La Patria de Colón – revista La raza española

A PROPOSITO DEL LIBRO DEL DOCTOR D. RAFAEL CALZADA

RazaEspanola_1Desde hace años, no pocos ya, cuanto se relaciona con lia vida y con la labor del primer Almirante de las Indias, ha su­frido un profundo cambio. Se han desvanecido muchas de las cen­suras que los apasionados apologistas de Colón lanzaron sobre Es­paña, tachándola de ingrata con el hombre que la había regalado un Mundo; se han rectificado los juicios acerca de las condiciones morales y la cultura del descubridor; se ha puesto en claro la importantísima participación que en el descubrimiento tuvieron marinos españoles, como los Pinzones, y se ha evidenciado que nuestra patria se hallaba perfectamente preparada para poder apreciar científicamente los planes del (llamado navegante genovés.

Se ha andado mucho camino; pero la labor no ha terminado, y lo que aún resta por hacer, aunque no afecte directamente al concepto dé la obra de España, tiene el interés que ofrece siempre cuanto se refiere a las grandes figuras de la Historia.

Los historiadores, aun los más entusiastas, de Colón, aun los que aceptan como verdades inconcusas cuanto dijo aquél y cuanto escribió su hijo D. Femando, no han podido desconocer que la biografía del primer Almirante de las Indias resulta muy incom­pleta. Es una serie de interrogaciones, a las cuales se ha preten­dido contestar, ora con hipótesis más o menos fundadas, ora con documentos que la crítica no puede admitir sin detenido examen, ya apelando a los asertos contradictorios del mismo Colón, o de su hijo D. Femando, ya invocando el testimonio de los compa­ñeros y amigos del Almirante, que no pudieron decir nada de ciencia propia, sino repetir lo que a aquél oyeron.

¿Dónde y cuándo nació Colón? ¿Quiénes fueron sus padres? ¿Cuál fué la condición social de éstos? ¿Cómo se deslizó la ju­ventud de Colón? ¿Cuándo salió éste de su patria, si es que real­mente nació en Génova? ¿Dónde adquirió ‘los conocimientos que poseía, si sus primeros años los pasó en un modesto taller de cardador y en una humilde taberna, y su juventud luchando unas •veces con las olas y otras contra los enemigos de la que se dice fué su patria?

De la existencia de Colón anterior a su venida a España, ape­nas si hay dato alguno realmente histórico. Suposiciones, conje­turas, asertos más o menos verosímiles, pero nada más.

Natural es, por tanto, que todo esto haya llamado la atención de los historiadores, y que acerca de todo ello se haya escrito mu­cho. Lo relativo a la patria de Colón, especialmente, ha sido ob­jeto de larga controversia: sólo que antes ésta se limitaba a las va­rias poblaciones de Italia que se disputaban el honor de haber visto nacer en su seno al descubridor del Nuevo Mundo, pues aunque en 1880, el Padre Martín Casanova sostuvo que Colón había na­cido en la isla de Córcega, y esto apasionó de tal suerte a la opi­nión francesa, que dos años después, el Gobierno de la República aprobó la erección de una estatua a. Colón en la plaza de lá ciudad de Calvi, no tardó en quedar demostrado plenamente que se trataba de un error; antes apenas si había quien se atreviese a negar el origen italiano de Colón, y desde hace algunos años la polémica ha tomado nuevos rumbos, habiendo ya muchos que creen que aquél nació en España.

Claro es que, cuando por primera vez se lanzó esta idlea, se tomó a broma la tesis. Afirmar que Colón había nacido en Pon­tevedra parecía una genialidad o un capricho inspirado por el amor a la tierruca. Pero cuando D. Celso García de la Riega des­arrolló su pensamento en el libro titulado Colón, español, la cues­tión varió de aspecto. Los asertos del Sr. García de la Riega po­dían ser o no exactos, mas no cabía pronunciarse acerca de ellos ligeramente, sino que merecían reflexivo y desapasionado examen.

Esta necesidad de un examen severo e imparcial de esa tesis, se ha afirmado desde el momento en que el Sr. Belirán y Rózpide ha evidenciado que el Cristóforo Columbo de que hablan los documentos italianos no es el Cristóbal Colón que descubrió el Nuevo Mundo, porque si resulta desmentido cuanto se venía diciendo acerca del origen y die la juventud del primer Almirante de las Indias, ¿por qué se ha de desechar a priori la hipótesis de que haya nacido en España, posponiendo la verdad histórica al amor propio de los que olvidan, que, como dijo Menéndez y Pela- yo, el historiador es un perpetuo estudiante? Y no desechándola, ¿no estamos obligados a estudiar, sin prejuicios de ninguna es­pecie, cuanto acerca de esta materia se dé a luz? Por esto juz­gamos indispensable consagrar algunas líneas al libro que hace pocos meses publico en Buenos Aires D. Rafael Calzada, con el título de La patria de Colón.

La obra del elocuente ex diputado español no sólo merece ser examinada por el interés que el tema ofrece, sino porque no es la labor de un sectario, sino la de un hombre que podrá equivocarse en sus juicios, pero que busca honradamente la verdad. Y la prue­ba de esto es que, aun abrigando un profundo convencimiento, “lejos de mí — escribe — la vana pretensión de haber arribado a una demostración que no admita réplica”, y que, en cambio, de­clara que le mueven el generoso deseo y la esperanza de que los antecedentes por él expuestos, “sean siquiera tomados en consi­deración por aquellos — ya sean individuos, ya Corporaciones — que tienen la misión y el deber de velar por la pureza de la His­toria, a fin de que, dedicando al magno asunto el atento y con­cienzudo estudio que merece, hagan la luz de una vez por todas, ya que es hoy posible, sea en el sentido que fuere, alrededor de aquello mismo que Colón, como se ha dicho, pretendió que fuese un misterio para todos.”

Ante todo, el Sr. Calzada considera el aserto de que Colón era genovés como un dogma histórico petrificado, es decir, como uno de tantos asertos que van pasando sin examen de uno a otro his­toriador. Y, en efecto, la frase “porque de Génova salí y en ella nací”, que se le atribuye, no es más que esto, eso: un dogma histórico petrificado, un aserto que han repetido muchos historia­dores, sin que conste que ninguno de ellos haya visto el original o una copia debidamente autorizada del testamento de Colón, en el cual se dice está inserta aquélla.

De todos modos, admitiendo como un hecho comprobado por el testimonio de distintas personas que el Almirante afirmó ser genovés, es también notorio que siempre hizo misterio de su origen, según reconoce D. Femando Collón, al escribir en su Vida del Al­mirante: “De modo que cuanto fué su persona a propósito y ador­nada de todo aquello que convenía para tan gran hecho, tanto menos conocido y cierto quiso que fuesen su origen y patria.”

Y  si este aserto del hijo es verdad, resulta que aquel otro del padre era una invención, porque de no serlo, no habría podido ‘ escribir D. Femando la frase subrayada. O mintió el hijo, y no se alcanza el objeto, o había mentido el padre.

Que Colón no es muy de creer, lo demuestra el Sr. Calzada, recordando el juicio que ha merecido a Lombroso. ‘‘Como acón-‘ tece a los psicópatas —escribió el eminente tratadista —, Colón carecía de sentido morail, mucho más que el hombre medio, aún de su época”… “El hábito de la mentira científica le era fami­liar”. Y habiéndosele preguntado más tarde si creía posible que el Descubridor hubiese simulado su patria, buscando facilitar así la realización de sus planes, contestó sin vacilar: “Si le convenía, o le era necesario, es lo menos que pudo haber hecho”. El aserto de Colón de que era genovés, no merece crédito alguno; pero, ¿ por qué ocultó su origen y su patria ?

El Sr. Calzada, partiendo del supuesto de que Colón era ga­llego, y recordando que Galicia se había declarado a favor de la Beltraneja, pregunta: “¿Se concibe que fuese recibido en ella (en Castilla) con benevolencia un hombre enteramente desconocido, procedente de un país enemigo y rebelde, como Galioia, que aca­baba de alzarse en armas contra Isabel la Católica, mucho más, dada la manera un tanto despectiva como fueron siempre tratados en Castilla los hijos de aquella región?” Había, a su juicio, otra razón, y es ,1a de que comprendiendo Colón que se cerraba el ca­mino para alcanzar los altos cargos a que aspiraba si confesaba su origen plebeyo, a lo que se unía su carencia de todo servicio prestado a España, parece lo más natural que pensase en ocul­tarlo, para lo cual no le quedaba otro remedio que el de ocultar su propia patria.

A esto se añade, en concepto del Sr. Calzada, el ser más que probable que Colón fuese de origen hebreo, lo cual le habría difi­cultado, más aún que su ascendencia plebeya, el acceso a los altí­simos puestos que ambicionaba. Recuérdese que en España existía gran número de israelitas en esa época, y que, precisamente en Pontevedra, según el ilustre historiador Murguía, era grande la cantidad de judaizantes que había por aquellos tiempos. Corrobo­ran esa sospecha el carácter avaro de Colón; el haberse relacio­nado con muchos judíos y cristianos nuevos; la protección que le dispensó el converso Luis de Santángel, casado con la conversa Juana de la Cavallería; el dejar en su testamento un legado para un hebreo que moraba a la puerta de la judería de Lisboa; el in­vocar constantemente en sus escritos el Antiguo Testamento, y su proyecto de reconquistar Jerusalén.

Por estas o por otras razones, Colón quiso pasar por extran­jero, y como nadie tenía motivo entonces para poner en duda sus palabras, fácilmente lo consiguió. Sin embargo, examinados ahora sus escritos y sus hechos surge, cuando menos, la duda sobre su naturaleza y origen.

Hace notar el Sr. Calzada que Colón, que escribía bastante bien el castellano, no conocía el italiano. “En su correspondencia— dice — con el famoso cosmógrafo Toscanelli, al consultarle sus proyectos, ni se llama nunca compatriota de éste, siquiera para hacérsele más grato, ni emplea jamás el italiano, tanto que Tos­canelli le tenía por súbdito del Rey de Portugal, así lo dice en su carta de 1574”. También escribió en castellano su mensaje a la Señoría de Génova. Sus cartas de carácter íntimo, por ejemplo, las dirigidas a su hijo, están todas en castellano; y aunque esto pudiera explicarse por no saber D. Diego el italiano, puesto que había nacido en Portugal, ¿cómo se explica que, si era genovés, no enseñase a su hijo el idioma que él había aprendido en el regazo de su madre? ¿No es sorprendente que hasta sus cuentas, sus papeles más íntimos, los redactase en castellano, y que el único juramento que usó, según testimonio de D. Fernando Colón, fuese uno tan castellano, como decir: “Por San Fernando”?

No contento con esto, el Sr. Calzada trata de demostrar que el idioma italiano no era el de Colón, que apenas lo conocía. Para ello reproduce una nota puesta por aquél en uno de los Códices de la Biblioteca Colombina, nota considerada como uno de los autó­grafos más indubitados del Almirante, y la reproduce de texto tan autorizado como el discurso leído por D. Simón de la Rosa, biblio­tecario de la Colombina, al ingresar en la Real Academia sevillana de Buenas Letras. El Sr. Calzada afirma que en esa nota se mez­clan palabras castellanas e italianas, y que éstas están escritas en una forma que revela un verdadero desconocimiento del idioma italiano.

Tal vez se diga que no es que lo desconocía, sino que lo había olvidado; pero esto es inadmisible. Si hubiese salido de Italia de cuatro o seis años, podría ser; mas saliendo ya de veintidós años— puesto que había nacido en 1451, y en 1472 y 73, era aún cardador de lanas en Saona — y viviendo luego en barcos genoveses, con marinos genoveses, resulta demasiado raro ese olvido. Además, coa esos marinos, que mandaban Nicolás Spínola y Juan Antonio di Negro, llega a Portugal en 1477, y se establece en Lisboa, don­de vivía a la sazón numerosa colonia de genoveses, y donde, natu­ralmente, seguiría hablando con éstos esi italiano. Siete u ocho años más tarde, a fines de 1484 o principios de 1485, llega a Es­paña. ¿Es que en siete u ocho años pudo olvidar completamente su idioma nativo? Esto es verdaderamente extraño, tan extraño como que en ese tiempo, viviendo en Portugal, aprendiese el cas­tellano — nuestro romance, como él dijo en alguna ocasión — y lo hablase y escribiese, según hace observar el Sr. Calzada, em­pleando frecuentemente, no palabras portuguesas, sino gallegas.

En mi concepto, esto es importantísimo, y se hace preciso que autoridades en materia de filología examinen los escritos de Co­lón y decidan si realmente son gallegos los giros y las palabras que señala el Sr. Calzada; porque si, en efecto, son gallegos y no portugueses, esto constituiría un indicio grave y concluyente, que unido a los demás, darían un principio de prueba muy difícil, sino imposible de destruir.

De gran interés sería también que se examinase con deteni­miento la letra de Colón — el cual, según D. Simón de 1a Rosa, empleaba dos distintos caracteres; la redonda y la cortesana —, y se comparase con la que en aquel tiempo se usaba en España y en Italia. El tipo de letra que se aprende en los primeros años no se suele cambiar, y si Colón era italiano, lo lógico es que su letra fuese también italiana.

Paso por alto el capítulo que el Sr. Calzada consagra a de­mostrar que Colón, con sus hechos, es decir, con los nombres que dió a las islas y puertos que descubrió, reconoció tácitamente su origen español; y lo paso por alto, porque aun siendo esto im­portante, es el argumento más manoseado; pero hay en él una observación, no del Sr. Calzada, sino de Humboldt, que tiene singular interés. “El fervor teológico que caracteriza a Colón—es­cribe el ilu9tre historiador alemán — no procedía, pues, de Italia, de ese país republicano, comerciante, ávido de riquezas, donde el célebre marino había pasado su infancia; se lo inspiraron su es­tancia en Andalucía y en Granada, sus íntimas relaciones con los monjes del convento de ía Rábida, que fueron sus más queridos y útiles amigos… La fe era para Colón una fuente de variadas inspiraciones; mantenía su audacia ante el peligro más inminente, y mitigaba el dolor de largos períodos de adversa fortuna con el encantos de sueños ascéticos… Estas ideas de apostolado y de inspiraciones divinas que con tanta frecuencia expone Colón en su lenguaje figurado, corresponden a un siglo que se refleja en él, y al país que llegó a ser su segunda patria.

Y  añade, muy oportunamente, el Sr. Calzada: “Como se ve, Humboldt, con verdadera sorpresa, sin poder explicárselo — no cabía que sospechara siquiera lo de la invocación de una falsa patria, para lo cual no tenía base ninguna — encuentra retratado en Colón, no al hombre de la Italia negociante y republicana, sino al español, al español creyente y fervoroso, en quien ve perso­nificada su segunda patria; y hallando para caso tan extraño una explicación razonable, recurre a la única posible: a su estada en Andailucía y a sus estrechas vinculaciones con los monjes de la Rábida; como si la idiosincrasia, las ideas de un hombre ya en­canecido, puediesen mudar fundamentalmente en breves años por un simple cambio.de país y de relaciones.»

Me he extendido demasiado y necesito concretar.

En los siguientes capítulos de su obra, el Sr. Calzada trata de demostrar que el apellido de Colón era el del descubridor; que en Italia no se conoció nunca semejante apeUido, que es netamente español y existía en Galicia en el siglo xv y existió bastante después; pero no deja de reconocer que el Almirante, por razones que apunta su hijo D. Fernando, y acaso por otras, usó también los de Colombo, Columbus y Colom; afirma que Colón no se na­turalizó en España, como lo hicieron Boccanegra, Magallanes, Vespucio y otros, extrañándose de que los Reyes Católicos hu­biesen permitido a un extranjero que, además de representar sus personas para gobernar, administrar justicia civil y criminal, et­cétera, tuviese una considerable participación en sus rentas; habla de la amistad fraternal que existió entre Fr. Diego de Deza y Colón; apunta que D. Femando Colón recorrió la Liguria y es­tuvo en Génova sin encontrar un solo pariente; habla después de los impugnadores y propugnadores de la tesis “Colón, gallego”, examinando los prinoipales argumentos de unos y otros, así como los documentos de La Raccolta y las alegaciones de los varios pueblos de Italia que pretenden haber sido la cuna de Colón, y, por último, defiende a España del cargo de haber sido injusta con el descubridor.

Tal es, en imperfecta síntesis, la obra del Sr. Calzada. No se llega en ella a una conclusión definitiva, ni se lo propuso el autor; pero con un estudio muy detenido de la materia, con gran lógica y con observaciones muy atinadas, por regla general, se sientan conclusiones que constituyen indicios graves en favor de la creen­cia que honradamente profesa el autor.

No puede decirse hoy, en mi concepto, que Colón fuese ga­llego; pero creo, sí, lealmente, que después del notable trabajo del Sr. Beltrán y Rózpide y del interesante libro del Sr. Calzada, cabe afirmar: 1.° Que el Cristóforo Columbo de los documentos italianos no es el Cristóbal Colón descubridor del Nuevo Mundo. 2.° Que hay poderosos motivos para creer que Colón no era ita­liano. 3.° Que existen también graves indicios para presumir que era español. 4.° Que los documentos encontrados en Pontevedra demuestran que en el siglo xv existían en esa región personas que llevaban el apellido de Colón. Y nada más.

¿Se llegará algún día a establecer documentalmente relación de parentesco entre esos Colones de Pontevedra y el almirante Colón? ¿Se logrará trazar la verdadera biografía de éste? ¡Quién sabe! Acaso en el momento menos pensado un feliz hallazgo nos ponga en posesión de la verdad; acaso no sepamos nunca cuál fué la cuna del inmortal navegante, y siga esto sumido en las som­bras y en el misterio en que aquél quiso envolver su origen.

Por ello, debemos continuar trabajando para descorrer el velo que nos oculta la verdad; pero trabajando serenamente, impar- cialmente, sin apasionamientos, sin prejuicios, sin empeños de amor propio, sin otro anhelo que el de disipar las tinieblas que envuelven la vida de Colón hasta que vemos aparecer a éste en las puertas del convento de la Rábida.

Después de todo, ¿qué importa que Colón fuese genovés o lusitano, lo que se quiera, si la obra del descubrimiento fué esen­cialmente española, porque sólo aquí encontró aquél ayuda y pro­tección; porque España fué la que dió sus barcos, sus hombres, sus recursos; porque la Nación que en plena Edad Medlia inició la exploración del mar tenebroso, fué la que al terminar el si­glo xv rompió por completo el misterio que a aquél envolvía, des­truyó la leyenda que había detenido a tantos navegantes, reveló la existencia de un Nuevo Mundo y realizó la epopeya, sin igual en la Historia, de la conquista y civilización de América?

Jerónimo Becker.

Colón español, por el Marqués de Dos Fuentes 1937

 

Debe la historia nacional o, mejor dicho, la his­toria universal, este descubrimiento a la sin par diligencia de un hombre eminente, cuyo nombre es acreedor a las más altas demostraciones de es­tima. El historiador pontevedrés D. Celso García dela Riega que descubrió los documentos a que hacemos referencia. Y, en posesión del tesoro, luí aplicado a este asunto tal inteligencia, tal eru­dición, tal sagacidad que, al plantear el proble­ma, lo ha resuelto. Marqués de Dosfuentes.

 

No hay ninguna noticia cierta sobre la infancia de Cristóbal Colón, ni sobre el tiempo y lugar de su nacimiento; porque de tal manera enmara­ñaron los hechos sus comentadores, que es casi  im­posible descubrir la verdad. Washington Irving. (Norteamericano). “Vida y viajes de Cristóbal Colón» 1830.

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Colón, por Arthur Brisbane y Valentín Letelier

 Publicado en la revista cubana «Cultura gallega» 1936 – La Habana

Era un católico. Su madre según las mejores pruebas históricas, era una judía, cuyos parientes ayudaron a financiar su viaje. Ella ocultó su re­ligión, como hicieron otros, a causa de que con­fesarla hubiera significado que la quemaran viva. ¿Por qué, pues discutir acerca de la religión? Un amigo religioso hizo objecciones a la declaración de que la madre de Colón fuera judía. Pero, si el Sefior escogió a una judía para que fuera ma. dre de su propio hijo, ¿por qué otra judía no podía ser madre de Colón? Arthur Brisbane, 1922. (Norteamericano).

 

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No hemos de renunciar jamás al parentesco que nos une al Cid Campeador y D. Alfonso el Sabio, a Cervantes y Quevedo, a Murillo y Ribera y mu­cho menos al que nos une al más grande de los españoles, al hijo inmortal de Pontevedra, a Cris­tóbal Colón, cuya nacionalidad española se acaba de comprobar, documentalmente, de manera irre­futable, 1910. Dr. Valentín Letelier, Rector de la Universidad de Santiago de Chile.

Espacio y tiempo – Salvador Freixedo

 

A las puertas del V Centenario del descubrimiento de América, Salvador Freixedo defiende en este documentado y polémico artículo el origen gallego del Descubridor. Y lo hace con una serie de argumentos convincentes, más irrefutables que los que proponen otros orígenes. Según las pruebas que ha reunido Freixedo, Colón fue un judío gallego, natural de la ría de Pontevedra; y en Galicia están su patria, su casa y su herencia.

Una razón profunda y poderosa movió al Almirante a ocultar su cuna y sus raíces: el conocido encono y la persistente hostilidad que siempre demostraron los Reyes Católicos y la Iglesia contra Galicia y contra los judíos.

 

Estamos entrando en el 1992, cuando se cum­plen 500 años del des­cubrimiento, o redescu­brimiento, de América, y por ello es muy natural que vuelva a ponerse sobre el tapete el tema de la cuna del Almirante de la mar océana. La literatura en torno a ello es muy abun­dante y para escribir este artí­culo he manejado no menos de veinte libros, aparte de los viajes que he hecho a la que, según creo, es la cuna del Descubridor.

No desconozco, por tanto, las tesis de los que defienden que Colón era mallorquín, ibicenco, castellano, por­tugués, catalán o corso, y, por supuesto, tenemos en cuenta la tesis oficial del Colón genovés.

Pero si algo sabemos hoy con segu­ridad es que Colón no era italiano, por la sencilla razón de que nadie puede olvidar su lengua materna, cuando la ha hablado hasta los 23 años, tal como nos dicen los docu­mentos italianos de la Raccolta. Posteriormente, cuando hablemos del lenguaje de Colón, haremos hin­capié en lo extraño que resulta ver a alguien que escribiendo a una per­sona importante de su propia tierra, y más para pedirle un favor, lo haga en otro idioma diferente al de ambos. Por ello tenemos derecho a sospechar que no sabía escribir italiano ni genovés; y llegamos al pleno convencimiento de lo mismo, cuando vemos que las pocas líneas que Colón escribió, o intentó escribir, en italiano son un completo disparate; algo que parece proceder de una mente desquiciada, tal como comenta Madariaga.

 

Si algo sabemos hoy con seguridad es que Colón no era italiano.

 

La tesis genovesa se cae además debido a las fechas que los mismos documentos italianos nos dan. Si Colón nació cuando ellos dicen, no tuvo tiempo de aprender las artes del mar – y menos aún de una manera tan eminente como él las sabía – para la época en que nos lo presen­tan como un marinero ya consuma­do, y hasta como capitán de barco.

En la actualidad hay veintiuna ciuda­des o lugares italianos que se dispu­tan el honor de haber sido la cuna de Colón: Albisola, Bogiasco, Calvi, Cogoleto, Cossería, Cúcaro, Cugureo,- Finale, Fontanabuona, Chiavari, Módena, Nervi, Oneglia, Palestrello, Pradello, Piacenza, Quinto, Terrarosa y Casale Montferrato, además de Génova y Savona. Frondosa imagina­ción italiana. Veintiún lugares son demasiados y no hay más remedio que aplicar el dicho escolástico: «quod nimis probat, nihil probat» (lo que prueba demasiado, no prueba nada). El resumen de toda la cues­tión lo da el académico Ricardo Beltrán y Rózpide en su trabajo Cristóbal Colón y Cristóforo Colombo: «El Colón de los documentos españoles no es el Colombo de los documentos italianos» y «el Colombo de los documentos italianos no pue­de ser el Colón que descubrió el Nuevo Mundo».

 

Últimamente ha hecho una incursión, en la palestra en la que se discute la cuna del Almirante, un documento aparecido en los forros de un libro del siglo XVI de un bibliófilo italiano. Es un bre­ve texto llamado «Borro- meo», por haberlo escrito un tal Juan Borromeo, de una muy ilustre familia italiana.

En él, el mencionado Juan Bor/omeo afirma que no quiere irse a la tumba con el cargo de conciencia de no haber dicho la verdad sobre el origen de Colón. Y esta verdad consiste -según su confesión- en que «Colonus Christoforens era de Ma­llorca y no de la Liguria».

Dejemos al buen Belarmino con sus escrúpulos de con­ciencia, que bien pudo haberlos hecho públicos en vida o a la hora de morirse, en vez de dejarlos escondi­dos en los forros de un libro para que los encontrase Dios sabe quién y cuándo. El «documento», en vez de solucionar el problema, lo embrolla aún más.

Documentos directos en los que se muestre la existencia de una familia apellidada Colón o de Colón, tal como firmaba y afirmaba el Almirante, y no Colom, o Columbus, o Coullon, o Coulomp, como quieren otros, sólo los tienen los defensores de la tesis gallega.

En cuanto a que su apellido fuese en realidad Columbus o Colombo, y que él lo cambiase al llegar a España por Colón, es algo que no tiene sentido y que, además, va con­tra la tesis genovesa. Si él quiso que creyesen que era genovés, es absurdo que teniendo un nombre auténticamente genovés lo abando­nase por uno que no lo era. No es extraño, pues, que, años más tarde, su hijo Fernando confesase que después de haber buscado entre los Colombo de la Liguria no encontró nada en concreto.

EL ORIGEN JUDÍO DEL ALMIRANTE

¿Qué poderosas razones tenía Colón para ocultar con tanto em­brollo el lugar de su naci­miento? A nuestro parecer eran dos: el ser judío de origen y el ser gallego.

Hoy día apenas hay dudas acerca de lo primero. Colón pertenecía al grupo de judíos conversos que vivían en el barrio de la Moureira de Pontevedra, adonde habían llegado huyendo de las persecu­ciones, y que, al parecer, estaban emparentados con los Colom baleares y catalanes y con los Co­lombo genoveses. Abona en favor de esta tesis la abundancia de nombres judíos que hay en la fami­lia de Colón.

No quiero repetir ahora los argumentos en que se ba­san Madariaga, Wasserman y otros autores para defender la «judeidad» de Colón, porque sería dema­siado prolijo. Únicamente fundamentaré un poco más su tesis dejando ver la inclinación de Colón a bautizar lugares del Nuevo Mundo con nombres relativos a la cultura judaica: David, una pequeña bahía en Jamaica; San David, un cabo y una ensenada en la isla de Granada y una ensenada en la isla Dominica; Isaac, una punta de la isla de Santa María la Antigua; Salomón, un cabo de la isla de Guadalupe; Sinaí, un monte de la isla de Granada.

Frente a esta realidad está el hondo rechazo – debido a su fanatismo reli­gioso – que la soberana sentía por los judíos, y, por otro lado, el com­plejo que ambos reyes tenían al verse rodeados – y, en cierta manera, económicamente dominados – por una gran cantidad de judíos o cripto – judíos, que tenían una gran influen­cia no sólo en el pueblo, sino en la propia corte. La drástica medida de la expulsión de los judíos fue como una explosión de este hondo com­plejo, que era mitad resentimiento y mitad miedo. Un Colón abiertamente judío oídos de palacio más cerrados de lo que los encontró.

Examinemos ahora la otra causa que el futuro Almirante tenía para ocultar su origen: su condición de gallego. Para ello será conveniente que conozcamos cuales eran los sentimientos de los Reyes Católicos hacia el reino de Galicia, y en ver­dad hay que decir que no se distin­guieron precisamente por su amor a esta tierra; aunque también habrá que reconocer que los nobles galle­gos tampoco tenían demasiado afecto a los reyes de Castilla.

GALICIA Y LOS REYES CATÓLICOS

Unos pocos años antes del descu­brimiento, cuando Colón andaba por tierras lusitanas pidiendo ayudas para sus sueños, don Fernando y doña Isabel recorrían las tierras gallegas derribando castillos y forta­lezas (alrededor de 50), arrebatando tierras y privilegios a los levantiscos nobles y quitándoles a algunos has­ta la cabeza, como al mariscal Pardo de Cela y, como dice el cro­nista aragonés Jerónimo Zurita, dedicados a la «doma y castración del pueblo gallego».

 

Este rencor hacia los gallegos tenía su razón, que resume así un histo­riador: «Debido a que en Galicia se oponían a que Isabel sucediese en el trono a su hermano Enrique IV, abogando y hasta luchando fiera­mente en favor de la «excelente Señora» doña Juana la Beltraneja, hija de aquél y de Juana de Portugal, nunca Isabel pudo perdo­nar a los gallegos por tan enconado apoyo a su sobrina».

 

«Cuando mayores fueron los sufri­mientos de Galicia fue desde su unión con Castilla, cuyos Reyes Católicos nos castigaron de una manera inmisericorde, impropia de cristianos». Para «domar aquella tie­rra de Galicia» y someter a «la gen­te de aquella nación» no bastaba imponer la ley del «palo y tente tie­so», por medio de las armas y de una Audiencia montada con jueces castellanos, sino que aún hubo que acudir a una cédula de los tales reyes en que se ordenaba que, «para gobernar y administrar a los fieros gallegos», había que proce­der «sumariamente, de plano, sin escritura o figura de juicio». Tampoco bastaba con privar a Galicia de representación en las Cortes durante varios años, para «no escuchar sus justas quejas», ni con ajusticiar al mariscal Pardo de Cela y a otros hidalgos, sólo porque «los gallegos, por ser gente feroz, todavía no sosegaban».

 

Y  para que esta «doma» fuese efi­caz llegaron a la increíble crueldad de dictaminar «pena de muerte para todo funcionario público que dictase sentencia en idioma gallego». Es decir, que pretendieron castellani­zar a los gallegos en su lengua, destruyendo su manera de comuni­carse.

Esto en cuanto a la reina. Por lo que hace al rey Fernando todos los historiadores están de acuerdo en decir que simpatizaba aún menos con Colón y su aventura, aunque probablemente por otras razones. Y en cuanto a financiar el viaje se lavó las manos y lo dejó todo bajo la responsabilidad de su esposa, como no queriendo saber nada del asunto. El soberano de Aragón se inhibió ante la empresa y algo de esto podemos ver en el lema que más tarde se hizo popular: «Por Castilla y por León, nuevo mundo halló Colón».

Otro de los focos de poder en Galicia era la Iglesia, que, salvo el obispo Fonseca, tampoco mostraba simpatía por los afanes centralistas de los reyes, y por eso éstos la sometieron a los dictámenes de Valladolid al igual que la administra­ción de la justicia.

«Fue preciso para los Reyes Católicos el convertir a Galicia en nación proletaria, apagándole todas las luces de su elevada cultura. La enseñanza de los conventos domi­nicos de Galicia existió desde su fundación con Estudios Generales, desde el año 1250, hasta que la infausta reforma en tiempo de los Reyes Católicos vino a cortarla de raíz».

Algo por el estilo se puede decir de los monasterios benedictinos y del Cister, de los que en toda la Galicia medieval hubo una gran cantidad. En general, pasaron a depender de otros de Castilla; y así han estado las cosas casi hasta nuestros días. En mis años de jesuíta pude com­probar todavía un resto de esta mentalidad viendo có­mo el su­perior de todos los jesuítas gallegos residía nada menos que en Palencia, que era donde radi­caba la Curia Provincial.

Conociendo todos estos ante­cedentes, pense­mos en cuál hubiese sido la suerte de Colón si se hubiera presentado ante los Reyes Católicos a cara descubier­ta, es decir, confesando su origen judío y gallego. ¿Qué le hubiese esperado, sino un rechazo tajante? De hecho, a pesar del barniz genovés con el que se presentó, eso fue lo que obtuvo durante varios años, y sólo su tozudez y su fe inquebranta­ble en la posibilidad de la gesta fue­ron las que lograron vencer el obstá­culo.

Vayamos ahora a las pruebas de nuestra tesis. Las podemos dividir en seis apartados:

1.- Documentos, 2.- Idioma de Colón, 3.- Venta de unos terrenos, 4.- Negativa de Colón a recalar en Galicia, 5.- Tradición viva en Porto Santo, 6.- Toponimia del Nuevo Mundo.

DOCUMENTOS

He aquí lo que Enrique de Gandía escribe en su Historia de Cristóbal Colón: «Celso García de la Riega creyó ciegamente en un Colón gallego, porque en los archivos de Pontevedra tropezó con unos documen­tos en los que figuraban, a fines del siglo XV, nada menos que un Domingo Colón, El Viejo, un Cristóbal Colón, un Bartolomé Colón, un Juan Colón, un Diego Colón, una Blanca Colón, una Constanza Colón – en fin, todos los parientes y antepasados del descubridor  y personas apellidadas Fonterosa como la madre del Almirante…»

Tras el entusiasmo inicial «cayó un descrédito enorme sobre De la Riega, pues se le acusó de falsificar los documentos. Paleógrafos impar­ciales estudiaron los documentos acusados de adulte­raciones y comproba­ron que, en efecto, el nombre de Colón esta­ba retoca­do; pero no para trans­formar en Colón un

apellido diferente, sino para hacer resaltar las letras desteñidas por el tiempo. De la Riega había avivado las tintas ingenuamente para que la lectura resultase más fácil. No pensó que esa acción iba a traerle tan serias consecuencias. Hoy se ha comprobado la buena fe del erudito y no hay duda de que ciertos documentos, en Pontevedra, contienen real­mente los apellidos Colón y Fonterosa. Pero son muchos los publicistas que aún se refieren con injusticia a los documentos gallegos como piezas burdamente falsifica­das. Repetimos que los retoques descubiertos no disminuyen en nada el valor de tales documentos».

Esto dice Enrique Gandía, a pesar de ser un defensor de la tesis geno- vista y doliéndole mucho, porque en los documentos italianos no aparece ni un solo Colón.

Hoy día, pasados más de 70 años, después de los dictámenes de los «peritos», y con unas técnicas mucho más desarrolladas, podemos asegu­rar con toda certeza que García de la Riega no adulteró ningún docu­mento, y que en los pocos casos en que se permitió retocar alguno fue para hacerlo más legible. Y hay que advertir que los «peritos» sólo exami­
naron una mínima parte de los docu­mentos y que hay muchos otros en los que De la Riega no hizo retoque alguno-, porque él no fue el que los encontró, y también en ellos apare­cen los apellidos Colón y Fonterosa. Dejemos, pues, de repetir estúpida­mente, como loros, que los documentos de De la Riega son falsificados. Ya los quisie- % ran para sí los defensores de las otras tesis, que, en este ^ particular, tienen que conten­tarse con conjeturas o zanjan radi­calmente la cuestión cambiando a su antojo el apellido de Colón.

Y, si se tratase sólo de dos o tres documentos, podríamos tener dudas, pero lo cierto es que se trata de una veintena de documentos en los que aparecen todos los nombres y apelli­dos de la familia de Colón. Documentos que, además, están res­paldados por hechos que confirman que estos Colón son, precisamente, los parientes inmediatos del Colón que cruzó el Atlántico por primera vez. De esos documentos he selec­cionado cinco para que el lector de E.T. tenga alguna idea de ellos: 1431. Escritura de aforamiento por la que se obliga a pagar al abad del monasterio de San Salvador de Poio 274 maravedises a Blanca de Colón. (Es importante resaltar que Colón tuvo una hermana llamada Blanca y que en este mismo documento apa- rece Bartolomé de Colón «o vello»).

  1. Aforamiento de una viña colin­dante con la de Jacob Fonterosa, El Viejo.
  2. Se manda pagar a Benjamín Fonterosa y Domingo de Colón 24 maravedís por el alquiler de dos acémilas que llevaron con pescado al arzobispo de Santiago. (Domingo era el nombre del padre de Colón).

1444. El Consejo de Pontevedra manda devolver unos maravedises a Diego Colón y Bartolomé Fonterosa. (Aquí tenemos los nombres del hijo y del hermano de Colón).

1496. Aforamiento a María Alonso de un terreno colindante con la heredad de Cristóforo (xpfi) de Colón.

Como hemos dicho, todavía quedan alrededor de quince documentos más en que estos nombres y apelli­dos de la familia de Colón se repiten y se barajan. De ellos se deduce que justamente en los tiempos de Colón había en Pontevedra gentes que se apellidaban Colón, que se dedicaban a navegar y a las faenas de la mar, que tenían precisamente los mismos nombres que conoce­mos de la familia de Colón y que, además (y éste es un detalle impor­tante que está contra los defensores del Colón mallorquín o balear), no sólo se apellidaban Colón a secas, sino que con frecuencia aparecen con el «de» por delante, tal como don Cristóbal dice taxativamente en su testamento y en la Institución del Mayorazgo, si este documento es auténtico: «que nadie que no se lla­me «de Colón» es de su verdadera familia y antepasados». Por lo tanto, mucho menos Colom o Colombo.

Y por si los papeles o pergaminos no fuesen suficientes, tenemos el apellido de Colón grabado en piedra en dos lugares diferentes de Pontevedra: uno en la Iglesia de Santa María, en una lápida en la que se lee textualmente (ver foto adjunta): OS DO CERCO DE YOAN NETO A YOAN DE COLON FECERON ESTA CAPELA. ¿Falsificaría también el Sr. García de la Riega esta inscripción?

La otra inscripción se halla, ¡oh casualidad!, a tres metros escasos de la casa natal de Colón en el barrio de Porto San­to y con la fecha inscrita de 1490. Está en la base de un cru­cero llamado tra- dicionalmente «O cruceiro de Colón» y dice así, textualmen­te: «Joao Colón. Rº. Año 1490″.

Pero dejemos el tema de los documentos, a sabien­das de que se les puede sacar mucho más partido. Pasemos al segundo argumento.

 

EL IDIOMA DE COLÓN

Aquí los genovistas permanecen mudos, porque todo está en contra de ellos. Como dijimos, Colón no sabía italiano. Lo entendía escrito, pero no sabía hablarlo ni escribirlo. Los que sí dicen algo, o intentan decirlo, son los catalanoparlantes. Pero si es cierto que logran encon­trar algún vestigio de catalanismo en los escritos del Almirante, los defen­sores de la tesis gallega les pode­mos enseñar diez galleguismos por cada palabra catalana que ellos nos muestren.

¿Aboga esto algo en favor de la tesis del Colón gallego? Mucho, por­que del idioma dominante que un individuo se puede deducir con cier­ta facilidad su origen y lo cierto es que el idioma de Colón está plagado de galaicismos. El Almirante tiene una cierta aversión a la diptonga­ción, cosa normal en el idioma galle­go. Si tiene que decir puerta no será raro que diga porta; y si tiene que escribir ciego, nuevo, fiesta o salieron es frecuente que se le escapen cegó, novo, festa y saliron.

Conozco muy bien lo que Menéndez Pidal arguye sobre la lengua de Colón y conozco también lo que Romero Lema dice para refu­tarlo. Y estoy totalmente de acuerdo con és­te, cuando afir­ma que las for­mas arcaicas verbales que Menéndez Pidal llama «lusitanis­mos» son autén­ticos galleguis­mos, hoy ya en desuso, pero todavía vivos en tiempos del Almirante.

Don Ramón Menéndez Pidal, a quien considero un gallego ilustre, pero un poco descastado, se equi­voca al decir que la forma «ouve» (tuvo) y algunas más son lusitanis­mos puros, cuando se pueden encontrar en documentos gallegos antiguos, y, en concreto, cuando Colón dice fame (hambre), Menéndez Pidal dice que es lusita­nismo, sin advertir que en portugués se dice fome, y no fame, que es la forma gallega.

Además, es curioso el prejuicio que contra el gallego tiene el ex director de la Academia de la Lengua al no querer ver en el lenguaje de Colón una muestra de cómo hablan aún muchos campesinos gallegos, cuan­do pretenden hablar castellano: poerta, acoerde, esfoerzo, coenta, etc. Lo cierto es que lusitanismos o galleguismos, el lenguaje de Colón está plagado de ellos, y no de cata­lanismos. En ocasiones, frases ente­ras, a pesar de haber sido la inten­ción de Colón escribirlas en castella­no, le han salido en gallego, y no en portugués, como cuando escribe esta apostilla al libro «Historia di Plinio»: «que non synte fame ny sede»; en portugués, como ya diji­mos, se dice tome, y no fame. Sólo le faltó añadir otra n a la palabra ny para que fuese un gallego perfecto.

Y  casi lo mismo se puede decir de esta otra; «Y desque saliron de Egipto»… En portugués se dice sai- ram, mientras que en gallego es más corriente saliron.

Este argumento del idioma de Colón es de gran importancia, si se le quiere sacar toda la fuerza que tiene. Pero dejémoslo aquí y reconozcamos que en lo que atañe a la lengua del Almirante sólo los portugueses pue­den presentar cara a la tesis gallega.

 

VENTA DE UN TERRENO

El argumento es breve, pero contun­dente. Se trata de la venta de un terreno que los duques de Veragua, que como se sabe son los descen­dientes directos de Colón, hicieron en el año 1796. ¿Y qué hay de extra­ño en que los duques de Veragua hayan vendido un terreno? Hay dos cosas extrañas: la primera es que ese terreno es la finca llamada aún hoy «la Puntada», que colinda preci­samente con el lugar donde la tradi­ción oral sitúa la casa de Colón y que, por otra parte, está a no más de 150 metros de donde se construyó la carabela que Colón pilotó en su pri­mer viaje (la «Santa María» o «Gallega ), y, segunda cosa extraña, el documento de venta dice: «al per- tenecerle por herencia de sus finados padres». Lógicamente, preguntamos: ¿de dónde puede haberles venido a los descendientes de un genovés una pequeña parcela de terreno en la ría pontevedresa? ¿No se la habrían ganado con sus peces y sus singla­duras los Bartolomeus, Domingos, Joaos y Diegos que vemos en los documentos?

¿POR OllÉ NO LLEGÓ A GALICIA?

Este es un argumento secundario y que, en cierta manera, presupone lo que hay que probar; pero no deja de tener cierta fuerza. Colón se jugó temerariamente la vida y la de toda su gente al enfrentarse al temporal durante toda una semana, cuando lo más cuerdo hubiese sido hacer lo que hizo Martín Alonso Pinzón. ¿Por qué Colón no siguió el mismo rum­bo? Porque hubiese ido a parar, tal como le sucedió al piloto an­daluz, a Galicia.

Colón sa­bía que con el tortísimo viento del sur y del suroeste el único lugar posible de arribada era Ga­licia, pero prefirió jugarse el todo por el todo antes de ser reconoci­do por sus paisanos.

Amainado el temporal y vivos de milagro, se dirigió al este, entrando, destrozadas las velas, «a palo seco» en Lisboa, el 4 de mayo, mientras Pinzón llevaba ya en tierras espa­ñolas desde el 22 de abril. Esta tozudez del Almirante, corriendo el riesgo de que Martín Alonso se le adelantase con las noticias a los Reyes, es muy digna de tenerse en cuenta.

 

TRADICIÓN EN PORTO SANTO

Cuando escribíamos este artículo visitamos de nuevo Porto Santo y, al mismo tiempo que nos encontramos con la desagradable sor­presa de que el «cruceiro de Colón”, a po­cos pasos de la «casa de crus», había sido derribado por un ca­mión (es­peramos que pronto sea repuesto en donde es­tuvo durante cin­co siglos), tuvimos la satisfacción de encontrar a un nativo del lugar, llamado El «negro» Escudero, buen conocedor de su terruño, que nos aseguró que en su familia siempre se había diqho que

Colón había nacido en Porto Santo. Pero añadió un detalle hasta ahora inédito. Según lo que se decía en su familia, Colón no había nacido en la «casa da crus», sino en «o Eirado», una loma un poco más arri­ba, que dista unos escasos cien metros de la «casa da crus».

Esta variante, lejos de debilitar la tesis de Porto Santo, la fortale­ce. No se trata, como en Italia, de ciudades diferentes; se trata, dentro de un mismo pequeño lugar, de determinar en qué sitio exacto nació, y en esto es natural que haya discrepancias. Es muy posible que la «casa da crus» fuese la casa principal de los Colón, ya que, como hemos visto, eran unas cuantas las familias que llevaban ese nombre.

 

TOPONIMIA

Entramos con esto en otro de los argumentos fuertes, sobre el que se podrían escribir muchas páginas. Trataremos de resumir. En cuanto a bautizar las tierras encontradas, el Almirante era extremadamente ce­loso y en alguna ocasión en que Martín Alonso anduvo separado de Colón y bau­tizó por su cuenta algu­nos lugares, el Almiran­te le dijo ta­jantemen­te que se olvidase de los nom­bres pues­tos, porque allí el único que bautizaba era él.

Nito Verdera, el adalid ibicenco, nos dice que encontró ocho nombres de su isla que Colón usó en el Nuevo Mundo. Nosotros tenemos más de un cente­nar, con el agravante de que no se trata de nombres genéricos, sino, en muchas ocasiones, de nombres pro­pios que no existen en otra parte. Colón utilizó nombres de las rías bajas gallegas y, en concreto, de la ría de Pontevedra en la que él había nacido.

A continuación el lector podrá ver los mapas de J. Mosqueira Manso, y aquí es de justicia reconocer el gran trabajo que sobre esto realizó el Sr. Mosqueira. Por haber sido marino mercante y patrón de barcos de vela, conocía muy bien las costas gallegas y las del Caribe, que había visitado muchas veces debido a su trabajo. Él fue el que cayó en la cuenta de los muchos paralelismos en las nomenclaturas.

Entre estos nombres tenemos que hacer una triple distinción; en primer lugar están los religiosos, que no son indicativos de nada, como no sea del cerrado fanatismo de aque­llos tiempos; luego, los descriptivos, que muy probablemente no ponía el Almirante acordándose de ningún sitio en particular, sino, simplemen­te, limitándose a describir lo que veía en aquel momento, por ejem­plo, «Punta Alta» o «Isla larga»; y por fin aquellos nombres propios que no significan nada en concreto y que ciertamente son indicativos de que quien los nombra, cuando lo hace, se está acordando de algo o de alguien.

Para que el lector se haga cargo de las abrumadoras semejanzas y rela­ciones que se pueden encontrar entre los topónimos caribeños y los de la costa gallega, pondremos aquí, deshilvanadas, unas cuantas notas;

–  Colón describe con entusiasmo la actual bahía de Baracoa, en Cuba, en una carta a Sus Majestades los Reyes. Pues bien, a esa bahía la llamó «Puerto Santo”, que tanto sig­nificaba para él. Y no se quedó ahí, sino que repitió este nombre dos veces más, en La Española y en Venezuela.

–  Como hemos dicho, su casa natal, según una tradi­ción, es la «Casa da Crus».

Pues bien, aparte de los varios nombres referentes a la cruz, que dada su religio­sidad no tienen nada de extraño, en la isla Trinidad a un pequeño cabo no lo llamó «de la Cruz» a secas y en castellano, sino que lo llamó «Cabo Casa da Crus», como por muchos años han lla­mado en Porto Santo a la casa «do que descubreau as ilhas».

–   El nombre de Santa Catalina lo repitió tres veces. ¿Por qué tres veces? Porque Santa Catalina es la patrona de los mareantes de Pontevedra. Y en ocasiones, como cuando bautiza, en un corto tiempo o espacio, cabos o montes con los nombres de San Miguel, San Juan Bautista, Santa Catalina y San Nicolás, no se trata de unos santos cualesquiera. Son, precisamente, los patrones de los gremios de los mareantes de Pontevedra, que hace siglos desfilan juntos con sus estandartes en la procesión del Corpus.

–   Puso tres veces el nombre de San Salvador, porque tres eran los San Salvador que él recordaba de su infancia: San Salvador de Poio, su parroquia, donde seguramente fue bautizado; San Salvador de Lérez, un pequeño monasterio muy cerca de su casa, donde pro­bablemente aprendió a leer; y San Salvador de Meis, un santuario no lejos de Porto Santo.

–  Bautizó a veces con nombres de lugares que estaban muy próximos entre sí en Galicia otros que también lo estaban en el Nuevo Mundo. Por ejemplo, cuando llamó «Mar de Santo Tomé”, «Punta Dos Her­manas» e «Isla de las ratas» a puntos que están muy cerca unos de otros en la costa norte de Haití y en la ría de Arosa.

Lo mismo sucedió cuando llamó «Punta Santa», «Islote del Gallo» y «Punta del Arenal» a lugares que están muy próxi­mos entre sí en la isla de Trinidad y que se correspon­den con «Punta Santa» «Punta do Areal» y «Fonte do Galo” en la misma ribera de la ciudad de Vigo, hoy cam­biada por los relle­nos de la ría.

–   Puso tres veces el nombre de Santiago, el patrón grande de Galicia.

–   No llamó «Isla de Todos los Santos», como hubiese sido lo correcto, a una isla, sino «Los Santos» a secas, refiriéndose a «Los Santos de Mollabao», frente a su barrio natal, al otro lado del río.

–  De los pocos nombres que aporta Nito Verdera uno es el de «Galera». Efectivamente, lo puso tres veces. Pero en Galicia no nos quedamos atrás, porque tenemos cuatro «Galeras»: el barrio Galera, frente a Porto Santo, en donde se hacían las galeras para la flota de Castilla; Punta Galera, en la isla de San Martín de las Cíes; Punta Galera, en la isla Onesa, una de las que cierran la ría de Pontevedra; y «Monte Galera», al oriente de la ensenada de Camota, en la ría de Muros.

Puso tres veces el raro nombre de «Tolete» ¿Tienen algo que comentar acerca de este nombre los catalanis­tas o genovistas? Los gallegos, sí: Tolete fue uno de los dos almirantes salidos del barrio judío de «La Moureira» al que pertenecía Porto Santo. Según la tradición, Tolete fue el almirante que estaba al mando de la nave en la que el rey Urco entró victorioso en Pontevedra. Segu­ramente es a este almirante al que Colón se refería cuando escribió: «no soy el primer almirante de mi familia».

–    En la isla Margarita llamó «Constanza» a un promontorio. ¿No tendrá que ver este nombre con dos «Constanzas», probablemente tías de Colón, que aparecen en los docu­mentos? Una se llamaba Constanza Correa, esposa de Fonterosa, y otra, Constanza de Colón, esposa de Joao Colón. ¿O habrán sido también estos nombres falsificados por De la Riega?

–  Transcribo de Mosqueira Manso: «El 18 de diciembre de 1492, festivi­dad de Santa María de la O, patro- na canónica de Pontevedra, esta­ban fondeadas en la costa norte de Haití las carabelas Santa María y la Niña. Al amanecer de ese día Colón determinó celebrar tal festivi­dad, «ordenando empavesar las dos naos y hacer las salvas con las lombardas». Ha sido ésta la única conmemoración religiosa que realizó el Almirante en sus cuatro viajes.»

–  No hay que olvidar tampoco que Colón llevó en sus cuatro viajes tres naves llamadas «Gallega». Reco­nozco que esto no es argumento para probar nada, pero es bueno consignarlo como nota curiosa. Sin embargo, sí es muy notable que en el primer viaje, a pesar de ser «La Gallega» (rebautizada «Santa María») la menos marinera de las tres, Colón la haya escogido como capitana. Es lógico pensar que, si había sido construida al lado de su casa (como consta históricamente), él la conociese muy bien y hasta le tuviese un especial cariño.

–  En cuanto a nombres propios, que ahora recuerde, puedo consignar los siguientes, que son práctica­mente exclusivos de las costas gallegas: Bao, Cotón, Muros, Caxiñas, Lobeira, Punta do Corvo, Mondego.

–  Moa lo repite en tres lugares cer­canos, al igual que en Galicia tene­mos «punta da Moa», «Cova da Moa» y «Cabezo da Moa», muy cerca de donde el Almirante nació.

–   Otro de estos nombres propios que nos tienen que hacer pensar es el que puso a un río de Jamaica. No le puso Guadalquivir o Tajo, mucho más conocidos e importantes. Haciendo una excepción, traicionan­do un poco su intención de disimular su origen, y dejando hablar por una vez a su corazón, le llamó Miño, el río grande de Galicia. Admitimos que pudo haber sido una sugerencia de algún marinero gallego, pero no deja de ser curioso.

–  Sin embargo, en esto de la toponi­mia el investigador imparcial no pue­de menos que sospechar mucho, cuando se encuentra con el detalle que enseguida mencionaré, pues nos demuestra sin lugar a dudas el conocimiento detallado que Colón tenía de los accidentes más recóndi­tos de la costa gallega. Aquí ya no se trata de ningún nombre genérico, ni del de ningún patrón o santo que puede referirse a muchos lugares diferentes. Estamos ante un nombre propio y concretísimo, que no puede ser inventado en el momento ni rela­cionado con nada que no sea el lugar original.

Colón llamó a un río que descubrió en la costa sur de Jamaica, río «Xallas» (Yallas o Jallas).

El sabía, porque en su navegación inicial de cabotaje había pasado por allí muchas veces, que en la costa sur de la provincia de La Coruña había un pequeño río que, curiosa­mente, desemboca en el mar for­mando una cascada. Pues bien, cuando en Jamaica se encontró con el mismo fenómeno, no lo dudó un momento. Su memoria le trajo al ins­tante aquel otro pequeño río de su Galicia natal que él había contem­plando tantas veces, y le llamó «Xallas», que no significa nada ni se puede encontrar en ningún otro lugar.

En la actualidad, Porto Santo y todos los lugares por los que Colón correteó cuando era niño están sufriendo una gran transformación, debido al paso de la autopista de La Coruña a Vigo. Hoy día ya no queda nada de los astilleros que por mucho tiempo allí hubo. Únicamente queda, como mudo testigo de aquella activi­dad, el nombre del puente (de la Barca) y el del barrio colindante (Galera). La gran explanada al lado mismo del puente en donde hasta hace pocos meses se veían barcas de los pescadores o en construc­ción, ha sido aprovechada para que por ella pase la ancha calzada de la autopista. Esperemos que lo poco que queda de la «Casa da Crus» sea conservado en su estado actual y restaurado en lo posible, y el cruce­ro derribado sea restituido a su pedestal y defendido de los odiosos vándalos del siglo XX.

 

 

El nuevo mundo: Colón y Pontevedra – Historia ilustrada de Pontevedra

 

 

Carta a FARO DE VIGO

HistoriaIlustrada_Página_1El 13 de noviembre de 1.928, FARO DE VIGO publicaba una carta del fundador del Museo de Pontevedra, Casto Sampedro, correspondiente de la Real Academia de la Historia, en la que el ilustre erudito se refería a la tesis del origen gallego de Co­lón. Entre otras cosas decía:

“Con motivo de la publica­ción en “El Debate” del ex­tracto de un segundo informe de la comisión especial de la R.A. de la Historia sobre va­rios documentos colonianos, en la noticia de esta capital que inserta el número del FARO de hoy, se dice que di­chos documentos fueron re­mitidos por un enemigo de la tesis del Colón pontevedrés.

Lo importante sería comba­tir el informe …; pero los pa­ladines de este asunto se irritan contra mi humilde persona, y de re­chazo contra el señor Obispo de Madrid-Alcalá. Contra tal imputación de enemigo tengo que rectificar…; lo que sí es conforme a la verdad es que yo fui el iniciador de la tesis, pero para el efecto de estudiarla…”.

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La descendencia de Colón:

Buhígas hace referencia a la des­cendencia supuesta de Cristóbal Colón en Pontevedra. Citando archivos de Alejandro Mon, So­brino Buhigas se refiere “a Mi­guel Enríquez Flores y Colón de Portugal, que vivía en Ponteve­dra en 1672, fundador del mayo­razgo de las Colonas. Su esposa doña Gerónima de Vargas Ma­chuca, sus hijos Catalina Colón de Portugal, y Josefa Colón y su marido José Onís. Constan igual­mente los hijos de doña Catali­na… Miguel Henríquez o Miguel Colón de Portugal, alcalde mayor que fue de Nueva España, donde consta ausente en 1749…”.

Una pugna entre el Norte y el Sur

 

El ilustre erudito Hipolito de Sá, a quien cita Philippot, recoge en una conferencia dada en Pontevedra en el marco de la “Semana de Colón gallego” una curiosa explicación para el enconamiento de la polémica entre defensores y de­tractores de aquella tesis. De Sa alude a dos tertu­lias: una, la pontevedresa de Jesús Muruais, en la que está también García de la Riega, y otra que nace en Madrid y en la que figura Murguía, que después llega a A Coruña . Hipólito de Sa atribuye a ésta “cierta oposición al núcleo cultural de Pontevedra” y concreta esa oposición en “las tesis contrapuestas sobre el origen de Galicia: para los pontevedreses, ese origen sería He­lénico y para los coruñeses -de los que después, surgiría el galeguismo- Céltico, con el mito de Breogán… Una es­pecie de pugna entre el Norte y el Sur, que se ha repetido en otros temas durante años.

 

Colón y Pontevedra

Con anterioridad hemos visto cómo el binomio Pontevedra y el mar, que está presente desde un principio y que, en su primera fase, vincula a la villa con su Ría, crece después hasta alcanzar el Mediterráneo e incluso las costas atlánticas de Francia. Hubo marineros gallegos y pontevedreses en las batallas y en el comercio y, como era natural-, los habría también en la aventura que cambió la Histo­ria de la Humanidad: el descubrimiento del Nuevo Mundo por el almirante Cristóbal Colón.

El interés que la figura del descubridor despierta entre his­toriadores, escritores, e incluso novelistas, es constante. A fina­les del siglo pasado, un erudito pontevedrés, Celso García de la Riega, elabora una teoría acogi­da con cierta expectación y rá­pidamente combatida e incluso escarnecida: Colón habría nacido, según esa teoría, en los alrededores de Pontevedra, en lo que hoy es el municipio de Poio. En definitiva, García de la Riega afirmaba que Colón era gallego.

Seguidor de las líneas generales de esa tesis, y defensor a ultranza del apartado principal, el vigués Alfonso Philippot Abeledo escribe un voluminoso libro, “La identi­dad de Cristóbal Colón”, que seguiremos en este fascículo de forma exclusivamente descriptiva, sin asumir, o negar, los fundamentos de su exposición. Philippot recuerda que la tesis pontevedresa de la cuna de Colón la establece García de la Riega a partir del hallazgo -casual, dice- de algunas actas notariales e inscripciones lapidarias de los siglos XV y XVI en las que figuran varios individuos de apellidos Colón y Fonterosa.

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El propio García de la Riega se refiere a esas escrituras, halladas en el monaste­rio de Poio, y establece que se trataba de escritos de aforamiento a favor de Juan de Colón y su mujer Constanza, circunstancia de la que se hizo eco el periódico madri­leño “El Imparcial”.

El erudito pontevedrés dice que “la aparición de tales apellidos en Pontevedra me inspiró el raciocinio lógico de que -pues se habían revelado en tres documentos- podrían repetirse en otros de fechas más o meos anteriores, habiéndome propuesto por lo tanto indagar nuevos datos en cuantos papeles pontevedreses del siglo XV mis gestiones pudieran alcanzar. Y, en efecto, secundado por personas de buena voluntad, a quienes había manifestado mis temerarias sospe­chas, he tenido la suerte de conocer y examinar los muy interesantes documen­tos de que doy cuenta.

Los hallazgos de De la Riega despier­tan curiosidad, expectación y polémica. Philippot recoge una larga relación de personas que se interesaron por ellos y da cuenta de las primeras reacciones contrarias, encabezadas por un sacerdo­te, gallego también, Eladio Oviedo y Ar­ce, al que siguió Serrano Sanz, catedrático de Zaragoza, que es el primero en acusar a los documentos aportados por el erudito pontevedrés de falsedad, “por tener raspaduras y sobreescritos”.

Un grupo de investigadores, encabezados por Casto Sampedro, presidente de la Sociedad Arqueológica de Pontevedra, descubrió nuevos manuscritos y al derrum­bar un viejo altar de madera en la iglesia de Santa María, una inscripción mural: “Os do cerco de Joan Neto e Juan de Collón fixeron esta capela”. Pero la polémica  no hace sino crecer y se exacerba cuando Oviedo y Arce emite un informe que fu considerado injurioso, incluso por académicos de la Real de la Historia. Con ante rioridad a él, en 1917, una comisión pontevedresa solicitó de la Diputación de Pon tevedra que cursara una invitación a la Real Academia de la Historia para que algu nos de sus miembros viajase a Pontevedra y estudiase in situ los documento señalados por De la Riega. Hubo respuestas favorables, pero cuando los comisiona dos iban a viajar a n Pontevedra, una huelga ferroviaria frustró el desplaza­miento.

Es preciso hacer un alto en el relato y recordar, con Philippot, otros indicios que pudieron alimentar la teoría del Colón gallego y pontevedrés. Por ejemplo el hecho de que su nave capitana, la Santa María, se llamase así y fuese conocida como “La Gallega”, y que pudiese haber sido construida en astilleros pontevedreses. El padre Sarmiento recuerda los privilegios dados a Pontevedra por Enrique IV, los reyes Católicos quienes concedieron a los mareantes de la villa que no pudiesen ser ajusticiado sino como nobles, salvo en delitos de alta traición-, y la obligación de usar el escudi de Pontevedra. El padre Sarmiento dice que “es mucho concurrir todo eso para que sea inverosímil que la mejor nave, en la que montado Colón descubrió en su prime! viaje el Nuevo Mundo, haya sido fabricada en el Arrabal o Pescadería de Pontevedra y que se dedicase a Santa María la Grande, que es la Patrona de todos los mariñeros en parroquia separada”.

 

Estábamos, pues, en que la expedición de la Real Academia no pudo desplazarse a Pontevedra para examinar in situ los documentos de De la Riega. Una promesa de ver al año siguiente no llegó a cumplirse, y dice Philippot que al negarse la comisión pontevedresa que había solicitado su mediación a remitirle a Madrid la documenta­ción, la Real Academia dio por terminada su intervención en el asunto.

 

A finales de 1926, y con la excepción de algunos originales, los documentos fueron remitidos por la Sociedad Arqueológica de Pontevedra al obispo de Madrid-Alcalá, Leopoldo Eijo-Garay, y fueron examinados en su presencia por una comisión de expertos -de la que formaba parte Claudio Sánchez Albomoz- con la colaboración del laboratorio del Cuerpo de Ingenieros del Ejército. El exa­men se realizó sobre las actas del llamado “Libro do Concello”, el Cartulario muni­cipal y un minutario notarial de escrituras del siglo XV.

El informe de la Comisión fue desfavorable para la tesis pontevedresa. Concluía en cuatro puntos la falsedad de los documentos, en un texto que decía, entre otras cosas que “los documentos que se contienen en las tres coleccio­nes examinadas han sido objeto de una manipulación sistemáti­ca, dirigida a modificar o su­plantar varios nombres propios de personas… En conclusión, los documentos carecen absolutamente de Valor y no es posible, por tanto, admitirlos como fundamento ni en apoyo de una seria investigación histó­rica”.

Philippot dice que hubo oposición a esas conclusiones y, citando a Emilia Rodrí­guez Solano, señala que en 1964, y revisada entonces mediante la aplicación de mo­dernas técnicas fotográficas, análisis de tinta, etcétera, se concluye “que no hay falsificación, si bien es cierto que algunos aparecen recalcados. Pero éstos carecen de importancia, mientras que los que realmente la tienen están libres de manipulación alguna”. La citada autora señala también que “aunque no se aporta prueba mate­rial de que Colón era gallego, sí creemos haber levantado la losa que, como consecuencia de los informes aludidos, pesaba sobre la tesis gallega de Colón.

Una vez saneada la prueba documental,  existen las bases precisas para estructurar una hipótesis que dé satisfacción a las pretensiones pontevedresas. Y para finalizar, es preciso tener en cuenta que conforme fue decli­nando la obra de García de la Riega hasta ser anulada como consecuencia de los ataques que recibió, y que tanto habían de beneficiar a la tesis genovesa, tampoco ésta salió muy bien librada de los duros golpes que tanto De la Riega como sus seguidores le habían asestado. Por tanto, las reivindicaciones de Galicia como patria de Colón continúan en pie”.

Alfonso Philippot la sigue, y en su obra citada, hace un concienzudo recorrido por los indicios que la fundamentan. Con trabajo propio de documentación, y una revi­sión a fondo de escritos anteriores, recorre la cuestión de los apellidos, los nombres que Colón dio a sus descubrimientos en el primer viaje, se detiene en un estudio de las vicisitudes de la casa, en Poio, que se considera por cierta tradición como la natal del almirante, recoge correspondencia desde Nueva España y profundiza en una serie de datos, coincidencias, indicios y hasta leyendas en las que puede sustentar su tesis.

Hoy, la cuestión sigue abierta. La hemos traído aquí, a la Historia Ilustrada, ha­ciendo un paréntesis en el desarrollo puramente temporal, porque resulta útil para conocer mejor el pasado. Cómo fue y cómo pudo haber sido.

 

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COLON, ESPAÑOL – Por Tiburdo Pérez Castañeda (Cubano)

Publicado en la revista cubana «Cultura gallega» 1936 -1937″miniatura

Por los datos que teníamos y los nuevamente aportados por el señor Zas, que se significa por su plausible constancia en descubrirlos y aducirlos, creemos que Cristóbal Colón nació en España, y precisando más, en Galicia.

Ya no se disputa sobre si fué un nórdico, Leif Ericsson o Cristóbal Colón, el que descu­brió este Continente, pues Colón ya se sabe que fue el que lo descubrió.

No son sólo los de origen español y los es­pañoles los que creemos que Colón fué español. El peruano doctor don Luis Ulloa, dado a re­gistrar archivos, aseguró que Colón era es­pañol; y ahora el doctor Theodosio Noell, pro­fesor del Seminario Oriental de la Universi­dad de Berlín, que es uno de los hispanistas de gran reputación, acaba de publicar en la Vossiche Zeitung, de Berlín, un trabajo en el cual se señala como convencido y esforzado pa­ladín del origen español del gran descubridor de este Continente americano.

¿Por qué—se pregunta Noell—aceptó el mun­do, sin debatirlo, el nacimiento en Italia, en Génova, de Cristóbal Colón?

Todo el mundo lo decía, añade Noell, pero nadie lo ha probado. Los historiadores del día afirman que Colón era ‘genovés, solamente por­que los de ayer así lo decían y toda esa repe­tición tiene su origen en las siguientes pala­bras de Colón a Isabel la Católica: «Vengo de Génova, donde nací”. Noell recuerda a pro­pósito de este error por repetición, las palabras del jurisconsulto español Altamira, al decir «que es una petrificación de un error histó­rico”.

Ya habían notado muchos escritores que ha­bía pocos rasgos del carácter italiano en la manera de ser de Colón. Humbold decía “que el celo religioso de Colón no había surgido de Italia, sino que era típicamente español”.

 

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¿Tuvo alguna razón Cristóbal Colón, de esas que embargan el ánimo y privan de toda in­dependencia. para decir a la Reina Católica que procedía de Génova?

Y dice Noell que tenía no sólo una razón o motivo para expresarse con falsía, sino que fueron tres.

Primera: la obsesión del proverbio bíblico bien conocido en España, nación profundamen­te religiosa, que “Nemo est propheta in patria sua”. Nadie es profeta en su patria.

Ni es posible, añade Noell, que Cristóbal Co­lón al hablar así a la reina Isabel, recordase que el Almirante Bonifacio, que muchos años antes había pasado ante el Rey Fernando de Castilla como genovés para obtener la sanción de proyectos que, de otro modo, no le hubie­sen sido aprobados.

Segunda: Cristóbal Colón, había nacido en Galicia, cuya Provincia en la guerra civil an­terior al reinado de Doña Isabel, era toda ella partidaria de Doña Juana contra Doña Isabel.

Y    es evidente que no hubiera sido apropiado que Cristóbal Colón se presentase a Doña Isa­bel como natural de una Provincia de España que trató de privarla del Trono.

Tercera:  Si Cristóbal Colón era de origen judío, era una razón, quizás la más poderosa de todas, para no revelar a la Reina Isabel el secreto de su religión judaica, que era inten­samente anti-semita.

Escritores del tiempo de Colón, las obser­vaciones de sus amigos v compañeros y las car­tas de su hijo don Fernando Colón, que exis­ten en el Artíhivo de Indias de Sevilla, indican que Oistóbal Colón tenía los rasgos físicos, mentales y morales, inequívocos de la raza judía, tanto de sus cualidades como de sus defectos.

Esos motivos se consideran como razones por las cuales Cristóbal Colón quiso guardar el secreto de su origen español.

Después hay otras coincidencias y sucesos que también autorizan a pensar que Cristóbal Colón quisiese guardar el secreto de su origen español.

En Génova no se manifestó ningún regoci­jo por el descubrimiento de América en 1492 y ni un solo habitante de esa ciudad hubo que manifestase su orgullo o contento por el des­cubrimiento de América.

Y    sólo un siglo después fué cuando apare­ció allí ese contento por la obra maravillosa de Cristóbal Colón, levantándole estatuas, de­dicando poesias a su memoria y enorgullecién­dose del origen italiano de Cristóbal Colón, a quien llamaban Christóforo Colombo.

España, claro está, no tiene inconveniente en que se honre a Colón en todas partes del inun­do, es decir a Christóforo Colombo, comercian­te de vino en la hermosa ciudad de Génova, pero los honores de descubridor del Nuevo Mundo y de navegante insigne, deben reser­varse para Cristóbal Colón, el español natu­ral de Porto Santo, en Galicia.

Sobre esto el historiador español Beltrán y Rozpide dice: “El descubridor de América no puede ser el dibujante Christóforo Colombo,
porque el navegante, Cristóbal Colón, dice en sus cartas, que se hallan en el Archivo de Sevilla, que todos sus antecesores fueron ma­rinos.

Además se sabe por las cartas de Colón, que de los años 1470 a 1473 navegó sin inte­rrupción por todos los mares conocidos, mien­tras que de los documentos que se refieren al Colombo genovés se sabe que en 1470 es­taba. en Genova.

En estos documentos de Genova consta que el Colombo genovés compareció el trece de octubre de ese año de 1470, ante el Notario Jacopo Calci como menor de edad acompañan­do el consentimiento de su padre; y en el tre­ce de Octubre de ese mismo ano compareció ese Colombo genovés ante el Notario de Rag- gio. diciendo que tenía diez y nueve años de edad.

Y    como Cristóbal Colón murió en Valladolid en 1503 a la edad de setenta y tres años, en 1470 debía tener treinta y siete años y no diez y nueve como el Colombo italiano.

Además el navegante Don Cristóbal Colón nunca se llamó a sí mismo Colombo. En todas sns cartas, y hasta en las negociaciones con el Key de Portugal, antes de tratar con la Rei­na Isabel, siempre se llamó a sí mismo Cris­tóbal Colón, y este nombre no es italiano, sino geiminamente español y el cual tienen’ hoy romo apellido muchas familias españolas.

Es sabido que en Porto Santo, de Galicia, se ha descubierto una inscripción en los mu­ros de una casa que dice: Colón, año 1490.

 

CRISTBAL COLON, el más grande de los Des­cubridores de todos los tiempos, español, de con­formidad con los más (serios estudios realizados durante los últimos treinta años, por eminentes y laboriosos historiadores que pusieron a contri­bución de tan noble como plausible tarea, todas las ramas del moderno saber humano. Sólo el pru­rito de puro formalismo documental de nuestra Academia do la Historia da motivo a que se siga discutiendo una cuestión que hace tiempo está resuelta en la conciencia de todas las personas desapasionadas.

 

COLON NO HABLABA MAS QUE ESPAÑOL

Todas las cartas de Cristóbal Colón y otros de sus escritos, tales como Las Profecías, y hasta sus notas privadas, están en español, con excepción de dos cartas escritas en ita­liano muy malo, del llamado macarrónico. Cier­to que tampoco el castellano de Colón era de una fuerza extraordinaria, pues que nació y se crió en Galicia, y en España nos codeamos con gentes muv cultas, como por ejemplo don Eugenio Montero Ríos, que tenía un acento gallego muy marcado; y Cristóbal Colón cuan­do tenía una falla en el castellano, era una o varias palabras en galaico.

El doctor Noell añade que Cristóbal Colón (lió el nombre de sitios bien conocidos por el sur de Galicia, a las nuevas tierras y mar°s filie iba descubriendo, detalles éstos interesan­tes,pero que han «ido bien notados por otros autores.

A la Isla de S. Salvador, que fue la pri­mera en que puso su planta Cristóbal Colón   desde cuya ni aya elevó la primera oración de gracias a Dios por el descubrimiento del Nuevo Mundo, la llamó San Salvador y nunca (lió, ni por casualidad, un nombre italiano a las tierras que descubría. San Salvador era el nombre del pueblo en que nació Colón.

Y    cuando Colón desembarcó en Cuba (lió al primer punto que vió el nombre de Porto Santo, que es el de la ensenada donde están las ruinas de la casa llamada de Colón.

La firma de Colón que sólo se puede desci­frar con ayuda del dialecto o idioma gallego dice: “Jesus María y José, salvadme, que soy mensajero de Cristo”.

Cada día se irán haciendo nuevos descubri­mientos que comprueben más y más que Cris­tóbal Colón era español.

El Descubrimiento de América considerado bajo diversos aspectos

miniaturapeynoPor J. Peynó

Las hondas convulsiones internas que agi­tan a muchos países hispanoamericanos, no ha sido óbice para que este año, como los ante­riores, se conmemorase con toda esplendidez la gloriosa efemérides del acontecimiento más grande de la Historia de la Humanidad des­pués del nacimiento del Hijo de Dios.

‘Pero en Cuba esta efemérides de afirmación de la confraternidad hispanoamericana ha re­vestido mayores proporciones que otras veces, sellándose con brillantes actos culturales, re­ligiosos, sociales y militares, en cuya organi­zación tomaron parte entusiasta la Sociedad Colombista Pan-Americana, la Orden de los Caballeros de Colón, el Lyceum y el Ejército con asistencia del Cuerpo Diplomático.

CULTURA GALLEGA no puede tampoco pasar en silencio el gran suceso del Descubri­miento de América, considerándolo bajo di­versos aspectos a cual más interesantes. Pue­de a/firmarse enfáticamente que España pro­dujo una múltiple evolución, de caracteres tan trascendentales como variados.

En la esfera mercantil, el descubrimiento mareó el paso del centro de la actividad de los puertos del Mediterráneo a los del Atlán­tico. Hizo más intenso y extenso el intercam­bio.

Imprimió enorme impulso a la navegación. El feudalismo, ya herido por las consecuen­cias económicas de las cruzadas, experimentó, como resultada del acrecentamiento de los me­dios de cambio, la depreciación de las rentas territoriales. Surgieron, con mayores bríos, las clases industrial y comercial.

En el orden científico, señaló la derrota de quienes negaban la redondez de la tierra. Con- tribuyó con el andar del tiempo al arraigo de la combatida teoría de Copérnico, demostran­do el doble movimiento de los planetas sobre sí mismos y alrededor del sol. Más tarde Ga- lileo confirmó las teorías de Copérnico y pro­clamó que el sol, y no la tierra, era el eje del mundo planetario y que giraba la tierra en torno de aquél como los demás planetas que reflejan la luz, confirmación que a poco le cuesta la vida.

Desde el punto de vista patriótico, de un patriotismo sano, grande, elevado, puede Es­paña enorgullecerse en esta efemérides de ha­ber impulsado todo un continente a la vida de la civilización. Sin ol<vidar a los valerosos marinos del norte que en 687 encontraron la Islandia y colonizaron en 985 la Groelandia, ni los descubrimientos geográficos hechos por el príncipe portugués Enrique el Navegante y otros intrépidos viajeros medioevales, lo cierto es que a España corresponde el honor, íntegro, de un descubrimiento efectuado en tres pequeñas naves que hoy consideraríamos absurdas para tamaña empresa: la Santa Ma­ría (nave capitana de Colón en su primer via­je, llamada también “La Gallega”), la Pinta y la Niña.

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De esas tres naves, sólo la capitana estaba completamente cubierta por un puente. Su to­nelaje ha sido estimado por unos en 280 tone­ladas; por otros en 200. La Pinta y la Niña, de tipo bajo y ligero, llamadas “carabelas”, se supone que contaban 140 y 100 toneladas, respectivamente. Y en esos tres remedos de bu­ques, surcó la expedición hispánica la inmen­sidad del Océano; y tras mil accidentes se en­contraron los temerarios navegantes, en la ma­ñana del 12 de Octubre de 1492, cerca de la pequeña isla de coral de las Bahamas, llamada por los naturales Ganahaní y a la cual bau­tizó Colón con el nombre de San Salvador, en recuerdo de la alegre villa de Pontevedra don­de, según pruebas documentadas de La Rie­ga, Otero, Gorostola, Rodríguez, Zas, Marcóte y otros muchos autores colonianos, había naci­do el Almirante.

He- ahí una de las imborrables efemérides históricas, uno de los mayores galardones de nuestra España, uno de esos recuerdos peren­nes que vivirán por toda la eternidad. En esta efemérides, el orbe entero invoca la homérica proeza. Y todas las naciones americanas que se expresan en el idioma español, conmemoran su advenimiento a la vida universal. Soberanos, independientes, libres — con alguna dolorosa excepción—esos pueblos dirigen su mirada a la madre de todos ellos, hoy desangrada y devastada por feroz lucha fratricida, palpitan­do al unísono los corazones hispánicos de aquende y allende los mares; y tanto los que hemos nacido en el viejo mundo, como los que han nacido en el continente nuevo, nos abraza­mos espiritualmente y, con los ojos puestos en la progenitor a común, exclamamos: ¡Salud, hermanos!

 

COLON

Por la fe de la Reina Castellana fué Colón otro Dios ante la Historia: dió un Mundo nuevo a la Nación Hispana y remontó su nombre hasta la gloria.

Cuando pisó la selva americana llevó, con el laurel de su victoria, idioma, religión, sangre espartana, de Iberia la brillante ejecutoria.

Pasaron siglos y surgió el agravio; pero no hay rencor, que una caricia llevó besos de amor, de labio a labio.

Y   hoy el Mundo, nimbado de justicia, pregona que el marino augusto y sabio, tuvo su cuna en la viril Galicia.

‘Próspero Tichardo Arredondo (cubano)

Recorriendo voces, textos y fuentes por Carlos Penelas

Carlos Penelas - 600x280 ComVamos a recorrer con un poco de humor algunas voces, textos y fuentes. Se sabe que Colón no hablaba italiano a pesar de haber vivido en Génova hasta los 24 años. De hecho las referencias sobre su origen genovés son casi inexistentes. También se dice que tenía modales portugueses, lo que puede significar gallegos

La esfericidad de la Tierra ya estaba en el Corán. Hay versos sumamente elocuentes. Alfraganus, setecientos años antes de la llegada de Colón a América – siglo IX, Jalifato de Al-Mahmún – señaló en su célebre teorema que la medida correcta de la Tierra era de cincuenta millas y dos tercios por grado.
Collón, en gallego es testículo. Para ser didácticos: cada una de las dos glándulas ovoideas que segregan el semen y están contenidas en las dos cavidades del escroto. Según se dice era su verdadero apellido y está anotado en una iglesia de Pontevedra. Tiempo después, alguien tachó una “l” y quedó Colón. También se dijo que era judío converso, catalán, mallorquín, castellano, extremeño, corso…
“¿Qué le pasa, Penelas?”, preguntará el retrógrado del boticario. Pues bien, que vamos a recorrer con un poco de humor algunas voces, textos y fuentes. Recordemos, al pasar, que como dijo Woody Allen, “hay que trabajar ocho horas y dormir ocho horas , pero no las mismas”.
Se sabe que nuestro querido Almirante no hablaba italiano a pesar de haber vivido en Génova hasta los veinticuatro años. De hecho las referencias sobre su origen genovés son casi inexistentes. Se dice que tenía modales portugueses, lo cual puede significar gallegos. No hay que olvidar que una carabela, la Santa María, se la bautizó en principio “La Gallega”. (¿Qué dirá ante estos paupérrimos y conocidos datos mi amigo el historiador? Estará una furia. Le recordaría que “el eco siempre dice la última palabra”.)
Celso García, pontevedrés, pronunció una conferencia en la Sociedad Geográfica de Madrid en 1898, año del nacimiento de mi padre. En ella dio a conocer cierta documentación de los siglos XV y XVI. Causó un gran alboroto al afirmar la galleguidad del genovés. Poco tiempo después se afirmó que los documentos estaban manipulados. Pero en 1964, la profesora Rodríguez Solano estableció que no existió tal falsificación en los documentos de Pontevedra. Y se volvió a la carga. No es casual que Alejo Carpentier haya escrito una novela desopilante sobre la vida de este navegante misterioso. En El arpa y la sombra el mundo mágico-primitivo de universal comunión, el drama social y filosófico del hombre moderno, concebido dentro del ámbito de la mitología americana.
En 1923, en La Habana, Enrique Zas publicó un ensayo: Galicia, patria de Colón. Pone como ejemplo algo que no lo tomará por tal Menéndez Pidal. Zas habla de las muchas palabras en gallego que el almirante escribió en su diario: pardetas, a la corda, pardeles, toniñas, etc. Recordemos a don Ramón Menéndez Pidal, coruñes, que publicó en 1942, La lengua de Colón, libro de consulta en mis años de estudiante en el Profesorado en Letras. Me acuerdo la colección: Austral, de Espasa. Aún está en mi biblioteca. Luego vendrá la polémica de Francisco Romero de Lema en La lengua de Cristóbal Colón, publicado en 1969. Como ves, mi querido e hipócrita amigo, todo es confuso. Pero la ciencia sigue su curso y sabemos a dónde vamos.
Será Alfonso Philippot, vigués, capitán de La Marina Civil quien en 1991 publica La identidad de Cristóbal Colón donde concluye que Colón y Pedro Madruga son la misma persona, hijo natural (¡cuando no!) del conde de Sotomayor. El silencio será una razón de Estado. Siempre las razones de Estado terminan en el silencio.
A la tesis de que Colón era gallego dieron su apoyo la condesa de Pardo Bazán, Suárez Picallo, Eduardo Pondal, Castelao, Ramón Cabanillas, entre otros.
Roland Barthes creía que la efusión sentimental resulta inexpresable. Tal vez la vida de nuestro descubridor sea eso. Se dice que fue avaro, megalómano, sionista. Para algunos historiadores el legendario almirante chino, Zheng He, descubrió América siete décadas antes que Colón. Éste descubrió sus mapas y lo calló. Por eso llegó a nuestras playas. Más allá de todo recomiendo leer sus diarios de navegación.

Escribe: Carlos Penelas
Especial para Nueva Rioja

 

 

El origen de Cristóbal Colón – Suplemento ABC 1969

El 11 de octubre del pasado año, víspe­ra del Día de la Raza, tuve el honor de presentar a la Real Academia un informe en el que hacía la siguiente afir­mación.

“El apellido del Descubridor de Améri­ca no tiene relación alguna con los Colom- bo genoveses, ni con los Colón de Ponte­vedra, ni con los Colom de Córcega o de nuestras tierras de Levante, ni con alguno de los considerados, hasta ahora, como , as­cendientes del Descubridor. El Colón de Don Cristóbal es, simplemente, otra forma más del sobrenombre de “Coulon” o “Coul- lon”, con que fue conocido en Francia su pariente el vicealmirante de Luis XI, Gui­llermo de Casenove.”

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Mi afirmación no pudo ser más clara y sencilla, y pasado mi informe a la Comi­sión de Indias, tuve la satisfacción de es­cuchar, en la sesión siguiente, que la Co­misión consideraba interesante el informe por mí presentado y me pedía lo docu­mentara.

En apoyo de lo que afirmaba, ya hice en mi informe una ligera exposición de cuáles eran los documentos base de mi te­sis. Considero que la mejor manera de do­cumentar ésta, es ir aportando las prue­bas cronológicamente, tal como fueron apareciendo en crónicas e historias. Y co­mo, en realidad, versan en su mayor parte sobre el primero de los Almirantes Colón, famoso corsario gascón, al servicio de Fran­cia, comenzaré refiriéndome a Alonso Fer­nández de Falencia, primer cronista caste­llano que lo cita, en el capítulo VII del li­bro 24 de su famosa obra «Los treinta libros de los anales de España”, escrita en latín y traducida al castellano por el ilustre ar­chivero señor Paz y Melia.

 

AÑO 1475: EL CORSARIO ALMIRANTE FRANCES COLON COMIENZA A FIGURAR EN LA HISTORIA DE ESPAÑA

La acción que transcribimos ocurrió a mediados del año 1475, antes de que se firmara el Tratado de alianza de 8 de septiembre de dicho año, entre don Alfonso V de Portugal y Luis XI de Francia.

“Infestaba el mar de Occidente un pi­rata llamado Colón, natural de Gascuña, al que sus afortunadas expediciones habían permitido reunir gruesa armada y os­tentar el título de Almirante del rey de Francia. Por él se habían hecho los france­ses aptos para la navegación porque antes se les consideraba o descono­cedores de tal ejercicio, o poco experimen­tados en las expediciones náuticas. Des­pués de combatir largo tiempo en Francia con los ladrones, casos adversos de fortuna le sumieron en la desgracia, y ya hacia la mitad de su vida, se consagró a la del mar y <se enriqueció rápidamente merced a sus crueles y pérfidos procedimientos de pi­rata.”

 

 

COLON ERA SOBRINO DEL ALMIRANTE FRANCES GUI­LLERMO DE CASENOVE, DE SOBRENOMBRE «COLON»

EN LAS NAVES DE SU TIO, CRISTOBAL COLON ATACO LOS NAVIOS Y LOS COSTAS DE FERNANDO EL CATOLICO

Esto explica el misterio de que se ro deó el Descubridor al venir a España

QUEDA TOTALMENTE DESCARTADA LA TESIS GENOVESA, QUE ES UNA PA­TRAÑA HISTORICA. CRISTOBAL COLON NADA TUVO QUE VER CON ITALIA

COMO SU TIO. EL ALMIRANTE FRANCES. COLON ERA GASCON

 

 

“Buscó para compañeros a algunos vas­congados, gascones, ingleses y alemanes, aficionados a aquella vida; construyó una gruesa nave reforzada en las bandas con fuertes vigas, para resistir el choque de las máquinas enemigas; inventó otras de di­versos géneros y en épocas determinadas salía del puerto de Harfleur, plaza de Normandia, en la costa del océano, frontera a Inglaterra, y atacando furiosamente a cuantas naves mercantes se encontraba en la travesía, se apoderaba de sus ri­quezas.”

“En esas correrías habla llegado a las , costas de Portugal y al Estrecho de Cá­diz, dirigiendo sus principales ataques con­tra portugueses y genoveses, por lo que el rey de aquella nación, don Alfonso, aliado entonces del inglés contra Francia, había enviado una armada en persecución del pirata…”

“Entre tanto, el rey Luis, ya amigo de don Alfonso de Portugal, deseando des­ahogar con España un innato prurito de guerra, antes de declararla, mandó a Co­lón que se reuniera con los marinos portu­gueses. Arribó el pirata a las costas de Lisboa y entró en la desembocadura del Tajo, con siete gruesas naves, y púsose en espera de los mercaderes vascongados que llevaban a Flandes vino, aceite y otros gé­neros. Muy ajenos estaban ellos de temer nada de Colón, con quien tenían frecuen­tes tratos, a quien algunas veces habían acogido benignamente y en cuyas naves iban muchos marineros de Vizcaya, Con­fiados, además, en el afecto que los de es­tas provincias se profesan cuando están lejos de ellas, nada recelaban del pirata, pero éste, al divisarlos, cuando doblaban el Cabo de San Vicente, puso hacia ellos las proas. Seguros entonces de que venían a su encuentro marchaban confiados a re­cibir al que creían amigo, sin cuidarse, por tanto, de tomar las armas, y según costumbre de la gente de mar, le pregun­taron con qué intención venían en su bus­ca. Colón, dándose por muy amigo de los patrones de las naves, se limitó a indicar pasasen a la suya para ver por las relacio­nes de carga, si entre la de los andaluces habían introducido alguna los genoveses. Sin demora obedecieron los incautos vas­congados y el pérfido pirata les obligó trai­doramente a que le entregasen las nueve naves. Dos lograron huir merced a la as­tucia de cierto vascongado, pero se apo­deró de las otras siete y envió a Inglaterra a vender el cargamento de vino y aceite, géneros de que allí se carece.”

 

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1) Facsímil de la carta del Rey Juan II de Portugal, que constit la mejor prueba del parentesco don Cristóbal Colón con el almirante corsario gascón Guillermo de Casenove. Ambos eran bien conociodos por Don Juan, desde que éste, 1474, había asumido la dirección de los asuntos de Harina por delegación de su padre, Don Alfonso.

2) Circular cursada por los Cónsules de Mar de la ciudad de Barcelona a to las villas, castillos y lugares de la 00 de Levante, avisando estén alerta por I ber sido avistado en la costa de Valen a un corsario llamado Colón con una armada de siete naos el 20 de septiembre. La circular es de 6 de octubre de 14 Esta circular prueba la verdad de la armación hecha por Cristóbal Colón a Reyes Católicos en su carta dirigida desde Cuba en 1495, refiriéndoles el intento que tuvo hallándose como corsario al vicio del Rey Renato de Anjou, pretendiente a las coronas de Aragón y Sicilia de atacar a la galera “Fernandina”, que no llegó a ejecutar por haberse enterado que estaban con ella otras dos na y una carraca. Fue sin duda como capitán de una de las naos de su pariente corsario Colon, en su expedición al Mi diterráneo en ayuda del pretendiente.

 

 

 

 

La amistad del corsario con los capitanes vizcaínos, y el hecho de llevar en su arma­da una buena parte de la marinería viz­caína y gascona, parece indicamos como lugar de su nacimiento, algún pueblo pró­ximo a la frontera franco-española.

La miserable acción que acabamos de relatar, cometida como hemos indicado a mediados de 1475, debió de tener gran re­sonancia en el pueblo vascongado con el que siempre, hasta entonces, había estado en excelentes relaciones.

 

AÑO 1476: MES DE JULIO. EL ALMI­RANTE FRANCES COLON ATACA LAS COSTAS DE ESPAÑA

Al año siguiente, declarada ya la guerra entre España y Francia, salió el almirante Colón de Harfleur, con nueve grandes naos, camino de Fuenterrabía, y al pasar por Brest, encontró en su puerto cuatro naos de súbditos del Bey Católico, logrando apo­derarse de dos de ellas, a cuyas tripula­ciones aniquiló. Las otras dos pudieron huir. Llegado a Fuenterrabía el día 8 de julio, en ayuda del ejército de tierra del rey de Navarra, estuvo diez días a la vis­ta de dicho puerto, y desembarcó su gente, “y con la que había en la Fuerza de la villa (cuenta Isasti en su Compendio His­torial de Guipúzcoa), hubo un recio en­cuentro y volvió el corsario a sus navíos con pérdida de cien hombres”.

Seguimos con los “Anales de España”, de Alonso de Palencia, que nos relata en su libro XXVn, capítulos IV, V y VI la segunda aparición del almirante Colón por las costas de España. El Capítulo IV termi­na con los párrafos siguientes referentes al corsario y a su partida de Fuenterrabía.

“Al dirigirse a Bermeo, una recia tormen­ta arrojó al mayor de sus navíos contra la costa enemiga, y viendo a los otros em­pujados sobre las rocas a punto de es­trellarse, dio rápidamente orden de salir a alta mar. Al dar vista a las costas de As­turias y Galicia, trató de compensar con alguna póresa la pérdida de su navio, mas al querer atacar a Bibadeo, los vecinos, ya prevenidos a la defensa con tropas auxi­liares, le mataron mucha gente, y de tal modo le escarmentaron, que amedrenta­do con el doble descalabro huyó a Portugal en busca de tranquilo refugio.” Efectivamente debió de huir, sin dete­nerse a ayudar a Pontevedra, Vivero y Ba­yona, que se habían alzado en Galicia a favor del rey de Portugal, y que fueron, pocos días después, tomadas por la Escua­dra de treinta navios que, al mando de don Ladrón de Guevara había ordenado el Bey Católico se organizara en Guipúzcoa y Vizcaya para salir en persecución del corsario, y que sólo se tardó días en orga­nizar. Isasti, en su Compendio historial antes citado nos cuenta este episodio y agrega que “el rey don Femando se halla­ba entonces en Galicia y visto lo que hi­cieron los guipuzcoanos alabólos mucho con palabras públicas, de grande honor y agra­decimiento, porque en estas guerras derra­maron tanta sangre propia y de sus ene­migos. en servicio de su Beal Corona”.

 

MES DE AGOSTO. COMBATE NAVAL DEL CABO DE SAN VICENTE

En el capítulo siguiente, V del mismo li­bro, nos describe Palencia el terrible com­bate del Cabo de San Vicente, que tuvo lugar, aproximadamente, un año después de la traición llevada a cabo por el corsa­rio Colón a sus amigos los vascongados, y en el mismo emplazamiento de aquel su­ceso, el 7 ó el 12 de agosto de 1476.

“Exasperado Colón con el naufragio de su nave junto a Bermeo y con el daño re­cibido en el ataque a ribadeo, anunció al rey de Portugal en cuanto entró en el puer­to de Lisboa, que había resuelto barrer de de las costas andaluzas hasta el Estrecho de Gibraltar, cuantas embarcaciones en­contrase. Llegó de seguida la noticia del ataque del Castillo de Ceuta y entonces don Alfonso reunió gran número de sus nobles y a toda prisa despachó dos galeras que habían escapado a los pasados desastres, la “Beal” y la “Lope Yáñez”, las tripuló con gran número de portugueses que también embarcaron en las once de Colón y las en­vío a la defensa de aquella plaza. Al mismo tiempo zarparon del puerto de .Cádiz, con rumbo a Inglaterra, tres gruesas naves genovesas, una galera grande y otro navio flamenco llamádo de Pasquerio, sin temor a otro peligro que el de las tormentas, por la magnitud de las embarcaciones y la numerosa tripulación, aumentada enton­ces por la previsión de experimentados genoveses para asegurarse contra los ata­ques de Colón. La fortuna lo dispuso de otro modo. Al divisar estas cinco embarcaciones, las trace unidades del rey de Portugal y de Colón, destacó éste una carabela a enterarse de quiénes eran y qué se proponían. Contestaron los genoveses que bien conocía Colón la firme alianza que con los franceses tenían, en cuya vir­tud disfrutaban de libre navegación por todos los mares. Pero él, con igual astucia que la emplead» con los obedientes vascon­gados, dijo qué el almirante, los maestres de las naves y los principales mercaderes podían pasar a la suya para enseñarle sus papeles. Como los genoveses no habían ol­vidado la pérfida conducta del pirata, se negaron a lo propuesto y empuñaron las armas. Adelantóse entonces Colón con la “Real” contra una de las tres galeras genovesas; la “Lope Yáñez” se arrimó al cos­tado de otra, y una tercera clavó su arpón en la elevada, borda de la flamenca de Pasquerio. Las otras dos galeras genovesas, seguras de los ataques de las naves más pe­queñas del pirata, auxiliaban a los suyos. Ante la tenaz resistencia de las galeras genovesas, Colón dio orden a otra de las suyas, también atestada de combatientes escogidos, de arrimarse al otro costado, a fin de apoderarse antes de ella entre las dos. No veía otro recurso más eficaz para combatir que el empleo de los artificios de fuego, con los que haciendo volar por los aires llamas de azufre y chispas encen­didas, aterraba y vencía a sus enemigos. En aquella ocasión, sin embargo, unos y otros sufrieron el daño, porque cuatro naves del pirata, la “Real”, la pegada al costado de la genovesa, la que combatía con la galera grande y la que trataba de incen­diar la flamenca, fueron, como las enemi­gas, presa de las llamas. Siete quedaron casi destruidas, y también hubieran sido las otras dos genovesas al no haber logra­do extinguir rápidamente él fuego que em­pezaba a prender en ellas. Al defenderse de los ataques de otras embarcaciones, per­dieron gran parte de la gente. También perecieron todos los genoveses y alema­nes de las otras galeras, menos ciento cincuenta que se salvaron a nado y reco­gieron las carabelas portuguesas, cuyos tri­pulantes miraban, desde la playa de La­gos, qué término tendría aquel encarniza­do combate que duraba diez horas. Quinientos nobles portugueses perdieron allí la vida, hundidos en las aguas a causa del peso de las armaduras. Además, dos mil franceses y portugueses perecieron entre las llamas o al filo de las espadas. Colón, con unos pocos, logró a duras penas subir a otras naves. Tal fue el terrible desastre de este pirata, tan funesto también para los ladrones franceses y para la nobleza lusi­tana…”

“Perdiéronse siete grandes naves, a saber: cuatro de Colón y portuguesas, una de las tres mayores genovesas y la urca y la cor­beta de Flandes. Lograron arribar a Cádiz dos de las genovesas, cuya tripulación la­mentaba tristemente la pérdida de la ma­yor parte de sus compañeros en el com­bate. Ocurrió éste el 7 de agosto de 1476, no lejos del Cabo de Santa María, en la costa andaluza, a unas noventa millas de Sanlúcar de Barrameda. Achacaban al­gunos el desastre de las dos armadas a la fortuna del rey don Fernando, por ser genoveses y portugueses enemigos de la Corona aragonesa y del poder de Castilla. Don Femando, sin embargo, lamentó mu­cho el descalabro de los primeros, porque trataba de reconciliarlos con los catalanes y hacerlos amigos de los castellanos, si­guiendo los consejos de su tío don Fernán- do de Ñapóles, que, a la sazón, negociaba alianza con los genoveses y quería tener a su lado por auxiliar en esta negociación a su sobrino.”

El relato del mismo combate que nos da Mosén Diego de Valera en el capítu­lo XXI de su “Crónica de los Reyes Católi­cos”, en nada difiere de la anterior, por cuyo motivo lo omitimos, no sin indicar que Mosén Diego nos señala como fecha la del 12 de agosto, en lugar del 7 que nos fija Patencia.

Cotejando estos relatos con los de fray Bartolomé de las Casas, en su “Historia de las Indias”, y don Femando Colón, en la Biografía de su padre, nos encontra­mos que éstos señalan la presencia de Cristóbal Colón en el combate (cosa que Falencia y Valera ignoraron) y que afir­man, al mismo tiempo, que Cristóbal Co­lón era pariente del almirante corsario. Como estas afirmaciones tienen una im­portancia capital en nuestra prueba, va­mos a dar cuenta de ellas, transcribién­dolas literalmente. Comenzamos por las de fray Bartolomé.

“Según todos afirman, este Cristóbal era genovés de nación; sus padres fue­ron personas notables, en algún tiempo ricos, cuyo trato en manera de vivir de­bió ser por mercaderías por la mar, se­gún él mismo da a entender en una carta suya; otro tiempo debieron ser pobres por las guerras y parcialidades que siem­pre hubo y nunca faltan en Lombardía. El linaje de suyo dicen que fue genero­so y muy antiguo, procediendo de aquel Colón, de quien Comelio Tácito trata en el libro XH al principio, diciendo que tru­jo a Roma preso a Mitridates, por lo cual le fueron dadas insignias consulares y otros privilegios por el pueblo romano, en agradecimiento a sus servicios. Y es de saber que antiguamente el primer sobre­nombre de su linaje dicen que fue Co­lón; después el tiempo andando» se lla­maron Colombos los sucesores de dicho Colón romano o capitán de los romanos…, pero este ilustre hombre, dejado el ape­llido introducido por la costumbre, quiso llflimirsp Colón, rAgtit.iiyp»r>ringo al vocablo antiguo.”

Hace más de sesenta años que Henry Vignaud, en sus “Etudes Critiques sur la vie de Colomb”,  descubrió que este cuento, que relatan Don Femando y Fray Bartolomé, del Colón, capitán romano, ci­tado por Comelio Tácito “en su Libro XH, al principio”, no tenía base alguna. El historiador francés demostró que en el texto de Tácito el que lleva preso a Roma a un Rey Mitridates, y recibe como premio las insignias Consulares, se llama Junius Cibo, y no Colón. Difícilmente podría derivarse de Cibo el apellido Colombo, pero no me­nos difícil seria el explicamos cómo Don Crstóbal, “dejado el apellido introducido por la costumbre, quiso llamarse Colón, restituyéndose al vocablo antiguo”.

También conviene señalar en este pá­rrafo de fray Bartolomé, el parecido exis­tente de los antecedentes de los padres de Colón, “personas notables, en algún tiempo ricos”, con los que del propio Guillermo de Casenove, nos dejó Alonso de Falencia: y la afirmación que sigue de “cuyo trato en manera de vivir debió ser por mercaderías por la mar, según él mismo da a entender en una carta suya”, tan distinta de la supuesta en la tesis genovesa.

Después de estudiar lo que, referente al origen del apellido Colón, aparece en el capítulo n de la Historia citada de fray Bartolomé, pasamos ahora al capítulo IV en que nos hace una relación del comba­te, dándonos cuenta antes de la razón pol­la cual don Cristóbal tomaba parte en él.

“Como fuese, según es dicho, Cristóbal Colón tan dedicado a las cosas y ejerci­cios de la mar, y en aquel tiempo an­duviese por ella un famoso varón, el ma­yor de los corsarios que en aquellos tiem­pos había, de su nombre y linaje, que se llamaba Columbo Júnior, a diferencia de otro que había sido nombrado y señala­do antes, y aqueste Júnior trajese gran­de armada por la mar contra infieles y venecianos, w otros enemigos de su nación, Cristóbal Colón determinó ir e andar con él, en cuya compañía estuvo y anduvo mucho tiempo. Este Columbo Júnior, te­niendo nuevas que cuatro galeazas de ve­necianos eran pasadas a Flandes, esperó­las a la vuelta entre Lisbona y el Cabo de San Vicente, para asirse con ellas a las manos; ellos juntados, el Columbo Júnior a acometerles y las galeazas de­fendiéndose y ofendiendo a su ofensor, fue tan terrible la pelea entre ellos, asi­dos «tinos con otros con sus garfios y ca­denas de hierro, con fuego y con las otras armas, según la infernal costumbre de las guerras navales, que desde la mañana hasta la tarde, fueron tantos los muertos, quemados y heridos de ambas partes, que apenas quedaba quien de todos ellos pu­diese ambas armadas, del lugar donde se toparon, una legua mudar. Acaeció que en la nao donde Cristóbal Colón iba o lle­vaba quizá a cargo, y la galeaza con que estaba aferrada, se encendiesen con fuego espantable ambas, sin poderse la una de la otra desviar, los que en ellas queda­ban aún vivos ningún remedio tuvieron sino arrojarse a la mar; los que nadar sabían pudieron vivir sobre el agua algo, los que no, escogieron antes padecer la muerte del agua que la del fuego, como más aflictiva y menos sufrible para la es­perar; el Cristóbal Colon era muy buen nadador y pudo haber un remo que a ratos le sostenía mientras descansaba, y así anduvo hasta llegar a tierra que es^ taría poco más de dos leguas de donde y adonde habían ido a parar las naos con su ciega y desatinada batalla…”

“Ansí que llegado Cristóbal Colón a tie­rra a algún lugar cercano de allí y co­brando algunas fuerzas del tullimiento de las piernas, de la mucha humidad del agua y de los trabajos que había pasado, y curado también, por ventura, de algu­nas heridas que en la batalla había reci­bido, fuese a Lisbona que no estaba lejos.»

Veamos lo que nos refiere don Fernan­do Colón sobre el por qué se halló su pa­dre en el combate de San Vicente. No re­cogemos el relato que hace de este com­bate por parecerse extraordinariamente al que hemos transcrito de fray Bartolomé. En el capítulo V nos dice don Feman­do lo siguiente: “El principio y causa de la venida del Almirante a España y ser tan dado a las cosas del mar, fue un hombre muy señalado de su apellido y fa­milia, muy nombrado por mar por la Ar­mada que gobernaba contra los infieles y también la de su patria. Tal era su fama que espantaba con su nombre hasta a los niños en la cuna. Es creíble que este su­jeto y su Armada fueron muy grandes, pues una vez apresó con ella cuatro gale­ras venecianas gruesas, cuya grandeza y fortaleza no será creída, sino de quien las hubiera visto armadas. Llamaron a este general Colombo el Mozo, a diferencia de otro más antiguo que fue gran hombre de mar.”

Antes, en el capítulo I de la Biografía de su padre, nos declara su incertidum- bre sobre el origen de su apellido con las siguientes palabras:

“El Almirante, conforme a la patria donde fue a vivir y a empezar su nuevo estado, limó el vocablo para conformar­le con el antiguo y distinguir los que pro­cedieran de él, de los demás que eran pa­rientes colaterales, y así se llamó Colón; esta consideración me mueve a creer que así como la mayor parte de sus cosas fueron obradas por algún misterio, así en lo que toca a la variedad de semejante nombre y sobrenombre no deja de haber algún misterio.”

Del cotejo de estas cuatro relaciones re­sulta evidente que fray Bartolomé y don Fernando hacen referencia con su almi­rante Colombo el Joven al almirante cor­sario Colón, falseando su nacionalidad y su sobrenombre y falseando al mismo tiempo las nacionalidades del atacante y del atacado. El combate, como se demues­tra claramente por los relatos de Palencia  y Valera, fue entre la escuadra aliada franco-portuguesa, a las órdenes del pi­rata y la escuadra genovesa. Es de supo­ner que en esta acción iba don Cristóbal a las inmediatas órdenes de su pariente, y es seguro que el recuerdo de su parti­cipación en esta batalla le quemaba de remordimientos su conciencia, cuando al otorgar en Valladolid, viendo ya cercana su muerte, en 19 de mayo de 1505, agre­gó a continuación de su codicilo, una Me­moria o relación de ciertas personas a quienes manda se entreguen determinadas cantidades, indicando “háseles de dar en tal forma que no sepa quien se las man­da dejar”, y en ella figuran parte de los propietarios de los navios genoveses ata­cados en el combate del Cabo de San Vi­cente.

Por otra parte, al atribuir Fernando Colón al Almirante genovés que llama “Colombo el Joven”, entre sus hazañas, la de las cuatro galeras venecianas que los historiadores franceses la cuentan co­mo una de las más famosas del Almiran­te corsario Colón lo identifica claramente con éste.

Entre los partida­rios del Colón genovés hay todavía quien sostiene, para no aceptar que el Descu­bridor venía en la Ar­mada del corsario, que don Cristóbal for­maba parte de una de las tripulaciones de Génova. Don Sal­vador de Madariaga, autor de la—a mi jui­cio—mejor biografía que se ha escrito so­bre el Descubridor (obra que he consul­tado muchas veces para escribir este tra­bajo), siempre ecuá­nime, como debe ser un verdadero histo­riador, da en su nota 9 al capítulo V de su “Vida del muy magní­fico señor don Cristó­bal Colón” dos argu­mentos en contra de los que afirman figuró éste como combatiente genovés. El primero que como han proba­do eruditos italianos no figura el nom­bre de Colón en la lista de ninguna de las tripulaciones genovesas, y el segundo que si Vignaud aduce que en el testamento de Colón, como es cierto, lega ciertas canti­dades de dinero a algunos genoveses, lo hace, como ya indicamos anteriormente, movido indudablemente por remordimien­to de conciencia. También resulta para la tesis genovesa, no menos extraordinario, que don Bartolomé Colón, hermano de don Cristóbal, hijo según esa tesis, de modes­tos artesanos genoveses, viviera hospe­dado un año aproximadamente en el Pa­lacio Real de París, en la parte de él en que habitaba madanie Ana de Beaujeu, hermana entera de Luis XI y regente que había sido de Francia. Esto es compren­sible siendo don Bartolomé sobrino del vicealmirante Casenove, pero no de una modesta familia de taberneros italianos. Recuérdese que esto sucedía en el siglo XV.

 

CRISTOBAL COLON EN PORTUGAL

Llegado a nado Cristóbal Colón, según nos cuenta don Fernando y fray Bartolo­mé, al puerto de Lagos, de aquí pasó a Lisboa, donde conoció según manifiesta fray Bartolomé “en un monesterio que se decía de Santos, donde había ciertas Co­mendadoras (de que Orden fuese, no pue­de haber noticia) donde acaeció tener práctica y conversación con una Comen­dadora de ellas, que se llamaba doña Fe­lipa Moñiz, a quien no faltaba nobleza de linaje, la cual hubo finalmente con él de casarse. Esta era hija de un hidalgo que se llamaba Bartolomé Moñiz del Perestrello, caballero criado del infante don Juan de Portugal”.

Ignoramos si fue verdad lo del monas­terio, pero sí lo fue el matrimonio con doña Felipa, y probada la nobleza de su linaje, a poco que se conozca la orga­nización social del siglo XV, con la di­ferenciación de clases, se comprenderá la imposibilidad de que un aventurero ge­novés, hijo de un tejedor tabernero, se ca­sara con una noble portuguesa, relaciona­da con la familia real.

Su parentesco con el almirante corsario Colón fue lo que sin duda le f acilitó el situarse en el lugar que le correspondía y abandonar su arriesgada profesión de corsario. Más tarde, sus tra­tos con navegantes portugueses algunos de ellos descubridores, le llenaron su ima­ginación, ya de natural fantástica, de en­sueños de llevar a cabo grandes descubri­mientos. Atrevióse como consecuencia a proponer al rey _ don Juan II sus pro­yectos. Como estaban basados en el cálcu­lo  erróneo de don Cristóbal sobre la longi­tud del grado ecuatorial, no fueron apro­bados, por lo cual, y habiendo muerto doña Felipa, pasó a España en el otoño de 1484, pensando que quizá en ella encontraría la ayuda que necesitaba.

 

AÑO 1484: CRISTOBAL COLON, HA­CIENDOSE LLAMAR CRISTOBAL CO­LOMO, LLEGA A ESPAÑA

Llegado a tierras, de Huelva, parece ló­gico suponer que su‘primera visita fuera en ellas dedicada a sus dos concuñados que residían en aquella ciudad, Pedro Correa y Miguel de Muliart, y que éstos fueran

los que le recomendaran visitar en el con­vento de Santa María de la Rábida al padre franciscano fray Juan Pérez. Hay que pensar que el Descubridor llevaba consigo, además de un equipaje en el que abundaban los libros, a su hijo Diego, de cinco años de edad. La llegada de don Cristóbal a La Rábida, como antes indico, debió ser preparada con anticipación. El Cristóbal Colomo extranjero, presentado como tal por fray Juan Pérez a los duques de Medinasidonia y Medinaceli, y al que este último sigue llamando Colomo en 1493, al regreso triunfante del Descubri­dor, hace pensar que recién llegado a La Rábida, fray Juan Pérez supo, o sabía ya de antemano, quién era su visitante. En cuanto el asunto pasó a manes de los Re­yes Católicos, fray Juan Pérez debió expo­ner a éstos la verdad. No era el Rey Cató­lico persona fácil de engañar, y es seguro que si no se lo hubiera declarado el re­ligioso, lo hubiera él averiguado, ordenan­do se hicieran toda clase de pesquisas con objeto de conocer la procedencia y cuan­to en su vida había realizado el Descubri­dor.

En el año 1487, el 5 de mayo, figura co­brando “Cristóbal Co­lomo extrangero” tres mil maravedís de la tesorería de los seño­res Reyes Católicos. En 17 de agosto se le paga por la misma tesorería otros cuatro mil maravedís más. Al año siguiente de 1488, en 18 de julio, Cristóbal Colomo co­bra otros tres mil ma­ravedís. Pero no ter­minan en esto las ayudas prestadas a Cristóbal Colomo “ex­trangero” por los Re­yes Católicos, pues el 11  de mayo de 1489, por una real cédula, ordenan que tanto a Colomo como a los suyos “se les den bue­nas posadas sin di­neros”.

Al parecer cobran­do como “Cristóbal Colomo extrangero”, cosa desusada enton­ces en la Tesorería Real, sin expresar la naturaleza del cobrador, hace creer se trata de algún secreto de Estado, que convenía, cuantío menos de momento, no aclarar. Al firmar las capitulaciones redactadas, como se sabe, por el gran pro­tector del Descubridor, fray Juan Pérez, y el tesorero de Aragón Coloma, firma por primera vez el futuro Almirante como “Cristóbal Colón”, con el sobrenombre con que hasta entonces era conocido en el ex­tranjero.

El Rey Católico perdonó, sin duda, y dio al olvido los ataques que de los dos cor­sarios Colón, Cristóbal y su pariente, ha­bía recibido en sus navíos y en las costas de sus territorios.

 

AÑO 1488: SE CONFIRMA EL PARENTESCO DEL ALMIRAN­TE FRANCES CON DON CRIS­TOBAL

S25C-113061311100223Ahora bien, en 10 de marzo del año 1488. es decir, un año anterior a la Real Crédu­la citada, Cristóbal Colón había recibido una carta del rey de Portugal, en la que. contestando a una que Colón le había di­rigido, le daba aquel monarca seguridades para mi ida a aquel reino. En ella el rey en el sobrescrito dice:

“A Xpoual Collon noso especial ami­go en Sevilla”, y en el texto de la carta aparece dirigida a “Xpoual Colon”.

“Nos Dom Joham per graza de Déos, Rey de Portugal!, á dos Algarbes; da aquem é da allem mar om Africa; Senhor de Guiñee vos enviamos muito saudar…” a XX días de marzo de 1488. El Rey.”

Esta carta de don Juan II es la que más valor tiene para la prueba del pa­rentesco de don Cristóbal Colón con el cor­sario Colón, vicealmirante de Francia. Don Juan II de Portugal fue encargado por su padre el rey don Alfonso V, en el año 1474, de la dirección de las Armadas y descubri­mientos geográficos del reino vecino. Fue. por tanto, quien con el corsario francés organizó el ataque a los puertos españoles en el -estrecho -de Gibraltar, que jio llegó a realizarse como consecuencia del desas­tre de la Armada franco-portuguesa en el combate antes citado del cabo de San Vi­cente. El corsario había muerto en 1483, y el hecho de concederle, tan­to en la carta como en el sobrescrito, los sobrenombres de Colón y Collón, que usó el corsario, demuestra claramente—a mi modo de ver—que al rey don Juan le constaba el cercano parentesco que unía al Descubridor con el almirante francés, y que le daba dos de los sobrenombres que éste usó y con los que fue conocido, pareciendo considerarle hasta cierto pun­to como uno de sus herederos. Este testi­monio del parentesco es el tercero, ya que anteriormente hemos señalado las decla­raciones sobre el mismo, dadas por fray Bartolomé y por don Femando.

Existe un cuarto testigo de este pa­rentesco y es el propio don Cristóbal, que en la carta que lleno de amargura escri­bió al llegar a España preso en 1500, a dona Juana de la Torre, ama del príncipe don Juan, le dice: “Yo no soy el primer almirante de mi familia.” Y esto era cier­to, porque el primer almirante Colón co­nocido en España fue, como queda de­mostrado, el corsario francés, y el segun­do almirante que llevó el sobrenombre de Colón fue don Cristóbal.

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SE ACLARA QUIEN FUE EL ALMI­RANTE FRANCES COLON

S25C-113061311110Precisa averiguar ahora cómo se llamaba el que hasta entonces, sin nombre propio, figuraba como almirante francés Colón.

El historiador francés Henry Vignaud nos dice en sus “Etudes critiques sur la vie de Colomb”, en el capítulo I, que se titula: “Colomb, corsaire fameux, grand homme de mer”. “Guillaume de Caseno- ve, dit Coullon”. “Son véritable nom”, “Fernand Colomb, comme on l’a vu, parle de deux Colombo célébres, membres de sa fa- mille, dont l’un, marin redoutable, était appelé le Jeune, pour le distinguer de l’autre qui était également un grand homme de mer. C’est tout ce qu’il dit de ce demier. Mais dans les documents et écrits du temps, on trouve nombre de mentions de ce personnage sous les noms de Colombo, Columbus, Cullam, Colon et méme Coror. En France, il était connu sous le nom de Coullon, dont les Italiens ont fait Colombo. Nous savons que c’est bien de lui que Fernand Colomb a vou- lu paiier, parce qu’il eut souvent maüle á partir avec les Siciliens, les Génois, les Flamands, et les Castillans, et que les documents contemporains oü ces incidents sont mentionnées le désignent sous les différents noms qui viennen d’étre rappelés.

On sait aujourdliui que c’était un cadet de Gascogne qui s’appelait de son véritable nom, Guillaume de Casenove.”

Como se ve el origen gascón señalado por Alonso de Falencia en sus Anales Que­da confirmado con lo que nos dice Hen- ry Vignaud. Probado como queda ante­riormente el parentesco de don Cristóbal con el corsario Casenove, del cual heredó su sobrenombre de Colón, dicho parentes­co y herencia hacen presumible el origen también gascón de don Cristóbal. Las manifestaciones de diversos testigos de que al Descubridor se le sentía extranjero en Castilla y que en su manera de hablar el castellano se le conocía que no era na­tural del Reino de los Reyes Católicos eran, desde luego, ciertas y lógico el que se lo notaran. Su idioma nativo fue pro­bablemente el gascón, o acaso el vascuen­ce, idiomas que hablara con sus familiares y con la marinería. Los gascones, vascones romanizados, de origen ibérico, es decir, hispano, habían ocupado en la antigüedad toda la Aquitania, que comprendía desde el nacimiento del Garona en los Pirineos hasta su desembocadura en Burdeos, y la costa del llamado golfo de Gascuña hasta la provincia de Labourd.

Dadas las relaciones que Guillermo te­nía con los vizcaínos y los gascones, según hemos podido ver en los textos de Alonso de Palencia, el nacimiento de estos dos al­mirantes Colón debió tener lugar en el antiguo reino de Navarra, frontera con la provincia de Guipúzcoa, o acaso en la mis­ma Guipúzcoa. Calculando los años en que ambos actuaron, si nacieron en Na­varra, es muy posible fuera en tiempos en que el rey don Juan 31 de Aragón, como marido entonces de doña Blanca de Hebreux, su primera mujer, era rey con­sorte de dicho reino. Por muerte de doña Blanca recayó su corona en su hijo, el no­ble, culto y desgraciado don Carlos, príncipe de Viana, habiendo don Juan contraído segundo matrimonio con doña Juana Enrí- quez. madre del Rey Católico, surgieron graves desavenecias entre el príncipe y su padre, a poco de ser aquél coronado. Estas desavenencias terminaron en una san­grienta guerra civil, en la cual; Navarra y sus alrededores fueron campo de batalla durante años entre beamonteses y agra­menteses: los primeros partidarios de don Juan y los segundos del príncipe.

Los Casenove, tenían dos ramas de su li­naje en la zona de combate y una tercera muy cercana a él. En el lugar de Bardos, en el Labourd, hoy Cantón de Bidache, al­za todavía sus viejos muros la casa palacio de Casenove, muy posiblemente la nativa de Guillermo. Otra, encontramos en Pam­plona, donde en su archivo de la Dipu­tación existe un documento del año 1568, litigado por Berenguer y Sancho de Casa- nova, hermanos, en que prueban ser hijos legítimos de un Juan de Casanova que demostró anteriormente ser descendiente de las casas y palacios de Echéverz y Ca- sanova, «en tierra de vascos”. La terce­ra, se hallaba, y se halla situada en la ciudad de Fuenterrabía, y por estar lin­dante con el reino pirenaico y enlazadas familias de esa zona con las de Navarra, puede considerarse como zona de combate. La rama de Puenterrabía era tenida como una de las principales de dicha ciu­dad y estaban dedicados sus familiares a la carrera del mar, dando la coincidencia posiblemente casual, de que en el siglo XVI figuran un Casanova que se llama Cristó­bal y otro que se llama Diego.

Creer, dada la manera de ser de Gui­llermo de Casenove, que sí, como supone­mos, nació en el reino de Navarra, no hu­biera tomado parte en esas guerras civi­les, me parece imposible. Sería cosa lógica que él, como navarro y luchador, teniendo en cuenta que Bardos, donde pensamos que acaso nació, era señorío de una línea fundada por Sancho García de Agramonte, feudatario del conde de Foix—que luego afrancesada se hizo famosa con los títulos de duque de Gramont, príncipe de Bida­che y conde de Guiche—, tomara el ban­do agramontás, contrario al rey don Juan n, y acaso se hallara en la desgra­ciada jornada de Aybar, en 1452—en la que el príncipe de Viana cayó prisionero en manos de su padre—, y como conse­cuencia de ello se viera obligado a abando­nar su tierra natal y emigrar a Normandía.

Esto me hace suponer, también como po­sible, que las luchas con los ladrones a que hace referencia Alonso de Falencia, fueran luchas sostenidas contra los bea­monteses, dado el que unos y otros com­batientes tenían, como en casi todas las guerras civiles—y en algunas que no son civiles—, mucho de ladrones. Lo cierto es que después de su inicua acción contra los vizcaínos, Guillermo, como súbdito, en su carrera de pirata, del rey Luis XI de Francia, procuró atacar cuanto pudo a las costas y naves de don Fernando, rey de Aragón y Castilla. El Descubridor se formó a su lado, según nos declaran fray Bartolomé y don Femando Colón, afir­mando que pasó con él muchos años, y acaso el episodio como corsario a las ór­denes del rey Renato de Anjou, por don Cristóbal recordado en su carta de 1495 a los Reyes Católicos, y que debió de tener lugar en la primera mitad de la octava década del siglo XV, lo realizara por de­legación de su pariente Guillermo.

Es imposible comprender cómo los que han estudiado a fondo los orígenes de nuestro primer Almirante del Mar Océano, no hayan resuelto este problema hace ya mucho tiempo. Solamente la labor enre­dadora de fray Bartolomé y don Fernan­do, inventando la oriundez genovesa del Descubridor, apoyada entusiásticamente por una serie de falsificadores italianos, ha podido cegar hasta ahora a los investiga­dores, en tan terrible forma. Nuestro gran Fernández de Navarrete demostró hace más de ciento cincuenta años que el úni­co documento en que don Cristóbal mani­festaba haber nacido en Génova era falso, ya que en él, que no es nada menos que la fundación del mayorazgo de Colón, otor­gado el 22 de febrero de 1498, figura la siguiente súplica, que demuestra claramen­te su falsedad: “Y asimismo lo suplico al Rey y a la Reina nuestros señores, y al Príncipe Don Juan, su primogénito nues­tro Señor.” Recorde­mos que el malogrado Príncipe Don Juan había muerto el 6 de octubre del año ante­rior. Igualmente de­mostró la falsedad del codicilo militar.

Desgraciadamente el inventario de la Sec­ción del Patronato Real de nuestro ma­ravilloso Archivo de Indias de Sevilla, ma­ravilloso por su ar­quitectura y por su riqueza documental, se redactó pocos años antes de la publica­ción del trabajo del que fue ilustre direc­tor de esta Real Aca­demia, y como con­secuencia, esos dos documentos falsos, que al que formó el inventario le parecie­ron de una autenti­cidad clara e indiscu­tible, recalcada por con entusiasmo, si­guen confundiendo a los investigadores co­lombinos a su llega­da, que como cusncia, siguen afe­rrados a la tesis Cristóbal novés.

Se hace preciso por ello—si la Real Aca­demia considera probada mi afirmación, hecha el 11 de octubre—rogar a la direc­ción de dicho Archivo señale en las mis­mas páginas donde aparecen inventaria­dos los citados documentos, su demostrada falsedad.

 

ORIGEN DEL SOBRENOMBRE DE «COLON»

Hacia el año 1452, acaso coincidiendo con la desgraciada batalla de Aybar, es­tablecióse en el puerto de Harfleur, ya de mucho tiempo atrás nido constante de piratas en la costa de Normandía, Gui­llermo de Casenove. (Parece lógico supo­ner que si el año 1461, según afirma Ha- rrisss, era ya vicealmirante del Almiran­tazgo de dicha región, debió comenzar su vida de corsario ocho o diez años antes.) Hombre inteligente, belicoso y bravo, ro­deóse, sin duda, de marinos expertos, mer­ced a lo que pronto se hizo, si antes ya no lo era, gran conocedor de la vida del mar.

Construyó, como ya antes indicamos “una gruesa nave, reforzada en las ban­das con fuertes vigas”, y con ella se dedicó al corso. El lugar donde organi­zó su guarida se prestaba a ello, por ser ruta obligada de todo el comercio maríti­mo del Mediterráneo y de la Península Ibé­rica con los Estados de Flandes. Su fama se extendió rápidamente por el norte de Francia y los pescadores bretones y nor­mandos le consideraron como un héroe. Dieron, por ello en llamarle “Colón”, “Coullon” o “Coulón”, por las numerosas presas que realizaba, y con estos sobrenombres fue conocido y temido por la malina co­mercial europea, a excepción—en cuanto a temor—de la Francia.

Es indudable que el sobrenombre, en sus varias formas, halagó a Casenove, quien no sólo lo aceptó complacido, sino que lo usó detrás de su nombre y apellido. Como “Guillaume de Casenove, dit Coulon” fi­gura en el encabezamiento de varios do­cumentos y hay que agregar que cuando tuvo que signar algún papel de carácter ofi­cial, sólo lo firmó, en grandes letras, con el sobrenombre de “Coullón”.

Vignaud, en “Etudes Critiques sur la vie de Colomb”, nos afirma que en Francia se ignora de dónde le venía a Casenové tal sobrenombre, y en nota, a este propósito, nos cuenta que a Jal, le producía gran extrañeza que a un corsario de las calidades de Casenove se le denominara “Coulon”, que los historiadores franceses traducen erróneamente por “Paloma”, en vez de haberle apodado “aguilucho” o “azor”. Vignaud nos cuenta también que Charles de la Ronciére suponía fuera de­bido a la gran nave “rápida y ligera” que construyó, que si nos atenemos a la descripción que de ella nos hizo Alonso de Palencia, contemporáneo de Casanove, es difícil pudiera ser rápida y ligera. Al encontrar que ninguna de las explicaciones dadas sobre el origen del sobrenombre me convencía, opté por consultar diversos dic­cionarios franceses e ingleses, y en ellos encontré la solución.

El Diccionario francés de Litaré, al tra­tar de la palabra “Coulon” nos da las acep­ciones siguientes:

“Un des noms vulgaires dg pigeon—Üou- lon chaud—. un des noms vulgaires de tourné-pierre. oiseau. — Coulon de mer, un des noms vulgaires de la mouette. — E. Latín Columbus. Coulon ou Colon était, dans l’aneienne langue le nom du pigeon.” El Diccionario Enciclopédico Le Grand Larcuse da a su vez del mismo vocablo las acepciones siguientes:

**Lat. columbus» pigeon. Nom usuel dans les départements du nord de la France, du pigeon domestique. Coulon de mer, nom sous lequel les peeheurs du Fas de Calais désignent les mouettes.

Hemos de señalar que según el Diccio­nario inglés de Oxford, en la costa sur de Inglaterra, al norte del Canal de la Man­cha, encontramos que “mouette”—en cas­tellano “gaviota”—, se dice indistintamen­te “Gull” y “Sea Gull”, correspondientes a “Coulon” y “Coulon de mer”, y a “gavio­ta” y “gaviota de mar”, de donde clara­mente se deduce que vale tanto simple­mente “Coulon” como “Coulon de mer”. Pero en el Diccionario inglés, se hace una aclaración interesante: que “Gull” es vo­cablo derivado de “Voilenno” de origen céltico del cual derivan también el voca­blo del bretón inglés “goelann” y el del bretón francés “goéland”. Continuando esta investigación he de agregar que en el Diccionario Grand Larousse, confirman­do esta cita del vocablo “Goéland”, al tra­tar de él nos dice: “n. m. (mot bas bretón signif. mouette). Nom usuel des grosses mouettes”; resulta, por lo tanto, ser mascu­lino. En el Diccionario de Littré, al ocu­parse del vocablo “mouette” nos indica que es “s. f. Oiseau de mer de l’ordre des palmipédes, et á longues ailes. genre Gavia de Bresson: nom donné á plusieurs espé- ces de genre Larius de Linne, lequel com- prend les goélands et les mouettes”. Anote­mos que es femenino. Y algo después agre­ga: “Pour établir un terme de compa- raison dans cette échelle de grandeur, ncus prendrons pour goélands tous ceux qui scnt de cas oiseaux dont la taille sur- passe celle du canard, et qui ont dixhuit ou vingt pouces de la pointe du bec á l’extremité de la queue, et nous appellerons mouettes tous ceux de ces oiseaux qui sont au-dessous de ces dimensions.”

 

Esta misma diferencia de denominación por tamaños nos la da al tratar de la pa­labra “mouette” el Grand Larousse asegu­rándonos, no en pulgadas, sino en centí­metros, que varía de 25 a 65, Al tratar de la palabra “Goéland” ese mismo Diccio­nario la fija de 0,25 a 0,70 m. Estas pe­queñas contradicciones encuéntranse en todos los diccionarios.

A mi entender, las distintas acepciones que dan los dos Diccionarios franceses a la palabra “Coulon”, son el resultado de la fusión en una sola, de dos antiguas pala­bras francesas de distinto significado, ori­gen y género y de parecida ortografía. La una, “Coulon”, “Coullon”, “Colon”, todas con “n” final, de origen céltico, como de­rivados de la palabra del bajo bretón fran­cés “Goéland”, vocablo masculino, equi­valente a “grande mouette”, y cuyo pa­rentesco con el bretón inglés, antes citado, de “Goelann” es indudable. La otra “Cou­lomp” de origen efectivamente latino, con “mp” finales, derivado ciertamente “ de “Columbus”, sinónimo de “Pigeon” (en castellano “paloma”) y de género femenino. (En uno de los documentos que se con­servan del almirante Casenove, e1 escri­bano que redactó el documento le da el sobrenombre de “Coulomp”, a pesar de que en su firma se lee claramente “Coullon* . lo cual demuestra que la palabra “Cou­lomp”, hoy desaparecida en el léxico fran­cés, existía en tiempo del almirante.)

Por otra parte, parece lógico pensar que si al parecido literal de los vocablos “Cou­lon” y “Coulomp” acompaña, como es in­dudable, un gran parecido físico entre “mouettes”, “Goélands”, por un lado, y “Figeons” por otro (gaviota, gaviotones y palomas), a pesar de ser bien distintas en costumbres y de distintas familias avícolas, al fundirse en uno aquellos dos vocablos, posiblemente en la Edad Moderna, el pue­blo francés debió agregar a las primeras para diferenciarlas de las segundas, el “de mer”, que antes no hacía falta existiera.

Aclarado ya que “Coullon” es derivado del bretón francés “Goéland”, se ve clarí­sima la razón por la cual los pescadores bretones’ bautizaron con dicho sobrenom­bré a Guillermo de Casenove. Es fácil su­poner cuál hubiera sido la reacción del corsario ante la persona que le hubiera llamado “Pigeon”, pues no era precisamen­te Casenove una inocente paloma. Llamá­ronle “Coulión” por “Goéland”, que en castellano correspondería más bien a “Ga- vioton” que a “Gaviota”.

Gaviotón, gaviota, ave nqiarina voracísi­ma, con una vista sumamente penetrante que le permite divisar en sus vuelos a los peces que sobrenadan en el mar, para caer en vertical a hacer cruel presa en ellos. ¿Qué otra cosa hacía Guillermo de Case­nove, “dit Coulión”, con los desgraciados navegantes que divisaba en la costa cerca su guarida de Harfleur?

 

CONSIDERACIONES FINALES

Demostrado ya el origen del sobrenombre de Colon, con que fue conocido el almiran­te Guillermo de Casenove; demostrado el parentesco que unió a don Cristóbal Colón con Guillermo, con quien convivió muchos años; demostrado que don Cristóbal usó este mismo sobrenombre, con el que fue conocido por el rey don Juan n de Portugal, queda probada la afirmación he­cha por mí ante la Real Academia, el 11 de octubre. El apellido del descubridor de América ninguna relación tiene con Colombo, Colón gallego, Colom, etc.; es simple­mente el sobrenombre que bretones y normandos dieron a Casenove, de quien lo heredó, o acaso lo usufructuó al mismo tiempo, nuestro gran almirante del Mar Océano. El origen gascón de Casenove hace presumible fuera también el de su pariente don Cristóbal, y es lógico se ten­ga por tal mientras no surja un documento auténtico que lo contradiga.

Lamento que Génova e Italia entera ten­gan un gran desengaño, pero la realidad es que sólo España, Francia y Portugal es­tán verdaderamente relacionadas con el descubridor de América. La primera por la probable oriundez ibérica del autor, por haberse realizado a expensas de España, bajo nuestros estandartes y en nombre de los Reyes Católicos Femando e Isabel. La segunda, por haber estado a su servicio du­rante muchos años como corsario don Cris­tóbal Colón y ser el vocablo “Colón” del idioma antiguo francés el que como ape­llido inmortalizó el Descubridor. En cuan­to a nuestra hermana ibérica Portugal, de no ser por la estancia de ocho años de don Cristóbal en sus dominios, donde se ave­cindó, donde se casó, donde nació su hijo don Diego, y donde respiró el ambiente obsesionante de los descubrimientos que llevaban a cabo los portugueses, probable­mente nunca se le hubiera ocurrido pasar de capitán de corsarios a Descubridor.

Fernando del VALLE LERSUNDI

C. de la Real Academia de la Historia