lo que acerca de ellos dice el Diario de navegación, la Historia de las Indias del padre Las Casas y la que don Fernando Colón escribió del Almirante, su padre.

El 6 de octubre por la noche, según el Diario, dijo Martín Alonso que sería bien navegar a la cuarta del Oueste, a la parte de Suduoeste, y al Almirante pareció que decía esto Martín Alonso por la isla de Cipango (que llevaba pintada en la carta que le mostró Colón, refiere Las Casas en su Historia de las Indias) y el Almirante veía que si la erraban que no pudieran tan pronto   —447→   tomar tierra, y que era mejor una vez ir a la tierra firme y después a las islas.

El día 7, según el Diario, caminó al Oueste, es decir, siguió el mismo rumbo que los días anteriores, «porque pasaban gran multitud de aves de la parte Norte al Sudueste, por lo cual era de creer que se iban a dormir a tierra…; acordó el Almirante dejar el camino del Oueste y poner la proa hacia el Ouesudueste».

Las palabras de don Fernando Colón, como tomadas de la misma fuente, coinciden con las anteriores: «El 7 de octubre vieron grandes bandadas de pájaros de todas suertes, y algunas de pajarillos de tierra, que desde Occidente iban a buscar que comer acia el Sudoeste, por lo cual el Almirante, teniendo por muy cierto que pajarillos tan pequeños no pararían en tierra muy lejana, dejó de seguir la vía del Oeste y echó a la vuelta del Sudoeste, diciendo que si mudaba camino lo hacía porque no era muy distante del suyo principal y seguir la razón y experiencia de los portugueses, que habían descubierto la mayor parte de sus islas por el juicio y vuelo de semejantes pájaros.»

No resulta, pues, que, como afirma Mr. de la Roncière, Martín Alonso Pinzón hiciese gobernar hacia el Sudoeste el 6 de octubre ni que su propuesta de efectuarlo fuese aprobada por Colón, que resolvió que la flotilla continuara su rumbo hacia el Oeste; fueron las bandadas de pajarillos las que al día siguiente determinaron al Almirante a seguir la dirección que llevaban, porque daban indicios de la proximidad de tierra y siguiéndolos habían descubierto algunas islas los portugueses al navegar por la costa de Guinea.

Colón y Pinzón estuvieron de acuerdo durante todo el viaje; ambos se extrañaron, al contrastar sus datos de lo navegado, de no hallar las islas que la carta de Toscanelli señalaba, y cuando Pinzón propone rectificar el rumbo para ir en busca de la isla de Cipango, no se muestra el Almirante contrario a su opinión de que podían encontrarla; pero prefiere seguir directamente al Oeste para asegurar el éxito, porque la isla podían errarla, pero no la tierra firme.

El descubrimiento de las primeras islas confirmó más a Colón en las ideas con que salió de España; el 21 de octubre, estando en la Española, cree que la isla que los indios llamaban   —448→   Cuba debe ser la del Cipango, aunque dice que todavía tenía determinado ir a la tierra firme y a la ciudad de Quisay y dar las cartas de sus Altezas al Gran Can y pedir respuesta y volver con ella. No es éste un comentario sino una copia de lo que en el Diario constaba, al menos así lo afirma el Obispo de Chiapa, y no hay razón para ponerlo en duda.

El 24 de octubre Colón fué a descubrir la isla de Cuba, que creía era el Cipango, añadiendo Las Casas que él continuaba en la idea de que «la relación y pintura que le envió Paulo, físico, concordaban con las noticias que le facilitaban los indios»3.

«Dió tanto crédito -sigue diciendo Las Casas- a la carta mensajera y a la figura o carta de marear pintada que le envió Paulo físico, que no dudó de hallar las tierras que llevaba pintadas, y según la distancia o leguas que había hasta aquí navegado, concordaba a lo justo con el sitio y comarca en que Paulo, físico, había puesto la riquísima y grande isla de Cipango en el circuito, de la cual también pintó y asentó innumerables islas y después la tierra firme, y como viere tales islas primero y le nombraran los indios más de ciento, ciertamente tuvo razón de creer que cualquiera de estas islas fuese la de Cipango, en la que creía hallar grandísima suma de oro, plata, perlas y especiería, y muchas veces en el libro de su primera navegación hace mención del oro y de especiería que creía hallar y cuantos árboles, veía todos ser de especiería juzgaba4

  —449→  

Don Fernando Colón, que escribió la historia del Almirante su padre antes que el padre Las Casas la de las Indias, utilizó también el Diario de la primera navegación, pero exponiendo sólo lo más esencial y suprimiendo comentarios; coincide, sin embargo, con Las Casas en que había dicho el Almirante que no esperaba ver tierra hasta haber navegado 750 leguas hacia el occidente de Canarias, en cuyo término había también dicho que hallaría la isla Española, llamada entonces Cipango, y en la resolución que tenía el 2 de octubre de proseguir el viaje directo a las Indias navegando siempre al Occidente, que era el camino que tenía por más cierto. Están, pues, conformes don Fernando Colón y el padre Las Casas en que el pensamiento del Almirante era el descubrimiento del Cipango y de la India.

Pero no es sólo en documentos que conocemos por Las Casas o don Fernando donde se demuestra que el pensamiento del gran navegante fué siempre el de ir a las Indias, entendiendo por éstas las tierras del Gran Khan; en la carta que al regreso de su primer viaje escribió a Luis de Santángel le decía: «Por ésta sabréis cómo pasé a las Indias con la armada que los ilustrísimos Rey y Reina me dieron… Allé tan grande la isla Juana (Cuba), que pensé que sería tierra firme la provincia del Catayo… » «Y luego que llegué a las Indias», y así sigue en toda la carta demostrando su creencia de que aquellas islas pertenecían a la India, y que próximo estaba la tierra firme y los dominios del Gran Khan.

En la dirigida al tesorero Rafael Sánchez al regresar del primer viaje, también le manifiesta que había llegado a la India. Todavía podríamos alegar más testimonios del propio don Cristóbal, pero con los citados nos parece suficientemente probado que sus gestiones con el Rey de Portugal, con el Duque   —450→   de Medinaceli y con los Reyes de Castilla fueron siempre encaminadas a recabar los medios de ir a descubrir el Cipango y las tierras del Gran Khan, situadas en el extremo oriente de Asia, y que Pinzón estuvo durante toda la navegación de completo acuerdo con el Almirante, sin que en ningún documento aparezca la menor indicación de que tuviese el pensamiento de ir a descubrir la Antilia y sí sólo seguir el proyecto de Toscanelli de arribar al extremo oriente de Asia navegando al oeste del Norte de América, con el cual se había identificado hasta el punto de creer firmemente cuanto decía en la epístola y en la carta de navegar que a ella acompañaba5.

La carta de la Biblioteca Nacional de París, que Mr. de la Roncière cree ser el gráfico de los proyectos de Colón, comprende Europa y el continente africano; pero de Asia no alcanza al extremo oriente, y, por tanto, no figura en ella ni el Catay ni la isla de Cipango, objetivos del proyecto de Colón; por lo que respecta al camino a seguir, partiendo de las Canarias o de Cabo Verde, tampoco se indica en la carta, pues del Océano Atlántico sólo se marcan muy pocos grados de longitud al occidente de las islas de Cabo Verde; la isla Antilia, que en el globo de Behaim figura en el paralelo de Cabo Verde, en la carta de la Biblioteca Nacional está situada a la altura de Irlanda: no responde, pues, esta carta en nada a los proyectos de Colón, y, por tanto, no pudo ser hecha por éste para explicar sus ideas a los Reyes, y menos aún para orientarse en la navegación de unos mares que en la carta no se señalan y dirigirse a unas tierras que en ella no figuran.

El mapamundi es de tan reducidas dimensiones, que no da idea de distancias y no pudo servir para orientarse en una navegación.

Si estudiada la carta en relación con los proyectos de Colón se ve que no puede ser en manera alguna el gráfico de tales ideas, los argumentos aducidos por Mr. Isnard, conservador adjunto, jefe de la sección cartográfica de la Biblioteca Nacional   —551→   de París, rebatiendo las razones que da Mr. de la Roncière en demostración de que la carta fué hecha por Colón, llevan al ánimo del lector el convencimiento de la equivocación padecida por Mr. de la Roncière; prueba Mr. Isnard que en la carta no se encuentra dato alguno de que su autor era genovés, que Colón confundió la Islandia con las islas Feroe, lo cual no hizo el autor de la carta; que las notas puestas por don Cristóbal en las márgenes de la obra, Imago Mundi de Aylly, son posteriores al 29 de septiembre de 1494, fecha en que don Bartolomé Colón, poseedor del libro, se avistó en la Española con su hermano don Cristóbal; de consiguiente, que si la carta refleja las opiniones de Colón, debió ser hecha con posterioridad a 1494, y, por tanto, no fué la que le sirvió para explicar sus proyectos a los Reyes Católicos y para orientarse en su primer viaje.

Por otra parte, en la carta se figura la Península Ibérica y en ella cuatro poblaciones; una tiene el nombre de Almería; las otras no tienen ninguno. Mr. de la Roncière estima que una es Granada, otra Sevilla y la tercera Santa Fe, fundada para alojar al ejército sitiador de Granada después de un incendio que destruyó el campamento cristiano; su planta era la de una cruz de brazos iguales; el centro lo constituía una gran plaza; era la villa tan reducida, que cuando se tomó Granada fué repartida entre sólo doscientas familias para que allí poblasen; en el mapa aparece a una distancia de Granada que no permite fuera el alojamiento del ejército sitiador; la villa está representada por una iglesia de elevada torre, y no es posible que en la época en que Mr. de la Roncière afirma fué hecha la carta, o sea cuando Colón negociaba en Santa Fe, esta pequeña población, que había empezado a construírse hacía dos meses, tuviese una iglesia de las proporciones que en la carta se representa.

En el planisferio aparece emplazado el paraíso terrenal en lo más alto de un macizo montañoso, que el autor sitúa en el extremo oriente de Asia.

Cuando Colón vió en su tercer viaje la desembocadura del río Orinoco, no pudiendo explicarse de dónde procedía tan enorme caudal de agua, modificó su creencia de la forma esférica de la tierra, y discurrió que la mitad es esférica, pero que   —552→   la otra mitad tiene la forma de una pera, y que en el pezón de ella estaba el Paraíso, y que de allí salía tan gran caudal de agua. «Yo no hallo, ni jamás he hallado -expone- escritura de latinos ni de griegos que certificadamente diga el sitio en este mundo del paraíso terrenal ni visto en ningún mapamundi. Yo no creo que el paraíso terrenal sea en forma de montañas, salvo que él sea en el colmo, allí donde dije la figura de la pera.»

Si Colón hubiera sido el autor del planisferio, lo natural es que en alguna forma hubiera manifestado que rectificaba la opinión que hasta entonces tenía y que expresaba al colocar el paraíso en lo alto del macizo montañoso que en el planisferio aparece situado en el extremo oriente de Asia, o al menos que no afirmará, en forma tan rotunda que hasta entonces no había tenido formado concepto del sitio en que se encontraba.

Respecto a la fecha en que la carta se construyó, podemos afirmar que lo fué con posterioridad al 2 de enero de 1492, en que se rindió Granada a los Reyes Católicos, una vez que en los muros de la ciudad pintada en la carta aparece ondeando la bandera de Castilla; lo probable es que sea posterior al regreso, en 1497, de Vasco de Gama, de su primera expedición a la India, y nos fundamos para creerlo así en que Martín de Behaim, que, como hemos expuesto, estuvo en Portugal ocupado en los estudios astronómicos y de descubrimientos que el Rey le encomendaba, que visitó la Guinea y que sostenía relación constante con los marinos lusitanos, sirviéndole las derrotas de sus navegaciones para la construcción de su famoso globo, que terminó en 1492, señala en él el Cabo de Buena Esperanza, pero da al extremo sur de Africa una forma completamente distinta a la que aparece en la carta de la Biblioteca Nacional de París y en las posteriores al regreso de Vasco de Gama, en que ya se figura casi lo mismo que se representa en la actualidad; fué, pues, construída, cuando ya se tenía noticia de la verdadera forma de la parte sur del continente africano.

Podrá argüirse que en el planisferio no figuran las islas descubiertas por Colón, como debían figurar si hubiera sido construído después de 1492; pero ha de tenerse en cuenta que del Atlántico sólo comprende muy pocos grados al Oeste de las Azores, y por el Oriente ni siquiera señala la isla de Cipango.

Síntesis de lo expuesto es que la carta no responde en nada a los proyectos de Colón y debe continuar figurando en la Biblioteca Nacional de París con la etiqueta que tenía, según Mr. de la Roncière : «Carta portuguesa del siglo XVI.»

Isabel la Católica y Cristóbal Colón

Isabel la Católica y Cristóbal Colón

Consuelo Varela

El 1.º de diciembre de 1504 escribía Colón a su hijo Diego, «Muchos correos vienen acá cada día y las nuebas acá son tantas y tales, que se me increspan los cabellos todos de las oír tan al rebés de lo que mi ánima desea. Plega a la Santa Trinidad de dar salud a la Reina, nuestra Señora, porque con ella se asiente lo que ya va lebantado».

Se encontraba el Almirante en Sevilla aquejado de un fuerte ataque de gota y los males de la artritis se le habían acrecentado con los fríos de aquel invierno que hubo de ser más duro de lo habitual. El Guadalquivir se había desbordado, «entró en la ciudad», le decía a Diego en su carta que a duras penas logró terminar por el dolor en las manos que le impedía tomar «la péndula». D. Cristóbal estaba inquieto. Hacía poco que había regresado de su último viaje al Nuevo Mundo que había sido un desastre. Había perdido todos sus barcos. Más de la mitad de su tripulación o bien había muerto o no había querido regresar con él a la Península. No había encontrado el estrecho entre los dos océanos que buscaba tan afanosamente y, para colmo, había sufrido varios motines capitaneados por los hermanos Porras: Francisco que iba por capitán de la nao Santiago y Diego con el cargo de escribano y oficial de la armada.

Colón estaba en Sevilla solo. Sus hijos y sus amigos más íntimos se encontraban en la Corte. Los chicos como pajes de la Reina y los amigos ocupándose de resolver sus negocios. El Almirante estaba seriamente preocupado. No tenía problemas económicos, en un navío que estaba a punto de llegar a Sanlúcar de Barrameda su contador le enviaba una buena remesa de oro y palo de brasil, sus tribulaciones eran de otro tipo. Hacía 5 años que había sido desposeído de la gobernación de las Indias y a toda costa quería regresar. El Almirante, pues aún conservaba este cargo, deseaba volver al Nuevo Mundo no solo para intentar de nuevo encontrar el Estrecho sino también para continuar su misión, para que no se perdiese «lo que ya va lebantado». Colón había visto el mal gobierno de Ovando y sabía que no había gente dispuesta a enrolarse en nuevos viajes. Las Indias, en palabras del genovés, «se perdían».

Para poder regresar con todos los honores necesitaba, o eso creía él, del apoyo de D.ª Isabel y más en aquel momento en el que acababan de llegar a Castilla la pesquisa -que se le había efectuado años atrás- y una carta a los Reyes de los Porras acusándole, sabe Dios de qué delitos. Los Porras, parientes de la amante del poderoso Tesorero de Castilla Alonso de Morales, gozaban por causa de esta relación de un gran predicamento en la recién creada Casa de la Contratación, del que el Almirante carecía.

Hasta el 2 de diciembre de 1504 no supo Colón el fallecimiento de la reina. Es evidente que D. Cristóbal sintió un profundo pesar solo aliviado por la certeza de que estaba en el Cielo, «Su vida siempre fue católica y santa y pronta a todas las cosas de su santo servicio, y por esto se debe creher que está en su santa gloria y fuera del desen d’este áspero y fatigoso mundo» escribía a Diego en una carta del 3 de diciembre. A esta carta siguieron otras en las que el padre no dejaba de preguntarse por su situación, «acá mucho se suena que la reina, que Dios tiene, ha desado que yo sea restituido en la posesión de las Indias», y en recordar al hijo su deber en procurar que el padre fuera repuesto en la gobernación. Mas las noticias no llegaban. Diego escribía menos de lo que el padre deseaba y D. Cristóbal, impaciente, le conminaba a actuar, «As de trabajar de saber si la Reina, que Dios tiene, dexó dicho algo en su testamento de mi».

Nada dejó dicho de Colón D.ª Isabel y el Almirante nunca fue repuesto en sus cargos ni volvió a navegar. Los nuevos reyes, D. Felipe y D.ª Juana, tenían otras preocupaciones más urgentes y D. Fernando, regente de Castilla hasta que estos llegaron a hacerse cargo del reino, tenía otros planes en los que Colón no entraba. Quería el Católico a otros hombres para emprender la ruta a las islas de la Especiería para cuya realización sería llamado, entre otros, Américo Vespucci. Fue el florentino el portador de una de las últimas cartas que Colón escribió a su primogénito desde Sevilla el 5 de febrero de 1505. Se preguntaba Colón para qué había sido llamado Américo a la Corte a la vez que se lamentaba del poco éxito que su amigo había tenido en los negocios. «Ha tenido mala suerte», le dice a Diego, pero es un buen amigo y de seguro intercedería por sus intereses como le había pedido el Almirante que, al parecer, no dejaba de solicitar la ayuda de todos cuantos acudían a ver al monarca.

Ahora sabemos que a Vespucci le encargarían preparar junto con Juan de la Cosa un viaje a la Especiería, que no llegó a realizar, que acabaría su vida como Piloto Mayor de la Casa de la Contratación y que, por un azar del destino, daría su nombre al Nuevo Continente descubierto por Colón.

Entre Colón y los Reyes hubo muchos encuentros y desencuentros. No podía ser de otra forma. Hubo épocas en las que coincidían los intereses y otras en las que discrepaban en la forma y manera de actuar en la colonia.

Hoy en día nadie parece dudar que entre Colón e Isabel existió una cierta complicidad. Una sintonía entre ellos que, incluso, ha llevado a la novela histórica hasta el extremo de presentárnoslos como amantes. Desde luego D. Cristóbal y D.ª Isabel nunca estuvieron enamorados. Hubiera sido imposible: la Católica bebía los vientos por su marido y el Almirante sólo estuvo enamorado de sí mismo.

La cuestión que nos ocupa aquí es tratar de averiguar cuáles fueron las relaciones entre esos dos personajes tan parecidos y tan distintos. Tan parecidos porque ambos eran tesoneros y firmes en sus convicciones y tan distintos porque ambos discreparon casi siempre en el modo en que éstas debían de ser llevadas a cabo.

Varios puntos nos van a ir dando las pautas para analizar la naturaleza de esas relaciones no siempre fáciles entre el Almirante y su reina.

La financiación de viaje y las joyas de la Reina

La historiografía tradicional ha sostenido que la reina fue el principal apoyo con el que contó Colón para poder realizar su proyecto descubridor. Fue el propio Hernando Colón quien en La Historia del Almirante, la biografía que hizo de su padre, lanzó la pintoresca historia en la que aparece la reina católica ofreciendo empeñar sus joyas para financiar el viaje colombino. Una imagen sin duda muy bella que recogió gustoso fray Bartolomé de Las Casas -siempre ávido de adornar con bonitas anécdotas las noticias sobre la vida de Colón- en su Historia General de las Indias.

Todo parece indicar que se trata de una leyenda que contrasta con la visión más generalizada que presentaron los primeros cronistas de la Historia de Colón y el Descubrimiento. En efecto, mientras que los cronistas castellanos López de Gómara y Fernández de Oviedo no dudaron en afirmar que los dos reyes ayudaron a Colón por igual, los círculos catalanes e italianos se decantaron por Fernando. Así, por ejemplo, Zurita no mencionó para nada la intervención de la reina y Gerolamo Benzoni, aun concediendo que la reina Isabel fue quien primero se encandiló con Colón afirmó taxativamente que fue Fernando, una vez convencido por su mujer, quien tomó la iniciativa de ayudar al extranjero. Por su parte Pedro Mártir, que estaba ya en la corte cuando el navegante acudió en ayuda de los monarcas, escribió que Colón, «propuso y persuadió a Fernando e Isabel [y] ante su insistencia se le concedieron de la Hacienda real tres bajeles». Ante estas y parecidas afirmaciones Gómara se encargó de advertir: «sospecho que la reina favoreció más que el rey el descubrimiento de las Indias; y también porque no consentía pasar a ellas sino a castellanos».

Por otro lado, como se ha señalado en repetidas ocasiones, la reina no podía pignorar sus joyas porque hacía tiempo que las tenía empeñadas a los jurados de Valencia como garantía de un préstamo para financiar la guerra de Granada. Y tampoco conviene olvidar que el viaje no supuso un coste importante. En las cuentas del escribano de ración Luis de Santángel y del fiel ejecutor de Sevilla Francisco Pinelo se anotó que habían entregado al obispo de Ávila, Fernando de Talavera, 1.157.100 mrs. «para el despacho del Almirante». El resto se saldó para la Corona sin gastos ya que se aprovechó la sanción a la villa de Palos obligándola a poner a disposición del Almirante dos naves. Colón financió la parte que le correspondía con un préstamo de su amigo y factor el florentino Juanoto Berardi.

Colón debió de congeniar mejor con D.ª Isabel que con D. Fernando y no es difícil imaginar a la reina escuchar asombrada las propuestas del navegante que debía de gozar de gran labia y un indudable atractivo personal. La decisión de llamarle para que se apresurase a regresar a Granada para firmar en el Real de Santa Fe las Capitulaciones, el 17 de febrero de 1492, hubo de haber partido de ambos monarcas. No es concebible que el resultado de una negociación, que había durado nada menos que 7 años, fuera acordada tan solo por la Reina. Otra cosa fue el texto de la Capitulación colombina -cuya elaboración debió de ser sin duda laborioso y costoso de tiempo- que hubo de ser pactado y firmado por fray Juan Pérez, el representante de Colón, y Juan de Coloma, el eficiente secretario aragonés, por parte de los reyes. Desconocemos quiénes intervinieron en la redacción de ese texto, tan favorable a Colón, que consagraba un monopolio entre el Almirante y los Reyes.

En cuanto a la posterior adscripción de las tierras descubiertas a la Corona de Castilla, bien pudo tratarse de un interés personal de D.ª Isabel, ansiosa de convertir infieles, pero no hay que olvidar que en los mismos días que Colón firmaba su capitulación, otros marinos firmaban las suyas para continuar la conquista de las islas Canarias que, entre otras cosas por razones de proximidad geográfica a los lugares de partida de las naves, era la lógica expansión oceánica castellana. Por otro lado, conviene recordar que la tradicional expansión de la Corona de Aragón se proyectaba en el Mediterráneo y ya bastantes problemas tenía D. Fernando con controlar los reinos de Nápoles y Sicilia.

Hasta las Cortes de Valladolid de 1518, cuando fue jurado Carlos I, no se produjo la plena incorporación de las Indias a la Corona de Castilla.

El recibimiento en Barcelona

El regreso triunfante de Colón tras su viaje de Descubrimiento y el posterior encuentro con los Reyes en Barcelona supuso el mejor momento de las relaciones del flamante Almirante con sus monarcas. Todos los cronistas cuentan maravillas. Oviedo incluso da el nombre cristiano que se dio a tres de los seis indios que Colón se trajo consigo: Fernando de Aragón, Juan de Castilla y Diego Colón. Según Gómara los reyes permitieron a D. Cristóbal estar de pie en su presencia «que fue gran favor y amor; ca es antigua costumbre de nuestra España estar siempre en pie los vasallos y criados delante del rey». Fue Hernando, como siempre, quien nos dejó una descripción más amplia y detallada de la visita. Según nos cuenta, en Portugal D. Juan II le mandó cubrirse y le hizo sentar en una silla y en Barcelona los Católicos incluso se levantaron para saludarle y le permitieron sentarse a su lado en el estrado; además, sigue diciendo Hernando, cuando Fernando cabalgaba por Barcelona, Colón le acompañaba siempre a su lado.

Mientras que Colón se ocupó de reseñar en su Diario que, tras su llegada a Portugal, visitó por separado a la reina portuguesa D.ª Leonor y a D. Juan II, para nada recordó una entrevista privada con D.ª Isabel y ninguna mención especial a la reina figura en los textos de nuestros cronistas. Tan solo un autor, el aragonés Zurita, nos sorprende al añadir una noticia sorprenderte: ya antes de que Colón llegara la ciudad Condal, antes de que se recibiera en la corte su carta anunciando el descubrimiento, la noticia era ya conocida por otra carta, remitida desde Galicia, por «alguien» que venía en uno de los barcos que se había separado del convoy, en clara alusión a Martín Alonso. Una vez más los cronistas catalanes dan una versión diferente a la ofrecida por los castellanos.

Sin embargo y, pese a estas descripciones que nos dejaron los cronistas, de ninguna manera hemos de pensar que Colón recibió en Barcelona un recibimiento apoteósico por la sencilla razón de que, de haber sido así, no hubieran dejado de señalarlo los dietarios y los libros de ceremonias barceloneses que callan la estancia de Colón en la ciudad Condal. El encuentro, sin duda emotivo y cordial, hubo de limitarse a un sencillo acto cortesano.

Años más tarde, en la única carta que conservamos de Colón dirigida a la Reina sin firma y sin fecha y que hemos de datar en los meses de agosto o septiembre de 1502, el Almirante recuerda insistentemente a D.ª Isabel aquella entrevista, «las llaves de mi voluntad yo se las di en Barcelona… yo me di en Barcelona a Vuestra Alteza sin desar de mi cosa».

Cuando redactaba D. Cristóbal esta carta, que quizá no llegó nunca a enviar, estaba pasando un mal momento: con su prestigio seriamente dañado aún no había recibido la autorización para realizar el que sería su último viaje al Nuevo Mundo. Deseaba el navegante ser recibido y por ello recurrió a los argumentos habituales: las Indias eran ricas y él era un buen y leal servidor pese a todas las infamias que contra él se habían levantado.

¿Por qué recordar Barcelona y no por ejemplo Santa Fe, tan cerca de la ciudad desde donde escribía y donde había firmado sus Capitulaciones para descubrir y donde en 1492 la reina había nombrado paje del príncipe D. Juan a su hijo Diego? Sin duda porque aquella entrevista fue la más exitosa que mantuvo con sus monarcas.

Colón informante de la Reina Católica

En Barcelona se iniciaron los preparativos del segundo viaje y desde Barcelona se organizó la propaganda que los monarcas necesitaban para conseguir el pleno dominio de las nuevas islas descubiertas.

En primer lugar había que anunciar a los cuatro vientos la buena nueva y así se procedió al ordenar imprimir la Carta que el Almirante les había dirigido anunciándoles su descubrimiento desde Lisboa el 14 de marzo de 1493. El interés de la corona hizo que la carta alcanzara una difusión desmesurada para entonces. Desde abril de 1493 a fines de siglo tuvo catorce ediciones: 2 en castellano, una en catalán, nueve en latín, tres en italiano y una en alemán. Aunque muy similares, el texto, salvo en las ediciones en castellano, se presenta a D. Fernando como el gran impulsor del descubrimiento sin mencionar para nada a la reina. Por lo demás no difieren: Colón fue el artífice único de aquel hecho. Un claro ejemplo de cómo dominaba la propaganda el Católico.

Había que conseguir, además, una bula papal que confirmara la legitimidad de esas islas descubiertas y es muy probable que D. Cristóbal fuera uno de los asesores de los monarcas. Y sin lugar a dudas, antes de partir para su segundo viaje, hubo de dejar algún informe -cuyo texto hoy desconocemos- que manejaron los científicos que se ocuparon de la redacción del Tratado de Tordesillas que en julio de 1494 demarcó el océano Atlántico entre España y Portugal. Así se desprende de la carta que en agosto de 1494 escribió el cosmógrafo catalán Jaume Ferrer de Blanes a los reyes exponiéndoles su parecer sobre el Tratado recién firmado en donde comentaba la consideración profesional que D. Cristóbal le merecía: «y si en esta mi determinación y parecer será visto algún yerro, siempre me referiré a la corrección de los que más de mi saben y comprenden, especialmente del Almirante de las Indias, el cual, tempore existente, en esta materia más que otro sabe; porque es gran teórico y mirablemente plático como sus memorables obras manifiestan».

Se ha discutido mucho acerca de los conocimientos náuticos de D. Cristóbal y no es este el lugar para contribuir a la polémica. Lo que es evidente es que Colón no era un «lego marinero» y que los reyes le consultaban sobre diversas materias no siempre relacionadas con las Indias. Así, por ejemplo, es significativa la carta que D.ª Isabel le dirigió desde Laredo el 18 de agosto de 1496 agradeciéndole los consejos que les había dado referente al viaje que había de hacer doña Juana a Flandes para desposarse con D. Felipe. La reina tomó muy en cuenta las advertencias del marino al que, al menos en esta ocasión, tildó cariñosamente de, «home sabio e que tiene mucha plática e experiencia en las cosas de la mar». A la consulta de otro viaje, el que traía a la infanta Margarita para casar con el príncipe D. Juan, se refiere Colón en una carta a los reyes escrita en Granada el 6 de febrero de 1502. D. Cristóbal, que estaba entonces preparando su cuarto viaje al Nuevo Mundo, les dirigió una misiva curiosa en la que advertía de los peligros de la mar. Como si se tratara de una premonición habla de huracanes y de vientos contrarios y, para darse postín, les recordaba cómo en el año de 1497 había atinado en la fecha de la llegada de la infanta a Laredo y, como tras sus doctas explicaciones, los monarcas cambiaron su itinerario previsto para dirigirse al puerto cántabro justo a tiempo para recibir a su futura nuera. Colón también acertó cuando, meses más tarde, aconsejó al gobernador Ovando que no partiese la flota del puerto de Santo Domingo pues se avecinaba un terrible huracán. Como sabemos, sus consejos no fueron oídos y gran parte de aquella armada naufragó frente a la costa. Se perdieron hombres, barcos, mercancías y los papeles que acusaban a D. Cristóbal del desgobierno de la colonia.

Colón era un hombre muy dado a dar consejos y en sus cartas a los Reyes no dejó de señalar cuanto se le pasaba por la cabeza. Y así le vemos constantemente dar su opinión en toda clase de asuntos tanto de los que correspondían a su cargo de Virrey, como de otros que excedían a sus competencias. Sin duda en muchas ocasiones sus advertencias fueron atendidas pero, también en otras muchas, sus cartas hubieron de ser tiradas a la papelera. Pese a que poseemos muchas cartas y cédulas reales a Colón, desconocemos muchas de las consultas que hubieron de hacerle desde la corte. Así nos consta por cartas de los Reyes que fue consultado cuando se estaban haciendo las negociaciones con Portugal y, ya firmado el Tratado de Tordesillas, los monarcas le urgen a que envíe desde las Indias sus comentarios sobre la raya, «por palabra y por pintura».

Es evidente que hasta bien entrado el año de 1494, cuando empezaron a llegar a la Península otras voces discordantes, fue Colón el principal informante de los Reyes acerca de las tierras descubiertas. A partir de 1495, si bien no se desoyeron del todo sus peticiones, sí se tuvieron en cuenta otras opiniones: el Almirante ya no era intocable. Sus conocimientos sirvieron, sin embargo, para otro tipo de consultas como las que hemos visto más arriba.

Los desacuerdos

Como no podía ser de otra forma, no siempre estuvieron de acuerdo los reyes con su Almirante que, en ocasiones, llegó a indignarles de tal manera que se vieron obligados a cesarle en sus atribuciones como Virrey y Gobernador en 1500. Hasta ese momento varios fueron los motivos que fueron colmando la paciencia de los monarcas. Veamos los más significativos.

1. Carencia de información

Tan pronto como Colón partió de Barcelona para Sevilla para preparar su segundo viaje comenzaron los disgustos. El Almirante no entregaba ni las cuentas ni el Diario ni los mapas que los monarcas le solicitaban constantemente. ¿Quería ocultar la información a otros posibles competidores?, ¿a qué se debía esa política de sigilo? Parece evidente que el Almirante quería guardar un secreto a voces, algo imposible de mantener dada la calidad de los marinos que le habían acompañado en su primer viaje. Tal vez, disgustado por la elección del arcediano Rodríguez de Fonseca como encargado de preparar junto con él mismo la segunda expedición, optó por hacerle el trabajo lo más difícil posible negándole todo tipo de información: sólo él sabía lo qué convenía llevar y el camino a seguir.

Mantuvo Colón esta actitud todo el tiempo que le fue posible y, todavía en agosto de 1494, recibía en la Isabela una carta de los reyes en la que le recordaban, una vez más, que debía de escribirles especificando cuántas islas había hallado, a cuántas había puesto nombre, cómo las denominaban los indios y las distancias entre ellas. Hasta bien entrado el año no especificó cuanto los reyes querían saber: «Todas estas islas que agora se han fallado enbío por pintura con las otras del año pasado… con él… verán V. A. la tierra de España y África y, enfrente d’ellas todas las islas halladas y descubiertas este viaje y el otro». No sabemos cuándo recibieron los reyes esta comunicación del Almirante que quizá no les llegara hasta 1495, un lapso de tiempo excesivamente largo. A partir de esta fecha los reyes no volvieron a reclamarle este tipo de noticias lo que nos permite asegurar que en este sentido la comunicación fue satisfactoria para la Corona.

2. El mal gobierno

Los verdaderos problemas de Colón con la Corona surgieron su mal gobierno en el Nuevo Mundo, tanto en su política esclavista como en su pésima relación con los colonos.

La política esclavista

Colón que no conseguía enviar grandes cantidades de oro ni de especias, pese a los tributos que había impuesto a los indios, optó por enviar indígenas a la Península para que fueran vendidos como esclavos. El Almirante, al menos, cumplía una de sus promesas. La venta de esclavos era un negocio permitido en Castilla y además en auge y a este tráfico se dedicaba, entre otros, su factor y amigo Juanoto Berardi. Nada hacía presagiar el problema que se avecinada cuando, a comienzos de 1495, envío Colón un primer cargamento de 300 indios a Sevilla. Tan pronto como los reyes conocieron la noticia ordenaron a Fonseca que los vendiese en Andalucía, pues era en aquella provincia donde pensaban que podrían tener mejor salida. Mas muy pronto comenzaron los escrúpulos a la real pareja pues apenas 4 días más tarde de esta carta, el 16 de abril, escribían de nuevo al arcediano pidiéndole que reservase el dinero de la venta de los esclavos hasta averiguar si el tráfico era lícito, pues antes de nada querían informarse de «teólogos y canonistas de buena conciencia».

Naturalmente esta orden chocaba con los intereses del Almirante cuyo factor pidió, el 1.º de junio, que se le entregase el tanto por ciento que le correspondía recibir. Los reyes, aún sin saber qué hacer, escribieron a Fonseca ordenándole que, en secreto, dijera a Berardi que el asunto estaba suspenso y que no procediese a la liquidación. Dado que los esclavos habían sido vendidos en su totalidad no convenía alertar a sus propietarios en tanto en cuanto no se hubiera tomado una determinación en firme.

El Almirante, que vio peligrar una parte del negocio, escribió entonces a los reyes una larga carta, fechada el 14 de octubre en la Vega de la Maguana de la isla Española. Tenía que asegurar a los reyes que aquellos indios podían y debían de ser vendidos como esclavos y para ello nada más contundente que asegurarles que los indígenas que había enviado a Castilla no eran cristianos, luego se podía proceder a su venta. Aclarada esta primera e importante premisa, el Almirante creyó conveniente hacer algunas aclaraciones, por si los reyes tenían alguna duda respecto al carácter y a las necesidades de los indios. En primer lugar lo compradores no debían de preocuparse por la diferencia climática: el frío no les iba a sentar mal pues también en su isla las heladas eran frecuentes. Así que podían ser vendidos en cualquier lugar de la Península. En cuanto al trabajo y a su manera de llevarlo a cabo, el Almirante consideraba que las mujeres no parecía que estuvieran bien dotadas para ser esclavas domésticas pero sí, en cambio, para las labores artesanales y en especial para tejer el algodón; en cambio los hombres estaban adornados de tantas habilidades que, incluso, se les podía dedicar a las letras. Y, por último, una advertencia: no convenía darles mucho de comer pues en su isla comían muy poco «y si se hartan, escribe Colón, se enfermarían».

Los reyes no sabían qué actitud tomar como demuestra que en 1498, tres años más tarde de aquel primer cargamento, Colón continuara defendiendo la trata en sus cartas a los monarcas. Acaba de regresar a las Indias, en su tercer viaje, y al pasar por las islas de Cabo Verde había vuelto a comprobar los pingües beneficios de los negreros portugueses. «Me dicen que se podrán vender cuatro mill que, a poco valer, valdrán veinte cuentos». A Colón le salían las cuentas redondas. Frente a los portugueses que por el más ruin pedían 8.000 mrs., ellos podrían venderlos a 5.000 mrs. puestos en la Península y, para abaratar costes, propuso que a los maestres y marineros de los cinco navíos con los que acaba de llegar al Nuevo Mundo se les permitiese regresar con esclavos valorados en 1.500 mrs. De esa forma, los marineros se harían ricos y la Corona se ahorraría pagarles los salarios y el mantenimiento. Es verdad, seguía diciendo el Almirante, que algunos podrían morir en el camino, como pasaba en un principio con los negros y los canarios, mas «así no será siempre d’esta manera», pronto se encontraría la fórmula para organizar el transporte con eficacia.

Las Casas, que copió esta carta de Colón a los Reyes en su Historia, no dudó en glosarla aunque su texto no ofrece lugar a dudas: «Tenía determinado de cargar los navíos que viniesen de Castilla de esclavos y enviarlos a vender a las islas de Canarias y de los Azores y a las de Cabo Verde y adonde quiera que bien se vendiesen y sobre esta mercadería fundaba principalmente los aprovechamientos para suplir los dichos gastos y excusar a los reyes de costa, como en principal granjería».

Desconozco en qué momento se decidieron por fin los monarcas a prohibir el tráfico con los indígenas americanos considerados ya como sus vasallos. Quizá la espoleta que les decidió a actuar fue la decisión del Almirante, justo en los días en los que escribía la carta antes mencionada, de entregar a cada uno de los 300 colonos de la Española un indio como esclavo. El genovés se había excedido en sus atribuciones y la reina, al decir de Las Casas, se indignó profundamente, «¿Qué poder tiene mío el almirante para dar a nadie mis vasallos», parece que exclamó airada cuando supo la noticia.

El descontrol en la colonia era insoportable y los reyes tomaron las medidas oportunas. Se puso en marcha la destitución del Almirante con el nombramiento de Francisco de Bobadilla, nombrado nuevo gobernador con plenos poderes, y se dictaron una serie de cédulas tendentes a reorganizar el tráfico. Fue entonces cuando los reyes mandaron pregonar que todos los indios que había enviado el Almirante a Castilla fueran devueltos en los primeros navíos que tornasen al Nuevo Mundo. Los oficiales reales actuaron con prontitud. Ya en abril se entregaron a Bobadilla los primeros 25 esclavos que habría de llevar consigo cinco meses más tarde y nos cuenta fray Bartolomé que su padre hubo de devolver uno, que le había traído años atrás, al contino de los reyes Pedro de Torres encargado del secuestro y entrega de los indios a Bobadilla.

Nos dice Las Casas que la reina creía, por las informaciones erradas que les enviaba el Almirante, que los esclavos que éste les remitía eran de los tomados en buena guerra que sí podían ser vendidos como esclavos. Si a los capitanes que habían adquirido una capitulación para descubrir, se les permitía hacer esclavos bajo esa condición, ¿cómo no beneficiarse de esa cláusula cuando era el negocio más fructífero y rápido que se podía hacer en breve espacio de tiempo?, ¿qué información llegaba a la Península acerca de la trata? ¿Engañaban los capitanes -y también el Almirante- al declarar indios de guerra a todos cuantos tomaban por la fuerza?

A la reina le interesaba proteger a los indios vasallos, pero también quería que las Indias rentasen. En una situación complicada se eligieron dos vías. Por un lado, se dieron instrucciones a Ovando, nombrado gobernador en 1501, para que los indios de la Española ayudaran a los cristianos en las «labores y granjerías» pagándoseles un salario adecuado y, por otro, ya jurados príncipes herederos D.ª Juana y D. Felipe, no dudó D.ª Isabel en otorgar una carta acordada para que todos los capitanes que fueren a descubrir pudieran cautivar a los caníbales especialmente en las islas de San Bernardo, isla Fuerte, el puerto de Cartajena y las islas de Baru. Como se ve, las cédulas reales parecen contradictorias, aunque en sí no lo sean, y si a Cristóbal Guerra se le obligó en diciembre de 1501 a repatriar a los indígenas que había traído para vender a Castilla, a otros muchos se les autorizó esa venta. Así, puede resultar significativo el caso de un esclavo que trajo a la Península Rodrigo de Bastidas del que, por acuerdo de su capitulación, a él le pertenecían la tercera parte siendo la cuarta para la corona. Reclamó Bastidas el esclavo y los reyes aceptaron gustosos que el sevillano, previo pago, se quedara en entera posesión del infeliz.

En esto de los esclavos Colón no hacía más que seguir las pautas establecidas en su Capitulación en las que «el rescate» ya figuraba en aquel texto. El Almirante no trajo ni un solo esclavo en su primer viaje, los seis indígenas que le acompañaron y que fueron bautizados en Guadalupe no venían con esa condición. Cuando, tras su regreso al Nuevo Mundo, Colón tuvo noticia de la matanza de los cristianos que allí había dejado en el Fuerte de la Navidad, se encontró por primera vez con indios de guerra. Si ya antes había sugerido hacer esclavos a los indios de otras islas, que eran caníbales, ahora lo tenía más fácil, ya que los de la Española se le resistían. Se equivocó al no considerar a los indígenas de la Española como vasallos de los reyes y fue presa de su propio error, ya que él mismo en su carta anunciando el Descubrimiento había dicho a los reyes que allí, en aquella isla, tenían sus mejores y más leales vasallos.

La administración de las Indias

Desde muy pronto se supo en la metrópoli que Colón y sus hermanos eran malos gobernantes. Cada flota que regresaba de las Indias era portadora de un sin fin de cartas con quejas de los colonos. No cobraban su sueldo, pasaban hambre y toda clase de penalidades. Muchos hombres que querían regresar no recibían permiso del Almirante para embarcarse; otros, como el contador Bernal de Pisa, fueron enviados engrillados… y fray Buil, el mínimo que dirigió la primera misión evangelizadora en el Nuevo Mundo, no paró hasta que consiguió volver a Castilla.

El Almirante no imponía su autoridad. Hacía nombramientos irregulares, como hizo cuando dio a su hermano Bartolomé el título de Adelantado que los reyes reconfirmaron. No supo elegir a las personas idóneas para desempeñar los cargos de alcaldes y justicias. Tuvo que soportar una rebelión, la del alcalde Francisco Roldán, que duró más de dos años y terminó con un acuerdo beneficioso para el rebelde. Repartió tierras, indios y caballerías a sus hombres más cercanos olvidando a todos los demás. Para él mismo -y para su hijo Diego- mandó amojonar las mejores tierras de labranza. Impuso unos impuestos en especie a los indios que eran excesivos a todas luces. Poco hábil, impartió justicia sumarísima, al parecer muchas veces sin juicios previos, empleando incluso la pena máxima: varios cadáveres, «aún frescos», vio Bobadilla cuando llegó en septiembre de 1500 para destituirle y otros presos, que estaban en espera de ser ejecutados, se salvaron gracias a la intervención del nuevo gobernador.

Las buenas obras, que también las hizo, quedaban oscurecidas por su mala gestión y los reyes se vieron obligados a destituirle. Nunca más volvería a gobernar las Indias.

Los reyes siempre le fueron «constantes»

La destitución de Colón fue un acto lógico. La crisis en la colonia había alcanzado límites insospechados e insoportables que Bobadilla tampoco fue capaz de controlar y la prueba es que, apenas un año más tarde de su llegada, era nombrado frey Nicolás de Ovando como nuevo gobernador.

Nada más llegar a la Península el Almirante fue puesto en libertad y, una vez oído, se le renovaron la mayoría de sus privilegios: ya no sería Virrey de las Indias pero continuaría siendo el Almirante de la Mar Océano y se le seguirían manteniendo los derechos económicos.

La actitud de los reyes para con Colón fue siempre, incluso en los momentos más duros, de un trato exquisito. Siempre que pudieron estuvieron dispuestos a disculparle. Baste recordar que cuando, allá por 1493, empezaron los desavenencias entre Colón y Fonseca, los reyes no dudaron en escribir el arcediano rogándole que procurara no importunarle y que se aviniera con él. Procuraron tomar su partido en las diversas disputas que el Almirante tuvo con los oficiales encargados del avituallamiento de las flotas y, siempre que pudieron, reconvinieron a los que le ofendieron. Otra cosa es que algunos de ellos fueran más tarde elevados a puestos de confianza, como pasó con los hermanos Porras, que sin duda obtuvieron los cargos no por decisión real, sino por orden de los oficiales de la Casa. Todo cuanto Colón solicitó, ya fuera para él, sus hijos o sus criados fue tratado con delicadeza. Incluso cuando pretendió hacer alguna trampa, como cuando quiso enviar a las Indias mercaderías para vender a precios abusivos, los reyes escribieron a sus oficiales de la Casa de la Contratación pidiéndoles que aclarasen la situación, pero nunca con palabras de crítica para su Almirante. Atendieron los monarcas a los hermanos e hijos del Descubridor en todo cuanto pudieron. Diego y Hernando fueron sus pajes, sus continos y a D. Diego, el hermano del Almirante, cuya actuación en las Indias no había sido ejemplar, otorgaron carta de naturaleza en 1504. Cuando en 1502 Hernando acompañó a su padre en su cuarto viaje, el Almirante solicitó que se le siguiera manteniendo su ración en la Corte y así fue: el muchacho cobró los dos sueldos sin rechistar.

No conocemos ninguna carta de los reyes a Colón que no sea afectuosa y cordial e, incluso, parece que se disculpan del trato que recibió de Bobadilla cuando le escribían: «Y tened por cierto que vuestra prisión nos pesó mucho y bien que lo vistes vos y lo conosçieron todos claramente pues que luego que lo supimos lo mandamos remediar y sabeys el favor con que os avemos mandado tratar siempre y agora estamos mucho más en vos honrar y tratar muy bien y las merçedes que vos tenemos fechas vos serán guardadas enteramente».

Bobadilla había actuado con un rigor excesivo y, por ello, la mayoría de sus actuaciones con respecto a Colón y a su familia fueron revocadas más adelante. Ordenaron los reyes que, tanto a él como a sus hermanos, se les devolvieran los bienes que el comendador les había confiscado y sabemos que les fueron devueltos una vez que los oficiales comprobaron la exactitud de las reclamaciones de los Colón. Hubo, sin embargo, algunos cabos sueltos que fueron subsanados años más tarde. Así, por ejemplo, hasta 1511 no se le abonaron a D. Bartolomé Colón el valor de las 100 ovejas que había llevado en 1494 a las Indias y que le habían sido arrebatadas por Bobadilla que, a su vez, las había vendido.

El 23 de febrero de 1512 escribía D. Fernando una larga carta a D. Diego Colón en respuesta a otras de éste de los días 20, 21 y 22 de diciembre de 1511 que infortunadamente desconocemos y que debían de ser durísimas por el tono de las respuestas del monarca. En uno de los párrafos le recuerda D. Fernando a D. Diego:

«… porque vos sabéis muy bien que cuando la reina, que santa gloria aya, e yo lo enviamos [a Bobadilla] por gobernador a esa isla a causa del mal recaudo que vuestro padre se dio en ese cargo que vos agora teneis, estava toda alçada y perdida y sin ningund provecho y por esto fue necessario darle al comendador mayor el cargo absoluto para remediarla, porque no avía otro remedio ninguno ni avía vaso para que se pudiese dar ningún orden ni concierto desde acá para las causas susodichas; y también porque no tenía yo noticia ni información ninguna de las cosas de esa ysla para poderlas proveer. Ahora, que gracias a Nuestro Señor las cosas desas partes las entiendo… he de mandar proveer las cosas de allá como viere que convengan… y cuando mandé que se os diese la provisión conforme a la del comendador mayor, ya sabéis que entonces fuisteis como fue el comendador mayor y no por virtud de vuestros privilejios… Y pues agora estáis por nuestro visorrey e gobernador por virtud de vuestros privilejios, lo cual yo mandé, aunque avía hartos caminos para escusarlos sin haceros agravio, pero sed çierto que sirviendo vos bien… os haré merçedes y no he de dexar de proveer todo lo que convenga en serviçio de Dios, Nuestro Señor, e nuestro e al bien d’esa tierra».

 

D. Fernando, que no olvida por qué hubo de ser destituido D. Cristóbal, sigue otorgando favores a los Colón después de muerto el Almirante Viejo. Fue él y no otro quien mandó dictar la provisión y, más adelante, los nombramientos de visorrey y gobernador a D. Diego pese a que, como bien señala en la carta, podía haberse negado; e, incluso le promete mercedes si actúa correctamente.

Decía en una ocasión Tarsicio de Azcona que Isabel la Católica nunca dejó a ninguno de sus criados en la estacada y que siempre defendió a machamartillo a los hombres que ella había elegido. Desde luego en el caso de Colón, sus hermanos y sus hijos siempre «estuvo constante», pero también lo estuvo D. Fernando que, cuando ya habían transcurrido unos cuantos años después de la muerte de su mujer, nombró a D. Diego, que no parece que tuviera una disposición idónea para gobernar, Visorrey y Gobernador de las Indias.

Los reyes cuidaron a Cristóbal Colón, lo mimaron y le atendieron en todo cuanto estuvo a su alcance y, cuando las circunstancias les obligaron a destituirle, procuraron causarle los menos daños posibles. Por el aprecio y agradecimiento al marino -que sin lugar a dudas sentían los monarcas- los hijos y hermanos del Descubridor gozaron de múltiples privilegios que, de no haber sido por su filiación, nunca hubieran alcanzado.

Fray Bernal Buyl y Cristóbal Colón. Nueva colección de cartas reales, enriquecida con algunas inéditas

Fray Bernal Buyl y Cristóbal Colón. Nueva colección de cartas reales, enriquecida con algunas inéditas

Fidel Fita Colomé (S. I.)

  —[173]→  

1.

Zaragoza, 22 Septiembre 1492. Introducción de la Orden de San Francisco de Paula en los reinos de la Corona de Aragón.-Morales1 pág. 360.

Don Fernando por la gracia de Dios, Rey de Castilla, de Aragón, de León, de Sicilia, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jahén, del Algarbe, de Algezira, de Gibraltar y de las Islas de Canarias, Conde de Barcelona, Señor de Vizcaya y de Molina, Duque de Atenas y de Neopatria, Conde de Rosellón y de Cerdania, Marqués de Oristán y de Gociano; á los Illustres spectables, nobles, magníficos y amados conseieros y fieles nuestros los lugarestenientes generales, Virreyes, Gobernadores, é portantes vezes de nuestro General Gobernador, é á todos é qualesquiere otros officiales y personas, assí ecclesiásticas como   —174→   seglares, súbditos nuestros en los dichos nuestros Reynos de la corona de Aragón constituydos y constituydores, é á los lugarestenientes de los dichos officiales, al qual ó á los quales la presente será presentada y á las cosas de yuso scriptas atanyen ó atanyer puedan en qualquier manera y de las cosas infrascriptas serán requeridos, salud y dilección.

Por nuestro muy sancto padre Sixto quarto de buena memoria con sus bullas y rescripto apostólico dado en Roma en el palacio, de Sancto Pedro del año de la Incarnación del Señor de mil quatrocientos setenta quatro, á VI2 de las Kalendas de Junio, el tercero año de su pontificado; é por nuestro muy sancto padre Inocencio octavo de buena recordación con sus bullas dadas en sant Pedro de Roma en el año de la Incarnación del Señor de mil quatrocientos ochenta [y cinco] á XV de las Chalendas de Abril en el año secundo de su pontificado3 fué concedido é otorgado al venerable Fray Francisco de Paula religioso heremitaño podiesse fundar é instituir una nueva orden de observancia ó religión de pobres heremitanyos con ciertas facultades é prehemineccias á honor é servicio de Dios é sancto enxenplo de buena vida, segund que en las prechalendadas bullas é rescriptos apostólicos, á las quales é los quales nos refferimos, estas y otras cosas más extensamente se contienen.

É porque el dicho fray francisco de paula a fecho su vicario general en las spañas y en todos nuestros reynos y señoríos al devoto religioso fray bernal boyl hermitanyo sacerdote para publicar las dichas bullas de la fundación é institución de la dicha orden, é comentar aquella en algunas ciudades, villas é lugares de los dichos nuestros reynos é señoríos, é recibir para la dicha orden algunas casas, oratorios y hermitas que con la devoción de las buenas gentes les serán dadas; é nos queriéndonos conformar con la voluntad y disposición apostólica como es razón: por tanto con tenor de las presentes de nuestra cierta sciencia y delliberada á vosotros y á cada huno de vos, requiriendo empero á los que   —175→   deben ser requeridos, rogando y exortando attentamente dezimos y mandamos expresamente, so incorrimiento de nuestra ira indignación y pena de dos mil florines de oro de los bienes de aquel de vosotros que lo contrario fiziere exhigidores, é á nuestros cofres aplicaderos, que dexeys y permitays liberalmente sin impedimento alguno al dicho fray Bernat boil corrector é vicario general, ó á quien su poder hoviere, que pueda publicar y publique las dichas bullas é orden de hermitaños nuevamente instituyda, y que pueda recibir y reciban en los dichos nuestros Reynos é Señoríos todas las casas oratorios hermitas que les fueren dadas diputadas por quien geles pueda dar y diputar sin prejuizio de tercero; é para que él é los dichos heremitanyos, que ahora son é serán daquí delante, religiosos del dicho orden puedan gozar é gozen é les sean guardadas en los dichos nuestros Reynos todas las gracias libertades é inmunidades é todas las otras cosas contenidas en las dichas bullas apostólicas iuxta forma é tenor dellas, sin les poner ni dar lugar que por vía directa ó indirecta contra tenor de las dichas bullas les sea puesto impedimento alguno, ni les sea fecho mal ni daño en sus personas bienes familiares casas y hermitas, antes bien tratados y favorecidos, por quanto nos los tomamos á ellos é á los que después dellos vernán so nuestro emparo seguro é salvaguardia real. É no fagays ni deys lugar que sea fecho lo contrario, si vosotros ecclesiásticas personas nos desseays complazer ó obedecer, y los officiales nuestros é otras personas nuestra gracia tienen cara é la pena susodicha é otras á nuestro arbitrio reservadas desseays é dessean evitar. Queremos, empero, que á los traslados auténticos de esta nuestra provisión se dé tanta fe como á este su original.

Data en Zaragoza á XXII de Setiembre del año del nacimiento de nuestro Señor mil cuatrocientos noventa y dos.

Yo el Rey.

Dominus Rex mandavit mihi Michaeli Perez Dalmaçan prosecretario, et fuit dupplicata.

2.

Zaragoza, 6 Octubre 1492.-Morales, pág. 303.

Don Fernando é Doña Isabel por la gracia de Dios Rey é Reyna de Castilla, de León, de Aragón, de Sicilia, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdova, de Córcega, de Murcia , de Jaén, de los Algarbes, de Algeziras, de Gibraltar, de las Islas de Canarias, Conde é Condesa de Barcelona, Señores de Vizcaya é de Molina, Duques de Athenas é de Neopatria, Condes de Rosellón é de Cerdania, Marqueses de Oristán é de Gociano, al Reverendíssimo Cardenal de España Arzobispo de Toledo nuestro muy caro é amado primo, é á los otros Arçobispos, Obispos, Prelados, Abades, Deanes, Cabildos, Provisores, Clérigos, Religiosos, Curas, Capellanes de todas las yglesias é monasterios de nuestros Reynos é Señoríos; é á los Duques, Marqueses, Condes, Maestres de las órdenes, Ricos omes, Priores de las órdenes, Comisarios é subcomisarios, Alcaydes de los castillos é casas fuertes é llanas ó á los de nuestro consejo, Presidente é Oydores de la nuestra audiencia, é á los Alcaldes de la nuestra Casa é Corte é Chancillería, é á todos los Concejos, justicias, regidores, veynte y quatro, Caballeros, escuderos, oficiales é omes buenos de todas las ciudades é villas é lugares de los nuestros Reynos ó Señoríos é á otras cualesquier personas de qualquier estado, condición, preheminencia ó dignidad que sean, nuestros súbditos é naturales, é á cada uno é qualquier de vos á quien esta nuestra carta fuere mostrada, ó el traslado de ella signado de escrivano público, salud é gracia.

Sepades que el devoto Religioso hermitaño frey Bernal Buyl, en nombre é como Corrector é Vicario general en las Españas del venerable é devoto padre frey Francisco de Paula Religioso hermitaño, nos fizo relación que el dicho frey Francisco con autoridad de Bulas apostólicas de Xisto quatro é de Inocencio octavo de buena memoria, han fundado ó instituydo una nueva orden de observancia é Religión de pobres hermitaños con ciertas facultades   —177→   é preheminencia á honor é servicio de Dios é sancto exemplo de buena vida; las quales Bullas de la institución é fundación de la dicha horden él querría publicar, é començar la dicha orden en algunas ciudades é villas é lugares de nuestros Reynos, é recibir para la dicha orden algunas casas é oratorios é hermitas que con la devoción de las buenas gentes les serán dadas, é que se teme é recela que por alguno ó algunos de vos le será puesto algund embargo ó impedimento en lo susodicho, diciendo ó alegando que la dicha horden es nueva, é que á la dicha causa ó por otra color alguna á dicho frey Bernal Buyl ó á los hermitaños, que consigo truxere ó con él habitaren en las dichas casas é oratorios é hermitas que assí le son é serán dadas é deputadas para bivir é mantener la dicha horden al servicio de Dios é buen exemplo de los católicos christianos, les será fecho ó consentido fazer alguna fuerza mal é daño é desaguisado alguno en sus personas ó en sus familiares ó bienes, suplicándonos cerca de lo susodicho les mandásemos proveer é remediar é como la nuestra merced fuesse. É por cuanto nos mandamos ver é examinar alguno de nuestro consejo las dichas bulas, é por la devoción que tenemos al dicho frey Francisco por la fama é común opinión de la su santa vida é conversación, é porque la dicha horden parece fundada en mucha pobreza é abstinencia, é otro [sí] por fiel buen concepto que tenemos de dicho frey Bernal Buyl vicario de dicho frey Francisco, tovímoslo por bien é por la presente damos licencia é facultad al dicho frey Bernal Buyl é á quien su poder oviere, para que como vicario é corrector del dicho frey Francisco pueda publicar é publique las dichas bullas é horden de hermitaños nuevamente instituída é puedan rescibir é resciban en nuestros reynos é señoríos todas las casas, oratorios ó hermitas que les fueren dadas é deputadas por quien se las pueda dar sin perjuizio de tercero. É para que los dichos hermitaños que agora son é serán de aquí adelante Religiosos de la dicha horden puedan gozar é gozen é les sean guardadas en nuestros Reynos é Señoríos todas las gracias, libertades é inmunidades é todas las otras cosas contenidas en las dichas bulas, rogamos é encargamos al dicho Cardenal é á todos los otros Arçobispos é Obispos é Prelados é Abades, Deanes é Cabildos é otras qualesquier personas   —178→   Religiosas [é] eclesiásticas, que así los guarden é cumplan é fagan guardar é cumplir, é no consientan ni den lugar que dicho frey Bernal Buyl é hermitaños que con él anduvieren ó estuvieren, así los que agora son como los que fueren de aquí adelante, ni á sus familiares les sea fecho ni consentido fazer en sus personas ni en sus bienes ni en cosa alguna de lo susodicho ningund mal ni daño ni desaguisado alguno, por cuanto nos los tomamos é recibimos so nuestro amparo é seguro é defendimiento Real al dicho Frey Bernal Buyl é á los otros Religiosos de la dicha horden así á los que agora son como los que fueren de aquí adelante. É porque lo susodicho sea mejor guardado ó cumplido mandamos á vos las dichas nuestras justicias é á cada uno de vos en nuestros lugares é jurisdiciones que lo fagades así pregonar; é si fecho el dicho pregón halláredes que algunas personas fueren ó vinieren contra lo en esta nuestra carta mandado é defendido, mandámosvos que procedays contra ellos como contra aquellos que quebrantan amparo é seguro puesto por su Rey é Reyna é Señores naturales; é los unos ni los otros non fagades ni fagan ende al por ninguna manera, so pena de la nuestra merced á la de diez mil maravedís para la nuestra cámara. É de mas mandamos al ome que vos esta nuestra carta mostrare que vos emplaze que parezcades ante nos en la nuestra corte do quier que nos seamos, del dia que vos emplazare fasta quinze días primeros siguientes, so la dicha pena; so lo cual mandamos á cualquier escribano público que para esto fuere llamado que dé ende al que vos la mostrare testimonio signado con su signo, por que nos sepamos en como se cumple nuestro mandado.

Dada en la ciudad de Zaragoza á seys dias del mes de Octubre año del nascimiento de nuestro señor Jesu Christo de mil é quatrocientos é noventa é dos años.

Yo el Rey.-Yo la Reyna.

Yo Joan de la Parra, secretario del Rey é de la Reyna nuestros Señores, la fize escribir por su mandado.

  —179→  

3.

Barcelona, 25 Febrero 1493. Manda el Rey á su tesorero general Miguel Sánchez entregar á Fray Buyl la suma de doscientas libras barcelonesas para la construcción de la ermita de San Ciprián en el lugar de Horta, situado á una legua de Barcelona.-Archivo general de la Corona de Aragón, registro 3.616, folio 150, v.

Fratris Bernardi Boyl.

Don Fernando, etc. Al magnífich y amat Conseller el thesorer general nostre Gabriel sánchez salut y dilectió. Diem y manamvos scientment y expressa que de qualsevol peccunies nostres é de nostra Cort, á mans vostres pervengudes é pervenidores, doneu é pagueu realment é de fet al Religiós é amat nostre frare bernat boyl, hermitá del orde dels hermitans de frare francesch de paula en la hermita de sanct Cibriá de orta, doscentas lliures Barchinoneses; les quals li manam donar graciosament per elmoyna per obrar la dita hermita. É en la paga y solució, que de aquelles li fareu, cobraren dell, ó de son legíttim procurador, ápocha de paga de la present. Per la qual als magnífichs y amats Consellers nostres, los mestres racionals de nostra Cort é á sos lochtinents é altres qualsevols, de vos dit thesorer general compte oydors, y diem y manam scientment y expressa que al temps de la reddició y examinació de vostres comptes, vos posant en data les dites Doscentes lliures Barchinoneses, é restituynt la present ab ápocha de paga, la dita quantitat vos reban y admetan en compte, tot dubte difficultat y contradictió cessants.

Data en la Ciutat de Barchinona á XXV dies del mes de febrer, Any de la Nativitat de nostre Señor Mil CCCC.LXXXXIII.

Yo el Rey.

Dominus Rex mandavit mihi lodovico gonçales.-Visa per b. ferrer pro conservatore generali.

  —180→  

4.

Barcelona, 20 Marzo 1493. Donación regia de la ermita de Santa María de la Victoria en Málaga.-Morales, pág. 366.

Don Fernando é Doña Isabel, por la gracia de Dios, Rey é Reyna de Castilla, de León, de Aragón, de Sicilia, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorcas, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdova, de Murcia, de Jahén, de los Algarves, de Algecira, de Gibraltar é de las Islas de Canarias, Conde y Condesa de Barcelona y Señores de Vizcaya é de Molina, Duques de Athenas y de Neopatria, Condes de Russellón y de Cerdania, Marqueses de Oristán é de Gociano.

Por cuanto vos, frey Bernal Buyl de la horden de los hermitaños de frey Francisco de Paula é su Vicario General en las Españas, nos fecistes Relación que vuestra voluntad é propósito hera y es de edificar é fazer monasterio de la dicha vuestra orden la hermita de sancta María de la Victoria extramuros de la noble ciudad de Málaga, por ser el sitio de ella bien dispuesto para habitar en ella los religiosos de la dicha orden, que en él ovieren de estar; é nos suplicastes é pedistes por merced vos ficiésemos merced é gracia é donación de la dicha hermita é de su sitio é territorio donde pudiéssedes fundar é facer el dicho monasterio;

Por ende, nos acatando lo susodicho ser servicio de Dios nuestro señor, é loor é ensalçamiento de la santa fe católica, é más acrescentamiento de la devoción á los fieles Christianos, tovímoslo por bien; é por la presente vos facemos merced é gracia é donación perfeta, non revocable para agora é en todo tiempo é para siempre jamás, á vos el dicho frey Bernal Buyl é á los otros Religiosos, que después de vos serán en dicha orden, de la dicha hermita de Sancta María de la Victoria con su sitio é territorio é hermita é tierras é viñas é heredades, que han sido ó fueron dadas ó repartidas para ella, según que lo mandamos señalar é limitar por otra, nuestra carta á fray Bartolomé hermitaño lego, que fasta aquí la ha tenido é posseído, para que la podades   —181→   tomar, é tomedes é aprehendedes la possessión Real é actual de la dicha huerta con sus hedificios é sitio é huerta é territorio, é la podades reformar é reformedes á la Regla é observancia de la dicha vuestra orden, é la poblar de los Religiosos della que vos vierdes que cumple, é labrar é edificar en ella é en su yglesia é casas é las otras oficinas della todas las labores é edificios que quisiéredes, é por bien tovierdes, como en casa propia de la dicha orden, segund é en la manera que se contiene en otras nuestras cartas que para ello vos avemos mandado dar, firmadas de nuestros nombres e selladas con nuestro sello.

E por esta nuestra carta mandamos á nuestro Corregidor é Alcalde é otros justicias qualesquier de la dicha ciudad de Málaga, que angora son é serán de aquí adelante, que luego que con ella por vos fueren requeridos vos den é entreguen la possessión de la dicha hermita con todo lo susodicho á ella perteneciente é vos defiendan é amparen en ella é non consientan ni den lugar que por ninguna ni algunas personas de ella seades desapoderados ni vos molesten ni inquieten en la dicha possessión agora ni de aquí adelante en tiempo alguno, sin que primero seades sobre ello llamado é oydo é vencido por derecho ante quien ó como debades, é que esto fagan é cumplan ansí, no embargante qualquier provisión ó provisiones que de nos tenga el dicho frey Bartolomé hermitaño; porque nuestra merced é voluntad es que la dicha hermita se haga casa é se reforme á la dicha orden de frey Francisco de Paula, según dicho es. É los unos ni los otros non faltan ni fagades ende al, por alguna manera; so pena de la nuestra merced é de diez mill maravedís á cada uno que lo contrario ficiese para la nuestra cámara. É demás mandamos al ome que vos esta nuestra carta mostrare que los emplaze que parezcan ante nos en la nuestra corte do quier que nos seamos, del día en que los emplazare á quince días primeros siguientes, so la dicha pena; so la cual mandamos á qualquier escrivano público, que para esto fuere llamado, que dé ende al que gela mostrase testimonio sinado con su sino, por que nos sepamos como se cumple nuestro mandado. Dada en la ciudad de Barcelona á veynte días del mes de Março año del nascimiento de nuestro Señor Jesu Christo de mil é quatro cientos é noventa é tres años.

  —182→  

Yo el Rey.- Yo la Reyna.

Yo Joan de la Parra Secretario del Rey é de la Reyna nuestros Señores la fize escrivir por su mandado. Registrada, Alonso Pérez.

5.

Barcelona (30 de Marzo?) de 1493. Ejecutoria de la provisión anterior.-Morales, pág. 369 y 370; Montoya4, pág. 406.

[El Rey é la Reyna.]

Concejo, Corregidor, Justicia, Regidores, Cavalleros, Escuderos, oficiales é omes buenos de la ciudad de Málaga. Por la mucha devoción que tenemos al venerable é devoto padre frey Francisco de Paula ermitaño, é á su orden nuevamente instituida, é no menos al devoto é onesto Religioso hermitaño fray Bernal Buyl su vicario General en estos nuestros reinos, querríamos que vosotros le diéssedes todo el favor é ayuda que vos pidiere é menester oviere; por manera que esta casa de santa María de la vitoria, que en esta ciudad le mandamos diputar para comienço de su horden, pueda aver efecto, é vaya de bien en mejor. Porque dende será comienço que otras casas de la dicha5 Orden se funden en estos nuestros reinos. En lo cual sed ciertos que nos faréis placer y servicio.

De Barcelona treinta de [Marzo?] de mil y cuatrocientos y noventa y tres6.

  —183→  

6.

Barcelona, 30 Abril, 1493. Documento inédito.-Archivo de la Corona de Aragón, registro 3.685, fol. 18 v.

Cursc.

El Rey é la Reyna. R.dos in xpo padres obispos de cartajena y de badajós7 del nuestro consejo y nuestros procuradores en Corte de Roma. Porque havemos recebido vuestras letras de XVII deste mes de Abril en esta hora, quando ya parte el correo que lieva esta, no vos podemos responder agora á las dichas letras. Por ende supplicareys de nuestra parte a nuestro muy Santo padre plega á su Sant.t no embiar los nuncios que screvís querrá embiar, fasta que hayays recebido nuest ra respuesta sobrello. De Barcelona, á XXX de Abril LXXXXIII años.

Yo el Rey.-Yo la Reyna.

Por mandado del Rey y de la Reyna. Miguel perez dalmaçan.

7.

Barcelona, 25 Mayo, 1493.-Morales, pág. 369; Morales, páginas 404 y 405.

Bachiller Juan Alonso Serrano, nuestro Corregidor de la ciudad de Málaga. Estando frey Buyl para ir á esta ciudad para poner en observación de su orden de hermitaños la hermita de Santa María de la vitoria, de que le fezimos merced, vos avemos escrito que pusiéssedes en ella á frey Fernando Panduro, ermitaño, para que en nombre é por parte del dicho frey Bernal, en tanto que él iva, Recebiese y cogiese las limosnas é labrasse algunas casas que eran necesarias de se labrar; y que si frey Bartolomé,   —184→   ermitaño, que tenía la dicha ermita, quisiese estar junto con él, le dexásedes, teniendo todavía el dicho frey Fernando el cargo de lo susodicho, como procurador de dicho frey Buyl; é agora, porque nos habemos ocupado algunos dias8 al dicho frey Buyl en cosas cumplideras al servicio de Dios é nuestro, en manera que él en persona no puede yr allá, es nuestra voluntad, é assí vos lo mandamos que, si no haveis puesto al dicho frey Fernando Panduro en la dicha hermita, para que por el dicho frey Buyl la tenga, sin dilación alguna le pongais luego, para que faga en ella lo que el dicho frey Buyl le mandare, para que cuando él é los otros flaires de su orden fueren, tenga reparadas é labradas las casas que son menester para estar en ellas los religiosos. É si el dicho frey Bartolorné quisiere allí estar en paz con el dicho frey Fernando, esté; é sino quisiere estar, quede en ella el dicho frey Fernando y los que ordenáre el diclio frey Buyl. E non fagades ende al.

De la ciudad de Barcelona, á XXV dias de Mayo de XCIII.

Yo el Rey.-Yo la Reina.

Por mandado del Rey é de la Reyna. Fernando Álvarez.

8.

Barcelona, 29 Mayo, 1493. Instrucciones dadas á Cristóbal Colón.-Navarrete; Colecc. diplom., XLV.

… Por ende sus Altezas, deseando que nuestra santa Fe Católica sea aumentada é acrescentada, mandan é encargan al dicho Almirante, Visorey é Gobernador, que por todas las vías é maneras que pudiere, procure é trabaje atraer á los moradores de las dichas islas é tierra firme, á que se conviertan á nuestra Santa Fe Católica; y para ayuda á ello, sus Altezas envian allá al devoto P. Fr. Buil juntamente con otros Religiosos, quel dicho Almirante consigo ha de llevar, los cuales, por mano é industria de los indios   —185→   que acá vinieron, procure que sean bien informados de las cosas de nuestra Santa Fe, pues ellos sabrán é entenderán ya mucho de nuestra lengua, é procurando de los instruir en ella lo mejor que se pueda.

9.

Barcelona, 7 Junio, 1493.-Archivo general de la Corona de Aragón, registro 3.685, folios 26-27.

R.dos in christo padres, obispos de Cartagena y de badajós, del nuestro conseio é nuestros procuradores en Corte de Roma. Como quier que por otra carta nuestra vos scrivimos sobre la yda de fray buyl á las yslas que agora se fallaron, con todo havemos acordado poner aquí la suma de lo que se ha de obtener de nuestro muy Santo padre. Vet lo uno y lo otro, y procurat de lo obtener muy cumplidamente. El dicho fray buyl á causa de la presta partida no ha havido tiempo de lo fazer saber a [su] superior ni de obtener licencia dél; y también por ser aquella tierra tal y el camino tan largo podrá ser que por no fallar otra cosa él y los religiosos que consigo levare havrán de comer carne, huevos, queso y leche. Suplicareys de nuestra parte á nuestro muy Santo padre le plega otorgar por su bulla apostólica al dicho fray buyl y á cualesquier persona ó personas eclesiásticas, que nos para ello nombráremos, todas las facultades contenidas en un memorial que aquí va. Ca, vista la tan grande distancia como hay de tierra firme á las dichas yslas, sin duda son muy necesarias para las ánimas de los que se convertirán en las yslas y de los que irán á estar en ellas; e si no se otorgasen es de creer que pocos, é ninguno querría ir allá, porque les sería muy diffícile haver el remedio de cada cosa destas, quando menester la hoviesse: y por esto creemos que su Santidad no lo difficultará por servicio nuestro. Ponet muy grande diligencia en obtener la dicha bulla y breve con todas las cláusulas y firmezas necesarias, y porque conviene que vengan antes que la armada se parta, embiádnoslas lo más presto que se pudiere; que en ello nos servireys mucho.

  —186→  

De Barcelona á VII de Junyo de LXXXX tres años.-Yo el Rey.-Yo la Reyna.-Por mandado del Rey e de la Reyna. Miguel Pérez dalmaçan.

Illustrissimi ac christianissimi Ferdinandus et Helisabet, castelle et legionis, etc. Regnorum Rex et Regina, mittunt fratrem Bernardum Boyl ordinis fratrum minimorum heremitarum fratris francisci de paula, et in Hispaniis dicti fratris francisci vicarium generalem, eundem ordinem expresse professum, in presbiteratus ordine constitutum9 ad nonnullas insulas infidelium, ut eos, auxilio divino sibi assistente, ad fidem christi convertat. Placeat Sanctissimo domino nostro pape dare sibi licenciam et potestatem ut in singulis Civitatibus, castris, villis, terris et locis dictarum Insularum, per se vel personam ab eo deputandam possit, quoad vixerit, verbum dei populo predicare, ac quecumque, ecclesias, capellas el loca pia erigere, construere, ac erigi et construi facere, necnon consacrare, benedicere et, si polluta forent, reconciliare, ac quecunque ecclesiastica sacramenta conferre, necnon, quoscunque seculares vel quorumvis ordinum regulares ad audiendum confessiones quorumvis confiteri volencium ac absolucionem a quibusvis criminibus excessibus et peccatis, eciam si talia forent propter que sedes apostolica esset merito consulenda, tociens quociens impendendum, ac penitenciam salutarem injungendum deputare. Propterea, omnes christi fideles, qui ad dictas insulas pro illas fidei christiane adquirendo, de mandato et voluntate dictorum Regis et Regine se contulerint, possint eligere quemcunque confessorem secularem vel regularem, qui eos a quibusvis excessibus et cetera ut supra, absolvat, ac indulgenciam plenariam semel in vita et in mortis articulo concedas, etc.

  —187→  

10.

Bula de Alejandro VI, 25 Junio 1493. Publicóla en parte y no sin erratas Odorico Raynaldi10. El texto íntegro que acompaño, tomado de los archivos del Vaticano, y legalizado en debida forma, se dignó proporcionármelo el Eminentísimo señor Cardenal D. Juan Simeoni11.

Alexander etc. Dilecto filio Bernardo Boil, fratri Ordinis Min[im]orum, Vicario dicti Ordinis in Hispaniarum Regnis salutem, etc.

Piis fidelium, presertim Catholicorum Regum et Principum, votis, que Religionis propagationem, divinique cultus augumentum, et fidei Catholice exaltationem, acanimarum salutem respiciunt, libenter annuimus; eaque, quantnm cum Deo possumus, favoribus prosequimur oportunis. Cum itaque, sicut Carissimus in Christo filius noster Ferdinandus Rex et Carissima in Christo filia nostra Elisabet Regina Castelle et Legionis Aragonum et Granate Illustres Nobis nuper exponi fecerunt, ipsi fervore devotionis accensi desiderantes quod fides Catholica in terris et insulis per eos de novo versus partes Orientales12 et mare Oceanum repertis, antea aliis incognitis ac aliis imposteram reperiendis floreat et exaltetur, decreverunt te ad partes illas destinare, ut inibi per te et alios Presbiteros seculares vel religiosos ad id ydoneos et per te deputandos verbum Dei predicent et seminent,   —188→   ac incolas et habitatores insularum et terrarum predictarum, qui fidei nunc cognitionem non habent, ad fidem nostram ac religionem christianam reducatis, et in mandatis Domini eos ambulare doceatis et instruatis: Nos sperantes quod ea que tibi duxerimus committenda, fideliter et diligenter exequeris, tibi qui Presbiter es, ad insulas et partes predictas etiam cum aliquibus sociis tui vel alterius Ordinis, per te aut eosdem Regem et Reginam eligendis, Superiorum vestrorum, vel cuiusvis alterius super hoc licencia minime requisita13, accedendi et inibi, quandiu volueris, commorandi, ac per te vel alium, seu alios ad id ydoneos Presbiteros seculares vel religiosos Ordinum quorurmcumque, verbum Dei predicandi et seminandi, dictosque incolas et habitatores ad fidem Caholicam reducendi, eosque baptizandi et in fide nostra instruendi, ac cetera sacramenta, quotiens opus fuerit, ipsis ministrandi, ipsosque et eorum quemcumque14 per te, vel alium, seu alios Presbiterorum15 seculares vel religiosos, in eorum confessioribus, etiam quotiens opus fuerit, audiendi illisque diligenter auditis, pro commissis per eos criminibus, excessibus et delictis, etiam si talia fuerint propter que Sedes Apostolica quovis modo fuerit consulenda, de absolutionis debito providendi, ipsisque penitentiarn salutarem iniungendi, nec non vota quecumque per eos pro tempore emissa, Jerusolimitan., liminum Apostolorum Petri et Pauli, ac sancti Jacobi in Compostella, et religiosos votis duntaxat exceptis, in alia pietatis opera commutandi; ac quecumque16 Ecclesias, Capellas, Monasteria, Domos Ordinum quorumcumque, etiam mendicautium, tam virorum quam mulierum, et loca pia cum campanilibus, campanis, claustris, dormitoriis, refectoriis, ortis ortaliciis et aliis necessariis officinis sino alicuius preiudicio erigendi, construendi et edificandi, ac Ordinum mendicantium professoribus17 domos, quas   —189→   pro eis construxeris et edificaveris, recipiendi et postremo inhabitandi18 licentiam concedendi; dictasque ecclesias benedicendi, et quotiens illas earumque Cimiteria per effusionom sanguinis vel seminis vel alias violari contigerit, aqua19 prius per aliquem Catholicum Antistitem20, ut moris est, benedicta21, reconciliarsdi: et etiam, necessitatis tempore, super quo consciencias vestras oneramus, carnibus et alias cibis tibi et sociis tuis predictis, iuxta regularia dictorum Ordinum instituta exhibitis22, libere et licite vescendi, omniaque alia et singula in premissis et circa ea necessaria, et quomodolibet oportuna faciendi, gerendi23, exequendi et dispensandi, plenam liberam et omnimodam, auctoritate Apostolica et ex cerca scientia tenore presentium, facultatem, licentiam, potestatem et auctoritatem concedimus pariter et elargimur.

Et insuper ut Christifideles24 eo libentius devotionis causa ad dictas terras et insulas confluant, quo suarum se speraverint salutem animarum adepturos, omnibus et singulis utriusque sexus Christifidelibus predictis, qui ad predictas terras se personaliter, de mandato tamen et voluntate Regis et Regine predictorum, contulerint ut ipsi et quilibet eorum Confessorem ydoneum, secularem vel regularem, eligere possint, qui eos et eorum quemlibet, modo premisso, ab eorum criminibus patratis et delitos, etiam dicte Sedi reservatis, absolvat, ac eorum vota etiam conmutare25, nec non omnium peccatorum suorum, de quibus corde contriti et ore confessi fuerint, indulgentiam et remissionem ipsis in sinceritate fidei, unitate Sancte Romano Ecclesie, ac obedientia et devotione nostra et successorum nostrorum Romanorum Pontificum canonice intrantium persistentibus, semel in   —190→   vita et semel in mortis articulo, auctoritate prefata concedere valeat; nec non Monasteriis, locis et domibus erigendis et edificandis, ac Monachis et Fratribus in illis pro tempore degentibus, ut omnibus et singulis gratis, privilegiis, libertatibus, exemptionibus, immunitatibus, indulgentiis et indultas aliis Monasteriis, locis, domibus, Monachis et Fratribus Ordinum, quorum illa et illi fuerint, in genere concessis et concedendis imposterum, uta, potiri et gaudere libere et licite valeant, auctoritate prefata de Specialis dono gratie indulgemus, non obstantibus fe. me.26, Bonifacii PP. VIII, predecessoris nostri, ne quivis Ordinum mendicantium fratres, nova loca recipere presumant absque dicte Sedis licentia speciali27, et alias Apostolicis constitutionibus, statutis queque et consaetudinibus dictorum Ordinum, juramento confirmatione Apostolica vel quavis firmitate alia roboratis, quamquam tu de personas in ecclesiastica dignitate constitutis, quibus litere Apostolice dirigi debent, non existas, ceterisque contrarias quibuscumque. Verum, quia difficile foret presentes literas ad singula queque loca, in quibus expediens fuerit, deferre, volumus et dicta auctoritate decernimus, quatenus illarum Transumptis manu pnblici Notarii ande rogati subscriptis, et sigillo alterius persone ecclesiastice munitis ea prorsus fides indubia in indicio etc., ac alias ubilibet adhibeatur, que presentibus adhiberetur, si essent exhibite vel ostense. Nulli etc. nostre concessionis, elargitionis, indulti, voluntatis et decreti infringere etc. Si quis etc. Datum Rome apud sanctum Petrum, Anno etc. MCCCCLXXXXIIIº, septimo Kal. Julii, Pontificatus Nostri Anno Primo.

Gratis de mandato S.mi D. N. Pape, pro Rmo. A. de Munarellis.-Collat. Phy. Pontecurvo, H. de Casanova28.

  —191→  

11.

Barcelona, 12 Julio 1493.-Archivo general de Indias (Sevilla). Libro de Registro del oficio de Hernando Álvarez, secretario de los Reyes Católicos29, fol. 44 vuelto.

El Rey é la Reyna.

Don Juan de Fonseca del nuestro Consejo. Después que de aquí partisteis pensamos en el memorial que quedó que se hiciese acá para las cosas que se an de llevar a las yslas de las Indias de aderesço para decir misa y dar los sacramentos; y parésçenos que donde va frey buyl y estays vos que es demasiado hacer aquí el memorial conveniente; pues acá no se pudieron facer por ser el término tan breve, Acordamos de lo remitir á frey buyl y a vos para que se lleve todo lo que vos paresçiere que se deve llevar; y Juan Aguado nuestro Repostero vos dirán30 lo que acá se fablava. Con ser tan bueno, vedlo; y vaya como á vos y á frey buyl paresciere. Y porque mas presto se aya, vos enviamos una carta del Arçobispo de sevilla31 para su provisor que os faga dar de quales quier yglesia y monesterio desa cibdad todo lo que fuere menester, pagándoles lo que valiere, por ser servicio nuestro que fagais que los monesterios ó yglesias sean muy bien pagados de lo que dieren; que nos escrivimos á francisco pinelo que lo paguen32 como gelo mandardes, y al conde de cifuentes que entienda en ello segund que lo dixiéredes, ó scriviéredes, porque mas presto sea despachado. De barcelona á XII de jullio de XCIII años.

  —192→  

12.

Barcelona, 12 de Julio de 1493.-Registro de Hernando Álvarez, fol. 45.

El Rey é la Reyna.

D. Juan33, etc. Nos vos mandamos que fagais que la persona que lleva cargo de los mantenimientos, que van en la nuestra Armada á las yslas é tierra firme descubiertas é por descobrir en el mar océano Á la parte de las yndias, que dé á frey buyl é á los otros freyles é clérigos, que van con él á las dichas yslas, El mantenimiento que ovieren menester todo el tiempo que allá estovieren; e faceldos asentar en el número de la gente que mandamos yr á las dichas yslas, y Asimismo facedles dar paño para su vestuario, de que nos les facemos merced é limosna. De Barçelona, Á XII de Julio de XCIII años.

13.

9. -Barcelona, 25 de Julio 1493.-Navarrete, LII.

El Rey é la Reyna.

Devoto Fray Buyl. Agora vino de Roma la Bula34 que enviamos á demandar, así para lo que á vos toca, como para lo que es menester allá en las Islas: el traslado de ella autorizado vos enviamos como vereis: la original queda acá por algun peligro que podría haber en el camino: mucho nos ha placido, porque nos paresce que viene como cumple. Facednos saber si es menester otra cosa, por que escribamos luego para ello. De Barcelona á veinte y cinco de Julio de noventa y tres años.

  —193→  

14.

10.-Barcelona, 4 de Agosto de 1493.-Navarrete, LX.

El Rey ó la Reyna.

Devoto Fray Buyl. Vimos vuestra letra, y en servicio vos tenemos facernos saber largamente lo que allá ha pasado: así vos rogamos lo fagais lo que mas hobiere, así antes de la partida como despues en vuestro viaje é en todo el tiempo que allá estobiéredes; y cerca de las cosas que nos escribísteis que allá han pasado mucho enojo hemos habido de ello, porque Nos queremos que el Almirante de las Indias sea mucho honrado y acatado como es razón, y segund el estado que le dimos; y porque Nos escribimos sobre ello al dicho Almirante é al Arcediano de Sevilla35, de tal manera que todo será remediado en adelante, non conviene más aquí decir en ello sino que allá vos enviamos36 con otro mensagero el traslado de la bula que vino de Roma para lo que á vos toca, y vino muy bueno. Nos vos rogamos que en tal manera entendais en todo lo que es á vuestro cargo, que Dios nuestro señor sea servido y nosotros asimismo, y ello esté segund conviene é de vos lo confiamos. De Barcelona cuatro de Agosto de noventa y tres años.

15.

Barcelona, 5 Setiembre 1493. Al P. Fr. Antonio de Marchena.-Registro de Fernando Álvarez, fol. 56.

El Rey é la Reyna.

Devoto religioso. Porque confiamos de vuestra sciencia aprovechará mucho para las cosas que ocurrieren en este viaje, donde va don Xºval Colón nuestro Almirante de las islas é tierra firme   —194→   por nuestro mandato descubiertas é por descubrir en el mar océano, como se vos dirá é escrivirá, querríamos que por servicio de dios é nuestro fuésedes con él este viaje para estar allá por algunos días37; é nos vos rogamos y encargamos que vos dispongais para ello y vais con el dicho nuestro Almirante; que demás de servir en ello á Dios, nosotros Recibiremos de vos señalado servicio; y nos escrivimos al provincial y al custodio desa provincia, qual dellos se fallare ende que vos den licencia para ello; bien crehemos que lo farán; y esto poned en obra, en lo qual mucho servicio nos fareis. De Barcelona á V de Setiembre de XCIII años.

16.

Barcelona, 5 Setiembre 1493.-Registro de Hernando Álvarez, fol. 56.

El Rey é la Reyna.

Devoto padre provincial38. Porque confiamos en39 la sciencia40 … frayle de vuestra orden, aprovechará mucho para muchas cosas en este viaje, que por nuestro mandamiento va el Almirante de las yslas é tierra firme por nuestro mandado descubiertas é por descubrir en el mar océano, como él vos escrivirá, querríamos que fuese allá con él. Nos vos rogamos é encargamos que le deis licencia para ello, y proveais como lo ponga en obra; y allende de servir en ello á dios, nosotros Recibiremos mucho servicio. De barcelona, á V de Setiembre de XCIII años.

  —195→  

17.

Barcelona, 5 Setiembre 1493.-Registro de Hernando Alvarez, fol. 56 vuelto.

El Rey é la Reyna.

Devoto fray Buyl. Porque sabemos el placer que avreys en saber el buen estado en que, á Dios gracias, está esto de la restitucyón de Ruysellón que vos tanto trabajasteis41, acordamos de vos lo facer saber, como vereys por la carta que escrivimos al Almirante don Xºval Colón é á don Juan de Fonseca, Arcediano de Sevilla, la qual vos rogamos que ayais por vuestra. De Barcelona á V de Setiembre de XCIII años.

18.

15. Perpiñán, 13 Setiembre 1493.-Archivo municipal de Barcelona, colección ó tomo de cartas reales (originales) desde el año 1486 hasta el 1498.

El Rey.

Amados y fieles nuestros. Ya haveys oydo dezir los tratos y pendencias que teníamos con el Rey de francia. Él agora, cumpliendo con nos, muy liberalmente y con mucho amor nos ha entregado esta villa y fortaleza de perpinyán, y la ciudad de Enna42, y las otras villas y fortalezas destos nuestros condados   —196→   de Rossellón y Cerdanya; y nos ha scrito el dicho Rey que la causa porque fasta agora no ha fecho la dita entrega ha sido por assentar primero la paz con los Reyes de los romanos y de Inglaterra43, porque se conociesse claramente que no lo faz e por necesidat alguna, salvo por el amor que tiene con nos. Después de la dicha entrega, oy fecha desta havemos entrado en esta dicha Villa, donde nos han recibido con mucha fiesta, y con tanto amor y alegría que se conoce bien el plazer que han havido con nuestra venida. Avemos acordado de vos lo fazer saber por el plazer que sabemos recebireys dello. Del nuestro Castillo de perpinyán, á XIII de Setiembre, Año de Mil CCCCLXXXXIII.-Yo el Rey.-Coloma Sechetarius.

Á los amados é fieles nuestros los Conselleres de la Ciudat de barchelona.

19.

Carta de los Reyes á Fray Buyl. Segovia 16 de Agosto de 1494.-Registro de Hernando Álvarez, fol. 66, vuelto44.

El Rey ó la Reina.

Devoto padre fray buyl. Vimos vuestra letra que con torres45 nos enviastes; y mucho vos gradescemos y tenemos en servicio   —197→   lo que por ella nos escrivistes, y ovimos mucho placer de verlo así largamente como en vuestra carta venía. Nos vos rogamos y encargamos que así lo continuees; porque allende en todo lo que escrivís, sabemos que será cierto, y lo que de lo de allá aveys sabido y conoscido vos lo desís tan bien dicho que nos da, mucho placer. Y quanto á lo que nos escrivistes que pensais que vuestra estada allá no aprovecha tanto como pensábades por falta de la lengua, que no ay para facer yntépretes con los yndios, y que por esto vos querríades venir por servicio nuestro: que esto no se falta por agora en manera alguna. Bien creemos que después que nos escrivistes avrá avido alguna forma de lengua para que comience á dar fruto vuestra estada allá. Y aunque por esto agora no aproveche tanto, sabemos que vuestra estada allá es muy necesaria y provechosa por agora y para muchas cosas. Por ende nos vos mandamos é encargamos, si vuestra salud da logar á ello, que por servicio nuestro en todo esto sobreseays en ello, fasta que nos vos escrivamos; é si vuestra dispusición no diere lugar á ello é oviéredes de venir, dexad allá el R.º qual convenga con vuestro poder, para que en todo lo espiritual de allá pueda proveer. Y en lo que nos scrivistes que se procurase de Roma, nos ternémos cuydado dello, y en todas las otras cosas que truxo torres de allá; porque él va respondiendo á todo ello. No es menester en qué más decir, sino que nos fays mucho servicio en que de contino nos escrivays todo lo que de allá más aveys sabido y supierdes. De Segovia, á XVI de agosto de XCIV años.

20.

17. (Inédito). Segovia 16 Agosto 1494.-Registro de Hernando Álvarez, fol. 68.

Memorial de las cosas que ha de proveer don Juan de fonseca Arcediano de Sevilla para enviar Á fray buyl y á los frayles que con él están en las yndias.

Un vaso de plata para consagrar.

Una tienda para decir misa, porque algunas veces van por la tierra, donde no ay casa donde se pueda dezir.

  —198→  

Açúcar, é pasas é Almendras.

Alpargates para se calçar.

Vidrio, é platos, y escudillas en que coman.

Algunas conservas.

Paño para se vestir todos los Religiosos.

Alguna Ropa en que duerman los frayles.

21.

Segovia, 16 de Agosto de 1494. Postilla regia al Memorial de Cristóbal Colón.-Registro de Hernando Álvarez, fol. 129.

Demás de las cosas susodichas mandan á don Juan de fonseca que provea luego en las cosas siguientes.

Á antonio de torres mandan sus Altezas que le pague don Juan todo lo que le es devido del sueldo Á él y otras personas que vinieron con él, desde que les fué asentado hasta el tiempo de su partida, descontando lo que les han pagado.

Item: Que envie luego á fray buyl en estas caravelas lo que va por un Memorial á parte desto que va señalado de Fernand Álvarez; y asy mismo le envíe todo lo que más que paresciere que avía menester allá fray buyl para él y para sus flayres.

22.

Madrid, 3 de Diciembre de 1494.-Minuta hecha por Muñoz (t. cit., folio 181) sobre el códice que describe así: Registro general, Cámara, Secretario Hernand Álvarez.

«Los Reyes á Juan de Fonseca. Placer por la nueva de ser venidas caravelas de Indias, y venga al punto Frai Buil. El oro, que trujeron, amonédese, y páguese á la gente que vino; y vengan para vellos esos granos de oro.»

  —199→  

23.

Madrid, 16 Febrero 1495. Los Reyes á su embajador en Roma. Fray Buyl por enfermo, no puede regresar á América. Documento inédito.-Archivo general de la Corona de Aragón, registro 3.685, fol. 102 r.

El Rey é la Reyna. Garcilasso de la Vega, nuestro capitán y del nuestro conseio y nuestro embaxador en corte de roma. Nuestro muy santo padre otorgó estos días passados á suplicación nuestra a fray bernat boyl ciertas facultades para en las yslas nuevamente falladas, de las quales se fallará allá el registro. Y porque el dicho fray boyl es venido aquí de las dichas yslas doliente, de manera que no puede volver allá, suplicareys de nuestra parte á su santidad que le plega otorgar por su breve todas las dichas facultades que otorgó al dicho fray buyl46 á la persona que nos nombráremos, lo qual miraremos que sea qual cumple para el servicio de Dios; y embiatnos el dicho breve lo mas presto que ser pudiere. De Madrid, á XVI de febrero de LXXXXV años.

Yo el Rey.-Yo la reyna.

Por mandado del Rey é de la Reyna. Miguel peres dalmaçan.

24.

Madrid, 18 de Febrero de 1495.-Minuta de Muñoz citando el registro sobredicho de Hernand Álvarez.

«Rey y Reina á Juan de Fonseca, Deán de Sevilla y del Consejo. Que con lo que Fray Buil y demás que han venido informan, se ve clara más la gran necesidad de los que están en Indias; y procure, según le estaba ordenado, despachar sin dilación 4 caravelas con bastimentos, etc., para que aquello se sostenga.» Al margen añadió Muñoz: «Buil venido

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25.

Madrid, 9 Abril, 1495. Carta de los reyes á D. Juan de Fonseca, sobre que Fray Buyl no vuelve á las Indias.-Registro de Hernando Álvarez, fol. 77; Navarrete LXXXV.

El Rey é la Reyna.

Reverendo en christo Padre Obispo. Por estas letras que aquí vos enviamos, verés lo que vos escrivimos cerca de las quatro caravelas que avés Agora de enviar Á las yndias. Y porque temiendo que Algo ha dios dispuesto del Almirante de las yndias en el camino que fue, pues que ha tanto tiempo que del no sabemos, tenemos Acordado de enviar allá al comendador diego carrillo, ó Á otra persona principal de R.º, para que en absencia del Almirante provea en todo lo de allá, y aun en su presencia remedie en las cosas que convenieren remediarse, segund la información que ovimos de los que de allá vinieron. Y porque este no pudo partir tan presto como es menester que vayan estas caravelas para llevar mantenimientos Á los que allá están, por la necesidad que sabemos que tienen; Acordamos que vayan Agora estas quatro caravelas, y que la persona que enviaremos irá en las otras caravelas que fueron Al fin de mayo ó Al comienço de junio, dios queriendo. Y fasta que estas vayan Nos paresce que no deve de yr ninguno de los onbres que de allá vinieron, que solían tener algunos cargos Allá; porque el que fuere se ynformará en como usavan dellos Por las quexas que unos dan de los otros, y es mejor que estén Acá fasta que vaya el que nosotros enviaremos.

Por ende Nos vos mandamos y encargamos que busqués alguna persona de Rº, que vaya en estas caravelas y lleve en cargo los mantenimientos é otras cosas que en ellas enviáredes, y las dé allá y reparta como se devieren repartir, á vista del almirante sy allá estoviere, ó en su Absengia dél Á vista é parescer de los que allá están; y que se ynforme bien del estado de las cosas de allá, y cómo se govierna lo de allí; y qué Remedio ha menester, y Á   —201→   cuyo cargo es cualquier cosa de falta que en ello ha Avido ó Ay; y también se ynforme de los que acá son venidos como usavan de sus cargos; y encargadle que con esta ynformación se venga Acá para nos facer Relación de todo. Y para esto, en estas cartas que vos enviamos para los que están en las yndias, henchid la persona que enviáredes, y decidle lo que ha de hacer conforme con esto; pero si hallare el Almirante, esté en todo Á su governación; pero Aya la ynformación que aquí decimos y véngase luego.

Asymismo, porque frey buyl no va allá, agora que tenía facultad del papa para los casos episcopales en las yndias, y Allá Ay falta de Algund clérigo, persona de conçiençia é algunas letras; para esto Nos vos mandamos y encargamos que busqués Algund clérigo para esto de buena conçiençia ó de Algunas letras que vaya Allá Agora con estas caravelas, y esté Allá por algund tiempo en tanto que nos preveemos en esto; y aquí nos enviamos poder de frey buyl para la persona que vos nombráredes.

Por servicio nuestro que en todo esto pongais mucho, mucho, Recabdo y diligençia, y trabajés cómo estas caravelas Partan luego; porque, como vos nos escrivistes, creemos que los que Allá están tyenen mucha neçesidad, y es cargo de conçiençia de no proveerlos luego. De madrid, Á IX de abril de XCV Años.

26.

Madrid, 9 Abril 1495. Carta de los Reyes a D. Juan de Fonseca, obispo de Badajoz.- Registro de Hernando Álvarez, fol. 79.

El Rey é la Reyna.

Reverendo yn christo padre Obispo. Á nos es dicho que algunos de los que están en nuestro servicio en las yndias se querrán venir, y porque sería menester proveer de otras personas que allá syrvan, nos vos mandamos que los que pudiéredes encaminar que vayan á las dichas yndias, lo fagays, é que vayan entre ellos algunos frayles é clérigos de misa que celebren los devinos oficios en las dichas yndias: en lo qual señalado servicio nos hareis. De Madrid, Á IX de abril de XCV años.

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27.

Carta de los Reyes al obispo de Badajoz. Arévalo 1.º de Junio de 1495. -Registro de Hernando Álvarez, fol. 88 v.-90 v.

El Rey é la Reyna.

Reverendo en christo Padre Obispo. Vimos vuestras letras asy con el correo que nos enviastes, como con antonio de torres; é cerca del concierto que se hizo con Juanoto Berardi para las quatro caravelas que ha de dar para las yndias que desís que querés saber que si las ha de dar con los Aparejos doblados como se fletan los otros que van á las yndias. Ya vistes el scriptura del concierto que con él se hizo, que vos enviamos, como diz que Asy como se fletava las otras caravelas que van á las yndias á tres mill maravedises la tonelada, que así las ha él de dar Á (dos mil) la tonelada; é segund esto, de la forma en que se fletaban las otras caravelas ha de dar él estas; que en otra manera no baxa quel hizo47 sino más costa.

Y quanto á lo que decís que el dicho Juanoto no ha dado las cuatro caravelas que se obligó, aunque es pasado el término del escritura que hizo después que le requeristes y luego no las diere; pues hay tanta necesidad de mantenimientos en las yndias tomad las cuatro que teneys fletadas y enviadlas luego; que si después diere Juanoto estas cuatro caravelas que agora avía de dar, serán para las otras segundas que han de yr; y si luego diere el dicho Juanoto estas cuatro caravelas satisfazed á las otras que teneys fletadas, como mejor pudierdes, pero hazed de manera que las unas ó las otras se partan luego; y que por ninguna cosa se detengan, que aunque luego partan, van harto tarde, segund la necesidad nos dize torres que allá tienen.

Y quanto á la gente que vos enviámos mandar que procurásedes de enviar en esta cuatro caravelas para mudar los que allá   —203→   están, y que dezís que es menester provisión nuestra para seguralles que les dexarán venir conplido el término que asentaren de estar allá; é para seguralles que no les serán tomados los mantenimientos que llevaren, ya vos la enviamos de la forma é manera que la demandasteis. Hacedla publicar para que se aseguren los que dezís que están escandalizados é temerosos de yr allá, y procurad aun en todo caso vayan algunos, para que se remuden los que allá están.

Y quanto á la provisión que dezís que devemos mandar dar para que dexen venir los que quisieren de los que están en las yndias, bien creemos que, si se da asy generalmente, que non quedará allá ninguno; y por esto sería bien que antes fuesen de acá algunos, que mandar dar esta provisión así general; pero asy por esto como por alyviar la costa de la gente; que ay mucha é sin provecho, escrivimos al almirante que asy de la gente que allá tiene como de cualquiera que agora se le enviare, dexe allá hasta en número de quinientas personas, en que aya oficiales de todos los oficios é otras personas de provecho los que fueren menester, y que de los otros dexe venir los que más necesidad tovieren para venir. Con esto nos paresce que está bien proveydo por agora para que se venga la gente que allá está demasiada y tiene más necesidad de venir; y la costa será menos, pues no han de quedar allá más de quinientas personas entre todas.

Y quanto á la forma que vos paresçe que se deve tener en el partir de los mantenimientos allá en la ysla por la mala órden que allá se ha tenido, nos paresce que vos con consejo é paresçer de algunos de los que son venidos de las yndias, deveys tasar lo que razonablemente deven dar á cada persona; y que dello envieys al almirante una relación firmada de vuestro nombre, que le nos escrivimos que haga dar á cada persona lo que por ella ovier de aver por quinze dias juntamente; y así de quinze en quinze dias; y que no je lo puedan quitar, en tanto que allá oviere bastimentos, se no hiziere delito que merezca pena de muerte, é non en otra manera; y asimismo escrivimos al dicho almirante que todos los bastimentos que enviaren de acá á los que allá están sus mugeres, ó parientes, ó amigos, que gelos dexe, y que no les tome dellos cosa alguna, salvo que gozen dellos libremente.

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Y quanto á lo de la yda de maestre pablo, trabajad como en todo caso vaya; y si todavía ynsistiere en no yr, hazed cobrar dél las cyen doblas que le dieron, pues á su culpa dexa de yr, é en todo caso procurad que vaya.

Y quanto á lo que dezís de las personas que fueron con el almirante para lavadores é para otros cargos, é que no les dexa venir, ántes tiene adornado de los desterrar por algunos delitos que dize que hizieron, nos le escrivimos que nos envíe acá todas las personas que nos escrevistes; y sy algunos dellos fizieron algunos delitos por donde merezcan pena, nos envíe acá los procesos que contra ellos tienen fechos, por que acá gela mandarmos dar. Enviad con Juan aguado todas estas cosas que escrevimos al almirante.

Y quanto á la parte que vos demanda Juanoto48 de los esclavos que truxeron de las yndias, en nombre del almirante, ya sabeys la duda que nosotros tenemos en si todos deven ser esclavos ó no; y hasta que esto sea visto por algunos letrados á quienes avemos mandado que entiendan en ello, no nos podemos determinar en esto. Paréscenos que pues la venta que hazés de los esclavos se haze por ante persona que es fiable (á) Juanoti, que deveys sobreseer en dar á guanote49 lo que demanda hasta que sea determinado si son esclavos ó no; porque sabido la derminación desto, verémos lo que prometemos al almirante. En lo de barcelona mandamos asentar con él; y aquello mandaremos conplir muy enteramente. Y vos deveys dezir á Juanot muy secretamente, para que Á ninguno lo diga, la causa por qué no respondemos con más determinación en esto que pide de los esclavos, que procurarse ha como muy presto determinen los letrados la justicia desto; luego vos lo haremos saber para que si se pudiere alcanzar allá antes que partan las caravelas, por que hagamos saber al almirante la determinación desto, para que se sepa si podrá enviar más esclavos ó no; pero por esto no se detenga la partida de las caravelas.

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Y quanto á la ochava parte que el dicho Juanoto demanda en nombre del Almirante del oro que se truxo de las yndias, asy del oro en ochavo como deste: quanto á lo del oro en ochavo, como torres sabe, mucho más mandamos dar Al almirante en dias de lo que montó aquel ochavo, y por esto no es menester que se lo dedes; y quanto á la ochava parte desto que agora vino, hacédgela dar, que después se hará cuenta de lo que le perteneciere, é se verá lo Recaudado.

Y quanto al diezmo que pertenesçe Al dicho Almirante de lo que de allá A venido, pues dice que en aquéllo no quiere hablar Ágora, quédese para después. Pues como sabés las costas son tantas que si oviese á próroga el Xºm50 de ellas como es obligado, montaría mucho contra en ello.

Y quanto al diesmo que el dicho Juanoto demanda en nombre del almirante de los esclavos por razon de almirante, se responde lo mismo que se contiene en el capítulo de suso que habla de los esclavos; y allende dello vos os deveys ynformar de la forma que se tiene ende por el almirante de Castilla quando semejantes esclavos vienen que son nuestros; é enviadnos la ynformación que sobre ellos ovierdes.

Y quanto á los oficiales de contadores que nombró el almirante en lugar de bernal dias de pisa, nos gelo enviamos mandar que lo fiziese y vos deveys conplir lo que aquellos libraren á los que allá están.

La provisión que nos screvistes que mandemos enmendar para los que han de ir Á descobrir Á las yndias, vos enviamos henmendada de la forma que verés hávil51 de publicar.

Y quanto al memorial que nos enviastes que vos dió diego de Salzedo de cosme torras, por que todo lo contenido en él toca Al obispo de ávila52 é él no está aquí; no se prové de aquello. Quando venga53, que será presto, gelo mandarémos dar, et mandarémos que se provea en aquello como conviene.

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Quanto al ardid de allende que diz que tienen los de xerez54 é que nos piden que les fagamos merced de la mitad del que va, pues que dezís que se esperan que será buena cosa aquello, dios queriendo, plásenos dello. Y la otra mitad ser á para nos y para el almirante de castilla.

Qvanto á la plata que han secrestado del ginovés, ved lo que aquello es justicia que se haga é aquello determinad.

En lo de la caravela que truxo diego de salzedo que dezís que la tenés todavía, sy ella gana sueldo no nos paresçe que la devés tener, porque en lo que entendía diego de salzedo nos paresçe cosa de dilación; y la cara que dezís que truxeron en leño del Rey de portogal, hacédsela enviar.

En lo de los navíos, que conviene enviar á descobrir vicente yañes pinçón, vimos el memorial que nos enviastes de lo que demanda y aquel mesmo vos transmitimos Á enviar, glosado en las márgenes. La respuesta de lo que nos paresçe que en ello se deve hazer, aquello devés Asentar.

Y quanto á lo que dezís que el Almirante detyene en las yndias A fray Jorge, nos le screvimos que lo delibre é nos le enbíe. Y Asy es Respondido é proveydo A todo lo contenido en vuestras cartas é memoriales que nos avedes enviado; queda á vos que envieis luego las quatro caravelas que non se detengan una ora si ser pudiere.

De arévalo á primero de Junio de noventa y cinco Años.

El memorial de vicente yañes pinçón non vos enviamos por que no se detoviese este mensajero; quedarse a para con otro.

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28.

Carta de los Reyes á Cristóbal Colón. Arévalo 1.º de Junio de 1495.-Registro de Hernando Álvarez, fol. 90 v.; Navarrete, XCVII.

El Rey é la Reyna.

Don christoval colón nuestro Almirante del mar océano. Á nos es fecha Relación que en los dias pasados, especialmente en quando vos estovystes Absente de la ysla española, no se repartieron los mantenimientos á la gente que ha estado y está en ella, como devían, é que por cual quer dellos cometya, se les quitava el mantenimiento, de lo qual muchos dellos peligravan; y porque esto nos paresce ser cargoso é que trahe mucho incoveniente, nos vos mandamos que de aquí adelante hagais Repartir los dichos mantenimientos al Respeto é por la tasa que estava tasado que deve ayer cada persona, que va firmado por mandado nuestro del obispo de badajoz; é que Á cada uno se dé por esta tasa para quinze dias, é Así dende en adelante de XV en XV dias, por que ellos lo tengan en guardas; é Otro sí que non consintays que á ningún se quite ni dexe de dar los dichos mantenimientos, aviéndolos, por delito Alguno que cometan ni por otra cabsa, Salvo si los tales delitos fueren tales por que merezcan pena de muerte, que es ygual el quitar de los mantenimientos. En lo que nos harés servicio. De arévalo primero dia de Junio de XCV Años.

29.

Carta de los Reyes á Cristóbal Colón. Arévalo á 1.º de Junio de 1495.-Registro de Hernando Álvarez, fol. 90 v., 91 r.; Navarrete, XCVI.

El Rey é la Reyna.

Don christoval colón, etc. Por otra letra nuestra vos escrevimos mandándovos que dedes logar á las personas que tienen neçesidad de venir Acá se vengan: debeslo hacer Asy, pero porque nos   —208→   paresce que allá está mucha gente que gana sueldo, y es mucha costa e mucho trabajo de levar de los mantenimientos, paréscenos que bastarán Allá hasta quinientas personas que Aya, Asy de los oficiales como de todos los otros que Allá están. Por eso darés logar que se vengan Acá todos los otros que hay demás de las dichas D55 personas los que tienen más neçesidad para se venir Acá: y porque nos scrivimos al obispo de badajoz que Agora envíe allá algunos oficiales é otras personas en estas caravelas que Agora van, sy algunos enviar(e) haced de manera que con estos é con los que allá dexáredes, no queden Allá más de las dichas D personas, é Á todos los otros dad logar que se vengan; é quando adelante vos enviaren más gente deis lugar Á que se vengan otros tantos de los que ha mas tiempo que stan Allá, de manera que siempre Aya Allá el dicho número de D personas é no más: en lo que nos farés servicio. De arévalo Á primero de Junio de XCV Años.

30.

Carta de los Reyes á Cristóbal Colón. Arévalo á 1.º de Junio de 1495.-Registro de Hernando Álvarez, fol. 91 r.

El Rey é la Reyna.

Don christóval colón, etc. A nos es fecha Relación que allá está don fernando de guevara el B.e salçedo é bernardo veneçiano é miguel mulearáz que tienen mucha neçesidad de venir Acá, y nos ha sido suplicado que los mandemos venir. Por ende nos vos mandamos que con las caravelas que Agora van nos envieis Á los dichos don fernando de guevara é B.e salcedo é bernaldo veneciano é miguel mulearáz; y si Algunos dellos han cometido Algunos delitos por que merezcan ser castigados, nos enbieis la pesquisa ó pesquisas ó procesos que tenés fechos dello é vuestra Relación, por que visto Acá los mandemos dar la pena que meresçieren, é en esto no Aya otra cosa por servicio nuestro. De la villa de arévalo á primero de Junio de XCV Años.

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31.

Carta de los Reyes á Cristóbal Colón. Arévalo 1.º de Junio de 1495.-Registro de Hernando Alvarez, fol. 91 r.

El Rey é la Reyna.

Don Christoval Colón, etc. Nos avemos sabido que frey Jorge, que Allá está, tiene neçesidad de se venir Acá y que vos no le days lugar á que venga, de que Recive Agravio. Por ende nos vos mandamos que dexés al dicho frey Jorge venir en estas caravelas que Agora enviamos, y por cosa Alguna no se detenga Allá. De arévalo Á primero de Junio de XCV años.

32.

Carta de la Reina Isabel á D. Pedro Margarit. Laredo 4 de Agosto de 1496.-Minuta de Muñoz (t. cit., fol. 185) sobre el que titula Registro general, Cámara; Secretario, Juan de la Parra, sin citar el folio.

«La Reina á Mosén Margarit; que vió su letra i relación: ofrécele una tenencia ú otra cosa, si quiere asentar en los Reinos de Castilla.»

 

Pedro de Margarit, cuya carta y relación sentimos no poseer, se había distinguido en la guerra de Granada, conforme lo atestiguan dos cédulas reales de D. Fernando, expedidas in nostris felicibus castris sancte fidei contra civitatem granate á 7 de Julio de 1491. Hállanse en el archivo general de la Corona de Aragón, registro 3.648. Copiaré la parte esencial que interesa la Historia.

1.ª Fol. 156 recto-157 vuelto.- «… Volentes itaque erg vos dilectum nostrum Petrum de Margarit militem pro vestris multis et continuis serviciis liberaliter nos habere, presencium tenore et de nostri carta sciencia et consulto, dictum jus, vulgariter dictum lo montalgo, territorri Daroce, sic ut premittitur in manibns nostris renunciatum, cum omnibus juribus et pertinenciis   —210→   suis, sic et prout illud prefatus Joannes lezcano habebat et recipiebat, vobis eidem Petro Margarit ad vite vestre decursum damus et concedimus…

Fol. 180. Volentes benefacere vobis dilecto rostro petro margarit militi, de nobis plurimis serviciis in hoc bello granate et alias prestitis, in eorundem serviciorum aliquam recompensam, presencium tenore et de nostri carta sciencia et consuito dictos quadringentos solidos Jaccenses annuos, sic ut predicitur in posse nostro resignatos, vobis eidem Petro Margarit de vita vestra concedimus et assignamus in et super jure pedatici nostri, quod in Civitate Cesarauguste colligitur, seu emolumentis et preciis arrendacionis ejusdem, habendos et recipiendos per vos annis singulis et in utilitates vestras convertendos, sic et prout habebat et recipiebat illos dictus Joannes lezcano ante dictam renunciacionem, de quibus faciatis omnimodas voluntat es vestras, vita vestra durante…»

D. Pedro Margarit era hijo de D. Luís Margarit, cuya misión diplomática para agenciar el concurso de la ciudad de Barcelona á las Cortes de Tarazona (27 Diciembre 1483) he dado á conocer en la obra Los Reys d’Aragó y la seu de Girona (serie II, página 88, col. 1).

33.

Relación de Fernández de Oviedo: Historia general y natural de Indias, lib. II, cap. XIII.

«Desde á dos meses ó medio pocos mas ó menos días, vino el almirante é los que con él avian ydo á descobrir; é llegado á esta ciudad, envió luego á saber si era vivo Mossén Pedro Margarite, é mandó por su carta que él é todos los que con él oviesse se viuiessen para él é dexassen la fortaleza en poder del capitán Alonso de Hojeda, que fué el segundo alcayde della, é assí lo hiçieron. Y llegados aquí, se repararon todos por la abundancia é fertilidad de la tierra, é cobraron salud.

Despues que todos fueron juntos, como nuestro común adversario nunca se causa ni cessa de ofender é tentar á los fieles, sembrando discordias entre ellos, anduvieron muchas diferençias   —211→   entre el almirante é aquel padre reverendo, fray Buyl. Y aquesto ovo principio, porque el almirante ahorcó á algunos y en especial á un Gaspar Ferriz, aragonés, é á otros açotó; é comenzó á se mostrar severo ó con mas riguridad de la que solía, puesto que aunque fuese ratón de ser acatado, y se le acordarse de aquella grave sentencia del emperador Otto: Pereunte obsequio, imperium quoque intercidit; que dice: Si no hay obediencia no hay señorío; también dice Salomón56: Universa delicta operit charitas. Pues si todos los delictos encubre la caridad, como el Sabio diçe en el proverbio alegado, mal hace quien no se abraça con la misericordia, en especial en estas tierras nuevas, donde por conservar la compañía de los pocos, se han de dissimular muchas veçes las cosas, que en otras partes sería delicto no castigarse. Quanto más debe mirar esto el prudente capitán que otro ninguno, pues está escripto: Constituyéronte por cabdillo; no te quieras ensalçar; mas serás en ellos assí como uno de ellos. Auctores son destas palabras sanctas Salomón57 é Sanct Pablo58. El almirante era culpado de crudo en la opinión de aquel religioso; el qual, como tenía las veces del Papa, ybale á la mano; ó assí como Colom haçía alguna cosa que al frayle no pareciesse justa en las cosas de la justicia criminal, luego ponía entredicho y hacia cessar el oficio divino. I en essa hora el almirante mandaba cessar la ración, y que no se le diesse de comer al fray Buyl ni á los de su casa.

Mossén Pedro Margarite é los otros caballeros enteudían en hacerlos amigos é tornábanlo á ser; pero para pocos dias. Porque assí como el almirante haçía alguna cosa de las que es dicho, aquel padre le yba á la mano é tornaba á poner entredicho é á haçer cessar las horas é oficio divino, y el almirante también tornaba á poner su estanco y entredicho en los bastimentos, é no consentía que le fuessen dados al frayle, ni á los clérigos, ni á los que lo servían. Dice el glorioso Sanct Gregorio59: Nunca la concordia puede ser guardada, sino por sola la paciencia; porque continuamente nasçe en las obras humanas, por donde las ánimas   —212→  

de los hombres sean de su unidad é amor apartadas. Á estas passiones respondían diversas opiniones, aunque no se publicaban; pero cada parte tuvo manera de escribir lo que sentía en ellas á España, por lo qual informados en diferente manera los Reyes Cathólicos de lo que acá pasaba, enviaron á esta isla á Juan Aguado, su criado (que agora vive en Sevilla). E assí se partió con quatro caravelas é vino acá por capitán dellas, como paresce por una cédula que yo he visto de los Reyes Cathólicos, hecha en Madrid á cinco de Mayo, año de mill y quatrocientos é noventa é cinco: é por otra cédula mandaron á los que estaban en las Indias que le diessen fé y creençia, la qual decía assí: «El Rey, la Reyna: caballeros y escuderos y otras personas que por nuestro mandado estais en las Indias, allá vos enviamos á Juan Aguado, nuestro repostero, el qual de nuestra parte os fablará. Nos vos mandamos que le dedes fe y creencia. De Madrid á nueve de Abril de noventa é cinco años.-Yo el Rey.-Yo la Reina;» y de Fernand Álvarez, secretario, refrendada.

Este capitán fizo pregonar en esta Isla Española esta creencia, y por ella todos los españoles se le ofrecieron en todo lo que les dixesse de parte de los Reyes Cathólicos: é assí desde á pocos dias dixo al almirante que se aparejasse para yr á España, lo qual él sintió por cosa muy grave, ó vistióse de pardo, como frayle, y dexóse cresçer la barba.

34.

Fundación del convento de Mínimos en la ciudad de Andújar, provincia de Jaén, á 26 de Marzo de 1495, de Mínimas en la misma ciudad á 11 de Junio. Regresa Fray Buyl á Francia después de haber concluído el trienio de su Vicariato general.-Manuscrito de Fray Melchor Jiménez60, compendiado por Montoya, Crónica general de la Orden de los Mínimos, lib. I, páginas 396 y 397.

«Concluye este original con decir que en el año de noventa y   —213→   cinco… embió orden nuestro padre glorioso61 para que se tomasse Convento en Andúxar, y el padre Vicario general mandó al padre fray German Lionet fuesse á fundar los dos Conventos de frayles y Monjas que oy tiene aquella ciudad, llevó62 oficio de Corrector y en su compañía los padres fray Damián Lesprevier, fray Juan Bosco, fray Fernando Panduro, fray Juan Resmayde, fray Leonardo Barbier, fray Martín del Salto y fray Marcos Español. Recibiólos benignamente Pedro de Lucena y su mujer María. Alfonso; y diéronles el dominio de la ermita de Santa Elena, con públicas escrituras y otros huertos y possessiones para fundar el Convento de frayles; y se recibió la possessión en veinte y seys de Marzo de mil y quatrocientos y noventa y cinco; y en once de Junio, día de San Bernabé del mismo año, el dicho Pedro de Lucena juntamente con su hija Elena de Lucena Olit viuda, y dos niñas que tenía María y Francisca de Lucena, dieron las mismas casas de su habitación para edificar en ellas un Convento de Religiosas Mínimas, dándoles liberalmente mucho de su hazienda, y recibiendo estas señoral nuestro Ábito señalóseles por Vicario y confessor el padre fray Juan Bosco, y fue el primero convento de Religiosas en España.

Tuvo el glorioso padre S. Francisco de Paula presto nuevas destas prosperidades con que su Religión se yva zanjando en España; y dió orden al padre Vicario general, que cumplido un trienio entero se juntasen en Capítulo provincial, y eligiessen en él conforme al tenor de su santa regla un Corrector Provincial. Hízose assi, y eligieron los padres en el Convento de Málaga al bendito padre fray Juan de Abundancia, que verdaderamente la tuvo en santidad y milagros, como veremos. Hecho esto, concluye el padre Ximénez su original, y dice: Dieron á nuestro Señor infinitas gracias por la que usava con la Religión, y dieron la buelta á Francia el padre Vicario general y el padre fray Bernar   —214→   dino Cropulato, dexando las cosas de España entabladas con tan gloriosos principios. Esto es en suma todo lo que dice este original».

 

Hasta este punto había yo llegado, hace algunos años63 en mis investigaciones biográficas acerca del varón insigne, que introdujo en España la Orden de los Mínimos, y el evangelio en el Nuevo Mundo como Legado de la Santa Sede Apostólica. Mas en mi última excursión á Barcelona, con motivo de ultimar los preparativos para la edición de los dos primeros tomos de las Cortes de Cataluña, me ha cabido la suerte de descubrir en los registros reales del Archivo general de la corona de Aragón los siguientes documentos inéditos, que explican y continúan la relación de Fray Melchor Ximénez. Fray Buy1 debió pasar á Francia para conferenciar con San Francisco de Paula, y trasladarse á Roma con el objeto de agenciar el negocio más grave y más vital en favor de la Orden de los Mínimos; y así se hizo64.

35.

Tarazona, 21 Octubre 1495. Exposición del rey D. Fernando al papa Alejandro VI.-Archivo general de la corona de Aragón, registro 3.685, folio 118 recto.

Fratris bernardi boyl ordinis francisci de paula apud regnum francorum vitam ducentis.

Muy Sancto padre. Vuestro muy humil y devoto fijo el hoy de Castilla, de león, daragón, de Sicilia, de granada, etc., beso vuestros pies y sanctas manos, y muy humilmente me encomiendo   —215→   á vuestra Sanctidat; á la qual plega saber quel venerable padre fray francisco de paula, fundador y general de la orden de los flayres mínimos, nuevamente por vuestra S.dat approvada, embia á vuestra S.dat al devoto padre fray boyl de su orden para impetrar daquella algunas cosas que para la fundación y stabilidat de dicha orden son necessarias. Y porque la relación que de la religiosa y sancta vida que del dicho fray francisco tengo y la observancia y strechura de la dicha orden por él instituyda me convida á favorecerle, en lo que á mí tocare, sus peticiones, pues han respecto al acrecentamiento del culto divino, y también por ser el mensajero y levar el cargo de las dichas cosas el dicho fray boyl, al qual por la luenga criança que houo en mi servicio y lo mucho que me sirvió y sirve, tengo mucha voluntat que de las dichas cosas que se le han encomendado truxesse buen recaudo, Sobrello scrivo largamente á garcillasso de la vega mi embaxador en essa corte para que á vuestra S.dat de mi parte supplique las dichas cosas. Por ende muy humilmente supplico á vuestra Sanctidat le quiera dar entera fee y creencia, y en la concessión de las dichas cosas por mi respecto mostrarse propicio y favorable . Lo qual recebiré en cuenta de beneficio singular de vuestra Sanctidat, cuya muy sancta persona nuestro señor guarde y sus dias acreciente al felice regimiento de su universal yglesia. Scripta en taraçona, á XXI de octubre del año Mil CCCC LXXXXV.

De vuestra Sanctidat Muy humil y devoto fijo, que vuestros sanctos pies y manos beso, El Rey de castilla, de aragón y de granada.

Coloma. Pro registrata.

36.

Tarazona, 21 de Octubre 1495.-Arch. gen. de la Cor. de Aragón, reg. 3.685, fol. 118 r., v.

Eiusdem.

Muy R.do in christo padre Cardenal de Sancta cruz65, nuestro muy caro y amado amigo. Nos el rey de castilla, de león, daragón,   —216→   de Sicilia y de granada, etc. vos embiamos mucho á siludar como aquel que mucho amamos y preciamos, y para quien querríamos que dios diesse tanta vida salut y honrra quanta vos mismo desseays. Fazémosvos saber que el venerable padre fray francisco de paula, fundador de la orden de los flayres mínimos, nuevamente por nuestro muy sancto padre approvada, embía á su Sanctidat al devoto padre fray boyl de su orden para impetrar daquella algunas cosas que para la fundación y stabilidat della son. Y porque la relación que de la religiosa y sancta vida [que] del dicho fray francisco tenemos y la observancia y strechura de la dicha religión por él instituyda, nos convida á favorecer sus peticiones en lo que á nos tocare, y también por ser el mensajero y levar el cargo de las dichas cosas el dicho fray boyl [á] el qual por la luenga experiencia que dél tenemos y los buenos servicios que dél havemos recebido tenemos mucha voluntat; y por esso querríamos mucho que de las dichas cosas que su general le ha encomendado truxesse buen recaudo; screvimos sobrello á nuestro muy sancto padre en creencia vuestra, y supplicámosle que por los dichos respectos y por la nuestra intercessión se a de su S.dat oyr benignamente las dichas peticiones y concederlas, como suele las semejantes cosas que al acrecentamiento de la religión christiana y culto divino tienen respecto, y según nos de su S.dat esperamos. Por ende vos mucho rogamos que en el presto y buen despacho de las dichas cosas entendays con vuestra acostumbrada afección y voluntat; y en todo lo que para ello fuere menester tengays specialmente por encomendado al dicho fray boyl; lo qual vos ternemos en mucho agradecimiento. ¡Muy Reverendo in christo padre Cardenal, nuestro muy caro y muy amado amigo, nuestro señor todos tiempos vos haya en su special recomienda. De [etc.].

Yo el Rey.-Por mandado del Rey, Julián ele Coloma.

37.

Tarazona, 21 Octubre 1495. Á Don Juan de Medina obispo de Cartagena.- Arch. gen. de la Cor. de Aragón, reg. 3.685, fol. 118 v., 119 r.

Eiusdem.

El Rey.

R.do in christo padre, obispo de carthagena66, de mi consejo y mi procurador en corte de roma. El venerable padre fray francisco de paula fundador de la orden de los flayres mínimos, por nuestro muy sancto padre nuevamente approvada, embía á su S.dat al devoto padre fray boyl de su orden para impetrar daquella algunas cosas que para la fundación y stabilidat della son necessarias. Y porque la relación, que de la religiosa y sancta vida del dicho fray francisco tengo y la observancia y strechura de la dicha religión por él instituyda nos convida á favorecer sus peticiones en lo que á nos tocare, y también por ser el mensajero y levar el cargo de las dichas cosas el dicho fray boyl, al qual por la luenga experiencia que dél tenemos y los buenos servicios que dél havemos recebido tenemos mucha voluntat; y por esso querría mucho que de las dichas cosas que su general le ha encomendado tuviesse buen recaudo, Scrivo sobrello á nuestro muy Sancto padre en creencia vuestra, y supplícole que por los dichos respectos y por mi intercessión se a de su S.dat oyr benignamente las dichas peticiones y concederlas como suele las semejantes cosas que al acrecentamiento de la religión christiana y culto divino tienen respecto, y según yo de su S.dat spe[ro]. Por ende yo vos ruego y encargo que en la buena y presta expedición de   —218→   las dichas cosas enten[da]ys con su S.dat con la acostumbrada diligencia vuestra; y en todo lo que convenga sobrello tengays specialmente encomendado al dicho fray boyl. En lo qual me servireys mucho. Pecha [etc.].

Yo el Rey.-Por mandado del Rey, Johán de Coloma.

38.

Tarazona, 21 Octubre 1495. Arch. gen. de la Cor. de Aragón, reg. 3.685, fol. 119 r.

Eiusdem.

El Rey.

Garcilasso de la Vega, mi capitán y de mi consejo y mi embaxador en corte de roma. El Venerable padre fray francisco de paula fundador de la orden de los flayres mínimos, nuevamente por nuestro muy sancto padre approvada, embía á su S.dat al devoto padre fray boyl de su orden para impetrar daquella algunas cosas que para la fundación y stabilidat della son necessarias. Y porque la relación que de la religiosa y sancta vida del dicho fray francisco tenemos y la observancia y strechura de la dicha religión por él instituyda nos convida á favorecer sus peticiones en lo que á mí tocare, y también por ser el mensajero y levar el cargo de las dichas cosas el dicho fray boyl, al qual por la luenga experiencia que d él tengo y los buenos servicios que dél he recebido tengo mucha voluntat, y por esso querría mucho que de las dichas cosas, que su general le ha encomendado, truxesse buen recaudo, Scrivo sobrello á nuestro muy sancto padre en creencia vuestra y supplícole que por los dichos respectos y por mi intercessión se a de su S.dat oyr benignamente las dichas peticiones y concederlas como suele las semejantes cosas que al acrecentamiento de la religión christiana y culto divino tienen re specto, y según yo de su S.dat spero. Por ende yo vos ruego y encargo que dedes la dicha mi carta á nuestro muy Sancto padre y con diligencia procureys de su S.dat la buena y presta expedición de las dichas cosas; y en todo lo que convenga sobr ello hayais por specialmente   —219→   encomendado al dicho fray boyl, porque en ello me servireys mucho. Fecha [etc.].

Yo el Rey.-Por mandado del Rey.-Johán de Coloma.

39.

Alcalá de Henares, 8 Diciembre 1597. A D. Bernardino de Carvajal, cardenal de Santa Cruz y obispo de SigüenzaArch. gen. de la Cor. de Aragón, reg. 3.685, fol. 184 v.-185 v.

Curie.

Muy Reverendo in christo padre cardenal de Santa †, nuestro muy Caro e muy amado amigo. Nos el rey de casulla, de león, de aragón, de seçilia, de granada, etc. vos enviamos mucho saludar como aquel que mucho amamos ó preciamos é pera quien querríamos que dios diesse tanta vida salud y honrra quanto vos mesmo desseays. Fazémosvos saber que vimos vuestras letras de V de Julio é de V, VIII, VIIII de agosto, é III de octubre más cerca passados y lo que en ellas venía en cifra. Mucho vos gradecemos vuestra buena voluntad y deseo del acrecentamiento de nuestro estado é honrra. De vos no se ha de creer otra cosa.

Plúgonos que con salvamiento volvistes en essa corte, de la qual vos rogamos no partays, sino que mucho en orabuena continueys en ella vuestra estada, porque para la buena expedición de nuestras cosas ó negocios mucho mas nos plazo que vos halleys siempre presente en ella.

Vuestro mosén sancho de antezana fué bien despachado; é á la ora de agora deve ser ya llegado allá.

De las cosas que acá ocurrieren vos mandaremos sienpre screvir ó que se vos dé parte dellas, porque sabemos vuestra intercessión é favor no puede sino mucho aprovechar segunt el affición que en vos tenemos conoscida, é así vos lo encomendamos caramente.

Lo que haveys fecho en favor de frey buil é de su religión vos agradecemos, y no menos lo que ha respecto á los negocios de nuestro secretario mosén coloma é de sus sobrinos, porque sus   —220→   servicios lo tienen bien merecido. Todavía vos rogamos los mireys como cosa que nos tenemos mucho en voluntad por manera que obtenga buena é presta expedición dellos.

Mucho plazer avríamos que su Sant. no se entremetiese de las provisiones de la religión de San Juan; porque cierto es total destruyción de aquella religión, que tan honrrada es; é dévelo remediar su Sant.t por el daño que podría seguir á toda la christiandad. Mucho vos rogamos favorescays todavía las cosas de la dicha religión, é que sientan los que tienen el cargo della que vos lo havemos scrito.

El apuntamiento que tomastes con su Sant. sobre la refformación de las religiones, en special de los franciscos, está bien, pues no se puede más fazer. Dévese dar forma que se expida por breve la confirmación de lo fecho fasta el dia de San fran.co; que paral delante procederse ha en virtud de las bullas por su Sant. concedidas; y ya havemos enviado refformadores al Reyno de aragón, pero satisfaría que su Sant.t concediesse lo de las obidiencias, según que acerca desto, ó otras cosas, más extensamente scrivimos al obispo de cartagena é á garcilasso, por los quales vos será todo comunicado. Rogámosvos affectuosamente ynterposeys en ello vuestras vezes, de tal manera que se obtenga toda la provisión necessaria para el bien é honrra de las dichas religiones é acresceiltamiento del culto divino.

Lo que se ha fecho en lo de los monasterios de Sant benito de nájara é San millán é eslonça vos agradecemos; fazet que se expida, pero no deveys prometer á su Sant.t por nuestra parte que no pideremos más monesterios de los de san benito para fazerlos triennales, porque á nosotros será forcado pedir lo que viéremos que cumple el servicio de dios, segun el caso se ofreciere. Su Sant.t otorgue lo que viere que cumple al descargo de su conciencia; mas todavía se despache esso que agora a concedido destos monesterios.

Del buen pontificado que dezís que su Sant.t quiere hazer é que será mejor de lo que algunos piensan, havremos grandíssimo plazer; mas no pareze que lieva camino para ello67. Plegue á   —221→   nuestro Señor le dexe siempre fazer cosas que sean á su santo servicio. Quanto en vos fuere lesforçad para que lo prosiga; é de lo que se fiziere nos escrevit, que havremos plazer de lo saber.

Las nuevas todas que nos scrivistes vos agradecemos, é vos rogamos que nos fagays todavía saber de lo que allá ocurriere que vos paresca se nos deve screvir.

Muy reverendo yn christo padre cardenal, nuestro muy Caro é muy amado amigo, la Santíssima Trinidad sea vuestra continua protección.

Dat[a] en alcalá de henares á VIIIº de deziembre de LXXXXVII.

Yo el Rey.-Por mandado del Rey, Joán ruiz de calçena.

Apéndice. Fray Bernardo Boil y el monasterio de Monserrate

40.

Barcelona, 24 Septiembre 1431.-Caresmar68, pág. 2.

Continuaba nuestro Boil en hacer vida eremítica en dicha montaña en el año 1481, en que por ciertos negocios del Monasterio, los Padres del mismo determinaron enviarlo al Rey Don Fernando el Católico, que á la sazón estaba en Barcelona, de quien merecía particular favor y agrado, como supone la misma Real Carta con la que el Rey Católico respondió en lengua catalana á dichos Padres, la que dice así: Lo Rey. Religiosos y amats nostres: Ab Fr. Boil habem rebuda vostra letra ab crehencia en sa persona. La cual vista, y atés lo que aquell por vostra part nos ha volgut explicar, vos responem, es nostra voluntat fer vers aqueixa casa, segons la devoció hi tenim, com havem o fert y promés. Largament   —22→   ho havem dit al dit Fr. Boil; é com ho entenem metre per obra, plaent á nostre Senyor ans de nostra partida de así, nos remetent á sa relació; al qual sobre de asó dareu fe é crehencia com á nostra propria persona. Da da en Barcelona á 24 de Setembre any 1481.-Yo el Rey.-Avinyó Secretari.

 

Esta carta, aunque anda impresa, la copié yo, en el citado Archivo69, de su original.

41.

Madrid, 23 Octubre 1432.-Argaiz, La Perla de Cataluña, pág. 109; Caresmar, Noticias, páginas 4 y 5.

Lo Rey.-Religiosos amats nostres: Vostra lletra rebérem, per la qual nos donau avís de la vinguda en aqueixa Casa é Monestir del illustre infant don Enrich, llochtinent general nostre, é del orde que aquell ha donat per la conservació de la dita Casa; del qual havem pres gran plaher. É plahent á nostre Senyor será per avant procurat ab major compliment lo redreç de la Casa. Pregam é encarregamvos que ab concordia é charitat sian units en lo servey de nostre Senyor, benefici é conservació de la dita Casa; car sempre en acó per nos sereu favorits. E trovara plaher del quens scrivíu que lo religiós é amat nostre Fra Boy1 sie stat tant sollícit é propici en lo ques stat menester per ditas cosas. Dada en Madrid, á 23 dios del mes de Octubre any MCCCCLXXXII.-Yo el Rey.-Arinyo Secretarius.

42.

Varias cartas reales hasta el año 1490.-Caresmar, páginas 3-5.

Qué negocios eran los que se trataban, aunque no los dice, luégo lo veremos; pero no creo fuese el de introducir por entonces en Monserrate la reforma de la Congregación de San Benito   —223→   de Valladolit; pues ésta tardó en ejecutarse más de diez años; y cuando se ejecutó, no tuvieron en ello parte los monjes de Monserrate: todo fué manejo del Rey. Pero admira que el Rey no dirigiese sus cartas al Abad ó superior del Monasterio, que es señal que no lo habría ó que estaría ausente. Pero la verdad es que en efecto tenía su Jefe ó Abad; pero estaba en Roma, y no era Abad regular sino Comendatorio, es á saber, el Cardenal Juliano de la Rovere, que después fué creado Papa con nombre de Julio II; y de éste queda aún en el día la obra de los claustros de piedra de sillería, como se ve por los escudos de sus armas, que están esparcidos por los cuatro ángulos de ellos. Este Abad Comendatorio tenía, por su Vicario general de Monserrate y de su distrito á D. Fr. Gaufredo Sort, Abad del Imperial Monasterio de San Cucufate del Vallés, obispado de Barcelona, como consta por unas letras suyas que despachó en Barcelona á los 15 de Mayo de 1482, y de ellas consta que en este mismo tiempo el P. Fr. Boil era superior inmediato de los ermitaños de Monserrate, y le da facultad para oir las confesiones de todos los peregrinos, y demás que acudan á su ermita, ó al Monasterio, ó á otras capillas, con potestad de absolver de todos los pecados reservados, tanto al Papa, como al Obispo diocesano; según las Bulas Apostólicas concedidas á favor de dicho monasterio, de que habían acostumbrado usar los demás confesores antecedentes. Pongo estas letras á la margen para no embarazar la lisura de la narración70.

  —224→  

El principal negocio en que entonces el Rey entendia (y era la base para el asiento de todo lo demás), era el inclinar y reducir al Cardenal á que renunciase su abadía, y diese lugar á que se pusiese en Monserrate un Abad regular, que hiciese residencia personal en aquella casa, y procurase el recobro de muchas rentas que estaban sin cobrarse, en gran perjuicio de ella. Para lo primero, el Cardenal se tomó tiempo; para lo segundo, luego dio providencias enviando sus poderes á ciertos procuradores que nombró; en especial á D. Guillén de Peralta, á quien confió la administración de todo lo temporal de aquella casa. Y el Rey en carta dirigida á los monjes desde Barcelona en 13 de Agosto de 1481, les dice: «Encarregám y manam vos, justa la voluntat de dit Rmo. Cardenal, obeiscau, segons tenor de les sues provisions; car axó será lo Benefici de oqueix Monastir, com á servey nostre; y no facats lo contrari per quant nostra gracia habeu cara.»

Luego, de orden del mismo Rey, el Infante D. Enrique, Lugarteniente general de Cataluña, envió á Monserrate los dos Presidentes de la Congregación claustral Tarraconense, que eran los Abades de San Cucufate del Vallés y de San Salvador de Breda, á visitar aquella casa, y hacer una exacta información de sus cosas, y de lo que convenía hacer y providenciar: como consta de su carta dirigida á los mismos monjes de Monserrate, dada en Barcelona en 24 de Julio de 1482. Antes del día 21 de Agosto del mismo año estaba ya concluida por dichos Abades Presidentes la visita de aquel Monasterio y dada su información; pues se halla una carta del dicho Lugar-teniente general, el Infante D. Enrique, dirigida á los dichos monjes de Monserrate, en que les dice: se dará providencia y se cumplirá con todo lo que los visitadores   —225→   habían informado deberse ejecutar. Y no contento con esto, el dicho Infante en persona subió á Monserrate y dió las órdenes convenientes y eficaces para el buce orden y gobierno de aquella casa. De lo que el Rey quedó muy contento y agradecido, como dice en su carta dirigida á los monjes desde Madrid en 14 de Octubre de 1482 en que añade: «Pregant é encarregantvos, que ab concordia y caritat siau sempre units en lo servey de nostre senyor benefici, y conservació de la dita casa; car sempre per nos en assó sereu favorits.»

Y aquí dice cuánto agradece lo mucho que había hecho el P. Fr. Boíl en promover todo cuanto había sido menester.

Por otra carta del Infante D. Enrique, dada en la villa de Agramunt á 4 de Diciembre del mismo año 1482, consta que dicho Infante, por medio del Administrador D. Guillén de Peralta, envió á Monserrate cuanto se necesitaba para pagar todas las deudas, y para cuanto convenía para el bienestar, quietud y sosiego de los monjes, prometiéndoles que á su regreso de Agramunt pasaría á visitarlos.

En fin, logró el Rey del Abad Cornendatario, el Cardenal Juliano, el que resignase su abadía á favor de D. Fr. Juan de Peralta, monje de la misma casa de Monserrate (tal vez hermano ó pariente del Administrador D. Guillén de Peralta) ; pero su resigna fué con el cargo de que el Abad Peralta le pagase cada año una pensión de 200 ducados. Fijó esto por los años 1487.

Luego que el Rey tuvo constituido Abad propio regular en Monserrate, pensó en levantar aquella casa á la celebridad que tuvo en su tiempo y en el de sus sucesores, la que aún hoy conserva. Lo primero que quiso fué, hacer una casa magnífica y capaz para habitación de un gran número de Monjes; huéspedes y peregrinos de toda la Cristiandad acudían allá. Encargó la superintendencia de esta obra al Abad de la casa Fr. Juan de Peralta, y á los Arcedianos mayor y de Santa María del Mar de la Catedral de Barcelona, y á uno de sus canónigos, D. Gaspar Peiró; y junto con ellos á tres ciudadanos, y tres mercaderes de Barcelona que allí nombra. Estos cuidaron de hacer los planos de la obra y enviarlos al Rey; y el Rey escogió el más costoso por más acomodado y suntuoso, y mandó librar para esta empresa   —226→   dos mil y trescientas libras catalanas. Consta de su Real carta dada en Medina del Campo en 14 de Marzo de 1489.

Poca era esta cantidad según nuestros tiempos; pero según aquellos no era pequeña, pues á los Maestros mayores de la obra se les señaló por salario diario dos sueldos y cuatro dineros; á los Maestros subalternos dos sueldos; á los obreros menores y peones, solo quince dineros cada día, esto es, un sueldo y tres dineros cada día. A más de que el Abad de sus rentas se obligó á mantener por un año entero á quince fabricantes, y á otros diez que trabajaban por la parte más alta y escabrosa, se obligó también por un año entero á mantenerlos dándoles comidas, bebida y camas. Esta contrata fué hecha en Barcelona, con intervención del Infante Teniente general, en 7 de Abril de 1489.

Puso la primera piedra, á este edificio el propio Abad del Monasterio D. Juan de Peralta, día 5 de Octubre de dicho año. Pocos días después, teniendo el Rey su Real sobre Baza en el Reino de Granada, en 20 de Octubre del mismo año, escribió á los nueve Comisarios sobremencionados destinados al cuidado de esta obra diciéndoles: «Que si bien tenía noticia por ellos de lo exterior de aquella fábrica, pero nada le decían de la distribución interior de las celdas y oficinas que en ella se habían de contener, y que habían de ser acomodadas al espíritu y vivienda de Religiosos observantes, y que para el mayor acierto en esto llamasen á los Priores de los Monasterios del Ebrón y de la Murtra, de la Órden de San Jerónimo, para que entendiesen en esto y dispusiesen, con el parecer de otros que ellos llamasen.»

Todo esto se ejecutó como el Rey prevenía, como consta de la carta que dichos Comisarios escribieron al Rey en 1.º de Marzo de 1490, la que empieza así: «Molt alt, et molt Excellent Princep, Rey é Senyor: Dues letras havem rebudes de Vostra Altesa en los dias passats, etc.». En Octubre de este mismo año 1490 ya faltaba dinero para continuar la obra. Uno de los caballeros comisionados, Mosén Galcerán Carbó, á sus expensas envió un expreso para que buscase al Rey donde fuese, y le expusiese la necesidad. Pero el Rey tenía tantos otros gastos más urgentes, que no pudo remediar la falta. En 28 de Diciembre del mismo año no se había aún librado dinero alguno; con esto los Maestros y trabajadores   —227→   requirieron á los nueve Comisarios para que les pagasen. Estos respondieron que no se habían obligado á pagar de lo suyo, que harto hacían en aplicar sus diligencias y cuidado para el asiento de la fábrica.

Entonces dirigieron su requerimiento al sobredicho Galcerán Carbó, que era un caballero muy hacendado y muy fervoroso en continuar la nueva obra; pero éste respondió que el requerimiento lo debían dirigir al Abad, que era el primero y principal comisionado, y el más interesado; y que por las Bulas de indulgencias que el Rey había alcanzado del Papa Inocencio VIII se decidía que de las limosnas que se recogiesen, la mitad se hubiese de aplicar para los gastos de la nueva obra. Sin embargo de esto, hasta entonces aún no se había aplicado nada; y así, no él, sino el Abad debía responder. Con todo esto, el buen caballero Carbó prestó algunas cantidades para continuar la fábrica, con las que de hecho se proseguía en el año 1491.

Desde que determinó el Rey hacer en Monserrate la nueva y suntuosa obra, resolvió al mismo tiempo aumentar el número de monjes de aquel Monasterio, y reducirlos á una vida más recogida y austera, como convenía á la devoción y culto que se debía guardar en aquel famoso santuario; y á lo que creo, esta reforma había de ser por la Dirección de la misma Congregación Claustral Tarraconense, ó de sus Presidentes, que eran los que había enviado el mismo Rey para visitar aquella Casa. Pero para la mayor seguridad del acierto, quiso el Rey que viniesen algunos monjes de la Congregación reformada en Valladolid para que juntamente con los nombrados Comisionados entendiesen en la dirección y distribución de las oficinas y celdas, según estilo de ellos, como lo da á entender el mismo Rey en la carta dirigida á los nueve Comisionados sobremencionada; y juntamente para la plantificación de la nueva reforma.

Pero parece que esta intervención y mezcla de monjes extranjeros y sus usos y costumbres no parecieron bien al Abad Peralta, ni á los más de los monjes de Monserrate; como se deduce de lo que sucedió. Pues el Rey, empeñado en poner en Monserrate una Comunidad, de monjes de una vida común de estrecha observancia, quiso quitar de un golpe los embarazos y allanar dificultades,   —227→   sacando de Monserrate con honor al Abad Peralta, haciéndole Obispo de Vich; á Boil71 pasándolo á Indias por Prelado y Jefe de los eclesiásticos que allí se habían de enviar; y acomodando á otros en otros sitios de su Congregación Tarraconense; y al mismo tiempo acudiendo al Papa Alejandro VI porque uniese é incorporase perpetuamente á la Congregación de San Benito de Valladolid el Monasterio de Monserrate.

Todo esto se ejecutó en los años 1492 y 1493; pues el Abad entró en Obispo de Vich año 149272; y en 1493, en las Cortes celebradas en el Monasterio de Santa Ana de Barcelona, fué nombrado Diputado de la Generalidad de Cataluña73; y continuó en gobernar su Obispado hasta que murió, que fué en el año 1505, como afirma Diago (Hist. Prov. arag., folio 77). Y en el año 1492, en 11 de Agosto, fué electo Papa Alejandro VI; y despachó, la bula de la unión de Monserrate á la Congregación de Valladolid, como consta de sus letras dadas en Roma á los 19 de Abril de 1493; año 1.º de su Pontificado. En el mismo año 1492 el Almirante Cristóbal Colón hizo el descubrimiento de las Indias el día 12 de Octubre, y viniendo á dar parte á los Reyes de tan glorioso é importante hallazgo, saliendo de ellas á los 4 de Enero de 1493, llegó á Barcelona, donde estaban sus Majestades, á mediados de Abril del mismo año.

Y en este propio año entró la reforma de Valladolid en Monserrate en el día 2 de Junio, viniendo el Prior general (pues entonces no había entre ellos Abades, pero tardaron poco en tomar este título), que se llamaba Fr. Juan de San Juan, con 14 monjes, en virtud de las Bulas del Papa y poderes del Rey Católico, con asistencia de uno del Quinque-virato y Conselleres que envió allá la ciudad de Barcelona, como patrona que era de aquel santuario; y luego fué electo en primer Prior de aquel Monasterio el padre Fr. García de Cisneros; el cual poco después se llamó Abad, y   —229→   era uno de los que habían venido con el Prior general, y gobernó con acierto aquella casa 17 años y algunos meses en que acabó su vida.

De este pacífico establecimiento de los de Valladolid en Monserrate, el Rey, ya por innata piedad, ya por otros fines políticos, concibió deseos y esperanzas de propagar dicha reforma en otros monasterios de la Congregación Claustral Tarraconense. Primero se procuró introducir en el rico y célebre monasterio de San Cucufate de la Diócesis de Barcelona; y lo procuró su propio Abad, que era D. Gaufredo Sort, el cual había sido Vicario general del Abad Comendatario el Cardenal Juliano, como sobre está dicho; pero fué tan obstinada la resistencia del Prior y Monjes, que no se pudo conseguir. Lo mismo se intentó después con el famoso monasterio de Ripoll; pero fué igual la resistencia de aquellos Monjes en impedirlo. Ni fué temeraria la oposición y contradicción de aquellos, pues la apoyaron y defendieron con razones jurídicas y canónicas, célebres Jurisconsultos de aquellos tiempos.

Desde que se introdujeron los de Valladolid en Monserrate, ya no se hallan en este Monasterio memorias del P. Fr. Boil; solo se halla que el Abad Cisneros hizo renovar un terno que el padre Fr. Boil había mandado hacer para la sacristía de Mons errate; con que renovándose en tiempo de Cisneros, señal es que ya sería viejo, y de mucho antes que llegase Cisneros á Monserrate, ni partiese de allí el P. Fr. Boil.

Ocultáronse al doctísimo P. Caresmar tres cartas reales inéditas, que á continuación acompaño. Están fechadas en Córdoba, á 30 de Junio de 1490. No deciden la cuestión de saber si el benedictino Fr. Bernardo Boil debe, ó no, identificarse con el que á 22 de Septiembre de 1492 hemos visto en Zaragoza74, nombrado por San Francisco de Paula como Vicario general é introductor de su nueva orden religiosa en los reinos de España; pero dilucidan esta contro versia indicando el corto espacio de tiempo en que habrá de fijarse la búsqueda del documento definitivo.

  —230→  

43.

Córdoba 30 de Junio de 1490. El Rey á Micer Jaime Vernigalí.-Archivo general de la Corona de Aragón, registro 3.666, fol. 9 r.

Beate marie montisserrati.

Lo Rey.

Micer Jacobo. Per la letra comuna, que per mestre Johán, portador daquesta, vos y los altres nos aveu scrit, comprenem la necessitat que diéu teníu aquí75 de diners per á continuar la obra de aqueixa sancta casa, é los inconveni ents é dans ques seguiríen si per deffecte de peccunia havia de cessar; e desplauríans molt que per aqueixa rahó si hagués á sobresseure; Car nos tenim gran voluntat, ab la ajuda de nostre senyor, de continuar é proseguirla fins s íe acabada. E per aquesta causa havem manat reste ací ab nos fra boyl fins hi sia prés algún bon apuntament; lo que será lo que pus prest pugam. En aquest endemig vos pregam, quant mes affectadament podem, que per servey de nostre Senyor deu y nostre, affique dita obra se puga continuar, vullau bestraure en CCCC lliures barch(inonese)s, les quals nos volem prengau á cambi pera Sicilia, pagadores per lo nostre thesorer de aquell regne, al qual y al visrey scrivim de la forma que per la interclusa veureu, affi que tota volta que vos trametreu dit cambi, vos será acceptat y pagat sens dubte algú. Per ço, pus compreneu quant va al servey de nostre Senyor y al beneffrci de aquexa dita obra en que nos haje de cessar, de present vos tornam pregar y encarregar vullau bestraure les dites CCCC lliures; car ultra que noy perdreu res, ans ne guanyareu mérit per la endreça quey donareu, nos ne fareu servey gratíssimo. É del que fet haureu y de la prossecució de la dita obra vos pregam que particularment nos ne aviseu de continuo, perque sabem hi teniu entre los altres molt bona voluntat.

  —231→  

Data en Córdova á XXX de Juny any mil CCCCLXXXX.

Yo el Rey. Coloma Secretarius.

Dirigitur Jacobo vernigali.

44.

Córdoba 30 de Junio de 1490. Arch. de la Cor. de Aragón, registro 3.666, fol. 9 r.

Eiusdem.

El Rey.

Venerable abbat. La devoción y sancto propósito de la observancia que embiastes dezir en salamanca con fray boyl, nos fué tan grato que luego proveymos, como vistes, en la obra que nos embiastes dezir ser necessaria. La qual, plaziendo á dios, proseguiremos, y también procuraremos de vos embiar los monjes de valladolit que entonces demandávades para poner luego la observancia. Los quales pusieron en ello la difricultat que supistes; y se-unt lo que sentimos, agora no la por nán. Por que, vos rogamos y encargamos quanto podemos que por servicio de dios y nuestro y por el benefricio y refformación dessa sancta casa fagays lo que nos offrecistes, siendo contento que luego se ponga la observancia; que faziéndolo assí, set cierto se mirará muy bien lo que á vos toca, segunt que más largo esto vereys por la Carta que por nuestro infrascripto secretario se vos scrive. Quanto á la prossecución de la obra, la voluntat nuestra y de la Sereníssima reyna, nuestra muy cara é muy amada muger, es de consignar alguna cuantidat cadanyo para que la obra se acabe más presto; y por esso havemos mandado quedar aquí á fray boyl para que se dé forma en ello; y en [e]ste medio despachamos á maestre Johán con esta y con otra carta comuna para las personas diputadas á la dicha obra; por la qual vereys lo que por agora proveemos para que por aquella no cesse, en tanto que al dicho fray boyl despachamos; y assi embiat nos luego vuestra respuesta, é sea qual de vos confiamos; porque cosa ninguna no podríades de presente fazer más grata ni acepta á nos, ni á vos más honrrosa y provechosa.

  —232→  

Data en Córdoba a XXX de Junio anyo de mil CCCCLXXX.

Yo el Rey.-Coloma Secretarius.

Dirigitur abbati populeti76.

45.

Córdoba 30 de Junio de 1490. Arch. de la Cor. de Aragón, registro 3.666, fol. 9 v.

Eiusdem.

El Rey.

Venerables y amados nuestros. Vimos vuestra carta, que con maestre Johán levador desta nos embiastes, y oymos la relación que nos fizo de la obra, lo qual mucho nos plugo saber; y visto lo que nos screvys y él nos dixo sobre la falta de dinero que hay para prosseguirla de presente, havemos proveydo que entretanto que nos damos forma para prosseguir la dicha obra, Micer Jacobo vernegali por servicio de dios y nuestro bistraya para continuar aquella fasta en cccc lls. barch(elonesa)s; las quales él tomándolas á cambio sobre nuestro thesorero de Sicilia, le serán luego pagadas, de manera que no reciba por ello danyo alguno, como verá por las cartas que sobrello le embiamos endrecadas al dicho thesorero y ahun al visorey de aquel reyno, avisando vos que por encaminar las cosas de la dicha obra, affín que aquella sea sin intermissión prosseguida e continuada, havemos mandado quedar aquá á fray boyl. En este medio vos rogamos y encargamos que con mucha diligencia y solicitud, como fastaquí mireis lo que cumple en la distribución de las dichas cccc lls., de forma   —233→   que en lo presente la obra no cesse, ni se empachen paral por venir assí lo de la piedra como lo de los otros aparejos, antes se mire en todo como de vosotros confiamos. É de lo que en ello se fiziere nos avisat de continuo; en lo qual nos fareys muy grato servicio.

Data en Córdoba a XXX de Junio, anyo de mil CCCCLXXXX.

Yo el rey.-Coloma Secretarius.

 

Tratando de la iglesia y del archivo de Monserrate, Villanueva escribió77:

«Los cimientos de la iglesia actual se pusieron en tiempo de Fernando el Católico, de quien he visto una carta original, fecha en Medina del Campo á 14 de Marzo de 1489, en que exhorta al abad y monasterio á la empresa de la obra, que cesó á los diez años por las urgencias del estado; y el rey en carta de 1499 cedió á favor del monasterio todos los enseres de aquella fábrica, destinada solamente para habitación de monges.

Rarísimo es también el libro de las colecciones del abad Issac, traducido al castellano por Fr. Bernardo Boil, monge y ermitaño de Monserrate. Hay en él aquí un ejemplar muy bien conservado, impreso apud. S. Cucufatum vallis Aretanae, XXIX Novembris anno Domini M.CCCC.LCCCIX, en 4.º».

 

Otro ejemplar existe en la Biblioteca Nacional. La postilla final no dice propiamente que se imprimió, sino que se acabó (finitus hic libellus); si bien del prólogo, dirigido á D. Pedro Zapata, arcipreste de Daroca, resulta no mal demostrada la proposición de Villanueva. Sin duda Fray Boil, á 30 de Junio de 1490, les había ofrecido ya ipresa la que llama su obrilla. Sobre este y otros escitos del venerable ermitaño, varón ilustre de la orden benedictina, discurriré en otro artículo.

Barcelona, 31 de Julio de 1891.

El entorno hispánico de Cristóbal Colón

El entorno hispánico de Cristóbal Colón1

Miguel Ángel Ladero Quesada

Los itinerarios españoles de Cristóbal Colón fueron varios, desde que llegó a Castilla a mediados de 1485 hasta que murió en Valladolid, en mayo de 1506, pero el escenario habitual de sus trabajos y sus triunfos fue la España del Sur, Andalucía, en especial los reinos de Sevilla y Córdoba. Allí vivió los «años decisivos» (1485-1492) en que su proyecto acabó transformándose en realidad, y allí regresó para organizar sus siguientes viajes al Nuevo Mundo2. En Andalucía encontró los medios materiales y técnicos necesarios para su empresa, los marinos y los mercaderes, los amigos y los protectores, el consejo de los frailes franciscanos, el amor de una cordobesa y el apoyo, tras larga espera, de los reyes.

La vida de Colón ha sido analizada e investigada con tanta minuciosidad y desde tantos puntos de vista que, al parecer, casi nada nuevo podría averiguarse ya3. Pero cada hombre ha de ser biografiado y conocido en sus circunstancias, y la circunstancia andaluza de Colón aparece a menudo como un fondo borroso al que se presta poco interés. Mi intención es hacer que pase, por unos minutos, a la nitidez del primer plano, y eso no por un afán de exaltación nacionalista, que estaría fuera de lugar y sería anacrónico en la historiografía de nuestro tiempo, sino simplemente porque, a fin de cuentas, Andalucía fue la tierra de Colón durante los últimos veinte años de su existencia, los años de madurez, de las realizaciones y de los triunfos.

Entre las muchas cuestiones que podría haber abordado la lección inaugural del XVII Congreso Internacional de Ciencias Históricas, nos ha parecido que ésta podía ser oportuna, por su proximidad a los intereses del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, que requiere inevitablemente la atención de muchos historiadores.

Pero, más allá de esta circunstancia coyuntural, la cuestión tiene su importancia, porque la exploración, conquista y colonización de las indias se hizo desde Andalucía, y entre la tercera parte y la mitad de los españoles que pasaron a América en el siglo XVI fueron andaluces, muchos de ellos de Sevilla y su reino, de modo que en la configuración que tomaba el Nuevo Mundo tuvieron un peso muy grande las estructuras sociales, económicas e institucionales, las formas de vida, las costumbres y los valores de la sociedad andaluza, tal como se habían ido elaborando en los últimos siglos medievales4. Aunque no me referiré a todos los aspectos, confío en que podré exponer a su atención los que tuvieron una influencia más directa sobre la empresa de Colón.

Andalucía ofrecía en el siglo XV la imagen de una tierra en la que la nueva fase de crecimiento económico había comenzado de manera precoz, varios decenios antes que en otras partes del Occidente europeo, e incluso de la Península Ibérica, dicho en términos generales. Llama la atención el creciente peso poblacional y económico de la región: en el plano tributario, por ejemplo, pasa de proporcionar el 20 por 100 de los ingresos ordinarios de la Corona hacia 1420, al 35 por 100 a fines de siglo5. El progreso del sector agrario, que incluye nuevos fenómenos de repoblación, y el auge de las ciudades son evidentes, y, hasta cierto punto, mensurables.

Se alcanza entonces, también, la plenitud del sistema de relaciones sociales y de poder organizado en torno a las aristocracias. La monarquía, consciente de ello, respeta este predominio y contribuye a su consolidación, aunque limitándolo, después de la restauración del poder regio en 1480 y, de nuevo, en 1508. Por entonces, casi la mitad de la Andalucía bética era tierra de señoríos, en sus zonas rurales y marítimas.

Pero hay, también, otros sucesos del siglo XV que dejaron profunda huella en Andalucía: así, el problema de los judeoconversos y las actuaciones de la Inquisición desde 1481, que son hechos en buena medida andaluces. Y la apertura del «Atlántico medio» (Chaunu), que se suma al auge mercantil de la Baja Andalucía en la segunda mitad del siglo, de modo que la región pasa a ser centro de una amplia red de relaciones marítimas y comerciales en vísperas del descubrimiento de América. Y, sobre todo, la conquista y rápida repoblación de Granada, que supuso el fin de la frontera medieval y el logro de la plenitud territorial de Andalucía, aunque sobrevivieran diferencias, porque los moriscos granadinos formaron una comunidad importante hasta 1571.

Las dimensiones

La Andalucía bética o del Guadalquivir, incorporada a la Corona de Castilla y León en la primera mitad del siglo XIII, se extendía sobre unos 60.000 Km2, de los que la mitad correspondían al reino de Sevilla (sobre las actuales provincias de Sevilla, Huelva y Cádiz), y la otra mitad se repartía en partes casi iguales entre los reinos de Córdoba y Jaén. Entre Sierra Morena al N., las costas atlánticas al S. y S.O., y la frontera con el reino musulmán de Granada al S. y S.E., esta Andalucía medieval tenía una personalidad regional cada vez mejor perfilada, a consecuencia de la plena repoblación llevada a cabo por los castellanos en el siglo XIII, y de las circunstancias de todo tipo que fueron ocurriendo en la Baja Edad Media.

Posiblemente, aquella Andalucía tocó el fondo de la depresión demográfica del siglo XIV entre 1383 y 1393. Se estima que, en ese momento, no tendría más de 350.000 pobladores. Un siglo después tenía en torno a 750.000, de los que unos 400.000 en el reino de Sevilla. No faltan los indicadores del crecimiento de población, en forma de padrones para Sevilla y los 12.000 Km2 de la tierra que dependía jurisdiccionalmente de ella, de noticias sobre nuevas poblaciones -más de 30 en aquel siglo-, de testimonios sobre aparición y crecimiento de arrabales urbanos, aumento de tierras cultivadas y, en fin, de rápida colonización de la antigua frontera con Granada y de las principales plazas de este reino después de su conquista.

En este panorama, el crecimiento de la población urbana merece atención especial, puesto que el auge y triunfo de las ciudades proporcionó respuesta a la crisis y motor a la expansión que vino a sucederla. Hubo un crecimiento de la población urbanizada a lo largo del siglo XV, hasta situarse por encima del 20 por 100 del total, lo que es mucho en términos de aquella época.

Ahora bien, en Andalucía se daban las mayores aglomeraciones urbanas, pero también la máxima concentración del poblamiento rural, de modo que, en núcleos de menos de 5.000 h. lo agrario suele desplazar a lo específicamente urbano. Sevilla era la gran metrópoli, y pasa de 2.600 vecinos en 1384 a 7.000 hacia 1485 y 9.000 hacia 1515-1530, es decir, de unas 15.000 a unas 50.000 personas, más población flotante: era la mayor ciudad de la Corona de Castilla. Córdoba era una ciudad de primer orden, seguramente con unos 25.000 h., y había otras cinco importantes situadas entre los 11.000 y los 18.000 (Jaén, Úbeda y Baeza, Écija, Jerez de la Frontera). Por debajo de los 10.000 se situaba una decena de ciudades de tipo intermedio (Carmona y Marchena, por ejemplo), y por debajo de los 5.000 la mayoría de los puertos de mar importantes (Huelva, Lepe, Sanlúcar de Barrameda, Puerto de Santa María, Cádiz…).

Retengamos, en conclusión, la imagen de un país donde las ciudades formaban una red densa y suficiente, con la población y la fuerza necesarias para dirigir el conjunto de la actividad económica en los comienzos del primer capitalismo mercantil6.

El crecimiento económico

 

1. Las producciones

En un sistema económico basado en el sector primario hay que aludir primero, aunque sea lo menos conocido, a la evolución y crecimiento de las producciones agrícolas y ganaderas.

Los análisis del diezmo eclesiástico de trigo y cebada, cultivados en la proporción teórica de dos a uno o, como entonces se decía, «pan terciado», nos permiten afirmar que hubo un notable aumento de la producción global en la segunda mitad del siglo XV: los datos de los tres primeros decenios indican un promedio de producción anual en el arzobispado sevillano de en torno a 700.000 fanegas (una fanega = 55,5 litros), los del segundo tercio en torno a 1,2-1,5 millones y los del tercio final oscilan entre 1,6 y dos millones. A finales de siglo, la producción cerealista de Andalucía oscilaba entre 1,5 y 1,65 millones de Qm., de los que algo más de la mitad correspondían al reino de Sevilla7.

La presión para aumentar la producción de cereal no provenía sólo del incremento del consumo interior, sino también de los intereses que muchos cosecheros tenían en la exportación: desde el año 1320 los de la Baja Andalucía podían exportar libremente un tercio de las cosechas, una vez garantizado el consumo interno. Y, sin duda, esta posibilidad era un estímulo, pero produjo peligros de desabastecimiento.

Hubo también un crecimiento de la producción vitícola, como lo demuestra el auge tanto de los mercados urbanos de consumo como de las cargazones o exportaciones por vía marítima. Lo sabemos a través de noticias cada vez más abundantes y precisas a medida que avanza el siglo, por ejemplo las que nos ilustran sobre el interés de los grandes aristócratas andaluces por fomentar la plantación de viñedos en sus plazas de Lepe y Ayamonte, Gibraleón, Huelva, Niebla, Rota, Chipiona, El Puerto de Santa María, además de ser muchas de estas localidades señoriales los puntos principales de concentración y embarque de vinos, rumbo al Cantábrico castellano, a Flandes y a Inglaterra.

De todas maneras, el mercado interior absorbería la mayor parte de la producción, estimada entre los 200.000 y los 280.000 Hl/año en el arzobispado de Sevilla a finales de siglo. Así lo demuestra el mismo reparto geográfico de las áreas vitícolas, porque junto a algunas predominantemente exportadoras como eran las del condado de Niebla y Jerez de la Frontera, que producían un 50 por 100, había un «cinturón vitícola» en la Campiña, en torno a Sevilla, que producía el 25 por 100 del total del arzobispado, y otro tanto procedía de las sierras del N., de las que hoy ha desaparecido prácticamente la vid8.

La única gran zona olivarera en la Andalucía bajomedieval fue el Aljarafe sevillano. Los olivares eran extremadamente rentables, su propiedad estaba en manos de la aristocracia y las instituciones eclesiásticas de Sevilla, y era frecuente la gestión directa por el propietario, mientras que en otros tipos de cultivo predominaban las cesiones de usufructo en arrendamiento o censo enfitéutico. También era normal que miembros del patriciado urbano hispalense intervinieran en el almacenamiento y comercialización del aceite, tanto para el mercado interior como para la exportación, controlada a menudo por mercaderes genoveses, hacia los centros textiles de Flandes o Inglaterra, hacia Génova misma o hacia la isla de Chíos, donde los genoveses poseían grandes fábricas de jabón, aunque también las había en la misma Sevilla.

Pues bien, los datos de producción indican que, en los años 1429 a 1448, el promedio era de 20.000 quintales en los «años llenos (en torno a 25.000 Hl.), mientras que en el último cuarto de siglo se ha pasado a 55.000. La consecuencia parece clara: de nuevo existe un fenómeno de crecimiento estimulado por el auge del consumo, de la actividad mercantil, y por la inversión de capitales en aquel tipo de cultivo.

Apenas es posible extender a otros campos estos breves comentarios sobre las estructuras del sector primario y el crecimiento de su producto en el siglo XV. Hay que recordar, no obstante, la importancia en aumento de la ganadería en una región donde las zonas incultas dedicadas a pastizal eran abundantísimas. Así, la exportación de cueros era un gran negocio en todo el reino de Sevilla, y la capital concentraba también los procedentes del resto de Andalucía y de la cuenca del Guadiana, e incluso del N. de África, de modo que hay noticias sobre los «cueros de Sevilla» en todos los mercados europeos de la época, desde Génova y Marsella hasta Amberes.

La producción de lana en las zonas serranas norteñas era elevada, y alimentaba una manufactura textil de calidad y en evidente crecimiento, tanto en Córdoba como en Baeza. Además, Córdoba y Sevilla eran centros de contratación de la lana merina extremeña y andaluza, comprada anticipadamente por mercaderes italianos y, en el último tercio del siglo XV, por los burgaleses, cada vez más numerosos. Se exportaba por medio de carretas y barcazas fluviales hasta Sevilla, y desde allí por vía marítima.

Si los negocios de la lana y los cueros interesaron a muchos aristócratas y mercaderes de Sevilla y Córdoba, el de la carne para consumo urbano parece que afectó sobre todo, igual que el de la venta de paños al por menor, a sectores acomodados de las clases medias urbanas, que encontraron en ellos un medio de promoción en aquella época de crecimiento poblacional.

Y, por último, antes de abandonar la descripción de estos elementos productivos, hay que aludir a un tipo de pesquería costera muy especializado y rentable. Se trata de las almadrabas del atún, efectuadas en muchos puntos de la costa atlántica andaluza durante los meses de mayo y junio, incluyendo el troceado, salazón y envase de los atunes en las mismas playas. Era un negocio en manos de la alta aristocracia dueña de los puertos costeros -Guzmán, Ponce de León, La Cerda-, que solía concertar anticipadamente la venta a mercaderes extranjeros, en especial italianos. El mantenimiento de esta lucrativa actividad estaba asegurado, casi sin más límite que el propio agotamiento de los atunes, y es un ejemplo singular de vinculación con los mercados exteriores9.

2. Los intercambios

El incremento de las producciones agrarias, la revalorización de la tierra -cuyo precio sube sin cesar en el siglo XV-, la inversión en su compra por los poderosos, con el consiguiente aumento de la gran propiedad, son fenómenos que están en relación con el auge de la actividad comercial, tanto en los mercados internos regionales, peor conocidos, como hacia los mercados exteriores, en un proceso controlado por gentes que residían en las ciudades andaluzas o contaban en ellas con sus factores y corresponsales10.

La apertura al Atlántico y, a través de sus rutas, el gran comercio europeo fue uno de los mayores legados del medievo andaluz a la identidad de la región, y pesó mucho en la que ya entonces adquirió. La utilización habitual de la ruta marítima entre Italia y Flandes coincidió con la organización de la Andalucía castellana y produjo el nacimiento de un importante centro de actividad mercantil en Sevilla desde los últimos decenios del siglo XIII. Vino a añadirse, desde el segundo tercio del XIV, otro acicate promovido por la exploración del Atlántico medio, la conquista de las Canarias y el desarrollo de las pesquerías de altura, ya en el XV. Y, durante toda la Baja Edad Media, tuvieron también un peso apreciable las relaciones comerciales con Berbería (el Magreb occidental).

Aquellos estímulos impulsaron al desarrollo de una marina autóctona y la relación con otras peninsulares (hay una presencia frecuente de marinos catalanes y baleares, valencianos más adelante, portugueses y, sobre todo, gallegos, cántabros y vascos) y europeas que dio lugar a asentamientos de nuevos vecinos en las plazas costeras y en Sevilla, en especial entre los que procedían de la costa N. de la propia Corona de Castilla. En Sevilla estableció Alfonso X las atarazanas reales y el Almirantazgo desde 1254, pero a la larga fue más importante el desarrollo de la marina mercante y pesquera, privada, que no aquel establecimiento de la marina regia11.

El gran comercio tuvo incidencia en muchos otros aspectos de la realidad histórica de la baja Andalucía. La presencia de colonias de mercaderes extranjeros, en especial la genovesa, generó unos vínculos exteriores que enriquecieron especialmente a Sevilla. Los andaluces se habituaron a una relación frecuente con el exterior, en especial con Italia, Inglaterra y Flandes, que se intensificó en el siglo XV12.

Por entonces Sevilla era ya una plaza financiera importante -la mayor de Castilla junto con Burgos- y un mercado muy activo de metales preciosos. No tenemos noticia sobre el establecimiento de grandes casas de banca hasta el primer decenio del siglo XVI pero, en cambio, la ceca o casa de moneda de la Corona en Sevilla era la más activa e importante de las castellanas en el siglo XV13.

El gran comercio contribuyó, ya lo he indicado, a potenciar la economía y las producciones agrarias andaluzas y por eso, indirectamente, a consolidar las estructuras sociales de tipo aristocrático-señorial, en lugar de fomentar un cambio social «burgués» que es todavía ajeno y extraño a la época, aunque es cierto que crecieron las clases medias urbanas y comenzó a haber modelos de comportamiento burgués -«versus» aristocracia- entre algunos mercaderes.

Los aspectos cualitativos de aquellos tráficos son bastante bien conocidos. Se refieren a la exportación de productos agrarios y materias primas, «bizcocho» y cerámica contra importaciones de paños, manufacturas, sedas y tintes, hierro y madera, azúcar y productos agrarios del N. de África. Al aprovechamiento de una situación excepcional en la ruta Italia-Flandes y en la cabecera de las rutas hacia África. A la relación con plazas mercantiles que se escalonan desde Flandes, Inglaterra, Normandía y Bretaña hasta Berbería, el Mediterráneo occidental y las ciudades italianas. A los tipos de mercaderes: genoveses, sobre todo, pero también otros italianos, burgaleses y también andaluces, aunque sujetos éstos a un control exterior de los grandes capitales mercantiles y de las directrices del comercio. A los transportistas por vía marítima: barcos andaluces de pequeño calado en abundancia, en especial carabelas, naos y otros buques de la costa cantábrica, además de las galeras, naos y carracas de mercaderes extranjeros, siempre presentes a pesar de las «actas de navegación» dictadas por los reyes de Castilla en 1398 y, de nuevo, en 1500.

Se ha escrito a veces sobre el carácter «colonial» de aquellos tráficos, pero conviene hacer una reflexión elemental a este respecto: los términos de relación entre dueños de la tierra y sus productos y dueños de los negocios y manufacturas son radicalmente distintos en una economía agraria tradicional y en una economía industrial capitalista. Se puede afirmar, incluso, que las situaciones de predominio se producen a favor de los primeros entonces, y no de los segundos, y que, por lo tanto, la posición mercantil de Andalucía -como de casi toda Castilla- en el siglo XV, no implicaba subdesarrollo, periferización o sujeción colonial, a mi modo de ver.

Se trataba, por el contrario, de una opción, tal vez la más fructífera en aquel momento -sin duda, la más conservadora desde el punto de vista social-, entre las que ofrecían aquellos regímenes de economía agraria y sociedad aristocrática o «feudal» bien desarrollados. Y, desde luego, era la opción más segura: los grupos sociales dirigentes, cuya renta se basaba en la tierra y en sus productos convenientemente comercializados, estaban mucho menos sujetos a las consecuencias de crisis coyunturales o bélicas que no aquellos otros cuya potencia se basaba en el control de rutas y capitales mercantiles. Por ejemplo, una guerra civil, entre 1462 y 1472, pudo arruinar el comercio catalán, pero quince años de disturbios, entre 1464 y 1479, apenas modificaron las condiciones del castellano y andaluz.

Es cosa distinta afirmar que la evolución futura alteraría aquel estado de cosas, con el desarrollo del capitalismo mercantil atlántico, o, más adelante, con las revoluciones industriales. Pero esto no era así en el siglo XV, ni todavía en la primera mitad del XVI, y sería imposible comprender el auge demográfico, la prosperidad económica, el crecimiento urbano o los mismos fenómenos de consolidación de toda una estructura social en Andalucía, si se aplicaran anacrónicamente criterios de interpretación socioeconómica actuales sin matizarlos y contrastarlos ante una realidad histórica muy diferente, como era la de Andalucía hacia 1492, después de varios decenios de crecimiento económico, con Sevilla como centro cosmopolita de un comercio importantísimo, en la vanguardia de las nuevas tendencias y corrientes mercantiles que nacían en el Atlántico medio.

3. La apertura al Atlántico

Sevilla era siempre el centro organizador de los tráficos mercantiles y del régimen aduanero anejo o almojarifazgo mayor, pero a menudo, desde finales del siglo XIV, los barcos no llegaron a ella sino que se detenían en los puertos costeros, que actuaban como lugares de depósito de mercancías y reparación de navíos. La consecuencia fue que algunos alcanzaron cierta independencia fiscal, en especial Sanlúcar de Barrameda, que tenía almojarifazgo propio, y Cádiz, que obtuvo el monopolio de la «contratación» con Berbería en 1493, después de regresar a la jurisdicción realenga14.

Precisamente, este comercio con las costas africanas y el desarrollo de la navegación en el Atlántico medio han de retener nuestra atención, porque fueron uno de los escenarios inmediatos que Cristóbal Colón conoció, y del que tomaría colaboradores y experiencia15.

En los tráficos con Berbería interesaba, ante todo, el «fabuloso comercio del oro», muy difícil de cuantificar, aunque las cifras que se conocen son impresionantes (¿54.000 liras de oro genovesas, sólo a esta república, en 1377? ¿40.000 ducados a Florencia en 1466? ¿El equivalente a 200.000 ducados importados por vía de Cádiz en 1518?). Los esclavos guineos del África negra y azanegas saharianos constituían otro renglón fundamental, y se adquirían en los puertos del Marruecos atlántico, sin contar con los que proporcionaban las «cabalgadas» que los andaluces dirigían contra los emiratos de Fez y Tremecén16.

El tráfico, en uno u otro sentido de cereales, y el intercambio de productos agrarios y materias primas africanas por manufacturas redistribuidas por los puertos andaluces -en especial pañería- no nos ha de entretener ahora, salvo para señalar su relación con un fenómeno muy importante: el progresivo conocimiento que los marinos andaluces tuvieron de las rutas del Atlántico medio, y el desarrollo paralelo de las pesquerías de altura.

Según A. Rumeu de Armas, los caladeros africanos frecuentados por los pescadores llegaron a estar muy al S. del cabo Bojador, hasta Senegal, Gambia y Guinea ya en la segunda mitad del siglo XV, pero los andaluces pescaban sobre todo entre los cabos Aguer y Bojador y hasta Río de Oro, y siguieron haciéndolo a pesar de las limitaciones establecidas por los tratados luso-castellanos de Alcaçovas (1480), Tordesillas (1494) y Sintra (1509), que coincidían en afirmar el monopolio portugués. En 1509, el tratado de Sintra reconocía el derecho castellano «a pescar y saltear y contrastar en tierra de moros por dicha costa… de la manera que hasta aquí lo podían y acostumbraban hacer» 17.

Así, los pesqueros en El Puerto de Santa María, Palos, Huelva, Moguer, Ayamonte y otras plazas se encontraban en las zonas del cabo Espartel, río Lukus y Sebú, cabos de Aguer y Bojador, e incluso al S. de éste, y así la pesca se convirtió en alimento corriente de los andaluces. Recordemos que las dos carabelas de Palos que participaron en el primer viaje de Colón, lo hicieron para sufragar una pena impuesta por la Corona para infracciones en materia pesquera18.

Por mucha que fuera la importancia del comercio, lo que más llamaba la atención y la conciencia de los contemporáneos era el señuelo de la guerra contra el infiel y los proyectos de conquista en su territorio. También Colón lo incluía como resultado final de su viaje por la ruta de Occidente. Pero en el Magreb atlántico las conquistas estaban reservadas a los portugueses. No obstante, era frecuente en el último tercio del siglo XV y a comienzos del XVI que marinos andaluces atacaran las costas de Berbería, tanto las de Fez como las de Tremecén, mediante «cabalgadas» que reportaban cautivos y botín, y de las que a menudo tenemos noticia por el cobro del «quinto real» sobre su producto o por el testimonio de alguna relación contemporánea19.

Aquellas acciones de «barrajar» en las costas, aduares y poblados del N. de África -replicadas por los musulmanes en la medida de sus fuerzas- eran a la vez «arriesgadas y lucrativas». Junto con el trato comercial o «rescate», crean un hábito que algunos marinos y exploradores andaluces no abandonarán al otro lado del Atlántico, y tienen una consecuencia que también en él sería importante: aumentar el conocimiento detallado de las costas y contar con «adalides» o expertos útiles para la preparación y guía de expediciones en tierras desconocidas u hostiles.

La expansión territorial

Las empresas de conquista y colonización no eran algo lejano en la Andalucía de 1492 porque, sobre la base de las experiencias obtenidas en los siglos XI al XIII, se acababan de realizar dos de singular importancia, que renovaban aquella herencia histórica medieval, y con ello la preparación de los andaluces para aquel tipo de actividades. Por una parte, la conquista del reino musulmán de Granada (1482-1492), que Colón conoció bien porque estuvo en algunos campamentos del ejército cristiano (Málaga, Santa Fe), y, por otra, la de las islas Canarias (1478-1496), algunos de cuyos financiadores lo serían también del descubridor genovés.

En las Islas Canarias tomó la Corona el relevo de una empresa que había comenzado en 1402 por iniciativa señorial, protagonizada por varios linajes del patriciado urbano de Sevilla -Las Casas, Peraza, Martel, Herrera-, ante la necesidad de detener el peligro de intervención portuguesa, que se manifestó todavía durante la guerra con este reino entre 1475 y 1479. En aquel momento había ya cuatro islas bajo dominio señorial -Lanzarote, Fuerteventura, La Gomera, El Hierro- pero las tres islas mayores, Gran Canaria, La Palma y Tenerife, continuaban sin conquistar e integrar en Castilla, y los reyes asumieron la tarea para sí, pero la conquista se realizó por capitanes que capitulaban con los reyes las condiciones de la operación.

Ésta fue discontinua y difícil a veces: Gran Canaria en 1480, La Palma en 1492, Tenerife en 1496. Además, generó un tipo de repoblación y organización del territorio peculiar, pues era preciso combinar los intereses de la Corona con los de los conquistadores y sus socios, y con los de quienes habían contribuido a financiar la empresa, en especial florentinos y genoveses afincados en Sevilla y Cádiz (Juanoto Berardi, Francisco de Riberol, Mateo Viña, Francisco Palmaro o Palomar…). Paralelamente, el sentido misional que había tenido la conquista e intervención castellana en las islas, favorecido por bulas pontificias y por la acción de los franciscanos, imponía algunos límites a la lucha contra la población aborigen, que de otro modo habría sido totalmente esclavizada.

Así sucedió que, en algunos aspectos, las Islas Canarias eran hacia 1492 una prolongación de intereses y proyectos andaluces, y un banco de pruebas o experiencias que a veces sirvieron para las primeras colonizaciones en el Caribe, sobre todo en lo que se refiere a la agricultura para exportación -caña de azúcar- y al movimiento de capital mercantil en las islas, controlado por genoveses. Por el contrario, la colonización de poblamiento fue mucho más rápida y densa, y las instituciones administrativas estuvieron sujetas al Consejo Real y a la Audiencia de Granada, de modo que Canarias fue un reino según el modelo castellano, y la misma cercanía de las Islas facilitó el que fueran ya entonces un finis terrae europeo y no una primera tierra indiana20.

La conquista de Granada fue una empresa en la que la Corona y la sociedad castellanas se emplearon a fondo durante un decenio, poniendo en juego todos sus recursos militares, financieros e institucionales, porque se consideró como la culminación de un proceso secular de reconquista contra los musulmanes, en el que se recuperaba la totalidad del espacio peninsular mediante la desaparición del último poder político islámico. Más acá de esta consideración ideológica, se trataba de acabar con la frontera que durante dos siglos y medio habían mantenido los emires de Granada frente a la Andalucía castellana, de evitar posibles peligros militares en un momento de expansión turca en el Mediterráneo, y, también, de enviar muchos pobladores cristianos: en 1530 la mitad al menos de la población del reino -unos 200.000 h. en total- eran nuevos pobladores o sus inmediatos descendientes.

La administración del reino de Granada se organizó según los modelos empleados en el resto de la Corona de Castilla pero, al igual que en Canarias, sin el lastre de una evolución pasada, lo que permitió acentuar el ejercicio de la autoridad regia. Tanto en Granada como en Canarias la organización eclesiástica se efectuó, desde el principio, en régimen de Patronato Real por concesión pontificia. En estos aspectos político-administrativos, pues, ambos territorios anticiparon la mayor facilidad y pureza con que la Corona implantó en América algunas formas características del «Estado moderno». Pero es de suponer que Colón, cuyos criterios sobre el poder político eran muy distintos, no obtuvo provecho de aquellas experiencias21.

Los ejemplos tan próximos de conquista y colonización sí que estarían presentes, en cambio, en la mente de muchos andaluces, y también las cuestiones tocantes al contacto con los indígenas, a la guerra y a la misión, pero tampoco hay que exagerar el paralelismo: entre la conquista y la población de Granada y las americanas hay grandes diferencias, y bien sabían los conquistadores que los indios en poco se parecían a los musulmanes, a pesar de las invocaciones a Santiago en las batallas, o de llamar a veces «mezquitas» a los templos indígenas.

A decir verdad, los procesos de evangelización fueron muy distintos: el éxito acompañó a los misioneros en Canarias y América, entre unos paganos que veían en la conversión una garantía de supervivencia, y que aceptaron sus consecuencias religiosas y culturales. Por el contrario, los musulmanes de Granada, aunque bautizados entre 1500 y 1502, permanecieron siempre ajenos al mundo religioso y cultural hispano-cristiano, hasta que Felipe II expulsó de aquellas tierras a sus descendientes moriscos en 1571.

El entorno social del descubridor

Hemos de preguntarnos ahora sobre la estructura y las jerarquías sociales andaluzas, en especial aquellos aspectos que más influyeron en la vida de Colón durante sus años andaluces y en su percepción de la realidad hispana.

Los caracteres propios de la sociedad andaluza bajomedieval nacieron en un doble proceso, hoy bien conocido, de éxodo y desaparición casi total de la anterior población musulmana, y de repoblación y nueva organización del territorio en todos los aspectos por los colonos cristianos, entre 1230 y 1280, aproximadamente22.

Las repoblaciones reprodujeron las estructuras sociales e institucionales vigentes en otras regiones de Castilla, aunque simplificándolas y adaptándolas a los intereses y proyectos del poder monárquico, tal como lo concebía Alfonso X (1252-1284). Todos los nuevos pobladores fueron jurídicamente libres, y la cuantía de los bienes raíces rústicos o urbanos que recibieron varió según sus obligaciones militares fueran combatir a pie (peones) o a caballo (caballeros). Entre estos últimos se distinguió especialmente a los que tenían condición noble. Además, se repartieron tierras y otros bienes a grandes oficiales de la Corona, miembros de la alta nobleza castellana y leonesa, iglesias, monasterios y Órdenes Militares, que constituyeron los primeros señoríos en la región, sobre todo cerca de la frontera con la Granada islámica. Se cuidó especialmente la población de los núcleos urbanos, donde hubo grupos a veces importantes de judíos y, en Sevilla, de mercaderes extranjeros: los primeros privilegios a los genoveses datan de 1251.

La situación de la Baja Edad Media, las crisis y cambios económicos, y las luchas políticas, modificaron en muchos aspectos esta situación originaria, aunque respetaron sus rasgos fundamentales. Ante todo, Andalucía vivió durante dos siglos y medio como tierra de frontera, lo que exigió el mantenimiento de un fuerte dispositivo militar, propició la promoción nobiliaria, el aumento del número de señoríos, y la vigencia de aspectos de la mentalidad caballeresca, que apoyan ideológicamente el predominio aristocrático, al explicarlo por medio de justificaciones inmediatas -el papel militar y protector de los aristócratas- y magnificarlo como tema literario, de lo que son buena muestra los romances fronterizos del siglo XV. Por otra parte, las posibilidades de conquista y colonización fomentaban, a veces, alguna flexibilización transitoria de la estructura social y estimulaban la movilidad en su interior.

La crisis del siglo XIV, el hecho de que Andalucía era un país relativamente poco poblado, y la vinculación de las producciones agrarias al comercio favorecieron los procesos de concentración de propiedad de la tierra, en beneficio de familias de la pequeña aristocracia urbana y de linajes de la gran nobleza que se fue formando en la región.

1. El predominio aristocrático

Sin embargo, los fundamentos del predominio y auge de las aristocracias son más variados y complejos. En el crecimiento del poder aristocrático, a la vez económico y social, político y cultural, cabe distinguir dos períodos: el primero hasta 1360-1380, caracterizado aún por la inestabilidad de la clase aristocrática y de sus medios de perpetuación, como lo demuestra la extinción de muchas familias de alta y baja nobleza. El segundo, de 1370-1380 en adelante, presencia el definitivo auge y la consolidación de linajes y patrimonios aristocráticos que perdurarían en los siglos siguientes23.

Por otra parte, es necesario distinguir también entre alta y baja aristocracia, integrante esta última de los diversos «patriciados urbanos», pero advirtiendo que los modelos de organización social y de poder eran propuestos por la alta, y que la baja aristocracia andaluza los aceptó sin presentar nunca alternativas, a diferencia de lo que ocurre en otros ámbitos europeos. Esto contribuye a explicar, también, la facilidad con que los grandes aristócratas dominan el gobierno de las ciudades, o la falta de asimilación de los valores económicos y sociales burgueses propios del capitalismo incipiente, aunque se obtengan beneficios de la actividad mercantil24.

Las formas de participación en el poder político son varias. Ocurrió, ante todo, un aumento del número e importancia de los señoríos en los que diversos linajes de la alta nobleza ejercían su jurisdicción. Los señoríos andaluces, todos en zonas rurales, eran un 27 por 100 del territorio hacia 1300 y un 48 por 100 en época de los Reyes Católicos, pero mientras que los de instituciones eclesiásticas y Órdenes Militares permanecen estables o disminuyen, los de la nobleza seglar pasan de un 3 por 100 en torno a 1300 a un 35,4 por 100 hacia 148025.

Además, los aristócratas dominaban la mayor parte de los órganos de poder en el territorio de realengo, o sea, sujeto directamente a la jurisdicción regia. Los cargos de la administración territorial de la monarquía, o bien son ocupados por aristócratas andaluces, o bien dan lugar a que nobles de otras regiones acaben formando linajes en Andalucía.

Más continuo e importante para el conjunto del grupo aristocrático era el dominio de los municipios de realengo, organizados en régimen de ciudad y tierra, a modo de señorío colectivo. En Sevilla y Córdoba, los puestos de alcaldes mayores y alguacil mayor estaban siempre en manos de grandes nobles, mientras que la asamblea o cabildo de regidores estaba integrada por miembros de los linajes de baja aristocracia urbana. Las «clases medias» urbanas sólo tenían una participación menor y subalterna en aquel tipo de poder municipal, en el que se integraban las relaciones políticas de los diversos niveles de aristocracia mediante lazos de clientela, formación de bandos o parcialidades, y enlaces familiares26.

Aquella polivalencia de medios de poder político y económico permitió a la aristocracia andaluza mantener y aumentar sus niveles de renta, sobre todo en el siglo XV: propiedades agrarias, derechos de la jurisdicción señorial, sueldos, mercedes y participaciones en las rentas de la fiscalidad monárquica, y también de la eclesiástica, intereses en los mercados urbanos y en el gran comercio exterior… éstos son los componentes principales de una renta aristocrática diversificada y modernizada, que tienen poco que ver con los modelos propios de la «edad feudal clásica». A finales del siglo XV, los ingresos brutos de grandes nobles como el duque de Medina Sidonia, el duque de Arcos o el de Medinaceli, alcanzaban los 40.000 ducados anuales27.

En el mantenimiento de aquel modelo aristocrático de dominio social jugó un papel fundamental la organización familiar en linajes, la solidaridad de sangre, los enlaces entre unos y otros. En el interior de aquellos círculos familiares se promovían unos valores culturales bien determinados: puede decirse que en la Andalucía bajomedieval predomina el tipo social del caballero, y es muy escasa, la figura del burgués, más o menos ennoblecido, que no haya buscado conscientemente asimilarse a los valores aristocrático-caballerescos, utilizando para ello los signos externos más relevantes: el empleo de cabalgaduras y armas, las formas adecuadas de vestido, adorno y comida, la adopción de un tren de vida caracterizado por el ocio noble en algunos aspectos, y por la presencia de criados e incluso esclavos para los diversos trabajos de servicio.

Hubo también una religiosidad pro-aristocrática o, al menos, unas formas de religiosidad que, de hecho, beneficiaban el mantenimiento de los intereses del grupo, formas protegidas por la misma aristocracia a través de fundaciones pías que, además de su valor como signo de fe, estaban cargadas de contenido social. Así sucede con los patronatos sobre monasterios y conventos establecidos por los grandes linajes, que fijaban en ellos su enterramiento, o por las capellanías, enterramientos y aniversarios que las familias de la aristocracia urbana dotaban en diversas iglesias y conventos como manera de revalidar «post mortem» las jerarquías y valores sociales y, además, como procedimiento para mostrar la coherencia del linaje en torno a su cabeza o pariente mayor, con motivo de las ceremonias funerarias o recordatorias.

Es muy conocida la influencia de aquellos modelos sociales y culturales andaluces en los procesos de conquista y colonización americana. ¿Hasta qué punto los asimiló o quiso integrarse en ellos Colón, después de haberlos conocido, en su carrera de ascensión política y social tras el Descubrimiento?

Durante los años anteriores, en su búsqueda de protectores que acogieran su proyecto, Colón había acudido a dos altos nobles andaluces, Enrique de Guzmán, duque de Medina Sidonia, y Luis de la Cerda, duque de Medinaceli, por motivos muy comprensibles. Ambos tenían en sus señoríos puertos costeros cuya actividad mercantil y pesquera era de gran importancia: Sanlúcar de Barrameda, Huelva, una parte de Palos y, por vía de una rama colateral, Lepe y Ayamonte, eran del duque de Medina Sidonia, que además se había interesado en la empresa de Canarias y en el comercio y «rescates» en la costa atlántica africana, mientras que El Puerto de Santa María era del duque de Medinaceli quien, en marzo de 1493, recordaba su protección a Colón para intentar, infructuosamente, que los reyes le concedieran parte en el negocio que se preveía con las nuevas tierras, al menos que «el cargo y descargo» de los buques fuera en El Puerto. Pero la voluntad de la monarquía fue siempre que la alta nobleza, a título institucional y señorial, permaneciera al margen de lo que fue ocurriendo en el Nuevo Mundo, aunque el papel que jugaron los marinos y barcos de los lugares costeros de señorío fue tan importante en los años que siguieron a 1492: baste recordar el de los Pinzón, de Palos, o los Niño de Moguer, en el primer viaje colombino28.

2. La sociedad urbana

Colón vivió buena parte de su tiempo entre 1485 y 1492 en Córdoba, o en relación con Sevilla, de modo que su contacto con aquellas sociedades urbanas es otro elemento muy importante a tener en cuenta.

Las «clases medias» mercantiles y artesanas eran bastante fuertes en número de individuos pero más bien débiles en peso social dentro de las ciudades andaluzas, debido a su escasa participación en el poder urbano y a la falta de proyección, sobre el conjunto, de sus ideales de vida productiva y mesurada, puesto que sus elementos más destacados tendían a fundirse con la aristocracia ciudadana, y por debajo sólo tenían un amplio proletariado urbano cuyo horizonte era la simple supervivencia cotidiana. No obstante, algunos elementos de la manera «mesocrática» de concebir el orden social, contrarios a la inutilidad y el carácter depredador que se atribuían al modelo señorial-aristocrático, saldrían a la luz durante la expansión ultramarina en los escritos de autores, como Fr. Bartolomé de Las Casas, que procedían de la zona de contacto entre aristocracia y clases medias urbanas29.

Conocemos de éstas su tipología socio-profesional y, hasta cierto punto, los marcos de organización gremial que maduran a lo largo del siglo XV, pero que nunca produjeron una participación en los gobiernos locales a partir del encuadramiento profesional. Los padrones de vecindario de la ciudad de Sevilla han permitido esclarecer su realidad social desde tres ángulos: el reparto por profesiones, la situación ante el impuesto directo -privilegiados, francos o exentos, pecheros-, y los niveles de riqueza imponible, lo que contribuye a perfilar el concepto de «pobreza fiscal» y a conocer mejor la estratificación económica de la sociedad hispalense: hacia 1480, el 70 por 100 del vecindario era pobre desde el punto de vista fiscal, o sólo disponía de los recursos derivados de su trabajo, otro 25 por 100 vivía en lo que podemos llamar niveles medios, y sólo un 5 por 100 disponía de bienes por una cuantía fiscal de 50.000 maravedís (133 ducados) o más, esto es, la cifra mínima para ingresar en la caballería de cuantía, casas y ajuares aparte30.

Pues bien, estos medianos -así se les llamaba entonces-, a los que se distingue con claridad de los de pequeña manera, tenían algunos medios de participación en el poder, o de hacerse notar ante él, sobre todo si accedían a la caballería de cuantía, a pesar de la degradación que ésta sufrió en Andalucía desde la segunda mitad del siglo XIV31. Otra vía era la elección o el acceso a los cargos de jurado del concejo pero muchos de ellos estaban ya en manos de la aristocracia urbana. Y, en fin, el intento de los Reyes Católicos para implantar unos personeros del común en los concejos castellanos terminó en fracaso. Cerradas aquellas posibilidades, los medianos perdieron también cualquier otra que pudieran tener de modificar o matizar las circunstancias del sistema social.

Además, esta merma de posibilidades se vio acentuada en las sociedades urbanas andaluzas de la segunda mitad del siglo XV por la presencia del problema de los judeoconversos, y por su evolución. Al ser los conversos y sus descendientes, en su mayoría, «clases medias urbanas», la marginación y las persecuciones a que se les sometió y, desde 1481, las actuaciones de la Inquisición, aparte de frustrar muchas promociones individuales, imposibilitó cualquier evolución del sistema social en la que ellos tuvieran protagonismo o, al menos, parte activa, como tal grupo32.

Otra cosa es que algunos conversos pudieran integrarse en las filas del patriciado urbano, o en las del alto y medio clero33. Pero, en definitiva, la condición de su supervivencia o, al menos, de su tranquilidad, pasaba por disolver en el conjunto social lo más posible, si les dejaban, su antigua identidad socio-religiosa. Colón vivió en Andalucía los años más duros de la Inquisición, y siempre es un interrogante a responder cómo incidió en él aquella realidad, y qué contactos tuvo con conversos, aunque nada permite suponer que fueran más intensos o trascendentes que los mantenidos con otros sectores de la sociedad urbana.

3. Los genoveses en Andalucía

La situación de los grupos de mercaderes, financieros y artesanos foráneos en aquellas ciudades era peculiar. Unas veces procedían de otras partes del reino -burgaleses a fines del siglo XV-, pero casi siempre eran extranjeros que residían en Sevilla, Jerez, Puerto de Santa María, Cádiz, e incluso Córdoba. Prestaban todos ellos unos servicios y desarrollaban unas actividades que les convertían en un apoyo valioso del orden social vigente.

Conocemos bastante bien el caso de los genoveses: protagonizan y financian parte del comercio exterior, se benefician de él en sus aspectos lícitos y también en los irregulares –saca de oro y plata-: ¿qué interés o deseo podían tener de influir en un cambio social cuando su «simbiosis» con los poderosos les resultaba tan provechosa? Todo lo contrario, los que llegan a naturalizarse castellanos, o bien se integran en los patriciados urbanos de Jerez, Cádiz o Sevilla, o bien reproducen en las ciudades de Andalucía la condición de artesanos, marinos o pequeños comerciantes, sujetos al poder de una república aristocrática, que ya tenía en su tierra ligur de origen34.

Las relaciones de Colón con sus compatriotas no se dirigen hacia aquéllos ya naturalizados en Sevilla, Jerez o Cádiz, e integrados en las aristocracias urbanas, como los Villavicencio-Zacarías, Bocanegra, Cataño, Adorno o Spínola. Sus interlocutores más próximos son los mercaderes estantes, vinculados a los negocios y la economía andaluza, cuyo número aumentó mucho en la segunda mitad del siglo, y aumentaría más después del Descubrimiento, hasta el punto de escribir el embajador veneciano Marco Dandolo en 1503 que «un tercio de Génova se encontraba entonces en España, donde negociaban más de trescientas compañías mercantiles genovesas».

Pero los mercaderes y financieros más importantes no se interesaron por la empresa indiana hasta que hubo seguridad de beneficios. Antes, en los años difíciles, Colón sólo contó con apoyos procedentes de gentes más modestas, procedentes a menudo de alberghi genoveses de creación relativamente reciente, que ya conocían el negocio colonizador en Canarias, y disponían de medios para participar en la exploración atlántica pero no para protagonizar el gran comercio internacional35.

Ejemplos: los Sopranis, los Riberol, los Pinelli. Francisco Pinelo, afincado en Sevilla, en cuya aristocracia local llegó a integrarse, contribuyó a financiar el primero y el segundo viajes colombinos; su pariente, más poderoso, Martín Centurión, el tercero, en el marco de otros préstamos que hacía a la Corona. Riberol, Francesco Doria, Francesco Castagno y Gaspare Spínola intervienen en la financiación del cuarto viaje. No siempre eran genoveses, sin embargo: entre los apoyos más firmes con que contó Colón en su empresa se cuenta el del florentino Gianotto Berardi, cuyo nombre he mencionado ya en relación con la conquista de La Palma36.

Es probable que también en Córdoba haya mantenido contactos semejantes Colón, pues allí operaban otros Spínola, gestores de la bula de cruzada, y había bastantes artesanos originarios de Génova y de Florencia, ya naturalizados y con nombres castellanos a menudo. Su nivel profesional -son tintoreros, perailes, operarios del textil- y su origen social debían ser en muchos casos semejantes al del futuro descubridor de América37.

Los objetivos políticos de la Monarquía

Las relaciones entre los Reyes Católicos y Colón se comprenden mejor si tenemos presentes el estado político de Andalucía y los objetivos del gobierno monárquico allí y en otras partes de la Corona de Castilla, tal como se realizaban desde 1475.

El reinado conjunto de Isabel y Fernando se caracterizó por un notable y rápido fortalecimiento del poder monárquico, que llevó a su culminación muchos elementos anteriores constitutivos del «Estado moderno» en su versión hispánica. Fue una época de pacificación social en la que se respetaron los privilegios y el predominio aristocrático, pero sujetando bien, al mismo tiempo, sus ámbitos de poder -los señoríos, el control oligárquico de las ciudades- a los intereses y líneas políticas de conjunto trazadas por la Corona. Los reyes pudieron así ejercer como verdaderos protagonistas del poder, recuperar aspectos y parcelas de éste perdidos en tiempos anteriores, llevar a cabo empresas de guerra, conquista y relación diplomática como cabeza de un cuerpo político cuyas instituciones de gobierno, sin cambiar apenas, eran mucho más eficaces. La unión dinástica entre las Coronas de Castilla y Aragón, que ellos efectuaron, potencia muchos de estos aspectos, aunque aquí los refiramos al ámbito andaluz38.

La época inmediatamente anterior, desde 1464, había sido pródiga en guerras internas, debido a la dejación de poder por el rey Enrique IV ante las presiones de la alta nobleza, y a los enfrentamientos entre unos y otros linajes de ésta por el dominio en la Corte, o en ámbitos regionales. En el reino de Sevilla las protagonizaron los Guzmán, duques de Medina Sidonia, y los Ponce de León, condes de Arcos, al frente de sendos bandos, entre 1471 y 1474, y en Córdoba las varias fracciones del linaje Fernández de Córdoba, desde 1465.

El viaje de los reyes Isabel y Fernando a Andalucía en 1477-1478, prácticamente vencedores ya en la guerra de sucesión, modificó totalmente la situación. Los grandes nobles reafirmaron su obediencia, abandonaron sus intervenciones políticas en las ciudades, pero conservaron incólumes su poder señorial, su fuerza económica y su predominio social pues los reyes se limitaron a comprar Palos (1492) y a restablecer la jurisdicción de la Corona en Cádiz (1493) y en Gibraltar (1502), por entender que se habían enajenado indebidamente unos decenios atrás. Las aristocracias urbanas recobraron el protagonismo dentro de la parcela que se les asignaba -la administración de las ciudades de «realengo» y sus «tierras»-, pero bajo el control de los corregidores nombrados por los reyes, que implantaron también la nueva Hermandad, en la que participaban todas las ciudades castellanas, para la persecución de la delincuencia en zonas rurales.

También puede considerarse, en cierto modo, como una medida de restablecimiento de la autoridad política -que estaba entonces basada en la legitimidad religiosa principalmente- el establecimiento de la Inquisición, proyectado en 1478 y en Sevilla, porque puso fin a las revueltas urbanas contra los judeoconversos y encauzó hacia la vía jurisdiccional el problema religioso, pero también político, de la apostasía de algunos de ellos.

En aquella situación de disponibilidad ante el poder monárquico vivió Andalucía la conquista de Granada, y los enormes esfuerzos humanos y económicos que exigió. En ella, no obstante, pudieron los grandes nobles recuperar el papel de primeros colaboradores de la Corona, y alzarse alguno de ellos -el marqués de Cádiz y conde de Arcos, Rodrigo Ponce de León- con un protagonismo caballeresco y militar, que sería la última manifestación de un modo de estar en la vida política y bélica andaluza llamado a desaparecer después de 1492. Para el conjunto de los andaluces, la mayor compensación era la desaparición misma de la frontera, de sus peligros y cautiverios, con la posibilidad de explotar mucho mejor la amplia banda morisca próxima a ella y de enviar colonos al territorio granadino, de modo que la guerra, fue a la vez una apoteosis del poder regio y una empresa bien aceptada y secundada por la sociedad andaluza39.

En tales condiciones de plena autoridad, restaurada y en ejercicio, ¿cómo interpretar las Capitulaciones de Santa Fe -17 de abril de 1492- que parecen en muchos aspectos cesiones exorbitantes de poder a favor de Cristóbal Colón?40.

Las capitulaciones, asientos y conciertos que los reyes hicieron durante la guerra de Granada con los musulmanes vencidos, para poner fin a la contienda, adoptaban la forma de privilegio real. Sólo en algunos aspectos formales son comparables a la colombina, que, según diversos autores, merece «la calificación jurídica de contrato», aunque sobre un negocio a realizar con escaso gasto económico y que muchos «no tenían… por muy çierto», lo que puede contribuir a explicar la mayor largueza de los reyes, no porque pensaran modificarla en el futuro, pero sí por su convicción de que, en caso políticamente necesario, su autoridad y preeminencia regias, que se concebían como soberanas y absolutas, podrían alterar lo capitulado. No obstante, Colón -que era un hombre procedente del mundo urbano y mercantil bajomedieval- no estaría en condiciones de entender tales aspectos de la doctrina política monárquica castellana41.

Por lo demás, los reyes otorgaron a Colón atribuciones delegadas de su propio poder según los usos ya establecidos en Castilla. Como Almirante, recibe las que tenían los Almirantes de Castilla, aunque algo modificadas: el derecho de «despacho», es decir, de cargar un octavo en cualquier barco, pagando el flete -el Almirante de Castilla podía cargar hasta un tercio, en los barcos sujetos a su jurisdicción-. Una participación de un diezmo sobre el botín o «ganancia» obtenido por las expediciones (el almirante castellano llevaba un tercio, más el quinto real). Y capacidad judicial pertinente a su cargo. En definitiva, los derechos del Almirante castellano eran mayores, lo que sucede es que estaban fijados en cantidades equivalentes establecidas desde hacía mucho tiempo, y arrendados, mientras que Colón pretendía hacer efectivos la totalidad de los suyos42.

Como Virrey y Gobernador, recibía las atribuciones que tenían estos cargos en la Castilla del momento. Por ejemplo, los desarrollados por don Pedro Fernández de Velasco en distintos momentos, desde 1478, pero con dos claras ventajas: el cargo sería vitalicio y hereditario. Y, además, Colón podía presentar ternas para que los reyes efectuaran sobre ellas el nombramiento de todos los cargos públicos.

Es decir: el Descubridor era elevado a las categorías máximas de la aristocracia castellana y se le confería un fuerte poder político vitalicio y hereditario, pero como representante de los reyes. No hay cesión jurisdiccional ni creación de señorío. En el plano doctrinal no existe, pues, contradicción entre los objetivos políticos de la monarquía y lo capitulado para aquella situación peculiar e irrepetible, cuyos efectos habían de ocurrir en ámbitos muy lejanos al territorio de la Corona de Castilla, lo que era otro motivo para admitir condiciones especiales, como seguramente recordarían a los reyes más de una vez, entre 1485 y 1492, los cortesanos que en uno u otro momento parecen haber apoyado a Colón: el secretario Alonso de Quintanilla, los obispos fr. Hernando de Talavera y fr. Diego de Deza, el franciscano fr. Antonio de Marchena, el escribano de ración Luis de Santángel, etc.

La Rábida como símbolo

El convento de franciscanos observantes de La Rábida, cerca de Huelva, ha sido considerado siempre como un símbolo del Descubrimiento, mudo testigo de la partida de los tres barcos hacia lo desconocido, el 3 de agosto de 1492, y residencia humilde de los frailes que devolvieron la confianza a Colón en los momentos más difíciles de 1491, cuando todo parecía haber fracasado. Allí encontró a fr. Juan Pérez, antiguo confesor de la reina Isabel, que consiguió la reanudación de las conversaciones, y al «frayle astrólogo» con el que departió sobre su proyecto, y muy cerca, en Palos y en Moguer, al «físico» García Hernández, al viejo piloto Pedro Vázquez de la Frontera, a Martín Alonso Pinzón, y a tantos otros que hicieron posible, en torno a Cristóbal Colón, el viaje descubridor43.

Pero el simbolismo de La Rábida nos atrae ahora por otros motivos, porque llama nuestra atención sobre lo que los franciscanos y el franciscanismo significaban tanto para el descubridor como en la Andalucía de su tiempo.

Es bien sabido que Colón y su «mentalidad mesiánica» encajaron perfectamente «en el ambiente franciscanista español»44. Su devoción a San Francisco le llevaría a ser enterrado en hábito de terciario franciscano, y su afecto a la Orden no sufrió merma ni siquiera en sus últimos años, cuando algunos frailes franciscanos contribuyeron, con sus declaraciones sobre la situación en La Española, a mermar su crédito político, aunque es cierto también que desde 1498 su «verdadero padre espiritual» fue Gaspar Gorricio de Novara, fraile cartujo autor de un Carro de las dos vidas, es a saber, de vida activa y vida contemplativa (Sevilla, 1500), y que su sepultura estuvo en la Cartuja de Las Cuevas, sevillana.

Si los cartujos, como los jerónimos, significaban la vida religiosa contemplativa, y de ahí su buena fama y capacidad de atracción social, los franciscanos eran protagonistas de vida activa, exploradora y misionera en aquella época de la historia del cristianismo, precisamente los dos aspectos más próximos al ideal mesiánico colombino45.

Los franciscanos observantes de la custodia de Andalucía estaban presentes en la «misión» o evangelización de Canarias desde principios del siglo XV: en 1403 se erigió la diócesis de Rubicón, en Lanzarote, y en 1414, franciscanos de La Rábida fundaban el convento de San Buenaventura de Betancuria. En 1434, la bula Regimini gregis, de Eugenio IV, proclamaba la libertad de los indígenas, como seres humanos, y la prelación que habían de tener las acciones evangelizadoras. No fue así, a menudo, pero se estaban creando los fundamentos de un nuevo modo de contacto con poblaciones paganas, y los franciscanos andaluces eran protagonistas del fenómeno. Funcionó incluso, entre 1472 y 1480, una nunciatura para Guinea, encomendada por Sixto IV a fr. Alonso de Bolaños, fraile de La Rábida, que amplió durante unos años la acción de los «conventos franciscanos de la misión de Canarias»46.

La experiencia franciscana era de distinto tipo, pero aún más antigua, en los intentos misionales dirigidos hacia el Islam granadino y norteafricano. No tuvieron éxito, pero conviene recordar que un fraile de la Orden solía ser obispo de Marruecos, con residencia en Sevilla47.

La Rábida materializa así un elemento ideal -la misión- que compartía Colón, a la vez descubridor y visionario, con los andaluces de su tiempo, y que es inseparable del afán de negocio o lucro y del deseo de conquista. Del mismo modo, la devoción a María venía a coronar el edificio religioso de aquella época, bajo Dios Padre y Cristo: era Nuestra Señora del Amparo, bajo ésta u otras vocaciones, venerada en diversos santuarios andaluces, a los que acudían los marinos en agradecimiento por haber salvado la vida, y, sobre todo, en Guadalupe: allí viajaría Colón en 1493, después de su recibimiento triunfal en Barcelona y a Guadalupe también enviarían su ofrenda los navegantes portugueses, tras descubrir la ruta del Cabo de Buena Esperanza y llegar a Calicut, pocos años más tarde.

Conclusión

Otros puntos de España recorrió y conoció el Descubridor, casi siempre en pos de la Corte, desde Alcalá de Henares y Salamanca, durante los primeros tiempos de su búsqueda de protección regia, pasando por Barcelona en el regreso triunfal del primer viaje, hasta Segovia y Valladolid, al final de su vida, cuando intentaba en vano recuperar el favor regio y los privilegios y poderes que había perdido. Pero los años andaluces son los que dejan la huella hispánica en su personalidad y en sus afectos porque, además del entorno que acabamos de describir y que tanta influencia ejerció en diversos aspectos, en Córdoba conoció Colón a Beatriz Enríquez de Arana, y con ella tuvo a su hijo Hernando que, andando los años, sería biógrafo de su padre e historiador de sus viajes, de modo que en Andalucía forjó el Descubridor el arma más formidable para perpetuar su fama, si otras hubieran fallado: su primogénito, Diego, heredó los títulos, y los pleitos, pero el hijo cordobés, Hernando, se quedó con la memoria48.

Concluiré con la reflexión de un eminente historiador que, al exponer cómo el proyecto de Colón fue rechazado en Lisboa, y conocido en otras Cortes europeas, añade que el Descubridor habría llegado a Portugal con cincuenta años de retraso, y que pensó en Inglaterra o Francia con medio siglo de anticipación49. Algo de esto hubo, desde luego: llegar en el momento preciso. Espero que mi brevísimo análisis de la realidad de Andalucía haya ayudado a comprenderlo, al margen de cualquier interpretación determinista del pasado.

Había allí el adecuado soporte humano y técnico, el impulso renovador de un sistema económico que se mantenía, sin embargo, en sus términos tradicionales, como cimiento de un predominio social aristocrático compatible con el desarrollo de empresas mercantiles y con los primeros esbozos de acumulación capitalista. El poder político de la Corona era ya fuerte, sin que ello significara el aniquilamiento de otras formas de poder cuyo uso fue indispensable en los primeros tiempos de la exploración americana. Había, en fin, un ímpetu expansivo y colonizador, teñido todavía por los ideales y mitos de la cruzada, y puesto a prueba por aquellos mismos años. La chispa de la iniciativa colombina vino a caer sobre esta mezcla de factores, compleja pero bien estructurada, y así dio comienzo uno de los hechos de descubrimiento y conquista, de contacto y encuentro más destacados y extraordinarios de la Historia, que desde entonces comenzó a ser realmente de toda la Humanidad.

Cuál es, entre las Lucayas, la isla que denominó Colón de San Salvador

  

 

Cuál es, entre las Lucayas, la isla que denominó Colón de San Salvador

Cesáreo Fernández-Duro

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Desde que empezó á profundizarse en el estudio de la historia americana la identificación de la primera tierra que miraron absortos Cristóbal Colón y sus compañeros en el descubrimiento, al abrir la aurora el memorable día 12 de Octubre de 1492, ha sido objeto preferente de consideración y controversia, reconocidas las dificultades que para la resolución del problema ofrecen los extractos del Diario del Almirante transmitidas por el P. Las Casas, y la vaguedad de indicaciones del diario mismo tratando de lugares vistos á la ligera, sin nombres propios y con accidentes de fácil transformación en el transcurso del tiempo.

Los rumbos, las distancias recorridas, la graduación y la variación de las agujas, hasta la apreciación de las medidas de que hablan las relaciones del viaje, son otras tantas incógnitas que imposibilitan la solución matemática. La hipótesis aplicada á cualquiera de ellas complica la indeterminación, por lo cual personas de tan gran autoridad como Humboldt, Wallienaer, Prescott, Irving, Robertson, han dudado al señalar por correspondencia de la isla que se dice nombraban los naturales Guanahaní, y   —362→   á la que denominó de San Salvador el jefe de los nuevos argonautas españoles, alguna de las que forman el grupo de las Bahamas.

Sin entrar en el pormenor de las opiniones variantes; limitando la referencia á los historiadores españoles, mientras D. Martín Fernández de Navarrete, fiado en la derrota que encargó á don Miguel Moreno, daba por equivalencia á isla Turca, D. Juan Bautista Muñoz determinadamente la fijaba en la que ahora se llama Watling. Esta misma indicó como probable el Derrotero de las Antillas formado en nuestra Dirección de Hidrografía, y como al acercarse el cuarto centenario del descubrimiento, se estimulara en Cuba el laudable deseo de salir de dudas, hubo polémica en que con mucha laboriosidad tomaron parte hombres de ciencia y letras, produciendo, entre varios, dos estudios notables; de don Juan Ignacio de Armas, el uno; de D. Herminio C. Leyva, el otro, conformes en la identificación de la isla Guanahaní con la de Watling.

Antes que estos, por iniciativa del centro hidrográfico de los Estados-Unidos de América, emprendieron algunos oficiales de su marina y de la de Inglaterra, reconocimientos en las islas Lucayas; con preferencia en las nombradas Turk, Mariguana, Cat ó San Salvador, Watling, Salnaná ó Altwood (que son las que han dividido los pareceres), uniendo el examen pericial práctico al de las memorias escritas, y dieron á luz por resultado monografías muy interesantes.

Resumen ó condensación de todas ellas puede considerarse un opúsculo de M. Clements R. Markham, que con el título de Sul punto d’approdo di Cristoforo Colombo apareció traducido del inglés en Roma1, pues más que de original discurso es de crítica y comparación de los anteriores, de Muñoz, Navarrete, Kettel, Gibbs, Major, Irving, Humboldt, Slidell, Mackencie, Varnhagen, Fox, Becher, Peschel y Murdoch. En conclusión considera el autor demostrada ya la coincidencia de Watling con Guanahaní, y juzga que se debe á D. Juan Bautista Muñoz la identificación   —363→   del lugar de recalada de Colón; á M. Major la situación del punto en que las carabelas anclaron, y á M. Murdoch la derrota que desde allí siguieron hasta Cuba.

Sin embargo, en lucha todavía la evidencia con la desconfianza, D. José María Asensio, que acaba de dar á la estampa una historia de la vida y viajes de Cristóbal Colón2, sea por el respeto que la opinión de Washington Irving generalmente le merece, sea porque la semejanza de nombre le seduzca, se pronuncia por la isla actual de San Salvador al buscar identidad con la que San Salvador denominó el Almirante, y la señala en el mapa con la derrota de las carabelas, que ilustra su dicha obra.

En los Estados-Unidos de América tampoco han admitido llanamente las últimas deducciones, por grande que sea la competencia y responsabilidad de los oficiales de marina que las han hecho. La empresa del periódico el Herald, de Chicago, ha querido comprobarlas, y emulando con la de Nueva York del mismo nombre en el hecho de comisionar á M. H. M. Stanley para la exploración del África Central, ha costeado una expedición con objeto exclusivo de volver á reconocer una por una las islas Lucayas, examinando de paso los datos que sirvan al fin de determinar fijamente la situación de la problemática.

Da cuenta de la misión reciente la Gaceta de las islas Turcas3, diciendo que después de organizarse en la de Nueva Providencia, capital del archipiélago, embarcó en el vapor Nassau el 10 de Junio último, dirigiéndola M. Walter Wellman, secundado por el artista M. Charles Lederer. Empezaron el reconocimiento por la isla del Gato y costearon las otras con el Diario de Colón en la mano, haciendo las marcaciones y enfilaciones indicadas en el precioso documento. Llegados á Watling, impresionados desde luego favorablemente, volvieron á alta mar y buscaron la situación en que debían estar las carabelas al avistar la tierra. Desde allí se fueron aproximando con atención á la vista de las puntas, escollos, eminencias y cualquier otro objeto notable, por ver si   —364→   coincidían con las que marcó el descubridor. Guiados por el Diario desembarcaron en las inmediaciones de un altozano, en puerto situado 4,50 millas al Sur de Graham’s Harbour, y desde el que se descubre la colina de Dixon donde se eleva el faro. Como el seno con playa de arena respondía completamente á la descripción escrita, estimaron los expedicionarios que allí plantó Colón el estandarte de Castilla, y que terminada la ceremonia de la posesión subiría al altozano, distante unos 200 m., para gozar del panorama y descubrir en el interior la laguna y hacia la mar la isla cubierta de verdura de que habla.

Compulsados los rumbos y distancias de la derrota seguida por Colón desde la primera isla á las otras, adquirieron los comisionados el convencimiento de estar definitivamente resuelto el problema de la recalada, como se ha creído, y volviendo al altozano, asentaron un monumento sencillo que abordo llevaban dispuesto por sostén de lápida ó inscripción en que se declara ser aquel el sitio en que el gran navegante y descubridor de las Indias Occidentales desembarcó el venturoso día de su arribo.

Al tiempo mismo que la Gaceta de la noticia, ha llegado aquí otro impreso peregrino, obra de D. F. Rivas Puigcerver, de México4, que al lugar de llegada del Almirante también se refiere. Cuenta el articulista, con propósito de probarlo pronto, que en las carabelas de Palos iban no pocos judíos y moriscos, cristianos nuevos, forzados por los decretos de expulsión de los Reyes Católicos. Uno de ellos hacía guardia á proa la noche del 11 de Octubre de 1492, y no queriendo aventurar la impresión de sus ojos, dijo por lo bajo en hebreo:

í, í (¡tierra! ¡tierra!). Otro de su misma raza que al lado se hallaba preguntó:

weana (¿y hacia dónde?).

  —365→  

hen-i (¡hé ahí tierra!) respondió Rodrigo de Triana, primero que había hablado.

waana-hen-i (¡y hacia allá, hé ahí tierra!) afirmó el compañero con profunda convicción. Un cañonazo de la Pinta anunció entonces á todos el feliz descubrimiento.

haleluyah, exclamaron los judaizantes.

alhamdo lil-lah, dijeron los moriscos: ¡alabado sea Dios! los cristianos. Eran las dos de la mañana.

Contempló admirado Colón lo que ignoraba fuera un Nuevo Mundo, y al desembarcar, preguntando al intérprete judío como llamaban los naturales á la isla, Luis de Torres, que no los entendía, dijo: Guanahaní. (Honni soit qui mal y pense.)

Acaba el Sr. Rivas Puigcerver asegurando que de vuelta en España fué adjudicada á Colón injustamente la pensión ofrecida al que primero viera tierra; y Rodrigo de Triana, el judío converso cuya voz la anunció, viendo que se le arrancaba el merecido premio, pasó el Estrecho renunciando religión y patria. En Berbería contó á los hebreos esta fidedigna historia, por la cual Guanahaní, esto es, waana-hen-i, dará siempre testimonio de la influencia ejercida por los judíos en los cabos del Universo.

Bueno fuera que en vez de ofrecer á plazo diera al contado el autor las pruebas de su historia fidedigna.

Cristóbal Colón español, como nacido en territorio perteneciente al Reino de Aragón

Cristóbal Colón español, como nacido en territorio perteneciente al Reino de Aragón

Luis Franco y López

  —240→  

De las últimas investigaciones del abate Casanova resulta que no nació en Génova Cristóbal Colón, como generalmente se creido, sino en Calvi, ciudad fuerte de la isla de Córcega; y de ahí que, según dice el Temps de Paris, hayan empezado activamente en aquella ciudad los preparativos de las fiestas para celebrar el cuarto centenario del descubrimiento de las Américas. Y como consecuencia del resultado de las investigaciones indicadas, los Estados -Unidos, no sólo se proponen tomar parte especial en esta solemnidad, sino que se asegura, según se lee en algunos periódicos, que por un decreto del Presidente serán declarados ciudadanos de la república americana los habitantes de aquella isla.

Este importante descubrimiento del abate Casanova, que viene á confirmar el que en la primera mitad del presente siglo hizo M. Guibega, prefecto de Córcega1, demuestra que no es Italia   —241→   sino España, la que puede envanecerse de ser patria del que la dió un Nuevo Mundo. Y la razón es sencillísima. Cuando nació Colón, bien se coloque la fecha de este nacimiento en el año 1430, como quieren algunos, ó en el 1435 ó 36 como asegura uno de sus contemporáneos é íntimos amigos, la isla de Córcega formaba parte de la corona de Aragón. Sabido es que fué cedida en 1297 al rey D. Jaime II por el pontífice Bonifacio VIII; y aun cuando fuera cierto que los genoveses se apoderasen de aquella isla en 1481, cosa que hasta entonces, según dicen algunos historiadores, no habían podido conseguir á pesar de sus reiteradas tentativas, y aun cuando lo fuera, como dicen otros, que en el 1440 la hubiera conquistado por su propia cuenta la familia de los genoveses Campo Fregosa, siempre sería el resultado el que, habiendo estado hasta entonces instalados en ella los aragoneses, á quienes de derecho pertenecía, era aragonés Cristóbal Colón cuando nació; con tanto mayor motivo, cuanto que según refiere Zurita en el lib. VIII, cap. 28 de sus Anales, D. Pedro IV de Aragón en 1348, agradecido á la fidelidad y constancia que en los acontecimientos de aquella época manifestaron algunas compañías de corsos, que estuvieron en la defensa de Sácer (Cerdeña), todo el tiempo que los barones de Oria la tuvieron cercada, mandó que de allí adelante todos los corsos que estuviesen y morasen en cualquier ciudad y pueblo de Cerdeña fuesen tratados como catalanes y aragoneses.

No es necesario referir la multitud de hechos con que los reyes de Aragón manifestaron en aquellos siglos el ejercicio de la soberanía que tenían en Córcega, tales como el nombramiento de los   —242→   gobernadores que habían de regir la isla, según Zurita, lib. VI, cap. 56; lo que el mismo refiere en el lib. V, cap. 60, acerca del legado que mandó el Papa en el año 1303 á los prelados, condes y barones de Cerdeña y Córcega, para que reconociesen y obedeciesen por rey al de Aragón, y lo que asimismo dice en el lib. X, cap. 78, de que «en el año 1404, Vicentelo de Istria, sobrino del Conde Arrigo de la Roca, que era muy poderoso en Córcega, imitando á su tío que fué muy fiel á la corona de Aragón, juntando las gentes que eran de su parcialidad con mano armada y con diversos medios, hizo de manera que la mayor parte de la isla se pusiese en la obediencia del rey, habiéndose enviado para que se defendiese aquella parte de Vicentelo y se fuese ganando lo restante algunas galeras y gente con las que pasó este á la isla, yendo por capitán García de Latras, que se puso en el castillo de Cinerca, etc.» Tampoco hay gran necesidad de recordar lo que dice otro de nuestros historiadores2 acerca de la armada que juntó D. Alfonso V para pasar personalmente con ella á los reinos de Sicilia y Cerdeña, y asegurarlos en su obediencia; y que después de haber acabado de sujetar al segundo de ellos, juntamente con el estado de tierras del juzgado de Arboréa, pasó á Córcega para asistir á los condes de Istria sus vasallos, y rindió á Calvi (patria de Colón) y la principal fuerza de la isla en la ciudad de Bonifacio. Ni hay tampoco para qué detenerse en sacar las consecuencias que podrían deducirse (atendidas las circunstancias de que frecuentemente corrían la misma suerte esta isla y la de Cerdeña, y de haber venido á pasar la de Córcega á poder de Génova) de lo que el mismo Zurita refiere en los capítulos 15 y 36 del libro XX de sus Anales, y Mariana en los 5, 11 y 18 del libro XX de su Historia de España. Y no hay para qué ocuparse de ello, por la razón de que, aun cuando fuera cierto que de hecho hubieran dejado de poseer aquella isla los aragoneses en 1481 y aun en 1440, continuaron considérandose soberanos de derecho, y lo fueron efectivamente, por lo menos hasta el tiempo de Felipe II, puesto que el mismo Zurita refiere en el lib. XIII, cap. 8,   —243→   fué entonces cuando se aseguró á Génova en el señorío de la isla, aunque debajo de la protección y amparo de aquel rey. Y tanto es así, que, en el juramento que con arreglo á los fueros de Aragón prestó el mismo rey en La Seo de Zaragoza el año 1563, comprometiéndose, en cumplimiento del estatuto y ordenación hecha por el rey D. Jaime, á conservar unidos perpetuamente y bajo un solo cetro los reinos y condados que componían la corona de Aragón, dijo entre otras cosas á este propósito: «Ita quod quicumque sit Rex Aragonum idem etiam sit Rex Regnorum Valentiae, Maioricarum, Sardiniae et Corsicae, ac Comes Barcinonae Rossilionis et Ceritaniae» ( Murillo, trat. 2, cap. 8).

Por consiguiente, con idéntica razón, con el mismo derecho que sostiene Francia que fué francés Napoleón I por haber nacido en un territorio que solo desde pocos meses antes pertenecía á aquella nación3, con el mismo, y aun con mayor si cabe, puede sostener España que fué español, como nacido dentro de los estados de Aragón el descubridor del Nuevo Mundo.

El que en el documento de 22 de Febrero de 1498 en que fundó Colón su mayorazgo, dijera de «la cual ciudad de Génova he salido y en la cual he nacido,» y el que contestando el tribunal de San Jorge en 8 de Diciembre de 1502 á una carta suya, le llamase «amatissimus concivis» y á Génova «originaria patria de vestra claritudine,» que son las principales razones con que hasta ahora había aquella ciudad combatido á las muchas que le disputaban este honor (Cogoleto, Bugiasco, Finale, Quinto, Nervi sobre la Rivera, Savona, Pavestrella, Arbizoli cerca de Savona, Cosseria entre Millesimo y Carease, Val de Oneglia, Castel de Cucaro entre Alejandría y Casales, Placencia y Pradello en el Placentino)4, no son motivos suficientes á destruir lo que de las investigaciones del abate Casanova, según parece, resulta;   —244→   pues independientemente de que por haberse criado, según dicen algunos, en Génova, sería tenido por sus contemporáneos como natural de aquella ciudad, y de que en la época en que se escribieron tales documentos se habían apoderado los genoveses, según parece, de Córcega, por lo que considerarían como conciudadanos suyos los nacidos en aquella isla, es de creer que no se opondría á este concepto, porque su vanidad quedaría más lisonjeada con aparecer hijo de una ciudad tan ilustre y esclarecida, y que tan importante papel representó en los acontecimientos de aquellos siglos, que con serlo de una isla de poca valía, que no tenía existencia independiente, sino que por el contrario, iba pasando de unas manos á otras de los que tan frecuentemente se la disputaban5.

IV. Colón en España, por D. Tomás Rodríguez Pinilla.-Madrid, 1884

IV. Colón en España, por D. Tomás Rodríguez Pinilla.-Madrid, 1884

Manuel Colmeiro

Con este título publicó el Sr. Rodríguez Pinilla un estudio histórico-crítico acerca de la vida y hechos del descubridor del Nuevo Mundo, personas, doctrinas y sucesos que contribuyeron al descubrimiento; libro remitido á nuestra Academia por la Dirección general de Instrucción pública á los efectos de la Real orden de 23 de Junio de 1876.

Empieza el autor investigando la patria de Cristóbal Colón, la época de su nacimiento, su modesta cuna, sus aventuras de marino y la temprana afición á las expediciones más osadas y temerarias que le hizo concebir el proyecto de buscar un nuevo camino para la India, navegando por mares desconocidos puesta la proa al Occidente.

Expone las dudas y desconfianzas que suscitó en la corte de los Reyes Católicos la empresa del marino genovés, calificada de imposible por la mayor parte de los teólogos, letrados y cosmógrafos de su tiempo, y cita uno por uno los generosos protectores del hombre de la capa raída y pobre.

Discurre largamente sobre el favor que halló Colón en el guardián de la Rábida, y sus desmayos y esperanzas mientras siguió la corte, hasta que llegó el ansiado momento de armar tres carabelas y lanzarse á los peligros del mar tenebroso.

El autor se jacta de llevar la luz de la crítica á los parajes más oscuros de la historia del futuro Almirante de las Indias; pero es lo cierto que no publica un solo documento desconocido, y que, sobre todo, desde el capítulo X en adelante, este libro nada contiene que sea nuevo y pueda satisfacer la pasión de los curiosos.

La erudición del Sr. Rodríguez Pinilla es vasta, su ingenio sutil, su amor á la verdad sincero, su paciencia ejemplar, y solo peca contra la claridad por falta de arte en la composición del libro sometido al examen de nuestra Academia.

Como muestra del espíritu analítico del Sr. Rodríguez Pinilla, merecen ser citados dos ó tres puntos que trata muy despacio

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en su obra. Sea el primero el empeño en demostrar que el guardián de la Rábida Fr. Juan Pérez fué un personaje distinto de Fr. Antonio de Marchena, con quien se le confundió hasta el extremo de mezclar sus nombres y formar el de Juan Pérez de Marchena; y sin embargo (dice el autor), aquel era seguramente un humilde franciscano, y este probablemente un religioso de la misma Orden; aquel confesor de la Reina, y este un sabio modesto ó buen astrólogo según la carta de los Reyes Católicos á Colón en 5 de Setiembre de 1493; aquel falleció en su convento antes del año 1513, y este pasó á las Indias en compañía de Colón en su segundo viaje. Todas son conjeturas más ó menos verosímiles, pero sin llegar al grado de certidumbre que convence al lector.

Otro punto investiga el Sr. Rodríguez Pinilla y dilucida no menos curioso é interesante, del cual debe tener noticia la Academia. Es cosa que corre acreditada entre el vulgo, siguiendo la corriente de varios escritores extranjeros y algunos regnícolas, que los maestros y doctores de la Universidad de Salamanca, consultados por los Reyes Católicos en claustro general, declararon que las promesas de Cristóbal Colón eran imposibles, vanas y dignas de toda repulsa. De aquí tantas acerbas invectivas contra los hombres más doctos de España en ciencias y letras.

El autor del libro que motiva este informe prueba que los Reyes Católicos dieron comisión á Fr. Hernando de Talavera, prior del Prado, para convocar una Junta de letrados y marinos, la cual diese su parecer sobre el proyecto de Colón; que esta Junta, reunida en Córdoba al principio del año 1486, dijo que el plan sometido á su examen era quimérico é impracticable; que pesó mucho en el ánimo de los concurrentes la opinión de Fr. Hernando de Talavera opuesto á toda empresa que distrajese las armas de Castilla de la guerra de Granada, y que en vista del informe desfavorable los Reyes despidieron á Colón, aunque no le quitaron del todo la esperanza de volver á la materia.

Entonces tomó la mano en defensa del proyecto de Colón Fray Diego de Deza, y propuso á los Reyes abrir las famosas Conferencias que se celebraron por su iniciativa en la sala capitular del convento dominicano de San Esteban de Salamanca, en las

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cuales Cristóbal Colón ganó su causa. El efecto inmediato de las Conferencias fué que entró á servir á los Reyes Católicos; es decir, que el futuro decubridor del Nuevo Mundo se hizo vasallo de la corona de Castilla.

Nota el autor del libro presente la confusión en que cayeron los historiadores por no haber acertado á distinguir la Junta de Córdoba del Congreso de Salamanca, ni esta de la Universidad, y advierte el error que cometieron al atribuir á los maestros y doctores de aquella escuela insigne el voto adverso de los letrados y marinos obedientes á Fr. Hernando de Talavera. Lo cierto es que no hay prueba alguna, ni el más leve indicio, de que la Universidad de Salamanca fuese consultada acerca de la empresa de Colón, y que todo cuanto se dijo y propaló en su menosprecio carece de fundamento.

Por innecesario hubiera prescindido el Sr. Rodríguez Pinilla de investigar si el hijo que Cristóbal Colón tuvo de Doña Beatriz Enríquez fué natural ó legítimo, á no excitarle el conde Rosselly de Lorgues, obstinado en sostener que su héroe contrajo con dicha señora un segundo matrimonio in facie Ecclesiæ. El conde discurre así subordinando la crítica al empeño de persuadir que Cristóbal Colón murió en olor de santidad, y promover el expediente de su canonización; pero el Sr. Rodríguez Pinilla, que no es tan devoto, prueba la bastardía de D. Fernando con el testamento de su padre, otorgado en Valladolid el año 1506.

Por lo demás, es sabido que siempre interesan las circunstancias, por mínimas que sean, relativas á la vida de los grandes hombres que llenaron el mundo con su fama, y Cristóbal Colón es uno de aquellos cuyo nombre va unido con el siglo en que florecieron.

El asunto del libro del Sr. Rodríguez Pinilla, aunque tratado por muchos y doctos historiadores, así nacionales como extranjeros, es inagotable. Todo escritor que se sienta con fuerzas para ilustrarlo será bien venido; y su obra merecerá, como ésta, la protección que el Gobierno suele dispensar á las ya publicadas, originales y de utilidad reconocida para las bibliotecas.

Madrid 27 de Abril de 1888.

Manuel Colmeiro

Colón en Canarias

Colón en Canarias

Santiago de Vandewalle

Resulta del diario de Colón, que el jueves 9 de Agosto de 1492, entró en el puerto de las Isletas de Gran Canaria, con objeto de adobar el buque La Pinta, componer el timón y cambiar de velamen, y si encontraba otra embarcación mejor, cambiarla por la de Pinzón.

Sin duda no halló buque que cambiar, puesto que después de dejar La Pinta en el puerto (tal vez varada en las arenas) se trasladó con La Santa María á la Gomera, adonde llegó el 12 del mismo mes de Agosto, regresando á la Gran Canaria, donde se terminó la composición de La Pinta, «con mucho trabajo y diligencias del almirante de Marina Alonso y de los demás.»

Terminada la composición del buque, se dirigió Colón nuevamente á la Gomera, con toda la escuadrilla, fondeando en aquel puerto el 2 de Septiembre, de donde salió el 6 en demanda de las Indias.

En los sucesivos viajes siempre hizo escala Colón en Las Palmas, unas veces, y en la Gomera otras, llevando al Nuevo Mundo colonos y plantas de caña dulce y plátanos de aquellas islas, apareciendo una de sus cartas fechada en Canaria1.

Desde la fundación del Real de Las Palmas, hasta que Colón arribó á esta ciudad, solo habían transcurrido nueve años. De los primitivos y poquísimos edificios construídos hasta entonces, en el sitio llamado San Antonio Abad (primera población), solo se conserva la única casa de un piso alto donde habitaba el gobernador de la isla, Francisco Maldonado, pues la que sirvió de Audiencia, y que era de planta baja, ha sido derribada en nuestros   —53→   días y construída de nuevo, y la iglesia donde se estableció la catedral, al ser trasladada de Lanzarote, si bien algunos muros interiores de ella son primitivos, el edificio, en general, es relativamente moderno.

Al llegar Colón á Las Palmas, se encontraba allí Alonso de Lugo preparando su expedición para conquistar la isla de la Palma, por lo que se hallaba el puerto lleno de soldados, armas y víveres, siendo probable que ese considerable número de personas durmiera á bordo de los buques por falta de edificios en que albergarse.

Dada la importancia del cometido de Colón, la de él mismo y la necesidad de pedir auxilios á la primera autoridad de la isla para componer el buque y cambiarlo, en su caso, en un país en que nueve años antes ni aun se conocía el hierro, es más que probable que el insigne marino exhibiera su comisión al gobernador y que éste no le dejara comer ni dormir en el campo, sino que le alojara en su casa, creencia confirmada por la tradición y por el nombre de Colón que lleva la calle donde está la casa referida, cuyo frontis se conserva perfectamente cuidado y revocado por su dueño, á pesar de haber reconstruído el edificio en su interior, hará veinte años2. Como el Ayuntamiento de Las Palmas y su archivo fueron presa de las llamas el año de 1812, y los documentos más antiguos que se conservan en las parroquias no alcanzan fechas anteriores á 1515, de aquí que solo por tradición inmemorial y por la lógica de los hechos se pueda justificar hoy que Colón habitó la casa del gobernador Maldonado.

Es probable que en el archivo de los Sres. Duques de Medina-Sidonia se encuentren documentos justificativos y referentes al asunto, porque Alonso de Lugo se entendía por entonces con dicha casa, que le proporcionó buques, soldados y recursos para la conquista de la Palma y Tenerife, no pareciendo natural que acontecimiento tan extraordinario pasara desapercibido al adelantado   —54→   Lugo, máxime cuando personalmente conoció y no pudo menos de tratar á Colón.

Por lo expuesto se comprende que la omisión en el Real decreto de 1888, de la ciudad de Las Palmas, en lo referente al centenario de Colón, debiera corregirse, acordando que en esta población, y aun en la Gomera, se perpetúe la memoria del insigne marino, con algún recuerdo del Gobierno de S. M.

Madrid 12 de Diciembre de 1890.